Adolescentismo


No quiero ser soberbio presumiendo de humilde, pero de esto sé un poco. Quizá no mucho, la verdad. Aunque no puedo hacerme el ignorante. Que la adolescencia amplia sus límites y se está hundiendo en la infancia y extrapolándose hacia los tiempos que fueron de primera madurez, lo verifican las ciencias con sus herramientas, tanto las psicológicas como las sociológicas, y las pedagógicas por su lado. Unas a otras se van contando los experimentos y sus conclusiones. No creo que anden contaminándose e interfiriéndose. Porque también lo afirma el sentido común y la experiencia. Algo ocurre cuando los niños no juegan a ser mayores, sino que se creen mayores, y los adultos prefieren tiempos pasados de más efervescencia sentimental y pocas responsabilidades que cargar sobre sus hombros. ¡Algo pasa! Huelga decir entonces que no hablo de adolescentes, en cuyo caso lo encontraría normal. Ni tampoco de niños. Sino de la vida adulta, donde deberíamos entrar la mayoría de los lectores y escritores de este tipo de cosas que corren por la red.

Por este fenómeno, incorporado al ritmo del mundo desarrollado entre cosas, he preferido utilizar para el artículo el término «adolescentismo«, en lugar de «infantilismo», que está mucho más visto y denigra en exceso la infancia como tiempo de lo que vale para más bien poco. Además, en otros lugares doy muestras más que suficientes de mi aprecio de la adolescencia como época fundamental de la vida de la persona, que hay que aprovechar al máximo, al menos cuando era breve el espacio de tiempo que ocupaba. Ahora no tengo claro eso del «carpe diem» adolescente. Quizá sea más propio y sensato en la madurez. Delimito el campo a lo religioso, por cultivar también esa dimensión vital, no pocas veces olvidada, buscando iluminar. Otros han escrito de lo mismo implicándose en otros ámbitos. Pero lo religioso también se ve influido. Como de costumbre, a su pesar y sin querer. Viene impuesto por el ritmo de los tiempos, sin olvidarse de que la persona camina en su conjunto, a la vez.

Expongo algunas características que apremian, ante las que urge dar una respuesta. Pese a lo que pueda parecer en principio, reitero mi estima y valoración de la adolescencia, siempre y cuando se vea superada y pugne por ello del mejor modo posible. Por utilizar un número simbólico, me quedo con el siete bíblico.

  1. Autoafirmación permanente. La madurez espiritual se vive en relación de comunión, algo mucho más potente incluso que la intimidad y la vinculación de la que algunas veces hablamos. Su puerta no puede ser el yo que habla de sí mismo permanentemente sino la caridad hacia el hermano, en plenitud. Sin embargo, se ve imposibilitada, o envuelta en sueños, cuando se intenta lograr por vía de los propios esfuerzos. Se recibe como don en la medida en que se puede vivir una deslocalización y descentramiento real.
  2. Emotividad descontrolada. Durante la adolescencia es sabido que andamos inestables, con altos y bajos permanentes, motivados por casi cualquier cosa, no siempre previsibles ni comprensibles a la primera de cambio. Se trata de ejercitarse en la amplitud del corazón. Lo cual, religiosamente hablando, incorpora los afectos a la relación con el Señor en trato de amistad y con el Padre en cuanto a la protección principalmente. Algo impresionante, de lo que he sido testigo. Lo preocupante en ocasiones va de la mano de la carencia de razones que sustenten y apoyen lo que se vive, y una cierta despreocupación por entender y acoger preguntas que ayuden a madurar en la fe. Se consumen libros que perpetúan esta emotividad y se buscan experiencias en las que «sentirse bien», sólo cuando nos encontremos con disposición, fuerza y ganas. Los adolescentes religiosos hacen de sus sentimientos la lógica casi única de la presencia de Dios en sus vidas.
  3. Imaginación desbordada. Cultivado concienzudamente y con meticulosidad en un universo simbólico como el de los espíritus postmodernos, que han cedido el vigor de la palabra ante la ambivalencia y cautividad de la imagen. Imágenes sobran en nuestras sociedades, para todo sirven y se utilizan en todos los campos. Pero no hay tantas palabras. Se crean con ellas, aprovechando la técnica y medios actuales, historias en las que confundirse con sus personajes. Jóvenes que han sido preparados para contemplar, en lugar de vivir. Con el agravante, poco irónico, de fiarse en exceso de los datos que nos venden y de la realidad que impugnan con sus ensoñaciones. Si bien la imaginación es imprescindible en toda vida racional y emotiva, ante cualquier decisión práctica y valoración que hagamos, bajo el signo de la adolescencia se vuelve herramienta de exageración engañosa, de fantasía que tarde o temprano debe pasar, no sin conflicto y decepción, por la frustración y el fracaso de las expectativas. Permíteme sumar, en el acento último de este párrafo, que los jóvenes están excesivamente mediatizados, es decir, con imágenes que no son suyas y que dominan, que han sido compuestas para manipularles e incapacitar el desarrollo por sí mismos de éste y otros ámbitos. Pero lo dejo apuntado meramente, como acento más que como punto final.
  4. Yo más, y mejor aún. Pasar por el narcisimo de la adolescencia, sin morir en el intento. El mito griego de Narciso nos presenta un joven dotado de una gran belleza que, sin embargo, sólo es capaz de amarse a sí mismo, sin que ningún otro ser de este mundo sea digno de amarle. Un amor encerrado y ensimismado, prisionero, encarcelado, cautivo y presa de la riqueza de sí mismo. No se trata de la soberbia que se sitúa en el lugar alto que no le corresponde, usurpando incluso el lugar de Dios. Sino que lo propio del narcisismo apoya su actitud en la verdad, en exceso solitaria por el momento. Nadie es digno, a diferencia de uno, para contemplar, vivir, desear incluso la belleza. En Narciso la verdad también es parcial. La adolescencia religiosa, como he dicho en otra ocasión ya, busca llamar la atención y ser mirada por encima del resto en la cualidad que le pueda ser propia, y hacer de eso el centro de todo dado que encuentra allí algo de seguridad. El adolescente se pregunta por qué Dios le ama tanto, tanto, sin dejarle que le ame tanto, tanto. Unas veces porque no lo necesita, y otras, también es verdad, porque no se cree digno de ello. Que conste que pienso que esta segunda opción reviste mucho potencial educativo.
  5. Originalidad. ¿Te has dado cuenta de que los adolescentes se sienten únicos e irrepetibles aunque lleven la misma ropa que el resto del mundo, hablen como sus amigos, reproduzcan escrupulosamente los criterios de la sociedad de la que a su vez se sienten sometidos? ¡Claro que sí! ¡Cómo no verlo! Los ojos de la cara, con sus limitaciones, dan de sí lo suficiente como para constatarlo. La originalidad adolescente se parece mucho a la creatividad humana, al despligue de una capacidad tan potente como para transformar el mundo desde dentro. Todavía, en exceso pendiente de sus cosas, aunque sus deseos no tengan cabida en el mundo que pisan sus pies y en las cuatro paredes que le acogen permanentemente. Cuando alguien quiere ser original ante Dios, y busca este reconocimiento, olvida su vulnerabilidad y precariedad esencial. Está ante el Creador, queriendo una gloria que no le corresponde, y apropiándose un don que siempre es recibido y concedido. ¿De dónde le vienen al adolescente las ganas de ser original? También en esto convendría ser más cauteloso y prudente, dentro del ámbito religioso y de la iglesia. Porque puede provocar, sin querer, rupturas que ni él mismo entenderá años después simplemente por destacar, manifestarse presente, vivir ante otros como único e irrepetible.
  6. Inseguridad. ¿Es posible la fe cuando la persona no puede dominarse a sí misma, se tambalea y duda sin saber que duda por el mero hecho de dudar, carente de raíz, repleto de miedos? Sinceramente, sí. Aunque debe purificarse. Paso doloroso que causa pavor a los adolescentes religiosos, cuya fe en no pocas ocasiones, como también los padres, no es mucho más que el recurso de su incapacidad y el descubrimiento de sus límites. Además, parece más fácil prescindir de la fe y aceptar la precaridad humana, y en este sentido abandonarla, que mantener la tensión por vivir empujados y apoyados en los otros. Los adolescentes tienen en su misma forma de vivir sus inseguridades un reclamo alto para la fe verdadera. Quien se deja acompañar por Dios en su limitación, y sigue su camino, también se adentra poco a poco en esa purificación debida de una esperanza y amor que va impregnando definitivamente todos los demás ámbitos de la vida. El futuro es vocación. Incorporarse a la sociedad, con lo que implica de relación y aceptación, atravesar las puertas del Reino. Y lo ético se reviste de estética y mística. La oportunidad queda brindada en la misma estructura de la inseguridad, que inicia la fe, aunque puede llegar a agotarla cuando no tiene signos, cuando no encuentra ni hace pie en el mar de la Iglesia o de la propia vocación, cuando no potencia la confianza que se convierte en acción y se transforma en ligazón religiosa. ¿Cómo no tener miedo ante Quien pide la vida porque la ha dado primero, cómo no sentir inseguridad y querer creer ante Quien promete una plenitud cumplida en su persona y otros que le han seguido hasta el final? Insisto, considero que sólo puede ser el inicio de la fe, que debe pasar a la alegría y a llenarlo todo, iluminarlo todo. Un adolecente quiere que todo sea perfecto, que la plenitud sea fácil y sencilla.. y lo siento, pero no es así, y menos en el mundo de la fe real, con sus noches reales.
  7. La séptima la dejo a tu parecer. Habrá más, muchos signos de este. Se me ocurren al menos otros tres: el secretismo y el intimismo, la falta de experiencia y objetividad, o la consideración del presente en exceso por falta de pasado digno de ser recordado e ignorancia del futuro que puede esperarle.

Lo escrito, escrito está para ayudar. He omitido palabras que pudieran servir, a modo de ejemplos, para concretar más. No está en mi intención desvelar en exceso de modo que alguien pueda sentirse acusado y menospreciado en mi entorno. Pase lo que pase, incluso en aquellos que se viven a sí mismos como meros adolescentes religiosos siempre ya universitarios, trabajadores, emprendiendo noviazgos serios, casados y con hijos incluso… sea quien sea y esté como esté, creo firmemente que la mejor de las opciones posibles requiere acogida y cariño incondicional, invitación ésta que antecede siempre a la propuesta del siguiente paso, por mucho que lo conozcamos y queramos que se dé cuanto antes.

Una de libros


Llegan días en los que más de uno podemos disfrutar de algún que otro rato de tiempo libre y ocio, que conviene sobrecargar y llenar con muchas cosas. Seguro que somos muchos los que, desgraciadamente, tenemos que aparcar libros en un rincón a la espera de tiempos propicios para su lectura resposada y tranquila. Por dos motivos normalmente: bien porque estemos en contacto con mucha cultura y nos gustaría estar permanentemente al día, y se amontonan los libros buenos fruto de buenos pensadores y escritores, o bien porque no tengamos tiempo ni siquiera para lo poco que llega a nuestras manos, previamente seleccionado por alguien que sí puede estar al día de todo este movimiento interno e inherente a nuestra cultura. Sea como sea, prefiero y no puede ser de otro modo, el primer caso. Aunque me valgo de buenos amigos que disfrutan de más posibilidades y tiempo que yo. A los cuales, dicho sea de paso, les considero verdaderos privilegiados de los tiempos modernos y del desarrollo cultural.

Me permito recomendar, entremezcladamente, algunos buenos libros que he podido disfrutar últimamente. Sin ánimo de hacer una lista exhaustiva, los enumero sin criterio alguno de orden:

  1. LA LÓGICA DEL DON. Francesc Torralba. Un libro dedicado al estudio de la felicidad como donación de uno mismo. Sin duda, una reflexión más que interesante que nos pone en la pista de la comprensión de la persona y de la sociedad desde un punto de partida directamente
  2. DICCIONARIO DE LOS SENTIMIENTOS. J. A. Marina y M. López Penas. Personalmente, es uno de mis textos de referencia para múltiples momentos en la escuela. Estructurado bellamente, en torno a familias de sentimientos, resulta fácil y cómodo investigar el origen de las palabras que ponen nombre a esas sensaciones y emociones internas. Una reflexión que ayuda a entender y asumir, y sobre todo a diferenciar sin confusión ese mundo complejo, dinámico y abierto.
  3. METAFÍSICA. Paul Gilbert. Se ha traducido y editado en español el curso de metafísica de este profesor de la U. P. Gregoriana de Roma. Para quienes estén intersados, aunque comprendo que no sean muchos, en esta disciplina o teman perderle miedo, considero que es una excelente obra. Recomiendo este libro porque, dados los tiempos en los que vivimos, encerrados en lo práctico y lo superficial no pocas veces, sin reflexión interesante y profunda sobre el hombre y el mundo, en torno al ser, el texto de Gilbert nos despierta a las diferentes perspectivas y hace su apuesta seria e intensa desde la apertura y la acogida del ser.
  4. DECIDIR SEGÚN DIOS. Jacques Fédry. Pasando a lo práctico y concreto, aquí encontrarás, a lo ignaciano, un libro para la paciencia, la reflexión y el aprendizaje. Me quedo con los doce momentos de una buena decisión, anotados en breves capítulos. Hermoso, claro y actual. Para no dejarse llevar por la rutina, para acoger la humanidad y la libertad en el sentido más pleno en lo humano y en lo religioso.
  5. MEDITACIONES. Marco Aurelio. Hay libros de los que nunca, gracias a Dios, me libraré. El otro día, preparando una de las clases de filosofía, sobre el estoicismo, recuperé de un rincón de mi biblioteca esta maravillosa obra que no hace tanto que me regalaron por primera vez. Ya tengo dos ediciones, y pronto llegará la tercera. Escrito en párrafos de diferente extensión, agrupados en libros (capítulos) desde pequeñas reflexiones tomadas a lo largo de toda la vida de este emperador. Sin duda, un libro actual después de 1900 años.
  6. HUID DEL ESCEPTICISMO. Christopher Derrick. Lo compré por el título, sin saber de quién era ni de qué iba exactamente. Miré el año, 1977, y me pareció antiguo. Al comenzar a leerlo, reconozco que no me agradó excesivamente tanta literatura mezclada con el interés de describir el escepticismo y proponer alternativas. Un tanto personal, casi biográfico en algunos casos, narrando sucesos e ideas. Me terminó enganchando el capítulo cuarto, «El escepticismo y los profesores», y entregaría a más de uno la reflexión de los capítulos 6 y 9. Ahí lo dejo… Si los lees, me gustaría reproducir algún diálogo, de los que cuenta en libro.
  7. EL SILENCIO DE DIOS Y LA REVELIÓN DEL HOMBRE. Juan Antonio Merino. De las idas y venidas de la filosofía del último siglo y medio sabemos mucho. O bastante. Sobre todo en cuanto a la religión. Desde esta obra se ofrece una lectura creyente del paso de tantos filósofos por el abandono de Dios, su silencio propiciado y buscado con diversos intereses, pero fundamentalmente se adentra en el hombre y en sus búsquedas.
  8. TEOLÓGICA (1-3). Von Balthasar. Con estos tres volúmenes he continuado mi lectura de las grandes obras de von Balthasar, después de la Teodramática y de los Escritos Teológicos. Aplicando criterios cinematográficos, no es un texto para todos los públicos. Sin embargo, entiendo que hay referencias que no se pueden perder. Parte de una gran reflexión filosófica sobre la verdad, se aproxima a cómo podemos conocer a Dios y qué podemos saber de él desde su misma revelación, y cierra con la interesante teología del Espíritu en su tercer volumen.
  9. ETTY HILLESUM. Paul Lebeau. Un libro espiritual, que ordena y compone, a partir de los mismos escritos de Etty, su propia aventura espiritual hasta su final en el campo de concentración de Auschwitz. Dos años intensos que aproximan a esta mujer a la más alta cumbre, desde la que puede divisar y anunciar un amor enorme, un perdón incalculable y una misericordia infinita. Para quien le agrade leer, y dejarse interpelar fuertemente.
  10. LAS PALABRAS DE LA CRUZ. Andrea Riccardi. Como soy animal de costumbres, desde 2004, releo este pequeño libro en Semana Santa. Son unas sencillas meditaciones sobre la Pasión en los evangelios. Para quien no lo conozca y no disponga de mucho tiempo, ahí queda la referencia. Personalmente, me resultan muy nutritivas y renovadoras. No descarto, por otro lado, pasarme a un libro diferente en breve.

No soy muy de novelas, como puedes ver. Alguna que otra poesía puede caer, pero libros enteros no. Aún así, espero tus recomendaciones. Sin duda, puedes ser de esos amigos que ayuden a filtrar lo mucho bueno que tenemos a nuestra disposición y que quizá ni conozcamos. ¿Algún libro reciente?

Combatir las distracciones


El título no dice nada especial a cualquiera que haya intentado alguna vez en su vida centrarse en algo concreto y alcanzar con su voluntad un fin determinado. Si no existen deseos por lograr algo, lo que sea, no aparecerán las distracciones.

Esta entrada del blog no la escribo exclusivamente bajo el prisma de la endiosada productividad, sino en ayuda de la libertad y de la voluntad humana. Sea cual sea el objetivo vital fijado, sea personal o sea recibido, la gestión de las distracciones juega un papel fundamental en el proceso. Y pueden ser incluso comprendidas para el bien. O dicho con palabras de la espiritualidad cristiana, si no hemos entrado en combate contra todo cuanto nos destruye, es porque estamos siendo sus principales aliados.

  1. Determinar objetivos alcanzables, o en su defecto cuando el objetivo es inalcanzable de una sola vez, desgranar actividades realizables en plazos de tiempo concretos. Es decir, establecer un plan que permita hacer un seguimiento. Por ello son famosas las listas dobles, con objetivos A (largo plazo) y objetivos y acciones B (corto plazo) priorizadas.
  2. Permitir que aparezcan las distracciones, superando la dispersión, esto es, colocar en el horizonte un fin supone haber decidido más allá del azar y de las acciones que carecen de razón y justificación. En la medida en que controlamos nuestra voluntad para que no se convierta en débil, voluble y veleidosa, surgen también sus dificultades. Hasta ese momento, cuando no había camino definido, todo podía ser comprendido como normal y lo propio del momento. Sin voluntad, no se conocen las distracciones.
  3. Comenzar la tarea y la actividad sabiendo qué tenemos que hacer y de cuánto tiempo disponemos para ellas. Igualmente, disponer de los medios necesarios para no buscarlos ocupando el tiempo de la actividad. Como todo, requiere aprendizaje y capacidad para ejercitarnos a nosotros mismos. Por lo tanto, superar las primeras adversidades es crucial. Dos aspectos son de gran ayuda en este sentido: ser prudente (por lo bajo) al inicio, de modo que los objetivos sean alcanzables y exista gratificación y crezca la motivación interna; y ser paciente (por lo alto) para no caer en desolación antes de tiempo.
  4. Aceptar las distracciones, sobre todo al inicio, recuperando lo antes posible el camino que habíamos emprendido. No podemos pensar que seremos «puros», sin perder atención. Es más, hay que meter en agenda que ocurrirán distracciones, de modo que el trabajo inicial al respecto se encamina principalmente a minimizar su impacto. ¿Cómo hacerlo?
  5. Conocernos a nosotros mismos, en cantidad de distracciones, en su motivo y finalidad, y en la frecuencia de las mismas. Durante una semana te propongo que tengas a tu disposición una lista a mano en la que ir escribiendo sobre ellas cada vez que aparezcan, poniendo indicación de las mismas cuantas veces se repitan.
  6. Alejarnos de las mismas, lo máximo posible. Crear un entorno donde no aparezcan distracciones es una utopía irrealizable. En tanto lo externo sea un medio facilitador para que nos centremos en el fin que hemos determinado, aparecerán otras muchas, más difíciles de combatir, que podemos llamar internas. Las cuales provendrán de los pensamientos, de los sentimientos y de las preocupaciones de la vida. Lo cual no significa que poner los medios para que lo externo nos ayude, no sea de gran relevancia e importancia.
  7. Respecto a las distracciones interiores, conviene no perder la paz. Cuando nos desasosegamos, lo único que conseguimos lograr es dar más importancia a las distracciones, de modo que ellas son el centro y no la tarea y el objetivo. Por lo tanto, sin perder mucho tiempo, volver a lo de antes. Y también, como medio de ayuda, convendría hacer un sencillo parón para desear lo mejor y no querer que se repita nuevamente.
  8. La austeridad viene en ayuda de nuestra debilidad. A más, mayores son las posibilidades de las distracciones. A menos, menos son. La lógica es aplastante. Si estamos rodeados de muchas cosas, no podremos evitar ir de un sitio a otro, o de una tarea a otra. Y más en la sociedad en la que nos movemos, que es multitarea y hay que estar disponible siempre. Por austeridad concreta entiendo que, para hacer bien una tarea, hay que desconectar el móvil en la medida de lo posible, que separarnos de todo aquello que no sea propiamente la actividad que llevamos entre manos, que buscar un espacio propicio donde no aparezcan continuamente interrupciones de otras personas. Aunque también podríamos hablar de una austeridad previa, como no escuchar música, no leer noticias, no darle al pensamiento motivos para volar. Llegar, por tanto, lo más «limpios posibles» de ingerencias internas y externas.
  9. Cultivar el silencio, como actitud vital. De lo anterior se deriva directamente, pero me parecía importante señalarlo dándole la suficiente preponderancia y equiparándolo al resto. Somos productivos en silencio, salvo que seamos músicos. E incluso los músicos, para inspirarse y mirar el futuro, también lo necesitan. Cuánto más entonces quienes nos dedicamos a otros menesteres diferentes. Corren tiempos en los que para percibir, hasta nuestras propias palabras y ser capaces de distinguirlas de otras, hace falta reservar un tiempo propicio para ejercitarse en esta actitud.
  10. El silencio trae consigo más de un enemigo con el que combatir. Y nos brinda la sublime oportunidad de reconciliar nuestra vida. Ante su luz y esplendor, vemos nuestras pasiones y temores. Por lo que también pide conciliación interna. Hay que buscar un medio más, como pueda ser el trato con el Señor, la oración y el perdón.

Sentir la pertenencia y la relación


Teóricamente, todos tenemos claro que formamos parte de una sociedad que nos supera, que nos antecede y que continuará después de nosotros mismos y al margen del esfuerzo que podamos aportar. Pertenecemos, por otra parte, no sólo a esta cultura y pueblo, sino que también estamos inmersos en una familia, un grupo de amigos, una clase en la que recibimos privilegios, una parte de un mundo dividido por la riqueza y grandes injusticias, y a otros grupos más pequeños. Un sinfín de «participaciones», diversas entre ellas, convergentes e incluso divergentes. Somos irremediablemente «parte de«. Y esta relación no puede entenderse como parte respecto a un todo; también constituye una dimensión esencial de nuestra propia vida y existencia.

La comprensión de nuestra participación puede suscitar una cierta responsabilidad y criterio, liberarnos para que podamos otorgar en dichas instituciones lo mejor que tenemos. Pero la participación intelectual, claramente se convierte en insuficiente, y no nos revela el alcance de la misma. Si constitutivamente somos «parte de», signfica de primera mano algo más que pura necesidad, transciende esta situación para hacernos ver y sentir cómo somos, por lo que podemos asomarnos a una primera vocación que está inscrita en nuestro ser. Somos llamados a la comunión y a la relación. Algo que más que pensar, debemos sentir, a lo que abrir el corazón, por lo que dejarnos tocar, en lo que estar implicados por entero.

Te propongo, en este sentido, cuatro ejercicios sencillos para sentir tu pertenencia a aquellos grupos que ahora mismo seas capaz de identificar, y que puedan servirtete además para reconocer cuál es el grado de implicación que tienes en ellos:

  1. Comenzar dibujando círculos sociales. Y poniendo dentro de los mismos cruces o signos según lo vivido. Cuánto más grande sea el signo, más te verás implicado dentro del mismo. Cada signo que dibujes, que sea por algo especial acontecido que tenga para ti una importancia grande hoy. Al mismo tiempo, busca también un signo diferente para ver cuánto sufrimiento hay en ellos. También éstos signos te devolverán tu implicación de forma visual. Recuerda que la clave está en lo que estás sintiendo, más que pensando.
  2. ¿Qué harías por? Elige un grupo de personas que sean cercanas a ti. Y pregúntate qué harías, a diferencia de qué puedes hacer o qué es lo que haces. Se trata de soñar, de dejar rienda suelta a la imaginación y de comenzar a sentir de otra manera las relaciones. Puede que sea también una forma inimaginada de prepararse para algo que, si es posible, tocará el momento de concretar más adelante.
  3. Cosas que simbolizan, que traen personas a la memoria. Un paseo por tu casa, por tu habitación y entre tus cosas. En ellas, al menos en las importantes, hay huellas de personas que han pasado por tu vida y forman parte a día de hoy de ella. Un paseo con los ojos abiertos, para saber leer entre líneas, para rescatar los objetos ocultos y escondidos, y ponerlos en primer plano. Porque los símbolos son recuerdos, y algo más.
  4. Abrir álbunes de fotos. De esos en los que antes se revelaban los recuerdos y se ordenaban memorias. O de los nuevos en carpetas amarillas dentro del ordenador. Haz una pasada, y fíjate en quiénes te han rodeado, cómo te han cuidado y cómo les has cuidado. Lo que ha ocurrido, y cómo habéis cambiado. Las locuras hechas, los tiempos compartidos, las aventuras arriesgadas que habéis sabido afrontar en común y juntos, los ratos sincronizados por ambos para hacer lo típico, lo de siempre, lo de toda la vida una y otra vez. Han estado ahí, y tú eres en parte eso.

Sentir no es pensar. Sentir es abrir el corazón, dejar que aflore la vida. Y reconocer al mismo tiempo las alegrías y las tristezas. También de la humanidad en general, de nuestra sociedad, de nuestra familia. Puedes, si quieres, hacer lo mismo con el telediario, con las noticias que llegan de otros lugares del mundo, de la sociedad en la que vivimos. A diferencia de abrir «canales» para conocer, sentir nos pone en movimiento y responsabiliza, nos descubre que no estamos solos y que podemos y debemos aportar algo diferente. Sentir que formamos parte, y tomar las riendas, impide que nos justifiquemos alegremente como si «ellos» y «yo» fuéramos algo distinto al «nosotros». Sin enfrentamientos, arremangarse para dar pasos y avanzar, acrecentando. Para tender lazos, cada vez más humanos, sin despersonalizar ni deshumanizar el mundo en el que vivimos. Sea directamente en el trabajo o en la clase donde estudio, sea en la calle por la que paseo, sea en la ciudad en la que vivo. Abrir los ojos, y mirar con atención, prestando oídos y tiempo a lo que sucede. Sin duda, entre sentir y conocer la distancia crecientemente cultivada en nuestra cultura se debe a la necesidad de protección, a las falsas seguridades, a la autonomía mal pensada e independiente.

Dejar en libertad


Dejar en libertad es un acto de amor. Sin el cual, nadie podrá descubrir nunca la capacidad que tiene para mover su vida, encaminar sus pasos, dirigirse a sí mismo. Es decir, que el amor precede a la libertad. Un amor que puede entenderse al principio como educativo, y que llega un tiempo en el que, para ser un amor pleno, debe dejar libre, soltar amarras, liberarse y esperar. Sólo desde el amor es posible tal desprendimiento, semejante reconocimiento del otro en su grandeza. No hay libertad impuesta, como tampoco amor obligado. Y cuando ambos se combinan falsamente se producen dependencias, relaciones en las que determinamos la vida de los otros entendiendo que somos la causa de su vida. El amor, por el contrario, cuando es auténtico y ama por entero, deja libre. Con el riesgo, la exigencia y la confianza que éste conlleva. Rompiendo lazos con la seguridad y la manipulación, con la posesión egoísta del otro y purificando la relación. Éste es un camino tan largo, como la vida. Siempre atentos, siempre a la escucha, siempre cordiales e inteligentes al mismo tiempo, sin dejar de hacer aquello que creemos que debemos hacer, sin dejar de decir lo que pensamos, y sin tener la última palabra. Por lo tanto:

  1. Liberarme a mí mismo, liberando a otros. Porque el amor vincula y une, bajo un signo muy distinto al del yugo afectivo o al chantaje o a la necesidad. Reconocer que puedo liberar a otros, implica darme cuenta de mis propias ataduras. Su libertad y la mía propia están entrelazadas para poder crecer o disminuir.
  2. No puede confundirse con abandonar ni alejarse. Dejar en libertad y soltar en medio de un desierto poblado de ahullidos no conduerdan. Dejar en libertad supone una distancia moderada por el amor, administrada rectamente. No una distancia a toda costa, bajo cualquier concepto y forzada. Ni es contraria a la proximidad entre los hombres. Porque libertad e independencia y desprotección no son lo mismo.
  3. Somos insuficientes, llamados a completarnos. Pero no con cosas, y mucho menos con personas tratadas como cosas. Sólo el otro, otra persona, Otro al estilo de Dios puede acercanos a la vida que creemos estar necesitando. Lo cual supone, de partida, amar también nuestra propia insuficiencia sin querer llenar vacíos con la obligando a otros a estar junto a nosotros.
  4. Aceptar la escucha, como superación de la obediencia. Quizá nunca se produzca un trato igualitario y simétrico en determinadas relaciones. El padre, el profesor, no pueden dejar de ser tales ante sus hijos o alumnos. Sin embargo, se puede superar la relación de obligación hacia la libertad haciendo uso de la palabra como reconocimiento de la dignidad y capacidad del otro.
  5. Asumir que la debilidad y nuestros límites nos llevan en no pocas ocasiones a equivocarnos, a caer, a confundirnos, a errar. Y si esa es nuestra situación, cuando dejamos libres a otros, también debemos asumir esta precariedad de nuestra voluntad e inteligencia. Contemplarlo más allá de las pasividades. Y el mejor indicador de esta actitud, que deja libre sin separarse, nos conduce a tender la mano, a ofrecernos como apoyo para levantar a quien se haya caído, o para vestir con dignidad a quien sienta que la ha perdido. Sin duda, mucho más complejo esto que suprimir la libertad de los otros.
  6. Como en una casa, cuando el niño pasa a ser joven y se le entregan las llaves, de la misma manera, hay que compartir las herramientas suficientes como para que las claves de la existencia estén en manos de quienes queremos dejar en libertad. De lo contrario, de forma real, no metafórica, seguirán anclados a nosotros mismos. En el juego de la vida, las llaves son conocimiento, capacidad para hablar, reflexión, relaciones sólidas. Entregar las llaves es al mismo tiempo ofrecer la posibilidad de regresar, con libertad, a la casa y continuar dialogando.
  7. Para no caer en afirmaciones fáciles, esta actitud ejerce una cierta violencia sobre nosotros mismos, dejando ir a quienes así lo deseen pese a lo que queramos o nos agrade más, y un acto de generosidad difícilmente comparable. A todos nos gustaría que fuese todo según nosotros lo veos y percibimos, según nuestra manera de pensar y de sentir. Y eso nos lleva a no tener en cuenta otros puntos de vista, otros sentimientos, otras actitudes. De donde se deduce que, llevarse la contraria a uno mismo es de lo más propio y esencial que hay en el verdadero amor.
  8. Contradecir apropiaciones y seguridades. Llevarnos la contraria es de lo más educativo que hay. O dicho de otro modo, engrandece nuestra libertad asumiendo y abriendo campos a los que, quizá y muy seguramente, nunca nos atreveríamos a asomarnos.

Mirar al futuro, vivir el presente


La costumbre obliga a mirar al pasado, como si fuera lo único que realmente existiese. Ya sucedió, de algún modo, y podemos aprender de ello. Por eso investigamos en los libros, hacemos historia y guardamos recuerdos. Nos facilita enormemente la vida ir aprendiendo, poco a poco, a vivir en este pequeño mundo, y en este pequeño fragmento de toda su historia. Sin embargo, todos somos únicos. Y creemos que estamos aquí no de cualquiera manera, puestos por el azar o el destino, sino siendo libres, conquistando metas, haciendo elecciones, tomando rumbos y caminos que nos llevarán de un lugar a otro, que nos presentarán otras personas, que enriquecerán nuestra biografía. Mirar al pasado, insisto, considero que es imprescindible para saber vivir bien.

Lo anterior no implica, por otro lado, que toda la mirada del hombre, y mucho menos la más fuerte, sea esa. El futuro también aguarda y nos llama. Las grandes decisiones de la vida son también algo rompedoras, diferentes, arriesgadas y valientes. Las tesituras en las que somos capaces de encontrarnos, esos cruces de caminos sin resortes, sólo con un par de referencias, pero donde todo parece nuevo, nos enseñan la gran lección de la novedad de la existencia. De vez en cuando, una acontecimiento fuerte nos sacude para mostrar que «lo de siempre» y «seguir como hasta ahora», es insuficiente a todas luces, y revela al mismo tiempo realidades totalmente nuevas. Estaban ahí, delante de nuestras narices. Y no nos percatábamos. Hablo, como no puede ser de otro modo, de la irrupción de algo nuevo, rompedor y deslumbrante en nuestra propia historia. Que nos cuenta, nos narra, nos avisa, nos previene y nos anuncia algo. ¿Para qué estás en este mundo? No sólo por qué, mirando al pasado, sino para qué. ¿Quién está esperando por ti? ¿Dónde te puedes situar? ¿De qué modo vivir? ¿Cuánto has actuado ya, y cuánto de auténtico tiene todo esto? Cuando nos planteamos estas preguntas, estamos tocando el corazón del mundo. Muy cerca de Dios. Dios muy cerca de nosotros. Y el amor, la vida, la paz, lo auténtico, la verdad son exigencias que se convierten en lo mejor de todo. En lo único necesario. Y, cueste lo que cueste, hay que estar en su órbita.

A través de @Bn_Noticias he conocido el siguiente video, que ahora os paso. Es de esos mensajes que despiertan, que centran y que iluminan.

Si todos tuviéramos que sufrir un accidente aéro, una enfermedad grave, la pérdida de alguien cercano, o vivir un acontecimiento doloroso, lo primero que me saldría decir es que la vida es terriblemente injusta. Es inhumano vivir como persona. Aguardar el golpe  y la agresión de la existencia para darnos cuenta de la realidad, de la fragilidad y de la bondad del mundo, de nuestras enormes posibilidades para ser felices y para hacer felices a los demás, para centrarnos en lo único importane. Sin embargo, no lo pienso. No creo que sea así, aunque los casos más llamativos vayan por este camino. Lo que sí que diría es que vivimos un sueño del que hay que despertar, que estamos aletargados y necesitamos tiempo para desentumecer los huesos y los músculos, y movernos realmente. Pero no es necesario ni imprescindible algo tan trágico.

En este tiempo especial, tiempo fuerte, tiempo de gracia, que llamamos Cuaresma, la Iglesia insiste por activa y por pasiva en ser radicales y sinceros en algunas cuestiones que darían un tumbo a todo nuestro mundo:

  1. Centrar la mirada. El tiempo de preparación tiene sentido en tanto que nos encamina, nos entrena y nos enseña. Tonifica la vida. Vivir mirando al Hijo, al modo de Cristo Jesús. Poniendo en ello empeño. Porque la principio surgen agujetas, siempre viene la desorientación en un lugar nuevo, y sólo quien quiere estudiar sufre lo difícil que puede ser estar un par de horas seguidas pensando en lo mismo, con el corazón y la cabeza en aquello que llevamos entre manos. Pues si todo esto es importante, imagínate el esfuerzo que deberíamos hacer por centrar nuestra vida, que es lo más grande y nuestra mayor responsabilidad, en aquello que merece la pena.
  2. Desechar, rechazar, alejarse. Porque todo cuanto no merece la pena, cuando estamos en un momento cumbre, de esos que no podemos vivir todos los días, se nos hacen nada y vacío. Vemos con claridad que hemos entregado tiempo, que nos ha robado la vida. Y toca purificar el corazón, empezando quizá por lo más importante. Centrarse, y descentrarse, van unidos.
  3. Recuperar la imagen y el tesoro que llevamos dentro. Desescombrando ruinas interiores de otros tiempos, y modismos pasajeros. Dirigiéndonos al corazón de todo, al alma del mundo. Dejándonos mover por el Espíritu que clama dentro de nosotros mismos, y apartándonos de los ruidos que nos descentran y difuminan. Recuperar la imagen es saber de qué pasta estamos hechos. Que no somos mierda, sino diamante. Que no somos egoístas, sino verdaderos amantes del prójimo, auténticos amigos, hermanos para siempre.
  4. Vivir vocacionalmente. Somos llamados a lo más grande, que puede ser algo muy sencillo por otro lado. Quizá a nuestro alrededor estemos sintiendo la llamada de algo particular, que comienza a hacerse importante. En la casa, en el ambiente. Viendo a los demás, sintiéndonos responsables con ellos. Y ése es el camino por donde todo empieza, los primeros pasos de la senda vocacional. Quien ha descubierto ya su lugar en el mundo, debe purificarlo. Quien todavía anda a ciegas, como si no hubiese nada para él, debe confiar y arriesgar. El primer paso es decisivo. Orienta todo. Marca un antes y un después. Quien ha gustado una vida vocacionalmente vivida, desde el corazón y con una meta alta, sabe de qué estoy hablando. No es cualqueir cosa, y no es para unos pocos privilegiados. Mucho de este trayecto es confiar, dejarse acompañar, seguir fiándose y ser fiel a lo recibido. Sobre todo esto último. Porque no se trata de «añadir» para escapar, ni para maquillar, ni aparentar. Sino dejar salir del corazón cuanto hay de hermoso en él.

¿Qué es todo esto sino convertirse? ¿Crees que puedes solo? ¡Déjate hacer! ¡Déjate acompañar!

Saber difundir contenidos en las redes sociales


Existen numerosas páginas que nos dan soluciones, más o menos mágicas, rápidas y fáciles, en forma de consejos asequibles para saber difundir nuestros contenidos en las redes sociales. Como por ejemplo, ser breve, ser creativo, ser dinámico, ser constante, tener un «público definido», mantener una línea concreta, ser atractivo en la presentación, darle a la gente lo que está pidiendo, comprender la mecánica de los buscadores, ampliar las referencias en otros blogs y utilizar adecuadamente las redes sociales… Conclusión: no es tan fácil. Por lo que, por otro lado proliferan empresas y personas que se encargan de estas tareas por ti, sustituyéndote en esta labor, si tus intereses son mayores de los habituales, porque o bien no todos tienen tiempo o bien es una tarea más complicada de lo que parece.

¿Por qué no llevar la contraria a todo esto?

  1. Llevar la contraria a la brevedad. Apostar por la profundidad o la expresividad.
  2. Ir contracorriente en los contenidos. Es también ser original.
  3. Procurar no fijar público, tanto como dar libertad.
  4. Hacer de internet un medio para relacionarse con amigos, y con desconocidos.
  5. Prestar atención a lo que no es simplemente eficaz.
  6. Dejar de llamar la atención y hacer ruido continuamente.
  7. Buscar la emotividad, conectar con las personas.

¿Hemos dejado de confiar en la libertad de expresión y en la libertad de los contenidos para «plegarnos» a una forma de hacer las cosas que viene dada «en este nuevo mercado»? ¿Confiamos sólo en las estadísticas para valorar la bondad y la conveniencia de las publicaciones? ¿Todo esto es para «mejorar» o tiene otras consecuencias? ¿Se establecen esos criterios como los prioritarios a la hora de desarrollar un proyecto en internet, de abrir un blog y de publicar en una web? Estar presente en internet, puede ser igualmente frustrante. Y aprender a llevar esta «frustración» respecto al propio blog es adecuado.

  1. Me parece importante, primero y antes que nada, desarrollar un carácter propio que mantenga una línea, aunque sea contracorriente. Y esto, tanto en la vida real como en internet. El medio elegido al efecto (videoblog, fotoblog, blog a secas… o redes sociales) debe adaptarse al carácter propio. Si fuera a la inversa, estaríamos construyendo internet empezando al revés: de los medios a las personas, no de las personas a los medios.
  2. Confiar en que, si a alguien le parece interesante y adecuado, pondrá también de su parte para darlo a conocer a otras personas. Una difusión que alcanza, por lo tanto, nuevos sectores de la red. Poner medios para ello, es lo máximo que puede hacer un blogger. Y Y esto, insisto, tanto en la vida real como en internt.
  3. Comunicar es una tarea de doble dirección, y de múltiples marchas. No siempre se puede mantener el mismo nivel, y eso no significa frenar y romper la relación. Habrá días con mucha interacción, otros con menos. Más allá de los comentarios, también existe la relación a través de blogs de otras personas, las citas, las referencias, los márgenes del blog…
  4. Por otro lado, también se indica que debe existir un programa claro y definido. aunque las preocupaciones sean abundantes. De modo que se siguen blogs, y contenidos, en lugar de atender a personas en diferentes ámbitos. Me encanta la expresión «seguir«, en lugar de «suscribirse», porque demuestra una visión de conjunto mayor y una movilidad más amplia.
  5. La amplitud de la red se puede abordar de muchas maneras. Somos siempre deudores de una de ellas. Como un mar sin fondo, como un océano por donde navegar, o como un mapa que ir componiendo. El punto de partida condiciona el de llegada. Llevo tiempo siguien bastantes blogs y webs a través de los medios que dispongo, no bajo el número sino que se incrementa cada día, y me parece entusiasmante abrir realmente esta ventana al mundo.
  6. Mostrar la propia libertad, como fuente de éxito. Cada vez escucho más críticas respecto a los «direccionismos» y el hipercontrol de la red en diversos ámbitos, como pueda ser el manejo que hace google de su lista de números 1, los condicionantes que establecen en los usuarios los temas que son TT y las batallas que generan de carácter partidista y político. Parece que, en lugar de mostrar la diversidad, los enfoques que se provocan tienden a la manipulación en lugar de la libertad. «Todos por este aro», y a saltar.
  7. En cualquier caso, y pese a la que pueda estar cayendo y callando, opto últimamente por la visión positiva de todo este «macromundo» pantallesco. Sin lugar a dudas, internet genera una reflexión compartida diariamente de un volumen brutal. Además, se ofrece sin saber bien a qué destinatarios puede llegar. La lista de RT sucesiva de dos o tres personas te sitúa en otro continente fácilmente, con alguien que quizá esté pensando lo mismo que tú, o que sus discrepancias estimulen el diálogo e intercambio de ideas que ha hecho crecer a la humanidad y situarla donde está. Y eso, por encima de todo, ahonda en la bondad de internet, en la creación de nuevas estrategias, en la superación del marketing, publicidad o difusión.
  8. Y la mejor forma de que tu blog llegue a otras personas es saber que cuentas con el apoyo de aquellos que tienes cerca. Dando cabida y escuchando siempre a aquellos que están lejos.

Educar para la constancia


En cada época de la historia se han hecho opciones que han llevado parejas dificultades, contratiempos, oposición y desencuentros. A nadie tendría que extrañarle entonces que sea necesario, dentro del marco educativo y del desarrollo, una pedagogía de la constancia que ayude a la fuerza de voluntad, a la tenacidad y cabezonería que cualquiera puede tener de forma natural o por carácter.

Por otro lado, esta virtud supone consolidar la libertad, facilitar nuevos accesos a la realidad, situarse mirando el mundo de otra manera, ofrecer verdadera confianza al otro y a uno mismo, en todos los aspectos y ámbitos de la vida. Sea en el personal, sea respecto a estudios o laboral, sea en el plano de las relaciones personales con desconocidos, con amigos, con la pareja… o con Dios mismo.

De cara al desarrollo de esta capacidad, estimo que es importante tener en cuenta los siguientes apartados:

  1. Principio de paciencia. Nada surge de hoy para mañana. La constancia está directamente relacionada con la espera activa, que se mueve entre la desesperación y el esfuerzo permanente, con dosis adecuadas de tolerancia ante la realidad y de exigencia firme.
  2. Principio de realidad. Partimos del conocimiento de nuestros puntos débiles y de nuestros puntos fuertes. Sin embargo, no nos quedamos en ellos. Hay que hacer un estudio del ambiente y de las circunstancias. La constancia no es una virtud que se pueda ejercer permanentemente «contracorriente», de modo que también que saber orillarse ante las dificultades.
  3. Principio de libertad. Ser constantes supone determinación en alguna materia concreta o actitud elegida. De  modo que hay que ser libres al inicio, y no estar permanentemente replanteando qué es lo que debo o no debo hacer, si está bien o mal. La reflexión es previa a la determinación. Pero una vez determinados, decididos y orientados, hay que mantener el rumbo y sacer descansar en la decisión primera. De donde conviene, como es previsible, comprender que el primer momento exige de una gran libertad y capacidad de discernimiento. Y hay que cuidarlo sobremanera. En más de un caso, la constancia se hace imposible porque la «decisión para la determinación» es una decisión tomada en falso.
  4. Principio de debilidad. Si nos planteamos ser constantes, probablemente se deba a que más de una y cien veces nos hemos encontrado en nuestras propias contradicciones debilitados. Partimos de la debilidad, sin dejar por ello que la debilidad tenga definitivamente la última palabra sobre nosotros. La constancia se puede nutrir, de forma indirecta, aprendiendo progresivamente a debilitar nuestras debilidades no atendiéndolas, no secundándolas, o canalizándolas y permitiendo su expresión a nuestra manera y de forma voluntaria.
  5. Principio de culpabilidad. Como en la mayor parte de realidades de la vida, hay que considerar que el equilibrio es una fuente de grandes beneficios y bienes. De modo que la culpa la aprovecharemos como acicate de la propia conciencia, que nos despierta y reclama, sin dejar por ello ni permitir que machaque con sus acusaciones.
  6. Principio de corrección. Ser constantes y ser perfectos pertenecen a dos órdenes diferentes. Constancia no es perfección. De modo que entendemos que puedan surgir «desvíos» y «desórdenes». Metemos en agenda que habremos de corregir más de una vez nuestro rumbo. Y conviene hacerlo lo antes posible. Cuando nos demos cuenta, o cuando tengamos fuerzas para ello. Corregir, virar, encauzar, retomar la decisión primera.
  7. Principio de voluntad. Ser constantes desborda lo intelectual, se hunde en la acción. Necesita claridad mental, objetivos definidos y medios previstos. Pero es una cuestión moral o ética en el sentido más práctico de la palabra. De donde se deduce que reflexionando sobre un asunto no llegaremos excesivamente lejos. De las palabras, del pensamiento, hay que pasar lo antes posible a la acción. De modo que, si pienso algo y puedo hacer deberé obligarme a ello. Si pienso algo, y no lo hago, estaré engrandeciendo la debilidad personal.
  8. Principio del apoyo y refuerzo. No estoy solo. No puedo estar solo. Si ser constante es luchar contracorriente en algún caso contra mí mismo y en otro frente a las circusntancias, debo ser lo suficientemente inteligente como para despejar el ambiente de aquellos impedimentos que estén en mi mano, de aislarme de los «combates con la realidad» cuando todavía no esté asentado, y, a la inversa, procurar al máximo que las circunstancias me sean favorables. Como si fuese Alejandro Magno estudiando el campo de batalla, valiéndose de él, siendo conscientes de que no es neutro.
  9. Principio de bendición. Cuantas más veces nos felicitemos, o seamos capaces de recibir alabanzas, más fácil será el ejercicio de la virtud de la constancia. Por lo tanto, en ausencia de refuerzos externos, y siendo sinceros (en este sentido, igualmente humildes), tendremos que reconocer la fidelidad que sostenemos.
  10. Principio de gratitud. Todo lo anterior, conjugado vitalmente en la fe, debería suponer dar gracias por nuestra naturaleza, capaz de tanto, y especialmente de nuestra libertad. Como personas, como hijos de Dios, hemos recibido una inmensa riqueza de la que somos portadores en vasijas de barro. Riqueza que se expresa continuamente, desbordando nuestras posibilidades. Y que nos pide que nos preguntemos, en clima serio y profundo, de dónde proviene semejante maravilla al ver cómo estamos formados, y para qué esta inmensidad.

¿Para qué valgo y por qué?


Independientemente incluso del tiempo de la adolescencia y juventud, donde esta pregunta es especialmente acuciante, perdura durante toda la vida presente. Nunca es algo que se agote. Pensemos, por ejemplo, en la selección de una carrera, la búsqueda de un trabajo, pero también en qué es aquello que quiero hacer en la vida y dónde disfruto (soy más fructífero y productivo), en la oportunidad de tener hobbies o en actividades como voluntariado. Existe de hecho un conflicto frecuente en nuestras sociedades entre aquello a lo que entrego la vida y lo que la roba y quita, que se puede materializar en una vida de trabajo y otra fuera de ella.

¿Cómo descubrir para qué valgo?

  1. Reconcer que somos valiosos. Parece evidente, pero considero necesario tomarlo como punto de partida real, sin dudas y con firmeza. ¡Somos valiosos! Tanto que carecemos de precio. Y nuestra existencia no se medirá económicamente, sino en otros parámetros. Lo que vale, no se vende. Lo valioso, no se intercambia sin más, ni se pone en manos de cualquiera, ni de cualquier modo. La valía de una persona se cultiva, eso también es verdad. Se aprende a ejercitar, se desarrolla, se explotan potenciales y se conocen los límites que tiene. Nada es infinito, por ser humano y por ser real.
  2. La primera experiencia. Da la oportunidad de abrir campos nuevos, que conecten con lo que somos. Toda novedad comporta inseguridades, saca de la rutina, cultiva estrategias que estaban dormidas o se valen de algunas de las que tenemos bien ejercitadas. Y por lo tanto, son buna buena muestra para responder a la pregunta «para qué valgo». Estas primeras experiencias pueden ejercerse dentro de los ámbitos más cotidianos, en la medida en que arriesgamos y tomamos un camino creativo frente a lo que normalmente hemos hecho hasta el momento. Como el profesor que «ensaya» un método nuevo dentro del aula, abre un debate extraordinario… o como el entrenador que dispone la sesión del lunes atendiendo a otros objetivos que hasta el momento no se le habían planteado.
  3. Estar a la escucha de los demás. Porque siempre se aprende. No sólo «en lo concreto», si este vale para esto yo tengo que valer también, estableciendo competitividades, sino porque se reciben ideas, se entiende la gestión del tiempo y de la vida, se conocen orientaciones de fondo y se puede dialogar. Podemos recibir una invitación, y también hacer nosotros la oferta a otras personas. Hay juegos de mesa, por ejemplo, que no hubiera conocido jamás si no me fío de estos amigos que me los mostraron, y de ellos he podido dar un paso más allá a la estrategia, la planificación y la productividad.
  4. Las segundas experiencias. Son determinantes, frente a la anterior, por dos motivos: el primero, para superar el impacto de la novedad; y la segunda, para contrastar con los estados de ánimo que pueden condicionarla, sean afectivamente positivos o negativos. Tenemos la oportunidad de «vernos» y «reconocernos». En este punto hay que comprender que lo valioso y lo fácil y cómodo no tienen por qué ir siempre unidos. Aunque en aquello para lo que valemos encontremos una cierta propensión y tendencia, que nos haga mucho más simple que a otros realizarlo, es igualmente significativo encontrar dificultades, esforzarse y tener que sacrificarse, dar la cara ante los conflictos y retos. Es decir, que será algo para lo que valemos en la medida en que también pongamos de nuestra parte y queramos darle valor.
  5. Palabra ajenas, la necesidad del refuerzo positivo. Insisto mucho en esta parte, para evitar los engaños que puedan surgir. Cuentan de alguien a quien le faltaba una pierna y quería correr como si no tuviese ninguna limitación. Y que sólo después de un diálogo fuerte y agresivo con su entrenador llegó a aceptarlo. Ése fue el punto y final de una forma de vivir, y el inicio de otra, llegando a marcas que hasta entonces ni soñaba que podía alcanzar. El refuerzo positivo lo entiendo como la palabra de alguien más que la propia, el sentimiento interno e interior que me confirma, la conversación con alguien del mundillo que me dé claves y me evalúe si es necesario. Una palabra y un refuerzo que, al tiempo que despeja incógnitas y malentendidos también supondrá un incremento en mi forma de afrontar aquello para lo que inicialmente creo que valgo, y seguir avanzando.
  6. Transformación de la propia vida. Este punto es especialmente notorio. Cuando encuentro algo «para lo que valgo», y pongo en ello parte de mi felicidad como si hubiese encontrado mi lugar en el mundo, no tengo «tantos miedos» ni encuentro «tantas trabas» como para transformar mi vida. Ya ha sido trastocada, lo que falta es un paso más en línea de lo iniciado. La vida ha sido transformada interiormente. Es la experiencia básica de quien deja entrar a alguien en su vida, de quien se compromete con un trabajo y eso se concreta en un horario, o de quien tiene un hijo. En general, cualquier decisión importante supone un cambio profundo. Aunque pequeñas decisiones también puedan comportarla. En el caso de aquello para lo que valgo, subrayaría que todo se produce en un clima de especial naturalidad al inicio, que va tomando terreno a un ritmo mayor que en otros casos, y que todo me provoca una satisfacción personal y un orden general que permite ver todo con mayor claridad.
  7. Despertar un futuro concreto.  Dibuja en el futuro un horizonte con sentido, y motivación para afrontarlo. Se alcanzará o no. Puede suceder algo que todo lo trastoque. Pero la meta está puesta. Está «ahí y de esta manera». Y no es quimera ni engaño. Hay algo en el presente que me lleva a soñarlo, en forma de primicias, adelanto o préstamo. Por muy importante que sea el ahora o el momento, hay mucho más por delante de lo vivido que me está esperando. Hace soñar, provoca pensamiento, invita a la reflexión y a seguir poniendo medios porque va la vida en ello.

Sin duda, somos muchos los agraciados en este mundo, privilegiados entre muchos que se quedan en las cunetas, que hemos tenido la posibilidad de descubrir, de aclarar y discernir, de elegir y hemos dado el paso. Se nos abrió el mundo, en forma de portal mágico, y dimos el paso. Otros, que conocemos también, conocieron y supieron por dónde iba su vida, y se quedaron atrás. Algunos se alejaron incluso de la posibilidad, dejándose llevar por la marea socila y las modas. ¡Así está el mundo!

Queda, sin embargo, una pregunta importante a tenor de lo anterior. Cuando descubro para qué valgo en este mundo, aquí y ahora, y diseño un horizonte, podemos dar un paso más allá de todo esto: ¿Es sólo una actitud egoísta? ¿Ha sido una casualidad de la vida? ¿A esto es lo que llamamos éxito y felicidad? ¿Por qué yo y no otro? ¿A qué se debe que tenga estas capacidades, cualidades, si otros no las tienen? Y comienza el interrogante. Algunos hablan de Dios, y dicen que tenemos una vocación. Y si entro en este juego, además tengo que agradecer lo que me ha dado, y que me haya hecho libre para elegirlo sin imporme nada. Y desde ahí, me planteo que no sólo es por mí. Que tengo la oportunidad de contarlo a otros, de comunicarlo, de invitar, de favorecer que otros vivan esta respuesta a Dios en sus vidas. Entonces tengo que hablar de vocación. Tengo que hablar de que Dios les llama, que ha contado con ellos y cuenta con ellos, que aprendan a mirarse a sí mismos y también en lo que sucede en sus vidas y alrededor. Y para hablar de vocación, invito a despertar. Y todo se complicó mucho. Porque todos valemos, somos valiosos, podemos aportar algo. Y eso supone que Dios ha pensado en todos. Y que si alguien no se mueve, su trabajo, tarea, misión queda sin realizar. Y perdemos todos. Empezando por esa persona que no se atrevió, que se quedó en los miedos, presa de sus secretos y debilidades. Pero no sólo él, pierden muchos. No los puedo contar. Porque Dios no piensa en uno en exclusiva, piensa en cada uno y todos a la vez. Y hablando a uno, tiene especialmente presentes a los más pequeños, los más pobres, los más necesitados, los más desvalidos, los más «ajusticiados», los más… Y pensando en ti, y llamándote a ti, piensa en tu felicidad y la suya, ambas entrelazadas.

Soluciones más que económicas


Si me dedicase a esto del marketing (que no es mi caso) vería en el título de este post un excelente slogan publicitario.

Muchos pueden entenderlo como soluciones baratas, otros como soluciones que van más allá de la economía. Por un lado, las rebajas, por otro, la superación. En ambos casos, una necesaria y racional desconexión respecto del dinero y de la economía.

Comprendo que muchas familias estén ahora tan ahogadas por cuestiones económicas, que no puedan pensar en otras cosas diferentes. Acojo realmente su sufrimiento y dolor. Todos sabemos de qué hablamos, sea del entorno social, laboral, escolar, sea en el entorno familiar, sea en el círculo de amigos y conocidos, sea en las propias instituciones que tenemos de referencia. Estamos llamados a actuar de forma particular, pensando globalmente.

La manida crisis, a la que nadie puede meter mano definitivamente, como se repite tantas veces, no es una cuestión meramente económica. Hoy en clase he pedido a los alumnos que piensen en la pobreza (en los empobrecidos de nuestro mundo) y en el hambre en particular (25.000 personas mueren diariamente por desnutrición) analizando causas y reflexionando sobre las consecuencias. Al final, un pequeño diálogo donde comprobábamos, de primera mano y con los datos que teníamos a nuestra disposición, que es muy complicado establecer la diferencia entre causas y consecuencias porque nos enfrentamos a una cuestión compleja y multifactorial, que genera movimiento en múltiples direcciones. La pescadilla que se muerde la cola.

Entrando en profundidad, delante de jóvenes que ya pueden y empiezan a pensar por sí mismos (por adelantado, me reconozco un privilegiado al poder darles clase y dialogar con ellos cada semana), llegamos aun diálogo muy ineresante a propósito de la situación global en la que nos encontramos. Reproduzco algunos puntos, sin excesivo orden:

  1. La globalización real afecta a todas las dimensiones de la vida, que va desde la cultura y el horizonte en el que nos movemos, hasta el transporte y la economía. De hecho, viendo la ropa que llevamos y lo que consumimos, comprobamos que estamos conectados directamente con todo el mundo. Sin embargo, los beneficios de la globalización no son equitativos ni equiparables para todos los países. Existen granjas y fincas, hay castillos de consumo. Además, en la globalización, con sus facilidades y posibilidades, existen vías y criterios priorizados. La justicia pensamos que no es uno de ellos, porque tampoco forma parte de las prioridades de los países desarrollados.
  2. Cuando discutimos si es posible o no solucionar el hambre ya, el debate se hace evidente. Hay quienes ponen más esperanza, quienes se centran más en la reaidad tal y como la vemos. Si en otro tiempo, como cuando se firmaron los Objetivos del Milenio para 2015, la certeza de la solución inminente se mantenía dados los medios de producción y distribución de los que disponemos, por encima del egoísmo y las estructuras injustas e insolidarias, hoy no podemos decir lo mismo. Es más, la mayor parte de los jóvenes se inclinaban por una prudente afirmación de la imposibilidad con motivo del innumerable número de impedimentos que son capaces de reconocer. Algunos de los impedimentos más nombrados han sido la corrupción, la preocupación por las propias cosas y la mejora continua de los países ricos, el egoísmo de los unos frente a la ignorancia de los otros, el querer llegar todos a «tener lo mismo»… Curiosamente, a lo máximo que algunos creen que se puede llegar es a «paliar» situaciones de emergencia, condenando en esos casos la actuación de los países ricos para con los pobres.
  3. El análisis de las causas y las consecuencias (difícil de delimitar, como antes decíamos) abre la posibilidad de atajar desde otros frentes la sangrante realidad a la que nos enfrentamos. Sea educación, sea paz, sean condiciones de posibilidad justa, sean microcréditos asentados sobre la responsabilidad de los individuos, sea igualdad, garantizar trabajo, dar estabilidad a la estructura social, cuidar las genreaciones siguientes preparándolas para el futuro… Todas ellas, más allá del dinero mismo. Exigiendo que la economía, según hablabamos se ponga al servicio de «algo más grande», de la persona y la sociedad, y no a la inversa. O lo que es lo mismo, no buscar sólo soluciones económicas ni creer que éstas, por sí mismas garantizan el éxito y el desarrollo del ser humano.
  4. Aprovechar la crisis para revisar los principios por los que nos regimos, considerando de nuevo nuestra naturaleza humana y partiendo de ella. Es verdad que no es tiempo para análisis sosegados, y que se quieren soluciones ya y ahora, porque no podemos esperar mucho más tiempo en un pozo tan hondo. Incluyendo el principio de la gratuidad en todas las dimensiones de la vida humana, incluido el mercado; o de la aceptación de la desigualdad, para hacer fraternas las relaciones entre las personas y los estados; potenciar organismos que regulen la economía mundial, de modo que no existan situaciones amparadas por vacíos o incrementadas por intereses injustos. Total, en cualquier caso, todo al margen prácticamente de las soluciones económicas. Sabiendo y siendo claramente conscientes de que no todo está en manos de uno (decisión unilateral), ni de muchos (multilateral).

Aporto a la reflexión los dos párrafos de CV 34, firmada en junio de 2009, primer número del capítulo titulado: «Fraternidad, desarrollo económico y sociedad civil». Espero que a más de uno se le despierten inquietudes por seguir leyendo ese capítulo.

La caridad en la verdad pone al hombre ante la sorprendente experiencia del don. La gratuidad está en su vida de muchas maneras, aunque frecuentemente pasa desapercibida debido a una visión de la existencia que antepone a todo la productividad y la utilidad. El ser humano está hecho para el don, el cual manifiesta y desarrolla su dimensión trascendente. A veces, el hombre moderno tiene la errónea convicción de ser el único autor de sí mismo, de su vida y de la sociedad. Es una presunción fruto de la cerrazón egoísta en sí mismo, que procede —por decirlo con una expresión creyente— del pecado de los orígenes. La sabiduría de la Iglesia ha invitado siempre a no olvidar la realidad del pecado original, ni siquiera en la interpretación de los fenómenos sociales y en la construcción de la sociedad: «Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el dominio de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres». Hace tiempo que la economía forma parte del conjunto de los ámbitos en que se manifiestan los efectos perniciosos del pecado. Nuestros días nos ofrecen una prueba evidente. Creerse autosuficiente y capaz de eliminar por sí mismo el mal de la historia ha inducido al hombre a confundir la felicidad y la salvación con formas inmanentes de bienestar material y de actuación social. Además, la exigencia de la economía de ser autónoma, de no estar sujeta a «injerencias» de carácter moral, ha llevado al hombre a abusar de los instrumentos económicos incluso de manera destructiva. Con el pasar del tiempo, estas posturas han desembocado en sistemas económicos, sociales y políticos que han tiranizado la libertad de la persona y de los organismos sociales y que, precisamente por eso, no han sido capaces de asegurar la justicia que prometían. Como he afirmado en la Encíclica Spe salvi, se elimina así de la historia la esperanza cristiana, que no obstante es un poderoso recurso social al servicio del desarrollo humano integral, en la libertad y en la justicia. La esperanza sostiene a la razón y le da fuerza para orientar la voluntad. Está ya presente en la fe, que la suscita. La caridad en la verdad se nutre de ella y, al mismo tiempo, la manifiesta. Al ser un don absolutamente gratuito de Dios, irrumpe en nuestra vida como algo que no es debido, que trasciende toda ley de justicia. Por su naturaleza, el don supera el mérito, su norma es sobreabundar. Nos precede en nuestra propia alma como signo de la presencia de Dios en nosotros y de sus expectativas para con nosotros. La verdad que, como la caridad es don, nos supera, como enseña San Agustín. Incluso nuestra propia verdad, la de nuestra conciencia personal, ante todo, nos ha sido «dada». En efecto, en todo proceso cognitivo la verdad no es producida por nosotros, sino que se encuentra o, mejor aún, se recibe. Como el amor, «no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano».

Al ser un don recibido por todos, la caridad en la verdad es una fuerza que funda la comunidad, unifica a los hombres de manera que no haya barreras o confines. La comunidad humana puede ser organizada por nosotros mismos, pero nunca podrá ser sólo con sus propias fuerzas una comunidad plenamente fraterna ni aspirar a superar las fronteras, o convertirse en una comunidad universal. La unidad del género humano, la comunión fraterna más allá de toda división, nace de la palabra de Dios-Amor que nos convoca. Al afrontar esta cuestión decisiva, hemos de precisar, por un lado, que la lógica del don no excluye la justicia ni se yuxtapone a ella como un añadido externo en un segundo momento y, por otro, que el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad.

Personas embaladas


Parto de la opinión (universalmente comprobable) de que toda persona es débil y frágil, que esto lejos de ser algo desastroso, es una maravilla. Por lo tanto, todo cuanto porta lo lleva en vasijas de barro, en su delicadeza, ternura y, siempre, con la oportunidad de dejarse trasparentar interiormente. Atributos que pertenecen a la naturaleza humana, y que cualquiera puede atestiguar en sí mismo, con la felicidad que provoca ser capaz de vivir sin el temor paralizante a echar todo por tierra.

Ante esta fragilidad algunos, no pocos, en nuestras modernas sociedades temen romperse y quebrarse, y comienzan a embalar sus vidas con cosas que puedan protegerles más o menos, con escudos, anteponiendo lo que no son a lo que son, para salvaguardar su propia interioridad. La literatura famosa, de autoayuda velada, ha puesto de moda la metáfora de la armadura, como paradigma de esta situación. Pero mucho antes, encontramos el rastro de esta actitud en la Palabra, hablando de los corazones endurecidos, de los hombres de dura cerviz o de aquellos que permanecen al borde del camino tapados con un manto. No sólo son cosas, lo que anuncia la Escritura, como modo de protegerse de la propia fragilidad, sino que también se utilizan personas. Se llenan entonces los números de quienes estamos rodeados antes de la batalla, se engrandecen sus cualidades y se deja de confiar en algo más que la «cantidad». También están quienes se escudan en falsos dioses, en los ídolos, en realidades que ocupan el lugar que no les corresponde, y por lo tanto sustituyen a personas, a cosas, e incluso a Dios y a uno mismo. Todo bajo la amenaza de protegerse, con la terrible consecuencia de perderse a sí mismo. El Evangelio anuncia que quienes «no entregan su vida queriendo salvarla», al final la pierden definitivamente. Algo que no me parece, en absoluto, descabellado.

El embalaje puede proteger de los golpes pequeños. El juego que mantiene, sin embargo, es más peligroso de lo que parece.  No soporta otros embates de la vida. Hay que tener en cuenta esta situación, y adelantarse al sufrimiento propio e inherente de nuestra historia. No deseable, no deseado, pero llegará. ¿Qué hay que no pueda romperse, qué existe que sirva de protección real? Sólo el amor podrá salvar de estas situaciones. Cuando sobrevengan dificultades, el amor mantiene la unidad, genera esa unión que no podrá hacer añicos la existencia.

Algunas cosas que he aprendido gracias a la crisis


Hoy todos nos creemos un poco expertos en economía. Casi como si fuera fútbol. Se ha convertido en un tema de conversación recurrente, frecuente y preocupante. De hecho, ha sido la crisis la que nos ha hecho pensar un poco más, ser más sabios en determinados aspectos. Y probablemente sin ella, no seríamos tan conscientes de algunas de las relaciones que existen en este mundo tan nuestro entre, por ejemplo, la producción y el consumo y la creación de empleo. Mejor dicho, si algún día lo supimos, no le prestamos suficiente atención, la que se merecía.

  1. Conceptos que ahora me parecen sencillos. Supongo que a todos nos suenan los siguientes términos de “casi siempre”: dinero, moneda, hipoteca, bolsa, crecimiento-decrecimiento, recesión, economía-finanzas, banco-caja, fusión, reforma, especulación, mercado-sistema, neoliberalismo, inflación-deflación, confianza de los mercados, deuda externa, ibex35. Pero nuestro acervo se ha ampliado enormemente: bonos, tipos de interés, primas de riesgo, confianza básica, y bastantes nombres propios, de personas, de instituciones, que por encima de loa países y los intereses de los ciudadanos son quienes parece que “organizan y controlan” todo. Ahora que hago la lista, creo que antes de la gran crisis no es que no supiera poco, sino que no le prestábamos la suficiente atención. En definitiva, algo que sí que he aprendido de la crisis es la ingenuidad de muchos, la excesiva confianza en que todo el progreso nos iba a defender de lo que estaba pasando, y que todo marcharía estupendamente bien durante mucho tiempo. Aquello del “estado del bienestar” y la mejora continua.
  2. Ahora sé que hay diferentes visiones de la economía y las finanzas. Y que por otro lado, los estados pueden “más bien poco” en proporción al sistema financiero. Siempre he tenido presente que Tokio, Nueva York y Madrid estaban unidos entre sí, en forma de tsunami ante el que es difícil responder o prepararse. Una mañana te levantas, pones la televisión, y el susto viene dado porque alguien de otra parte del mundo ha tomado como referencia para sus compras o ventas una noticia “medio verdadera o medio falsa” que ha desestabilizado a otros inversores-compradores y se ha producido una debacle. Es lo que tiene la globalización, la universalidad. A decir verdad, nunca me ha dado igual qué sistema económico predominara. Quizá directamente influido por aquellos exámenes en los que repasábamos la situación del norte-sur, la doctrina social de la Iglesia, o la situación de los últimos. De hecho, se confirma una vez más que parece que nos hemos acostumbrado a pensar sólo en los momentos de dificultad, de conflicto y de malestar. ¿Y cuando va todo como nos gusta, y nos sentimos cómodos? Pues nos acomodamos. Y acomodarse y dejar de pensar de forma seria, van de la mano.
  3. Que se pueden dar diferentes respuestas a la crisis. Lo cual son dos afirmaciones en una: primero, se puede dar respuesta; segundo, de muchas maneras. Que conste que no hablo sólo de política, también de estilo de vida de la gente. Se escucha y está en el ambiente, que es necesario reflotar la situación de determinados países (que significa, echar una mano a personas, familias, jóvenes y ancianos) porque con su caída pueden arrastrar a otros. Dicho lo cual, entiendo que hay medidas como la austeridad, el ajuste presupuestario, la reducción del déficit que me parecen tan importantes como la reordenación de los gastos públicos, sin despilfarrar y con metas de crecimiento y sostenibilidad humanas. Pero no todo vale, al menos en mi humilde cabeza teórica. Se escucha cómo va flotando en el ambiente que algunos tienen más y otros tienen menos, y se pide (con carácter de urgencia, exigencia e imposición) que se compartan situaciones. Lo cual a mi entender cae de nuevo en el error de pensar que el mal de nuestra sociedad es que existan ricos, en lugar de volver la mirada hacia los pobres, verdadero interrogante. Dicho de otro modo, que no estamos así porque haya ricos, sino porque tenemos pobres. Que no nos estamos rasgando las vestiduras por la situación de los bancos, sino por la precariedad vital (no laboral) de las familias con parados, de los jóvenes sin trabajo, de los estudiantes sin esfuerzo.
  4. El dinero es muy importante. Alguno me dirá que soy demasiado inteligente por darme cuenta de esta cuestión. Y me echará en cara que la Iglesia defiende lo contrario, que no es algo determinante para nada. Y tendré que decirle que no a lo primero, y que no a lo segundo. Con todo el dolor de mi corazón, porque ya me gustaría decirle que soy muy listo, pero no es el caso. Y ya me gustaría que pudiésemos vivir en un mundo sin dinero, sin esclavitudes, pero de momento lo veo un tanto lejano. ¡Siempre he sabido que el dinero era importante! De hecho, me ha preocupado que estuviera entre los deseos y aspiraciones de los jóvenes que elegían su carrera, y que fuera un motivo de tensión en los hogares españoles, ya antes de la crisis, cuando padres trabajadores y humildes dejaban que sus hijos dilapidaran fin de semana tras fin de semana un dinero que a sus mayores les costaba horrores ganar. Lo que ocurre ahora es que me he dado cuenta de que reformar y reorientar esta cuestión es decisiva, y no todos están por la labor. Y que poner el dinero que no tenemos y nos hemos gastado en tercera o cuarta prioridad, es un esfuerzo enorme. No pienso, porque nunca lo he hecho, en un estado donde no existiera. Lo doy por hecho y por descontado. Aunque alguna experiencia preciosa he tenido al respecto, comprendo que no podemos salir sin más de la realidad y montar un universo paralelo donde todo sea más bonito e idílico de lo que tenemos delante. O no lo podemos hacer por imposición, ni por huida. Y mientras tanto, el dinero seguirá siendo importante.
  5. Macroeconomía y microeconomía son diferentes y están vinculadas. Cuando algún modelo “reflexivo” plantea el mundo como si fuera la propia casa, y por lo tanto la economía doméstica como paradigma de la economía global, nos está planteando una metáfora que al mismo tiempo comporta matices ciertos y otros que no lo son tanto. El uso del dinero depende también de factores culturales y sociales, la capacidad de ahorro y previsión igualmente. Y así con más elementos que conforman el mundo económico. Lo cual hace que nos tengamos que poner “de acuerdo” al menos en unas cuantas reglas, haga lo que haga después cada individuo en sus cuestiones particulares. Sin embargo, parece que todo ha comenzado por algo tan personal como la codicia, el olvido de los pobres, el ansia de tener más y más, la falta de cálculo y conciencia de las propias limitaciones. Y en cuestión macroeconómica se ha dibujado un mapa donde las alianzas y cercanías de unos con otros es manifiesta. Los países europeos se necesitan mutuamente para sostener el euro, los estados americanos también tienen sus debates internos y se olvidan de las grandes reformas sociales, y los países emergentes están esperando su momento para diseñar un nuevo mapa mundial de influencia y poder. ¿Y los países pobres? Ahí están. No se les oye, una vez más.
  6. No te puedes salir, ni huir del mercado y del sistema. Se acabó aquello de las comunas. Todos han jugado la misma partida, y se han sentado a la mesa de las apuestas.
  7. Sea como fuere, también he comprendido qué supone que nos hayamos gastado un dinero que no teníamos. Antes se oía, de vez en cuando, cómo un albañil había conseguido ganar lo suficiente para comprarse un Jaguar, un Mercedes o un Porche. O cómo la gente vivía por encima de sus posibilidades. He visitado lugares donde no existía luz eléctrica (se robaba de la calle) en la que había televisiones de plasma. Y conozco a más de un humilde trabajador que hacía viajes de ocio por vacaciones que mis padres nunca se hubieran permitido. Hemos estado viendo cómo la cultura del ahorro de nuestros mayores se transformaba en la cultura del consumo por el consumo (consumismo) irresponsable, y era además fomentado e impulsado en todos los sectores. Se entendía, además, que para ocupar un determinado puesto social había que corresponsabilizarse con un status que implicaba unos gastos y un ritmo de vida acorde a los ingresos. En uno y otro caso se trataba siempre de gastar más de lo ganado, prácticamente, apoyados por los bancos, cajas y préstamos hipotecarios al 130%. Y más curioso aún, hemos pedido que las infraestructuras públicas, el sistema público de servicios, respondiera de la misma manera haciéndonos creer que vivíamos en un mundo estupendo, maravilloso, donde las dificultades no existían. Todo esto, por ser sinceros, lo sabíamos. Al menos lo habíamos escuchado. Nos habíamos escandalizado de algunos comportamientos, e interrogado por ellos. Y sin embargo, todo seguía adelante.
  8. Que la crisis no es económica. Y lo digo sin matices. Hace un año, o dependiendo del auditorio, escribiría esa frase del siguiente modo: “La crisis no es sólo económica.” ¿Por qué no sólo económica? Porque detrás de la economía se va vislumbrando, le pese a quien le pese, un sujeto débil, irreflexivo hasta el momento, cómodo y tristemente esperanzado con ilusiones frágiles, bastante insolidaridad y sobre todo en la medida en que afecte al propio bolsillo, incapaz de ejercer ciertas renuncias y sacrificios y con un ansia voraz de cosas y experiencias… La crisis no es sólo económica porque se ha instalado en la precariedad de familias con vínculos poco estables, llamados a recuperar la relación de dependencia después de un tiempo de alianzas con los préstamos bancarios. La crisis no es sólo económica porque toca el corazón de los jóvenes hiper-preparados intelectualmente en sus ámbitos respectivos, sin un horizonte real en el que poner al servicio de la sociedad aquella inversión pública realizada en ellos; y porque la educación no ha pretendido la mejora social, sino la competitividad dentro del mercado de “personas” y puestos de trabajo.

Dicho lo cual, y sabiendo que ahora sé mucho más incluso de lo que he expuesto, pero no tengo un orden suficiente para clarificar las ideas ni es una cuestión en la que vaya a invertir tiempo en estos momentos, también tengo la firme convicción de que esta crisis es una Palabra dada a la humanidad que podemos acoger y comprender, o rechazar y negar.

  1. La austeridad no es una condena, nos hace más felices de lo que creemos. Tener aquello que necesito como medio que garantiza que otros también podrán disponer de ello.
  2. Ordenar justamente los recursos que son públicos, esto es, de todos para el bien de todos. Exigiendo, eso sí, un compromiso firme de unos con otros más allá de cuestiones económicas, recuperando las relaciones sociales, el voluntariado, los servicios sociales.
  3. El individuo está llamado a ser único, a responder a su vida desde sus principios. Los cuales son dialogables, no son cerribles ni pueden generar gregarismo o masa.
  4. La solidaridad con los países pobres no es para un programa de televisión ni un rato de buena conciencia al año, sino un problema macroeconómico en el que todos tienen algo importante que decir.
  5. La humanidad reclama trabajo para vivir, no vivir para trabajar. Y una buena reflexión sobre la educación, los valores y el esfuerzo tiene mucho que decir.
  6. No se puede dar por perdida ninguna generación, por muchos conflictos que tenga que afrontar. Esto es un fracaso del desarrollo y del progreso entendido en términos de autonomía.
  7. Creerse todo lo que dicen, de cualquier manera, ha llevado a un pensamiento tan débil y carente de vigor que ahora las personas están desorientadas y a la espera de nuevas respuestas.
  8. Está en nuestras propias manos tomar algunas decisiones, luchar y vivir contra la corriente que se ha impuesto en los últimos años como «lo único bueno».
  9. De la crisis son responsables todas las personas, y todas las instituciones. Lavarse las manos, sin asumir lo propio y sin hacer autocrítica, es el camino fácil que no conducirá a nada más que a cumpabilizarse.
  10. Más que un pacto de todos, necesitamos personas «buenas» en el poder y en la toma de decisiones, con un corazón lo suficientemente convertido para que salgan de su egoísmo y no se dejen atrapar por la codicia y el interés. Pero a la gente le toca confiar en sus instituciones.

Papeles arrugados


Todos los días, en la escuela, encuentro papeles arrugados. Hojas que sirvieron para escribir, y son desechados. También hojas medio empezadas, equivocadamente empezadas.

Si fueran una metáfora, ¿de qué podrían hablar?

  1. Una vida arrugada, considerada para muchas cosas inservible, inútil, desechada, incapaz de recoger palabras bellas o escenas interesantes. Desechada y arrugada, que porta en sí las marcas de la destrucción a modo de heridas de diversa índole y profundidad.
  2. En la que aparecen pequeños espacios en los que podría escribirse, pero fragmentados, divididos, aislados unos de otros sin conexión entre sí. Como acontecimientos sueltos, destellos en forma de una palabra o una frase, pero nunca un gran relato.
  3. ¿Quién fue el causante de esta situación? ¿Quién lo vio, de partida, inservible? ¿Cuánta gente lo vio, tirado, sin acercarse a él para recogerlo, atenderlo, cuidarlo o prestarle atención? Un papel, nada más. Una persona, muchas veces, tratada igual. Un hijo de Dios que desconoce cuál fue su origen, de dónde viene, para qué está llamado y se conforma con lo que otros pueden hacer con él.
  4. Una metáfora de la gracia, del don que Dios da. De la fuerza de las palabras que quedan grabadas en los corazones de los hombres. Dios llama, para que el hombre no haga una pelota de sí mismo, encerrado y volcado sobre sí. Su llamada despierta, obliga a mirar, a buscar de dónde viene.
  5. Y Dios se atreve. Lo que para otros parece imposible, lo que nosotros desechamos y tenemos por inútil, Él lo hace suyo. Es su forma de proceder, escoger la debilidad para mostrar su fuerza, preferir la herida para sanar. «No he venido para los sanos, sino para los enfermos.
  6. Y Dios comienza a escribir su historia. Parte del Evangelio queda grabado en nuestras vidas. Y se muestra la fuerza de su Palabra, y llama la atención que en un folio arrugado pueda haber algo tan bello, tan vital, tan sorprendente, tan capaz. Dios recrea nuestra capacidad, nos miramos, y le vemos donde otros dejaron su pisada, arrugas, desprecios.

Si no lo ven y conocen, nadie lo visitará


La red tiene una dimensiones tan grandes, que son pocos los que se manejan en ellas con soltura. Hay tanto, desde tantas perspectivas, con tantos matices y riquezas, que se perderán en el anonimato infinidad de rincones interesantes. Por eso están creciendo y proliferando las empresas dedicadas al posicionamiento, que consiguen hacer del blog o página un referente en las búsquedas de google, que se hacen presentes en las redes sociales de forma continua.

Por mi parte, sin mayores pretensiones, voy comprobando directamente esta cuestión. El número de visitas de este blog dependen necesariamente de su difusión en las redes sociales, de la difusión y del alcance de los mensajes. Curiosamente, días en los que no escribo nada nuevo, pero hay difusión, aumentan las visitas. Y paradójicamente, aquellos en los que sí he posteado algo, pero sin incidir en la comunicación, no tiene mayor impacto.

De aquí saco mis conclusiones para la sociedad en la que vivimos:

  1. Es necesario mostrar una y mil veces algo, porque hay demasiado. Y confiar en la riqueza expresada, confiando en que a más de uno le llegarán estas palabras en un momento importante. Recuerda que aquello que no se ve, no existe. Si se confía en que lo que se ofrece es bueno y original, también este esfuerzo merece la pena.
  2. Es imprescindible contar con herramientas al uso para introducir los contenidos de forma efectiva en la red. Conociendo las cualidades de los hashtag, de las etiquetas, de las categorías, de las palabras clave que se emplean. Incluso las fotos y el dominio del blog son esenciales para llegar a más o menos gente.
  3. Es clave también la relación creada de antemano, que será difusora a su vez de los post. Es decir, que no puede depender directamente de un único usuario la proyección mediática diaria.
  4. Es muy útil utilizar las herramientas de seguimiento más cercano que existen (por ejemplo, «seguir un blog» -Follow-, vincularse mediante RSS, seguir páginas a través de Facebook, suscribirse por correo electrónico, mantener en la propia barra del navegador, añadir a marcadores…).
  5. Y es necesario continuar la cadena, ofreciendo a otros aquello que ha sido bueno para nosotros. Dicho de otro modo: retuitear, comunicar a través de Facebook, invitar a otros a sumarse, compartir artículos, hacer comenttarios, valorar los post.
  6. Esclarecer objetivos, tener un marco de referencia estable, distinguir un público y usuarios, conocer las horas de referencia, sus posibilidades e intereses. Todo esto también ayudará, evidentemente, a dar una mayor calidad a la comunicación.

Esta lectura de la red, es igulamente válida, a mi entender para otras acciones de carácter social, pastoral, educativo. Voy observando que se siguen las mismas pautas de conducta en la realidad virtual y fuera de ellas.

Al menos es planteable, por ejemplo, que nuestra sociedad se rige por patrones repetitivo, donde las redes están al servicio de algo, más allá de los contenidos incluso, y que la originalidad y calidad se ve premiada. Lo que me preocupa, de todo esto, es que el dinero también sea un factor de posicionamiento clave, que se invierta para mostrar a todos «lo bueno y la verdad», y que esa inversión se vaya a utilizar en detrimentro de otros factores decisivos como la riqueza de la gente en la web, su original intención de «democratización» y «opinión pública», y mermen el sentido crítico de las personas. Vamos comprobando cómo, a través de sucesivas repeticiones y de los multicanales por los que llegan, son aceptadas opiniones como verdades, el sentir y el criterio de otro se asume como propio, la imagen que «se pide» es el canon que hay que pagar para poder ser escuchado.

Es tiempo de santidad


Dependiendo del contexto cristiano (o no cristiano) en el que una persona haya crecido o se mueva, pueden resonar conceptos (o preconceptos, o ideas vagas y difusas) muy diferentes. Así es como la santidad se puede equiparar a los héroes de nuestro mundo, a personas con capacidades extraordinarias, a un esfuerzo por hacer todo lo que Dios quiere, a un compromiso férreo y duradero con los más pobres, a una vida de oración intensa ligada a experiencias reservadas para unos pocos, a una dimensión un tanto excelsa o seráfica, o sencilla y cotidiana. Sea como fuere, también hay que reconocer que la santidad no es propiedad de unos pocos (de hecho es la multitud de santos la que genera la diversidad de opiniones en torno a la santidad), ni de una parcela de la Iglesia concreta (que normalmente tiene sus santos de referencia, como hermanos mayores que guían y sostienen en la fe, que aportan lectura o un estilo de vida concreto a seguir), si bien es cierto que en determinados sectores -tristemente, a mi entender- esta palabra ha caído en desuso por las connotaciones que puede tener para unos pocos, o por ser incapaces de comprenderla bien o de comunicarla a los demás. Desde lo que voy conociendo, puedo decir que toda persona aspira a la santidad, no tanto a la perfección o a la entrega absoluta a los demás o a otros ideales humanos. La santidad engancha con lo más profundo del corazón del hombre, pero también supone el reto por purificar sus deseos, sus motivaciones, su amor y su alegría. De tal modo que, por muy arraigado que esté en el interior y en la vocación de cada hombre, siempre es un más que se recibe por «gracia», por amor, que saca de uno mismo para mostrarle algo más grande de lo que era soñado previamente. Santidad es aventura de Dios que toma forma y pies humanos para andar el camino.

Mi experiencia de la santidad comienza en los otros. Porque creo que se conoce la santidad cuando se vive con los santos. La lectura ayuda, sin duda alguna, pero la convivencia transforma el corazón, los criterios y hace que seamos capaces de ver para creer. Los santos son una multitud. Sólo hace falta detenerse en lo que se sale de lo normal, y en lo más cotidiano cuando se percibe que hay vida en plenitud. Soy joven, pero puedo decir que ya he compartido algún que otro año en compañía de algún que otro santo. Por lo tanto, de los santos nos damos cuenta cuando hemos vivido con ellos, y puede que más de uno en vida haya vivido una experiencia similar.

Si tuviésemos una mirada libre para acercarnos a los demás seríamos capaces de contemplar la acción de Dios en ellos, y por lo tanto sus gestos de santidad y sus palabras tan cercanas a la plenitud del hombre. Sin embargo, este aspecto y dimensión profunda de cada persona no es tan fácil de contemplar. La historia de la Iglesia está llena de los recelos que provocan los santos, las envidias que suscitan y las críticas que reciben sin parar noche y día. Toda vida, vivida en este grado de plenitud, es incómoda porque es a un tiempo denuncia de cómo está esclavizada la humanidad y quiénes lideran el mundo, y por lo tanto surgen muchos conflictos y batallas, y anuncio de una forma de vida nuevo que es imposible de alcanzar guiados meramente por el esfuerzo y la voluntad del individuo, y que por consiguiente genera en otros la frustración. Es esquema de denuncia-anuncio es un clásico en la historia de la Iglesia. Si lo cambiamos por otro, por ejemplo, provocación-vocación adquiere matices diferentes. El santo es quien, con su vida y sin muchos objetivos en este sentido, interpela a los demás que otra forma, libre y apasionada, es posible en la sociedad en la que vivimos, y llama a compartirla, invita a ser seguido sin quedarse en sí mismo. Cuando nos acercamos a su vida, porque la compartimos o porque ha caído en nuestras manos un libro que cuenta su historia, en el fondo late dentro una pregunta muy personal: ¿Esto es también para mí?

En el juego de la santidad personal, tampoco hay que ser demasiado ingenuos. Todos hemos probado, de quienes andamos en este camino de seguimiento de Jesucristo, de vida en comunidad o de misión y entrega a los demás, alguno de sus manjares más sublimes. De hecho, hemos sido llamados para compartir la santidad de Dios, no para crear nuestros espejismos. Y Dios, que es sabio y muy bueno, también nos permite gustar y saborear en algún que otro momento de sus propios sentimientos, de su propia mirada, de su propio corazón, de sus propias fuerzas. En algún caso no nos dimos siquiera cuenta, no fue algo consciente, como en nuestro bautismo. En otros, algo notamos que estaba pasando, y quisimos hacerlo nuestro y apropiárnoslo del todo; pero nunca más se repitió porque no hemos sido capaces de repetirlo. En los tiempos de la confianza y de la libertad, la santidad ha guiado opciones de vida realmente arriesgadas queriendo darlo todo, empezar con ilusión y con pasión. En los tiempos de la desesperanza, de la tristeza y del desaliento, la santidad es resistencia, capacidad de sufrimiento, y mantiene nuestros pasos por un camino incierto y oscuro. En tiempos en los que hemos disfrutado de la oración, del trabajo, de la comunión con otras personas estábamos tan cerca de Dios que había veces que sólo hemos sabido dar gracias y preguntarnos por qué nosotros tenemos este don. Y en otros tiempo, más ásperos y crudos, de sequedad en el encuentro con Dios, de conflicto y de tensión, toda la fuerza de Dios trataba de sostener nuestro barco para que no naufragara. Siempre ha estado ahí, Dios nunca ha abandonado. Y esa es la prueba más grande de que hemos respirado la santidad y compartido su destino.

Quienes se han dado cuenta de esa proximidad, quienes han descubierto realmente a Dios más allá de las imágenes infantiles o adolescentes que ellos se montaban, no han tenido otra opción que plantearse… «Y ahora, ¿qué hago yo con mi vida?»  Dios es tan grande que aceptarlo supone trastocar todo. Es como un regalo enorme al que tengo que buscar lugar en mi habitación, para lo que tendré entonces que hacer hueco -a su tamaño y según su centralidad-, por el que tendré que tirar cosas y hacer también tiempo. Porque Dios no es una cosa que se coloque, y sin embargo lo recoloca todo. Y más en el tiempo, en el sentido de la realidad y en las prioridades. Los santos, esos a quienes alabamos tanto y admiramos, también tuvieron que pasar por su tiempo de conversión. Algunos muy niños, otros muy jóvenes, otros muy adultos. Lo cual es prueba y muestra de que Dios también sabe esperar, que no cesa de dar oportunidades. Que se da a conocer poco a poco al hombre que pasa tiempo en su compañía, hasta el punto de que nos damos cuenta de que Dios realmente no es de este mundo, que si está aquí es porque Él quiere y quiere por amor, para la salvación de muchos, para la justicia y la fraternidad, para la comunión que no se quiebra. Sea como sea, lo de antes de conocer a Dios no vale ni un ápice en comparación con lo que ahora se tiene; o, como decía una amiga ayer, se pasa a ver a todos los demás de forma diferente.

Esta es la verdadera santidad, la que pasa por la conversión, y por la prueba, y por las dificultades, y por el sufrimiento, y por el dolor, y por la incomprensión, y por la noche. Lo anterior es un bocado de muestra, y ahora toca alimentar el corazón y el alma en plenitud. No sólo el suyo, sino con su vida la de otros. Y convertido el corazón, y no antes, ser en el mundo signo de lo único que busca cada uno de los hombres del mundo, ser gota de agua en un mar infinito capaz de saciar la sed que empuja a cada persona que está ahora vagando por cualquier rincón del mundo.

La conclusión más sencilla de todas las que hoy puedo sacar es que Dios ciertamente me llama a mí a la santidad, como llama a cada uno de los jóvenes que tengo en mi clase, o en mi grupo, o en la celebración de la Eucaristía de los domingos. A todos, por igual y sin distinción, Dios les invita a la santidad. Y ellos lo saben, como yo lo sé. Y tienen ganas de ello, como yo tengo muchas ganas. Que para vivir una vida mediocre no estamos en este mundo. Y tenemos los ojos abiertos, a lo que sucede a nuestro alrededor y a cuanto nos pasa a nosotros en nuestro corazón. Y todo eso son llamadas, que no pueden dejarnos indiferentes, ni pasar desapercibidas. Reclaman mi atención, y esperan que yo también pueda empezar a dar pasos. Seré sin duda más feliz, estaré más dichoso. Y nunca me faltará el amor.

Aburrimiento a tope


Los extraterrestres no se aburren nunca. Los mortales son quienes se enfrentan a este sentimiento, al aburrimiento, desarrollando progresivamente en su vida la capacidad de aburrirse o la incapacidad para soportarlo buscando siempre nuevas y excitantes aventuras. El aburrimiento está tan presente en nuestra vida que incluso las redes sociales hacen un llamamiento a sus nuevos usuarios para sumarse y evitar así esta sensación desagradable del paso de las horas y de los días. La palabra «aburrimiento» proviene del latín, y significa «tener aversión por algo». Y es que el aburrimiento comienza en la medida en que soportamos que haya en nuestra existencia, siempre pequeña, situaciones que nos desagradan en extremo. No todos los hombres se aburren en el mismo grado, ni con la misma intensidad, ni sufren sus consecuencias de la misma manera. Pero el aburrimiento siempre despierta la «sed de algo nuevo». Marina, en su «Diccionario de los sentimientos», nos hace notar que otras palabras vienen en ayuda de esta creciente sensación , y por eso surge la pesadumbre, lo plomífero, el pelmazo. En una lengua más «de la calle» se utilizan otras expresiones como «rollo», «co–zo», «cansino», «insoportable», «vacío», «soporífero», «insulso»… acompañadas muchas veces de la percepción de ser «siempre lo mismo», «otra vez la misma historia», «de nuevo estamos aquí», «y ahora qué hago», «qué flojera», «no tengo ganas de nada», «me estoy durmiendo», «no sé si aguantaré», «no tengo nada que nacer», «nada me satisface», «tengo que estar pero no quiero», «si fuera por mí me iría», «por favor, que sea más divertido»…

Signos del aburrimiento:

  1. Flojera. Carecer de esa pasión que hace que la vida se mueva, no a ritmo frenético y descontrolado, no que se mueva por moverse de aquí para allá… sino con un horizonte. El aburrimiento no pocas veces comienza al descubrir que nada de lo que me rodea me importa realmente, que me he cargado de situaciones, cosas personas por las que no siento nada especial, y que en definitiva no llegan a importarme realmente.  Daría igual que estuviese aquí o allá, porque eso es indiferente. Si bien es cierto que frente al aburrimiento se piensa que no es lo mismo estar aquí que allá, hacer eso o esto otro… De algún modo comienza a despertar el aburrido imaginándose mundos donde las cosas sean de forma diferente a como son en verdad, porque no soporta la vulgaridad de su realidad. En nuestra vida cotidiana este «aburrimiento» comienza desde primera hora del día, en tanto que alguien se permita ir donde no quiere ir y se someta a una vida dominada por la voluntad de otros, de forma justificada o no. Pero se profundiza en el medio día, cuando libre de las ataduras del estudio o del trabajo se llega a la propia casa donde sigue sin haber «nada» que realmente sea apasionante. No conoce este síntoma aquel que por el contrario sí que sabe disfrutar su vida, sí que se siente ligado a alguien o algo, a su tarea y actividad, y que también aprende a disfrutar de sí mismo. Dicho de otro modo, en la medida en que la persona ejerce un compromiso consigo misma y con la realidad, y se muestra serio en él, este aburrimiento desaparecerá.
  2. Debilidad y pereza. No tener ganas de algo. Las madres, que son sabias en muchas cosas, repiten en no pocos momentos que si no tienes ganas «se hacen», porque se puede generar, o al menos podemos no abandonarnos definitivamente en el sueño, en el cansancio y ejercitar la fuerza de voluntad. El aburrido es quien ha perdido consciente o inconscientemente, decidida o no, esta batalla. Quien se ha dejado llevar confundiendo su debilidad con lo que tenía que hacer, satisfaciendo siempre las necesidades que van surgiendo de sí sin la exigencia de alguien que quiere algo y quiere conseguirlo, o sin valorar las consecuencias de sus actos. El ocio continuo, el creer que tengo que estar siempre divertido, o confundir estar vivo con estar alegre sin soportar los momentos de sufrimiento de la vida cotidiana.
  3. Sentimiento de abandono  o desconsuelo. Algo tiene quien se aburre que le provoca cerrarse en sí mismo. El aburrido no se quiere ni así de forma que tampoco quiere que los demás le vean en su estado, y tiende a encerrarse, desaparecer, llegándole incluso a molestar la presencia de los otros. Y más aún cuando los otros están alegres, son divertidos, muestran inquietud, se mueven de un sitio a otro sin parar. De este pesimismo con su propia vida nace la desconfianza y el desprecio por los demás, que no es más que el desprecio por sí mismo proyectado, o su vacío extendido al resto de situaciones. Porque es incapaz de mirar más allá de sí mismo, y se conforma precisamente en esto. Es muy difícil, lo digo por experiencia en los diálogos que mantengo con jóvenes u otras personas en esta situación, mostrarles que hay algo más que su propia situación. Estas personas aman su propia «cama» porque se encuentran somnolientas casi de continuo, pero la cama se convertirá en su propia tumba; su habitación, en la que se sienten seguros, protegidos, amparados y donde está todo controlado será su mundo. Del aburrimiento a la insociabilidad hay un paso, como también han escrito muchos antes de esta página, y más cuando el aburrimiento por mi propia vida es descubierto y mostrado a los demás; nadie desea estar cerca de otra persona a quien su propia vida no le resulte atractivo, y si permanece a su lado es por un sentimiento de compasión que genera una sensación de inferioridad en quien se aburre progresivamente, más y más.
  4. Fastidiados, desazonados, insatisfechos. Personas a quienes todo se convierte en molestia. Que desde el aburrimiento rechazan otras opciones. Es la enfermedad del permanentemente disgustado con lo que tiene que hacer. Le disgusta estar en el estudio, pero cuando ve la televisión también se ve incómodo, cuando juega al ordenador se dice a sí mismo qué perdida de tiempo, y si hace deporte después se siente más cansado y tiene que descansar. Nada le viene bien, en todo encuentra la vuelta para hacerlo insufrible, insoportable, tedioso. Tiene «pocas ganas» por la vida. Y le ocurre de vacaciones casi tanto como cuando está en estudio o trabajo. El cambio al principio le reconduce un poco, pero pronto vuelve a lo mismo. Cuando lo que estimula su realidad es tan negativo, tiende a volver la vista atrás para reconocer que nada hay que merezca, de nuevo, la pena. Que si hay que ir se va, pero ir para nada…  Si le dejas hablar todo será para él una inmensa tragedia en la que vivir es un dolor.
  5. Carente de proyectos. La flojera que domina su vida también elimina la tensión por llegar a algo. Si hoy no quiere nada, tampoco lo querrá mañana. Quien no se aburre es quien tiene que llegar a algún lugar, plantear algo, modificar algo, transformar el mundo, seguir viviendo, luchar por su vida… El aburrimiento es propio de las sociedades modernas en las que todo nos lo dan, lo recibimos masticado y hacemos que los niños se sienten a engordar sin esfuerzo en sus vidas, sin educar para conseguir mañana lo que hoy no he podido alcanzar, o plantearme que dentro de dos meses tengo que ser mejor. Hay cosas en las que no puedo avanzar por mí mismo, igual que no puedo crecer solo, es evidente. Sin embargo, una gran parte de la vida está en mi mano o puedo recibirla en mi propia existencia haciendo de ella que se dirija donde quiero verme dentro de dos años. Pero sales a la calle, preguntas al aburrido qué será de él dentro de dos o tres años, y te dice que «yo qué sé» con una parsimonia espectacular. El aburrido llega hasta el punto de dejar que otros le digan por dónde tiene que caminar, qué tiene que hacer en un futuro, qué es lo mejor para él, qué sería lo deseable, qué le tiene que gustar, qué tiene que comprarse, qué es ser feliz y cómo llegar a todo ello.

Tres razones para retuitear


Me encanta compartir en la red. Lo reconozco. Creo que una maravilla incalculable que tiene nuestro mundo a diferencia de cualquier generación anterior de la historia de la humanidad. Nuestra capacidad para hacer llegar información de un sitio a otro, en cuestión de segundos, de ofrecer una frase interesante, un artículo valioso, una idea que a alguien le pueda ser útil, un texto que pueda despertar un sentimiento, emoción o poner luz en una persona a quien, muchas veces, ni siquiera conozco cara a cara… y más… me parece sorprendente. Y esa capacidad de compartir se simplifica a través del botón «compartir» y un RT sencillo. (Por cierto, que tienen todo el derecho del mundo, para quienes no sepan RT es «retuitear» o «hacer llegar a los seguidores que tengas en Twitter un tweet de otra persona a la que a su vez tú sigues»).

Mis tres razones principales por las que hago RT son las siguientes:

  1. Porque hay personas estupendas que encuentran cosas estupendas que tienen que llegar a otras personas estupendas. De esta manera, a través del RT se prolonga la vida del tweet en el espacio virtual (llega a más gente y se extiende en la red) y en el tiempo (dado que permanecerá en más TL, sucesivamente, dando la oportunidad a otros a que también retuiteen a su vez si les ha parecido interesante). Creo que el mundo está lleno de maravillas que deberían conocerse y publicitarse más, por encima incluso de tantas desgracias e insatisfacciones que se muestran en los medios. En las manos de los usuarios más sencillos está el «darle un giro» a la capacidad de información y comunicación y ofrecer alternativas reales, proyectos concretos, experiencias y vidas hermosas que no saldrán en los medios de masas porque no interesa al «status quo» o porque no será rentable económicamente o no potenciará la cultura habitual de la superficilidad y el consumo en el que vivimos.
  2. Porque es un modo de que personas estupendas tengan referencia en la red de otras personas estupendas que no conocerían si no es a través de un RT, de modo que se abre la posibilidad de que se conozcan. Dicho de otro modo, quizá más potente incluso, hay gente que debería conocerse entre sí. Darle al RT es ofrecer ese canal, y quién sabe dónde nos llevará semejante capacidad para las relaciones como estamos despertando. Inquietudes similares, ideas que van convergiendo aunque surgieran en principio en soledad y en paralelo. Y vidas que se van entrecruzando. Siempre se corre el riesgo de lo que pasará, de lo que puede suceder. Pero abrimos puertas. Del RT nunca elimino la referencia personal precisamente por esto. Es más, hay personas de las que casi ni miro el contenido porque me parece interesante de por sí difundir la tarea y la vida de él o ella en concreto, por encima incluso de sus contenidos.
  3. Quizá en último lugar, el hacer «propio» el tweet de otros. Es muy simbólico, evidentemente no se reduce a coger o apropiarse. Es reconocer que algo ha sido especialmente valioso en un día concreto, que me interesaría que todos supiesen que he leído esto o aquello, que podamos dialogarlo, debatirlo y realizarlo cada uno allí donde esté. Y también, cómo no, quedármelo durante un tiempo para poder volver sobre el mensaje; o bien quedármelo en la memoria porque no he podido dedicarle el tiempo suficiente. Me parece una manera excelente de hacer «vida» sin que todo sea «mío», porque lo cierto es que mucho de lo que vivo -fuera de la red- no puedo considerarlo en exclusividad, sino en referencia a otros, en atención y relación a circunstancias…

Todo esto no tendría sentido para mí sin una imagen positiva del mundo en el que vivo. Más que positiva, esperanzada. Empiezo a confiar en la capacidad transformadora -ya ha empezado el baile- de las redes sociales para dar un giro a más de una cosilla del mundo en el que vivimos.