Algunos saben que últimamente le doy a esto del puzzle. No mucho. Han sido dos, para principiantes, en dos ratos de los últimos diez días. Pero como nunca había caído en la tentación de someterme a sus exigencias y ritmos, me ha parecido una actividad muy iluminadora y educativa. Enumero algunas de las cuestiones que me ha dado tiempo a pensar mientras estaba enfrascado colocando, ordenando y buscando piezas.
- Acoger la tarea ha sido regalo de alguien importante. Un reto en el que no me quedé solo. Fui acompañado, educado. La maravilla de crear algo, no en solitario y asilado, sino en común, en comunidad, juntos. Tocaba aprender, y quebrar las opiniones propias para recibir y secundar los gustos y necesidades de otras personas. Creo que sin este previo, nunca me hubiera puesto delante de un pequeño puzzle de 500 piezas con multitud de colores repartidos de formas tan diferentes.
- Todo comienza con el marco. Que se forma poco a poco. Y sirve para delimitar bien los espacios, para fijar esa franja más allá de la cual no tiene sentido pensar, fuera de la cual no existe ni belleza ni dibujo. Sin embargo, no se piensa en negativo, sino en positivo: ¡por fin tengo el espacio dentro del cual se desarrollará esta vida! ¡Estamos centrados! Por muy bonito que sea el marco, cuando lo terminas tienes la sensación agridulce de un primer paso, ¡quedando todavía darle contenido!
- La experiencia de partida es de gran confianza, puesta a prueba durante el juego, al menos en mi caso. Das por descontado que todas las piezas que salen de la bolsa tienen su lugar. Y que no falta ninguna, siendo todas imprescindibles y necesarias. Es decir, son todas las que son imprescindibles, no hay ninguna que no sea. Como si dispusiésemos de todos los elementos necesarios, no hubiera que trabajar para conseguirlos y fueran generosamente concedidos de partida. ¡Allí se encuentra todo! Si mirásemos así al mundo… sería diferente. Aquí no sobra nadie, sobran cosas, algo que pulula por ahí. Pero no sobra nadie y deberíamos gritarlo a los cuatro vientos.
- Y, con confianza, se asume la dificultad, el conflicto, el reto y la aventura. Ahora bien, yo al menos sería incapaz de hacer algo sin un modelo de referencia. Porque necesito fijarme una y otra vez, alzar los ojos fuera de «lo incompleto» y dejarme prendar por los detalles que busco de «lo completo». El modelo lo es todo. ¿Imaginas hacer un puzzle, que te vendan uno en el que no sean parejas las fichas con lo que te dicen que tienes que hacer? ¡Quizá algunos serían capaces, sobre todo si son pocas fichas! Yo no sabría por dónde empezar.
- Los primeros pasos sirven para poner orden. Al menos en mi caso, lo que he hecho es una especie de criba para agrupar afines. Una estupidez, en parte, porque no hay grupos separados ciertamente. Se trata de simples parecidos. Lo cierto es que la relación la establecen con todos. Las primeras piezas cuesta ponerlas, encontrarles su lugar. Es difícil acertar de pleno y a la primera. Poco a poco se va educando la mirada, y buscas con más precisión tanto utilizando su forma como atendiendo a su «dibujo». Lo dicho, que cuanto más avanzas, más fácil resulta. Y si al principio parece que no tendrá sentido y será imposible, todo se transforma en las últimas piezas en facilidad proporcional si están bien colocadas.
- La belleza particular, y la belleza general. Aunque sabes que el puzzle no está completo, ni confundes la parte con el todo, ¿no te sorprende la belleza de las piezas, con sus colores y armonía? En el primer puzzle que he hecho como adulto, y me ha parecido un detalle grandioso, le pusimos nombre a dos piezas. Buscamos hasta identificarnos, y fue hermoso contemplar el lugar que teníamos en el conjunto. Sin embargo, la belleza del final-final, cuando todo está completo y terminado, cuando te levantas, lo miras desde lejos y lo observas con alegría, y le haces una foto… ¡qué maravilla!
- Cada uno en su lugar. Y si no está en su sitio, usurpa el de otro, que tiene que marcharse. El verbo «encajar» deberíamos aplicarlo con más frecuencia al género humano. Algunos ocupando el lugar que corresponde a muchos otros, y otros amontonados esperando un hueco en el que «forzar su situación», haciéndose daño y dañando a los de alrededor. Cuando las cosas no encajan, hay que aprender que algo hay fuera de lugar, y en lugar de intentar que encajen por todos los medios, pararse, ver si realmente el dibujo va por buen camino, y deshacer, si es necesario, el camino andado.
- Cambiar la perspectiva. De vez en cuando, conviene moverse, girar el puzzle, posicionar las fichas de otra manera. Porque hay momentos en los que se pide gran paciencia, calma y sosiego para no sentir que «se ha quedado una ficha en la fábrica sin salir», o que nunca encontrarás lo que necesitas. Nada más darle aire a esa sensación conviene salir, darse un paseo, retomar la actividad más tarde y con esperanza. O preguntar a quien tienes cerca, o intercambiar los lugares desde los que estábais trabajando.
- El trabajo en equipo. Lo dicho. Que es palpable que el trabajo dentro de un grupo que congenie bien y trabaje activo y con ritmo unido, se hace más llevadero. Suele pasar que cuando uno está mal, el otro va como una fecha. O que los dos aumentan el ritmo como si jugasen a «piques infantiles» que le dan alas a la tarea y abren el corazón para centrarse. Y también que la alegría, al ser compartida en totalidad, no sólo al final, sino sobre todo en el proceso, se multiplica por mucho más que dos. Se deja de hablar del puzzle, y comienza la conversación entre personas, sobre lo hecho, lo vivido, lo sentido, dejando el puzzle en un segundo plano y recordando que primero somos nosotros, que la primacía la tiene aquel que habla, aquel que esucha, aquel que siente, aquel que toca, aquel que canta o que llora. Y las cosas, en su lugar, son cosas carentes de vida más allá de la que le queramos dar.