No quiero ser soberbio presumiendo de humilde, pero de esto sé un poco. Quizá no mucho, la verdad. Aunque no puedo hacerme el ignorante. Que la adolescencia amplia sus límites y se está hundiendo en la infancia y extrapolándose hacia los tiempos que fueron de primera madurez, lo verifican las ciencias con sus herramientas, tanto las psicológicas como las sociológicas, y las pedagógicas por su lado. Unas a otras se van contando los experimentos y sus conclusiones. No creo que anden contaminándose e interfiriéndose. Porque también lo afirma el sentido común y la experiencia. Algo ocurre cuando los niños no juegan a ser mayores, sino que se creen mayores, y los adultos prefieren tiempos pasados de más efervescencia sentimental y pocas responsabilidades que cargar sobre sus hombros. ¡Algo pasa! Huelga decir entonces que no hablo de adolescentes, en cuyo caso lo encontraría normal. Ni tampoco de niños. Sino de la vida adulta, donde deberíamos entrar la mayoría de los lectores y escritores de este tipo de cosas que corren por la red.
Por este fenómeno, incorporado al ritmo del mundo desarrollado entre cosas, he preferido utilizar para el artículo el término «adolescentismo«, en lugar de «infantilismo», que está mucho más visto y denigra en exceso la infancia como tiempo de lo que vale para más bien poco. Además, en otros lugares doy muestras más que suficientes de mi aprecio de la adolescencia como época fundamental de la vida de la persona, que hay que aprovechar al máximo, al menos cuando era breve el espacio de tiempo que ocupaba. Ahora no tengo claro eso del «carpe diem» adolescente. Quizá sea más propio y sensato en la madurez. Delimito el campo a lo religioso, por cultivar también esa dimensión vital, no pocas veces olvidada, buscando iluminar. Otros han escrito de lo mismo implicándose en otros ámbitos. Pero lo religioso también se ve influido. Como de costumbre, a su pesar y sin querer. Viene impuesto por el ritmo de los tiempos, sin olvidarse de que la persona camina en su conjunto, a la vez.
Expongo algunas características que apremian, ante las que urge dar una respuesta. Pese a lo que pueda parecer en principio, reitero mi estima y valoración de la adolescencia, siempre y cuando se vea superada y pugne por ello del mejor modo posible. Por utilizar un número simbólico, me quedo con el siete bíblico.
- Autoafirmación permanente. La madurez espiritual se vive en relación de comunión, algo mucho más potente incluso que la intimidad y la vinculación de la que algunas veces hablamos. Su puerta no puede ser el yo que habla de sí mismo permanentemente sino la caridad hacia el hermano, en plenitud. Sin embargo, se ve imposibilitada, o envuelta en sueños, cuando se intenta lograr por vía de los propios esfuerzos. Se recibe como don en la medida en que se puede vivir una deslocalización y descentramiento real.
- Emotividad descontrolada. Durante la adolescencia es sabido que andamos inestables, con altos y bajos permanentes, motivados por casi cualquier cosa, no siempre previsibles ni comprensibles a la primera de cambio. Se trata de ejercitarse en la amplitud del corazón. Lo cual, religiosamente hablando, incorpora los afectos a la relación con el Señor en trato de amistad y con el Padre en cuanto a la protección principalmente. Algo impresionante, de lo que he sido testigo. Lo preocupante en ocasiones va de la mano de la carencia de razones que sustenten y apoyen lo que se vive, y una cierta despreocupación por entender y acoger preguntas que ayuden a madurar en la fe. Se consumen libros que perpetúan esta emotividad y se buscan experiencias en las que «sentirse bien», sólo cuando nos encontremos con disposición, fuerza y ganas. Los adolescentes religiosos hacen de sus sentimientos la lógica casi única de la presencia de Dios en sus vidas.
- Imaginación desbordada. Cultivado concienzudamente y con meticulosidad en un universo simbólico como el de los espíritus postmodernos, que han cedido el vigor de la palabra ante la ambivalencia y cautividad de la imagen. Imágenes sobran en nuestras sociedades, para todo sirven y se utilizan en todos los campos. Pero no hay tantas palabras. Se crean con ellas, aprovechando la técnica y medios actuales, historias en las que confundirse con sus personajes. Jóvenes que han sido preparados para contemplar, en lugar de vivir. Con el agravante, poco irónico, de fiarse en exceso de los datos que nos venden y de la realidad que impugnan con sus ensoñaciones. Si bien la imaginación es imprescindible en toda vida racional y emotiva, ante cualquier decisión práctica y valoración que hagamos, bajo el signo de la adolescencia se vuelve herramienta de exageración engañosa, de fantasía que tarde o temprano debe pasar, no sin conflicto y decepción, por la frustración y el fracaso de las expectativas. Permíteme sumar, en el acento último de este párrafo, que los jóvenes están excesivamente mediatizados, es decir, con imágenes que no son suyas y que dominan, que han sido compuestas para manipularles e incapacitar el desarrollo por sí mismos de éste y otros ámbitos. Pero lo dejo apuntado meramente, como acento más que como punto final.
- Yo más, y mejor aún. Pasar por el narcisimo de la adolescencia, sin morir en el intento. El mito griego de Narciso nos presenta un joven dotado de una gran belleza que, sin embargo, sólo es capaz de amarse a sí mismo, sin que ningún otro ser de este mundo sea digno de amarle. Un amor encerrado y ensimismado, prisionero, encarcelado, cautivo y presa de la riqueza de sí mismo. No se trata de la soberbia que se sitúa en el lugar alto que no le corresponde, usurpando incluso el lugar de Dios. Sino que lo propio del narcisismo apoya su actitud en la verdad, en exceso solitaria por el momento. Nadie es digno, a diferencia de uno, para contemplar, vivir, desear incluso la belleza. En Narciso la verdad también es parcial. La adolescencia religiosa, como he dicho en otra ocasión ya, busca llamar la atención y ser mirada por encima del resto en la cualidad que le pueda ser propia, y hacer de eso el centro de todo dado que encuentra allí algo de seguridad. El adolescente se pregunta por qué Dios le ama tanto, tanto, sin dejarle que le ame tanto, tanto. Unas veces porque no lo necesita, y otras, también es verdad, porque no se cree digno de ello. Que conste que pienso que esta segunda opción reviste mucho potencial educativo.
- Originalidad. ¿Te has dado cuenta de que los adolescentes se sienten únicos e irrepetibles aunque lleven la misma ropa que el resto del mundo, hablen como sus amigos, reproduzcan escrupulosamente los criterios de la sociedad de la que a su vez se sienten sometidos? ¡Claro que sí! ¡Cómo no verlo! Los ojos de la cara, con sus limitaciones, dan de sí lo suficiente como para constatarlo. La originalidad adolescente se parece mucho a la creatividad humana, al despligue de una capacidad tan potente como para transformar el mundo desde dentro. Todavía, en exceso pendiente de sus cosas, aunque sus deseos no tengan cabida en el mundo que pisan sus pies y en las cuatro paredes que le acogen permanentemente. Cuando alguien quiere ser original ante Dios, y busca este reconocimiento, olvida su vulnerabilidad y precariedad esencial. Está ante el Creador, queriendo una gloria que no le corresponde, y apropiándose un don que siempre es recibido y concedido. ¿De dónde le vienen al adolescente las ganas de ser original? También en esto convendría ser más cauteloso y prudente, dentro del ámbito religioso y de la iglesia. Porque puede provocar, sin querer, rupturas que ni él mismo entenderá años después simplemente por destacar, manifestarse presente, vivir ante otros como único e irrepetible.
- Inseguridad. ¿Es posible la fe cuando la persona no puede dominarse a sí misma, se tambalea y duda sin saber que duda por el mero hecho de dudar, carente de raíz, repleto de miedos? Sinceramente, sí. Aunque debe purificarse. Paso doloroso que causa pavor a los adolescentes religiosos, cuya fe en no pocas ocasiones, como también los padres, no es mucho más que el recurso de su incapacidad y el descubrimiento de sus límites. Además, parece más fácil prescindir de la fe y aceptar la precaridad humana, y en este sentido abandonarla, que mantener la tensión por vivir empujados y apoyados en los otros. Los adolescentes tienen en su misma forma de vivir sus inseguridades un reclamo alto para la fe verdadera. Quien se deja acompañar por Dios en su limitación, y sigue su camino, también se adentra poco a poco en esa purificación debida de una esperanza y amor que va impregnando definitivamente todos los demás ámbitos de la vida. El futuro es vocación. Incorporarse a la sociedad, con lo que implica de relación y aceptación, atravesar las puertas del Reino. Y lo ético se reviste de estética y mística. La oportunidad queda brindada en la misma estructura de la inseguridad, que inicia la fe, aunque puede llegar a agotarla cuando no tiene signos, cuando no encuentra ni hace pie en el mar de la Iglesia o de la propia vocación, cuando no potencia la confianza que se convierte en acción y se transforma en ligazón religiosa. ¿Cómo no tener miedo ante Quien pide la vida porque la ha dado primero, cómo no sentir inseguridad y querer creer ante Quien promete una plenitud cumplida en su persona y otros que le han seguido hasta el final? Insisto, considero que sólo puede ser el inicio de la fe, que debe pasar a la alegría y a llenarlo todo, iluminarlo todo. Un adolecente quiere que todo sea perfecto, que la plenitud sea fácil y sencilla.. y lo siento, pero no es así, y menos en el mundo de la fe real, con sus noches reales.
- La séptima la dejo a tu parecer. Habrá más, muchos signos de este. Se me ocurren al menos otros tres: el secretismo y el intimismo, la falta de experiencia y objetividad, o la consideración del presente en exceso por falta de pasado digno de ser recordado e ignorancia del futuro que puede esperarle.
Lo escrito, escrito está para ayudar. He omitido palabras que pudieran servir, a modo de ejemplos, para concretar más. No está en mi intención desvelar en exceso de modo que alguien pueda sentirse acusado y menospreciado en mi entorno. Pase lo que pase, incluso en aquellos que se viven a sí mismos como meros adolescentes religiosos siempre ya universitarios, trabajadores, emprendiendo noviazgos serios, casados y con hijos incluso… sea quien sea y esté como esté, creo firmemente que la mejor de las opciones posibles requiere acogida y cariño incondicional, invitación ésta que antecede siempre a la propuesta del siguiente paso, por mucho que lo conozcamos y queramos que se dé cuanto antes.