No conozco a ningún cura superhéroe


Ni supermanes, ni batmans, ni capitanes américa. Malfada está en el horizonte de lo posible, por el ingenio natural y los comentarios alegres de algunos. Los que yo conozco tienen su propia humanidad y particularidades. Están tocados por una chispa especial, han sido llamados a una vocación muy grande. ¡Eso también! Por tanto, los hay de todo tipo de fragilidad, vulnerabilidad, corazón e inteligencia. Conozco sacerdotes que son inmensamente divertidos y vivos, que se manejan en diversidad de situaciones. Y otros, más tímidos, retraídos y custodios de sus cosas con mucho pudor. Ninguno sobra. De hecho, suelen ser amigos o hermanos entre sí. Algunos de mis compañeros tienen más preocupaciones sociales que otros, la verdad, aunque no sé de ninguno que no quiera amar sin medida. También en la oración encontramos diferencias, tanto en el tiempo, como en la capacidad para estar quietos, como en la calidad de sus palabras, y en la presteza para dar su sí al Señor. La vida espiritual constituye el núcleo de su identidad, personalidad. Incluso cuando hacen oficios de cualquier tipo. He tratado con algún cura taxista, obrero de los de fábrica, y cientos de profesores, educadores sociales, catequistas, acompañantes.

No conozco, insisto, a ningún sacerdote con superpoderes, que destaque por sus cualidades sobrenaturales sobre el resto. Lo siento, pero no levitan en la oración, y se cansan habitualmente en la acción, les hacen daño las palabras ofensivas y las mentiras, y comúnmente se preocupan en exceso por lo que para otros se puede solventar con una visita. Conoces bien la frustración, el sufrimiento, la cruz. Locamente,  y sin pensar demasiado pasan por ella. Andan, sin don de bilocación, ocupados en multitud de frentes que atienden prodigiosamente, aunque si les preguntas con franqueza te dirán que viven con tranquilidad y no sabrán bien cómo es posible alcancen a tanto. Sus vidas tienen huecos. Los curas que yo conozco no se mantienen a tres metros sobre el cielo, habitualmente; si bien andan un poco despegados de las cosas de aquí abajo. Pero darían mucho por poder tomar un café, compartir un rato de fiesta, sentirse hermanos entre los suyos. Por lo general sus días de descanso son escasos, y cuando les llamas procuran atenderte si pueden. Pero ya digo que no son superhéroes.

Humanos, como tantos, tocados en el interior, transformados en lo externo, con una vida que les facilita mucho el servicio a los demás, la atención pausada, la posibilidad de hablar después de la oración. Si te acercas a ellos con confianza, te darás cuenta. Pasan sus crisis y dudas, abrazan con confianza la vida, agradecen y piden mucho diariamente. Por lo tanto, sabrán de qué les hablas. No se escandalizarán de tus miserias.Ellos, nosotros, también estamos en camino como uno más entre el resto. Con faciliades, por la opción de vida y estilo de vida que llevamos, para dedicarnos a una vida un tanto alocada. Puede parecer solitaria, desde fuera, pero no lo es. Puede parecer estéril, y sin embargo se nos permite, en determinados momentos, ver mucho fruto. Puede parecer mil cosas, si se escucha la prensa, y cuando te acercas descubres gran sencillez, cordialidad  y profundidad.

Para conocer bien a un cura, te proponto tres cosas sencillas:

  1. Cuando tengas oportunidad, acércate a él con buena disposición. No los uses para tus «momentos importantes», e intenta compartilos con ellos. Trata de amistad con ellos, y verás cómo viven. Sea tu boda, sea la búsqueda de perdón, sea la escucha de la Palabra, sea en la celebración de un hijo o un familiar, o en la muerte de un ser querido. Ya que están, ¡no te cortes! ¡A lo mejor te llevas una sorpresa! Si tienes ocasión, sal a pasear con él, aléjate de los muros entre los que habitualmente lo encuentras. Allí, como Nicodemo y Jesús, y aunque sea en la noche, aparecerán palabras nuevas. Nacerás de nuevo. Así, la esperanza de ambos será más plena. Del cura como cura, de la otra persona también.
  2. Cuida tu conversación con ellos. No conocerás bien a un sacerdote hablando del tiempo, ni del aire, ni de las carreteras. ¡A nadie! Quizá si hablas de otros asuntos más importantes hoy, a lo mejor se abre un poco más. Prueba a dialogar sobre la crisis, sobre la injusticia del mundo, sobre lo que él puede «palpar» en su ministerio de la sociedad en la que vives. Pero si de verdad quieres ahondar, no les preguntes por la Iglesia de primeras, ni por dónde vienen los curas, ni la historia de la vida religiosa. No les trates como consultores. Son administradores de una riqueza que no es suya, uno más en una gran cadena. Lo mejor, mejor. El secreto que con ellos funciona, es el mismo que vale para toda relación: sinceridad, confianza y autenticidad. Es decir, habla de lo que lleves dentro de ti, de lo que realmente te significa, de tus detalles. Entrará fácilmente al trapo, se irá creando un lazo intenso. La oración está hecha de palabras y de presencias. Y aquí tienes ambas unidas. así, la fe de ambos crecerá. Cada una a su manera.
  3. Después de todo lo que hacen, en ocasiones suele bastar que te intereses por ellos y también quieras cuidarlos. Un quétalestás, rápido, no lleva a nada a nadie. Pero una pausa humilde en la que les preguntes cómo te va la vida, sin mayor interés, llevará lejos la relación. Su ministerio agota a cualquiera, de por sí. Están sostenidos, se encuentran fortalecidos por el Señor. Pero al igual que no predican el amor a Dios en abstracto, sin prescindir del amor al prójimo, tampoco el amor de Dios en general se separa en sus vidas de dejarse amar por los que les tratan como hermanos, respetan o comprenden su vocación. Curiosamente, algunas veces incluso los que se dicen ateos o separados de la iglesia, con su vida cuidan de estos curas, tan humanos, que pasan por su vida. ¡Curioso! Aunque personalmente me siento especialmente cercano a quienes también tienen el privilegio de compartir, comprender y amar mi vocación escolapia en su conjunto. El amor de ambos se irá perfeccionando en el amor entre ambos. ¡Créeme! ¡Lo he vivido!

Para aquellos que cumplen en mi vida las promesas que Dios hace, para aquellos que animan sin descanso, acompañan incansablemente y se muestran disponibles a colaborar en cualquier batalla, hoy, que celebramos Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, agradecerles de todo corazón tanto esmero. Ojalá algún día pueda también yo hacer algo importante por ellos. No por devolver lo que dieron gratis, sino por amor.

Dos verdades irrenunciables


Escrito a propósito de uno de los pocos tweets de ayer, en el que decía -porque estaba estudiando de nuevo y con ingenuidad renovada el Discurso del Método de Descartes- que la única certeza que tengo en este mundo es que no hay ninguna certeza. Y he decidido cambiarlo por dos verdades irrenunciables, después de terminar una vez más alguna de sus meditaciones:

  1. Estoy vivo es querer vivir. Porque leo y escribo, porque sueño y creo que me despierto, porque enseño y aprendo, porque viajo y me gusta estar en mi cuarto sentado tranquilamente, porque hay personas alrededor que me importan y a quienes importo, porque trabajo y me canso, porque respiro y me quedo sin aliento, porque sufro, lloro y río, porque hablo y escucho…. Razones podría decir muchas por las que vivo. Y esto es irrenunciable. Y estar vivo es más que estar arrojado al mundo y dar pasos sin sentido. Estar vivo ahora que escribo sentado en mi cuarto después de las clases del día y con ánimo para preparar el mañana antes de que la tarde venga. Estar vivo no es sólo sucederse acontecimientos, sino acogerlos, pensarlos, masticarlos, tragarlos y agradecerlos al mundo, a las personas y a Dios, presente en ellos. Estar vivo es querer vivir, y no quiere vivir quien ha comenzado a dejar de estar vivo, quien ha abandonado las razones y sentimientos, las honduras y las entrañas del mundo, volviéndose desagradecido, posesivo e intolerante, quien ha perdido una dignidad que nunca ganó, que ha dejado de ser persona para elegir el mundo de las máquinas e integrarse en él, o en el de las cosas y devuarse o venderse, o en el de los esclavos y ha emanciado y cedido su voluntad, sus sueños y deseos. Si hay algo a lo que hoy no estoy dispuesto a renunciar es a que vivo, y que hay razones para la esperanza y para querer seguir viviendo.
  2. No quiero vivir de cualquier manera, porque la vida me interesa. Y no sólo la mía, sino en la medida de lo posible la de los otros, especialmente cercanos. Esta es mi segunda certeza, no vale cualquier cosa, ni estoy dispuesto a lo que sea, ni me conformo con lo que venga. Camino, construyo, doy sentido, aporto a la realidad aquello que en ella parece que está ausente. Generar vida por tanto, dar lo recibido gratis a un módico precio sin hacer negocio con ello de la única forma que sé: dando al máximo gratis lo que gratis he recibido. Y es que reconozco que no siempre sucede eso de dar gratis sin más, porque parece que el mundo es un agradable intercambio no pocas veces con algo que yo no he conquistado, y que busco hacer negocio y administrar de otro modo la gratuidad. No quiero vivir de cualquier manera significa no doblegar la existencia a la nada, ni al vacío ni al sinsentido. Sentir repugnancia por el sufrimiento, por la mentira y el engaño, por la doblez de corazón, por la pasividad y la indiferencia. No desear caer nunca en sus garras. Y escapar de ellas lo más rápido posible, con luchas nada fáciles ni sencillas, sin dar por descontado que se ganará la batalla. Vivir en definitiva, vocacionalmente y la máximo, creyendo que he encontrado el lugar en el mundo; ése espacio de terreno y tiempo en el que tengo que estar, un modo de estar, de existir y de ser. No querer vivir de cualquier forma es una llamada a la tranquilidad en medio de la inseguridad, porque si sigo avanzando y se dan cambios en mí es porque quiero crecer y no me quedo parado. Y las contradicciones que se generan y se descubren no pocas veces son luz, con sus tensiones, para que me dé cuenta de esto. No quiero un trabajo por dinero, sino ser feliz. No quiero tener amigos para no sentirse solo, sino para ser feliz. No quiero a Dios porque lo explica todo de maravilla, sino porque Él me hace feliz. No quiero amor para ser amado, sino porque amar, el ejercicio, me hace feliz. No quiero la verdad por la coherencia, la integridad y el esfuerzo de ser mejores que otros, sino porque fuera de la verdad no hay libertad. Y no quiero libertad para ir y venir y hacer lo que quiera, sino porque sin libertad no puedo ni siquiera considerarme persona.
La cuestión que plantea Descartes desde la razón, cuando se lleva al corazón da vértigo. Sentida y vivida, esa duda aplicada a todo de manera incondicional y brutal desprotege hasta situar ante el abismo en el que la persona no puede salvarse a sí misma. Frente a todo eso, la garantía y la confianza interna, y también la sabiduria y la humildad que reconoce que estoy en el mundo no porque yo haya querido y yo lo haya decidido, sino porque Dios me llamó, me trajo, y es Él quien da a todo sentido. Y ese todo que tengo que descubrir incluye también mi vida, mi historia, mi camino, mi esperanza, mi tiempo y mis fuerzas; y de entre todo, de lo que más me importa es que sea a través del amor, de la felicidad y de la cercanía.

¿Ser materialista en estos tiempos?


Casi imposible no ser materialista en estos tiempos. Muchos jóvenes y mayores están atrapados en sus redes. Porque las cosas secuestran la libertad y la conciencia de quienes no son capaces de dominar su vida y tener un rumbo claro, con fuerza suficiente como para despegarse de lo que le rodea y superar las primeras apariencias.

Cuando conversamos con gente cotidiana el dinero es su objetivo, pensando que con él, el resto de cosas serán posibles. Ayer mismo un camarero me decía que el valía mucho más que para servir en un bar, y no entendía por qué cobraba tan poco. Su vida se mide por lo que cobra, entiendo que para poder gastar más.

Creo que siempre ha sido más o menos así. Que cada generación tenía «sus cosas que superar» para vivir realmente en su dimensión personal y espiritual. «Superar» no es eliminar, sino evitar que se convierta en lo primero. La cuestión preocupante, a mi entender, es que nuestra generación del norte se «asiente» sobre cosas para demostrar su desarrollo. En definitiva, que el norte siga engañando su insatisfacción y vacíos a golpe de «más» cosas en lugar de abrazar el «más del amor» que es lo único capaz de desvelar al ser humano y la sociedad su propia hondura.

En resumen, las «cosas» no son nada malo, no es condenable tener. Lo triste, por la propia persona, es tener sin saber ni por qué ni para qué se tiene; tener desprovisto de sincera humanidad, siendo responsables con nuestros bienes de aquellos que no tienen en nuestro mundo.

¿Feliz y próspero 2011?


Algo habrá que hacer para que sea verdad lo que decimos con las palabras. Que no creo que llegue por sí sola, y como venida del cielo, tanta bendición, tanta felicidad, tanta hermosura y maravilla como hoy anunciamos a la gente. ¿O sí? ¿O sí es verdad que viene de arriba, de lo Alto y estamos llamados a mirar, a esperar y a acoger? ¿O sí es verdad que la Vida no se construye sino que se recibe? ¿O es demasiado cierto que por mucho que nos empeñemos en hacer feliz nuestro mundo hasta que no convirtamos el corazón no se hará realidad? ¿O sí es tremendamente importante mantener nuestra actitud de escucha, de atención, de sorpresa?

A todos los que hoy habláis «con el corazón» a los demás, una palabra: Comprometed vuestra vida por otros, porque a todos los que se preocupan por el Reino de Dios y su justicia, Jesucristo les dará el resto «por añadidura». ¡Que ya es mucho amar! ¡Pero qué grande, y qué gratis es el Amor de Dios para cada uno!

¿De quién te fías?


Dime con quién hablas y a quién has creído, y te diré gran parte de aquello que mueve tu vida. Si escuchas al que te llama feo, vivirás, pero bajo ese signo; si crees al que te dice simpático, también.

Pero sobre todo, dime qué escuchas dentro de ti, qué te dices a ti mismo. Ése es tu verdadero signo, para luchar y combartir todas las palabras que encuentras alrededor. Al final, lo tuyo es lo que más vale. Y es una lástima que te «fíes de ti mismo» convirtiéndote en un eco de otros. Es lo mismo que desconfiar de uno mismo.

Cuando vayas a tu cuarto, entra y cierra la puerta. Y allí, en lo secreto, ora a tu Padre que ve en lo secreto. Él te guiará.

Sé de quién me he fiado.

Hoy he tenido una conversación bellísima, con una persona que necesitaba profundamente ser amada. Esta persona, destrozada por lo que vive alrededor se había entregado a casi cualquier cosa con tal de recibir una palabra de afecto. Tan herida se encontraba que nada, a priori, de lo que encontraba en sí misma alegraba su corazón. Había sido cegada para encontrar la belleza en sí misma, la buscaba en los demás. En lo más llamativo, en lo más aparente, en lo más deslumbrante. Tanta sed tenía que cualquier lugar para saciarse un poco era suficiente. Tanto horror le provocaba esto, que mirarse un poco, ya era doloroso. Quería mirar para otro sitio, pero sabía que era imposible.

En la conversación, que el Espíritu ha guiado, eliminando resistencias y abriendo a la verdad, sólo una tarea: amar. Ése es mi oficio, no quisiera dedicarme a otras cosas. Cuando el hombre de hoy comprende que el amor, fuera de las palabras malusadas y de la perversión de la realidad que nos envuelve, descubre el auténtico amor, queda totalmente derrotado. Lo ansiaba y lo ha encontrado.

¿Quién se anima a…?


Según el contexto puede ser (1) una iniciativa, plan, proyecto (2) o una tarea, responsabilidad, algo que hacer que otros no quieren. Pero me gusta esta pregunta. Es un reto y pide una respuesta clara. En cierto modo y de alguna manera es una vocación, y por tanto pide discernimiento, reflexión. Me encanta esta pregunta.

Creo que Dios habla así a los hombres. ¿Te animas a preguntarte cuál es la propuesta que tiene Dios para ti?

¿Tengo suficiente? ¿He calculado los gastos?


Mucho no sé de economía. Por eso estoy leyendo estos días un libro de Leopoldo Abadía, que entre análisis y análisis hace muchos comentarios que a mí al menos me resultan divertidos. Y creo que él estaría de acuerdo conmigo en lo que voy a decir. Y aclaro que esta pregunta está en el Evangelio (Lc 14,25ss), cuando Jesús habla con sus discípulos sobre uno de los aspectos más particulares del seguimiento y discipulado.

¿Tengo suficiente? Para hacer los cálculos, a largo plazo siempre, tendré que pensar y sentarme a repasar cuentas. Y en esas cuentas esclarecer con sinceridad cuáles son mis ingresos, de dónde viene mi riqueza, cuál es -sin engañarme, porque el problema viene de los engaños- la cantidad de la que dispondré en total «a largo plazo».

Siguiendo con lo anterior, la pregunta no es si tengo suficiente para comprarme un «chupachús» que me sacie momentáneamente, o si dispongo de suficiente cantidad para darme un festín de hamburguesas. No es eso. La pregunta es si tengo suficiente para «construirme una casa«. Es decir, para hacer morada. Y esto ya cambia. Lo sabemos bien en España. Sólo basta con mirar los periódicos y lo que dicen sobre los jóvenes que han emprendido camino «extramuros» de sus padres y los porcentajes que han tenido que regresar, incluso con su familia a la espalda, cabeza gacha.

Emprendemos tareas que nos superan. Continuamente. Por un momento pensamos que era fácil, esto de vivir, y de repente nos han desbordado las circunstancias, nos ha roto una crisis para la que no estábamos preparados y en la que ninguno quiso pensar.

Ojo. Porque es lo que hoy Jesús nos advierte. Seguirle, caminar con él, dejarse acompañar, alcanzar la verdadera felicidad -porque el Evangelio desde el inicio nos avisa precisamente de que su promesa no es cualquier cosa- trae consigo abrazar la cruz, pasar por sufrimientos, abandonarse en manos del padre y dejar atrás seguridades vacías. En nuestros cálculos entra la Cruz.

¿Tendré suficiente entonces? ¿Cuánto me conozco para responder a esta pregunta?

Yo creo que no tengo suficiente. Y no conozco además muchos que piensen que ellos podrán con todo lo que sobrevenga, sea lo que sea. Al menos esta «crisis» nos ha hecho pensar de forma realista, centrada, haciéndonos conscientes de la complejidad de nuestro mundo.

Precisamente esta es la conclusión. ¿Con qué fuerzas cuento? Y la invitación a no pensar sólo en uno mismo. Superar el egoísmo que asume todo, el individualismo que sólo confía en sí mismo, la falta autonomía de quien cree que él solito puede ser arquitecto, albañil, fontanero y electricista de su nueva casa, y también padre y madre y hermano… Mi aprender que en la vida también contamos con la fuerza de nuestra comunidad, de nuestra familia, de nuestros amigos, de Dios y de sus dones. Aprender que para construir la casa, si Dios no trabaja, en vano nos cansamos. Aprender que, día a día, Dios nos apoya en una  tarea en la que no quiere vernos solos, por mucho que nos preocupe.

La pregunta entonces, para terminar, varía dependiendo de si la respondo solo o acompañado. La propia vida, la propia vocación, su descubrimiento y construcción no es tarea en la que debamos empeñarnos como si sólo dependiera de nosotros mismos. En este hermoso camino una de las primeras realidades que se descubren es que, no pocas veces, otros y Dios están muy cerca y muy preocupados por nosotros mismos.

¿Por qué reducimos…


… la vida, a los días; los días, a horas; las horas, a minutos; los minutos, a segundos? ¿Por qué reducimos el mundo, a mi mundo, y mi mundo a mis intereses? ¿Por qué reducimos la humanidad, a lo que es para mí ser «ser humano», y lo que es «ser ser humano» a vivir bien, a desarrollo, a comododidad, a bienestar, a confianza en sí mismo? ¿Por qué reducimos la plenitud a satisfacción, la satisfacción a sentirse bien, al éxito, al aplauso? ¿Por qué reducimos?

Salía en una conversación que mantengo en otro foro.

Mi respuesta es sencilla:

Porque llamados a algo más grande, a vivir con Dios, a vivir la VIDA de Dios tendemos a hacer y construir las cosas y el mundo a nuestra medida. Creo que la respuesta es sencilla, una buena noticia para quien sepa y quiera ver, para quien quite el velo de su cabeza, para quien supere mediocridades, para quien sueña y para quien está despierto, para quien sufre y para quien corre. Una buena noticia para todos. Pero con semilla de Reino, con su exigencia y su valor. En nuestra vida está escrita la Palabra, en la historia, la salvación, que es la grandeza de Dios, el don sin límites y la vida que no termina. Es Dios que se da a sí mismo y se comparte. Por eso no le vemos, porque vemos personas o cosas, y su grandeza lo inunda todo y lo supera a su vez todo. Nuestro rostro, lo más íntimo de nosotros, la humanidad con mayúsculas es la del Hijo, y el Hijo es Dios. Y Dios es inconmensurable. Las palabras nos faltan, le hacemos entonces pequeño. Pero la huella, su huella está y permanece. Vivifica y eleva. Ansía y provoca. Vamos más allá. Sabemos que estamos entre «cosas pequeñas» y que el presente pasará. Pero continuamos la carrera, la búsqueda, la meta y el horizonte. Construimos proyectos, soñamos lo irrealizable. Y nos parece bueno, mejor que cualquier cosa. Anclados a lo posible por la realidad, algo se escapa a ella, y ese algo lo reconocemos como lo mejor, lo más grande, lo más poderoso, la felicidad, la verdad, lo más bello. Tenemos rostro de Hijo, rostro herido por el egoísmo y la inconstancia, que convierte todo a nuestra medida. Lo primero que vemos es la herida, nuestra cicatriz, y saltar por encima de ella omitiendo sus males y la posibilidad de volver a herirla nos hace plantearnos que mejor mantener los límites, seguir cerrado. Y reducimos. Entonces, reducimos.

¿Quién nos dejará ver las cosas tal y como son, sin nuestras palabras, prejuicios y criterios? ¿Quién nos asomará al misterio y quién se asomará al misterio y dirá su nombre? Dos mundos existen: el mío y el mundo. Dos actitudes: apertura o cerrazón. Dos conformidades: pasiva o activa.

Y así, tantas veces cuanto sea necesario. Y en cada reducción, un grito y una disconformidad. Esto es algo, pero nunca todo. Y «todo» es todo, y Todo me espera, me llama.

¿Qué queda después de…?


¿Qué ha quedado después de vivir la Navidad, atravesar sus calles, convivir con amigos y familia? ¿Qué ha quedado que nos fortalezca para afrontar el día a día, para seguir a Jesucristo con más fuerza, para dejarnos amar por Él? ¿Qué ha quedado?

Supongo que muchos se harán esta pregunta. Han ido pasando los días que tanto esperábamos, uno detrás de otro. ¿Qué ha quedado?

seguir leyendo

¿Qué haces cuando está oscuro, cae la noche?


En cualquier caso, espero que salga la luz. Preparo el momento de encontrar, una vez más, la fuerza de la claridad para que todo lo inunde. Y no me dejo robar el tesoro brillante que llevo dentro. Creo, es cuestión de confianza no una verdad científica, que las metáforas en la vida son como las letras que componen las frases más aclamadas de la historia.

¿Adviento?


Estamos en adviento, segunda semana. Los pasos, sencillos, se van dando poco a poco. Y en breve, estaremos en Navidad. Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, llegaremos a la Navidad. Surgirán entonces los regalos de los rincones, las sorpresas en un mundo que espera las fechas más calurosas del año en relaciones y recuerdos que todo lo inundan.

¡Vaya misterio!

Y todo pasó. Ya está dicho todo. Llegará la Navidad, como las oscuras golondrinas volverán.

¿Te quedas en esto? ¿Qué estás preparando? ¿Lo mismo que aprendiste? ¿Lo de siempre? ¿Lo ya repetido tantas veces? ¡Adelanta tu esperanza y sueña que puede ser de otra manera. Abre tus puertas, las de la Navidad, las de la casa, las de tu persona al Señor que llama. Grita ven. Grita hoy. Grita que quieres verle. Grita. Salta. Muévete. Espera.

¿Qué tienes que decir?


Si tuvieses que decir algo importante en 3 palabras… y no más… cuáles serían. Sólo tres palabras.

Yo soy yo. Tú quién eres. Qué haces aquí. Dime algo genial. Eres alguien estupendo. Dios te bendiga. Mueve el culo. Deja tus miedos. Sé libre siempre. Vive la vida. No te pierdas. Da lo mejor. Cuánto te quiero. Vivo por ti. Tengo sed profunda. Quiero vivir siempre. No me conformo…

¿Y las tuyas?

Señor, ¿qué me sucede?


Quizá no sea el único que ha tenido esta experiencia. Me explico de forma corriente y moliente. El otro día estaba en una situación controvertida y poco usual para mí. La verdad es que lo estaba pasando genial, dialogando con la gente y hablando de cosas que ciertamente me interesan. No es que estuviera incómodo, porque gracias a Dios sé expresar aquello en lo que creo y me ofrezco fácilmente al diálogo. Pero en esta situación aparecieron unos niños jugando con unos cucuruchos, de la forma más sencilla. Y sinceramente me entraron ganas de jugar con ellos y volver a la sencillez de los pequeños. No es que quisiera huir y escapar, porque hablar de la Iglesia me resulta siempre interesante y creo que hay que poner un cierto orden en las ideas que circulan por nuestra sociedad… pero la sencillez de los pequeños… el juego… la alegría…

Algunos lo llaman Síndrome de Peter Pan. Soy adulto y quiero serlo, pero me gustaría no haber perdido cierta frescura y capacidad para disfrutar del momento. A la gente que quiero se lo digo: «Cuando crezcas y te hagas mayor, no abandones el niño que llevas dentro.»

Señor, ¿qué me sucede? ¿Por qué quiero ser como los niños? ¿Por qué acajo con tanta facilidad esa llamada: «Si no os hacéis como niños…»? ¿Por qué me cuesta tanto su sencillez? Es curioso, pero siento la contradicción: por un lado, sé que sigo siendo en muchas cosas «como un pequeño», pero en otras me he convertido en un feroz adulto. Gracias, Señor, por esta vocación: «Ser como los pequeños.» A lo tonto, a lo tonto… mi vida conjuga grandes seriedades pero también grandes «inocentadas». Gracias, Señor, por las veces que disfruto como los pequeños, aunque no sepa qué me sucede del todo. Es el camino de mi conversión, lo sé. Es el camino que me llevará hasta ti.

A un pequeño nadie se atreve a decirle ciertas cosas, ni a protestar. Se convierte en alguien admirado y gracioso, que trae nueva vida. ¡La Iglesia! ¡Por favor, seamos pequeños!

¿De qué vas?


Esta es una pregunta típica de un momento de cabreo. Ya hace unos días, en plena calle y a la luz del día, un chico le dio una bofetada a una chica después de que ella le diese otra. La verdad, no sé quién empezó primero, porque yo, como otros, simplemente caminábamos pensando en otras cosas. Pero nos sorprendió la cuestión tanto, con lo sensibilizados que estamos, que al instante nos acercamos para ver qué pasaba. Y una joven que pasaba por allí le dijo al «varonil joven»: «¿De qué vas?»

Es de esas preguntas que llamamos retórica, porque no esperamos respuesta. Si bien es cierto que sería interesante responder: «¿De qué vas cuando…?»

Vamos a intentarlo: «De qué vas cuando estás con tus amigos», «De qué vas cuando estás solo en tu habitación», «De qué vas cuando nadie te conoce», «De qué vas cuando estudias», «De qué vas en tu trabajo», «De qué vas con tu familia»…

No es que esté enfadado. Simplemente me pregunto. Esto de IR POR LA VIDA siendo de una manera concreta tiene su intríngulis. Esto de IR POR LA VIDA queriendo ser uno mismo, con autenticidad pero incapaces siempre de dar la cara, tiene su aquel. Esto de IR POR LA VIDA con una imagen concreta, rodeado de ciertos «prejuicios», de ciertas «espectativas»… es curioso cuanto menos. Yo soy de esos que vive, en cierto modo, con un papel claro ante las personas, y parece que cuando se acercan a mí saben cómo pienso y en qué pienso y en qué no pienso. La verdad es que todos nos llevamos sorpresas, porque cada uno es un mundo y, sin querer vivir «encerrados en nuestro propio mundo» lo vamos creando con nuestras decisiones y con nuestros «misterios personales». Cada uno, con su historia, es alguien más allá de la imagen. Pero es tan importante…

Y tú, DE QUÉ VAS POR LA VIDA. Jesús de Nazaret, llamado el Cristo, también FUE POR LA VIDA. Algunos decían que era un judío, otros que un profeta, otros que Elías, otros que… y de vez en cuando, alguien era capaz de enlazar con su misterio más íntimo y personal. Por eso, cuando Jesús se sentía conocido como Persona, daba gracias a Dios. «Eso no te lo ha podido contar nadie, sino mi Padre.»

¿Tú de qué vas? ¿Quién es capaz de contar tu misterio?

¿Llamados… ?


Jesús miró al joven y le amó. Le dijo: «Una cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Pero el joven no tuvo confianza; tuvo miedo porqu ehabía puesto su seguridad en las riquezas. Y por que tenía mucho, se marchó triste.

La llamada es una invitación: «Ven y sígueme.» En principio no es una invitación a la generosidad, sino a un reencuentro con el amor. Luego la persona encuentra a otros que son llamadso también, y comienzan a vivir en comunidad.

He conocido cierto número de personas que, viendo una comunidad, han sentido interiormente y con una gran certeza que su felicidad estaba allí, aun cuando nada les atraía en la comunidad: ni los miembros, ni el modo de vida, ni el lugar. Por tanto, sabían que su lugar era ése.

Este tipo de experiencia es muy a menudo una auténtica llamada de Dios, que deberá ser confirmada, por supuesto, en la comunidad durante un tiempo de prueba.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p 83)

¿Signos de salud comunitaria?


Cuando las personas rehúsan ir a las reuniones y no hay lugar para el diálogo, cuando tienen miedo de expresar lo que sienten y el grupo está dominado por una fuerte personalidad que se impide la libertad de expresión, cuando en lugar de participar en las actividades comunitarias se úye hacia actividades exteriores, la comunidad está en peligro; no es ya una «casa propia» sino un hotel-restaurante. Cuando las personas de una comunidad no están contetas de estar juntas, de vivir, de rezar, de actuar juntas, sino que buscan constantemente compensaciones en el exterior, cuando hablan de otro tiempo de sí mismas y de sus dificultades más que su ideal de vida y de la manera de responder a gritos de los pobres, hay un signo de muerte.

Cuando una comunidad tiene buena salud, es un polo de atracción. Los jóvenes se comprometen con ella y los visitantes se sienten a gusto. Cuando una comunidad empieza a tener miedo de acoger a visitantes y a personas nuevas, cuando empieza a establecer tantas restricciones, a reclamar tantas garantías que prácticamente no puede venir nadie más, cuando empieza a expulsar de su seno a las personas más débiles y difíciles, a los ancianos, a los enfermos, etc., es mala señal. Ya no es una comunidad; se convierte en un equipo de trabajo más o menos eficaz.

También es mala señal cuando una comunidad busca estructurarse de modo qeu tenga una seguridad total respecto al povenir, por ejemplo cuando tiene mucho dinero en el banco. Poco a poco elimina todos los elementos de riesgo y ya no necesita la ayuda de Dios. Deja de ser pobre.

La salud de una comunidad se revela a través de la forma de acoger a los visitantes inesperados o al pobre, a través de la alegría y de la sencillez de los miembros entre sí, a través de su confianza en los momentos difíciles, a través de una cierta creatividad para responder a las necesidades de los pobres. Se revela sobre todo a través del amor y de la fidelidad a los fines esenciales de la comunidad: la presencia ante Dios y ante los pobres.

Para una comunidad es importante descubrir en sí misma las señalse de su desvenencia o de su profundización. De vez en cuando la comunidad tiene que preguntarse para saber en qué momento se encuentra. Esto no siempre es fácil, pues es necesario aprender a pasar por las pruebas, incluso frente a señales de vida y de muerte, que es necesario discernir.

¿Por qué este conflicto en mi corazón?


Siempre existe un conflicto en nuestros corazones, siempre existe un alucha entre el orgullo y la humildad, el odio y el amor, el perdón y el no querer perdonar, la verdad y la mentria, la apertura y la cerrazón. todos caminamos por la senda de la liberación hacia l aunidad interior y la sanación.

Cuando las barreras comienzan a caer, nuestro corazón se revela con toda su belleza y sufrimiento. El corazón, como consecuencia de las heridas y del pecado, está lleno de tinieblas y de la necesidad de vengarse, pero también es la morada de Dios: el templo del Espíritu. No debemos tener miedo de ese corazón vulnerable, atraído por la sexualidad, y capaz de albergar odio y envidias. No debemos buscar una evasión en el poder y el conocimiento, para encontrar nuestra propia gloria e independencia. Al contrario, tenemos que dejar que Dios ocupe su lugar, lo purifique e ilumine. A medida que la piedra de nuestra tumba se va corriendo, y nuestra misión revelando, descubrimos que somos amados y perdonados; entonces por el poder del amor y del Espíritu, el sepulcro se convierte en lugar de vida. El corazón revive en la pureza. Descubrimos, por la gracia de Dios, una vida nueva, nacida del Espíritu.

Este descenso a las profundidades del corazón es un túnel de sufrimietno pero también un aliberación de amor. Es doloroso cuando las barreras del egoísmo, de la necesidad de confirmarse y ser reconocido por su propia gloria, se mueven y caen. Es una liberación cuando el niño que está en nosotros renace y el adulto egoísta muere. Jesús dice que si no cambiamos y nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino. La revelación del amor es para ellos, y no para los sabios e inteligentes de este mundo.

Cuando vivimos de verdad según nuestro corazón, vivimos según el Espíritu que habita en nosotros. Vemos a los otros como Dios los ve, vemos sus heridas y sus sufrimientos; pero no los consideramos un problema. Vemos a Dios en ellos. Pero cuando empezamos a vivir así, sin la protección de las barreras, nos volvemos muy vulnerables y pobres. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.» Esta pobreza se transforma en nuestra riqueza, pues, a partir de ese momento, no vivimos ya por nuestra propia gloria, sino por el amor y el poder de Dios que se manifiesta en la debilidad.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p39-40)