Haciendo puzzles


Algunos saben que últimamente le doy a esto del puzzle. No mucho. Han sido dos, para principiantes, en dos ratos de los últimos diez días. Pero como nunca había caído en la tentación de someterme a sus exigencias y ritmos, me ha parecido una actividad muy iluminadora y educativa. Enumero algunas de las cuestiones que me ha dado tiempo a pensar mientras estaba enfrascado colocando, ordenando y buscando piezas.

  1. Acoger la tarea ha sido regalo de alguien importante. Un reto en el que no me quedé solo. Fui acompañado, educado. La maravilla de crear algo, no en solitario y asilado, sino en común, en comunidad, juntos. Tocaba aprender, y quebrar las opiniones propias para recibir y secundar los gustos y necesidades de otras personas. Creo que sin este previo, nunca me hubiera puesto delante de un pequeño puzzle de 500 piezas con multitud de colores repartidos de formas tan diferentes.
  2. Todo comienza con el marco. Que se forma poco a poco. Y sirve para delimitar bien los espacios, para fijar esa franja más allá de la cual no tiene sentido pensar, fuera de la cual no existe ni belleza ni dibujo. Sin embargo, no se piensa en negativo, sino en positivo: ¡por fin tengo el espacio dentro del cual se desarrollará esta vida! ¡Estamos centrados! Por muy bonito que sea el marco, cuando lo terminas tienes la sensación agridulce de un primer paso, ¡quedando todavía darle contenido!
  3. La experiencia de partida es de gran confianza, puesta a prueba durante el juego, al menos en mi caso. Das por descontado que todas las piezas que salen de la bolsa tienen su lugar. Y que no falta ninguna, siendo todas imprescindibles y necesarias. Es decir, son todas las que son imprescindibles, no hay ninguna que no sea. Como si dispusiésemos de todos los elementos necesarios, no hubiera que trabajar para conseguirlos y fueran generosamente concedidos de partida. ¡Allí se encuentra todo! Si mirásemos así al mundo… sería diferente. Aquí no sobra nadie, sobran cosas, algo que pulula por ahí. Pero no sobra nadie y deberíamos gritarlo a los cuatro vientos.
  4. Y, con confianza, se asume la dificultad, el conflicto, el reto y la aventura. Ahora bien, yo al menos sería incapaz de hacer algo sin un modelo de referencia. Porque necesito fijarme una y otra vez, alzar los ojos fuera de «lo incompleto» y dejarme prendar por los detalles que busco de «lo completo». El modelo lo es todo. ¿Imaginas hacer un puzzle, que te vendan uno en el que no sean parejas las fichas con lo que te dicen que tienes que hacer? ¡Quizá algunos serían capaces, sobre todo si son pocas fichas! Yo no sabría por dónde empezar.
  5. Los primeros pasos sirven para poner orden. Al menos en mi caso, lo que he hecho es una especie de criba para agrupar afines. Una estupidez, en parte, porque no hay grupos separados ciertamente. Se trata de simples parecidos. Lo cierto es que la relación la establecen con todos. Las primeras piezas cuesta ponerlas, encontrarles su lugar. Es difícil acertar de pleno y a la primera. Poco a poco se va educando la mirada, y buscas con más precisión tanto utilizando su forma como atendiendo a su «dibujo». Lo dicho, que cuanto más avanzas, más fácil resulta. Y si al principio parece que no tendrá sentido y será imposible, todo se transforma en las últimas piezas en facilidad proporcional si están bien colocadas.
  6. La belleza particular, y la belleza general. Aunque sabes que el puzzle no está completo, ni confundes la parte con el todo, ¿no te sorprende la belleza de las piezas, con sus colores y armonía? En el primer puzzle que he hecho como adulto, y me ha parecido un detalle grandioso, le pusimos nombre a dos piezas. Buscamos hasta identificarnos, y fue hermoso contemplar el lugar que teníamos en el conjunto. Sin embargo, la belleza del final-final, cuando todo está completo y terminado, cuando te levantas, lo miras desde lejos y lo observas con alegría, y le haces una foto… ¡qué maravilla!
  7. Cada uno en su lugar. Y si no está en su sitio, usurpa el de otro, que tiene que marcharse. El verbo «encajar» deberíamos aplicarlo con más frecuencia al género humano. Algunos ocupando el lugar que corresponde a muchos otros, y otros amontonados esperando un hueco en el que «forzar su situación», haciéndose daño y dañando a los de alrededor. Cuando las cosas no encajan, hay que aprender que algo hay fuera de lugar, y en lugar de intentar que encajen por todos los medios, pararse, ver si realmente el dibujo va por buen camino, y deshacer, si es necesario, el camino andado.
  8. Cambiar la perspectiva. De vez en cuando, conviene moverse, girar el puzzle, posicionar las fichas de otra manera. Porque hay momentos en los que se pide gran paciencia, calma y sosiego para no sentir que «se ha quedado una ficha en la fábrica sin salir», o que nunca encontrarás lo que necesitas. Nada más darle aire a esa sensación conviene salir, darse un paseo, retomar la actividad más tarde y con esperanza. O preguntar a quien tienes cerca, o intercambiar los lugares desde los que estábais trabajando.
  9. El trabajo en equipo. Lo dicho. Que es palpable que el trabajo dentro de un grupo que congenie bien y trabaje activo y con ritmo unido, se hace más llevadero. Suele pasar que cuando uno está mal, el otro va como una fecha. O que los dos aumentan el ritmo como si jugasen a «piques infantiles» que le dan alas a la tarea y abren el corazón para centrarse. Y también que la alegría, al ser compartida en totalidad, no sólo al final, sino sobre todo en el proceso, se multiplica por mucho más que dos. Se deja de hablar del puzzle, y comienza la conversación entre personas, sobre lo hecho, lo vivido, lo sentido, dejando el puzzle en un segundo plano y recordando que primero somos nosotros, que la primacía la tiene aquel que habla, aquel que esucha, aquel que siente, aquel que toca, aquel que canta o que llora. Y las cosas, en su lugar, son cosas carentes de vida más allá de la que le queramos dar.

Que estás en los cielos – Padrenuestro – 4


 

Introducción

Actualmente esta es la invocación que realizamos al comenzar. Todo junto. Casi sin parar o pensar, y muchas veces ni siquiera lo decimos porque el cura, o el catequista, o quien da la señal de comenzar lo usa como forma de empezar y de que todos se enganchen. Sin embargo, aquí está la clave del resto. No se puede orar con Jesús estas palabras sin acercarnos antes al Hijo. Él es quien, en última instancia, está invocando, llamando, dialogando desde la eternidad en una comunicación íntima de todo, en una relación de amor, con el Padre. ¿Quién hace esta oración en el Evangelio? ¿Acaso es alguno de los discípulos? Los dos evangelistas se han cuidado mucho de poner sólo en labios de Jesús la palabra “Padre”. El resto de los discípulos sólo pueden decirlo si es Jesús quien reza con ellos, si es su Espíritu quien habita en su corazón (cf. Rom 8,15)

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Encuentros sorprendentes – Padrenuestro – 1


Quien se retira de vez en cuando puede llevarse más de una sorpresa. Por un lado puede “sorprenderse” a sí mismo enfrascado en una vida que no ha sido totalmente elegida, querida, deseada, pensada. Sin embargo, un retiro no puede ser el momento en el que yo piense mi vida y vea qué tal va. Esto no lo debería hacer en momentos especiales, sino en cada instante y en cada decisión. ¿Decido mi vida en los retiros o en la calle, en mi casa, en mi trabajo, en mis amistades? En un retiro no puedo decidir mi vida, porque no tengo capacidad para hacerlo. De nada serviría un montón de buenos propósitos en “este lugar apartado” sin que se note en lo cotidiano. Sigue leyendo

¿Ayuno, limosna y oración?


Para muchos, cosas de otros tiempos. Incluidos, no pocas veces, los propios cristianos. Por otro lado, seguimos manteniendo la referencia a estas tres realidades. Que son, por otro lado, de lo más humano y de lo más religioso que hay. De esas cosas que son básicas y esenciales, de esas actitudes fundamentales de la persona religiosa, enraizado en su núcleo.

Creo que algunos hablan de ellas sin haber probado (con sentido y motivación) su fuerza. Otros, las han secularizado, convirtiéndolas en régimen, reflexión y pensamiento, y dar lo que sobra. Y en su proceso de «pérdida religiosa», se desvirtuán al carecer de la referencia que las hace ser lo que son verdaderamente. Dicho de otro modo, cuando se ayuna por ayunar, o se ayuna para sentirse mejor, tiramos al mismo tiempo la gran fuerza que la anima, la dirección en la que nos empuja y mueve. Y lo mismo cuando la oración pasa a ser un tiempo tranquilo, sin agitación y sin contradicciones, en paz y con mucha tranquilidad, sin incomodas palabras, escogiendo lo que queremos «pensar». O la limosna, dada al margen de la entrega personal, como mero compartir bienes, desprenderme de lo que sobra o lo que ni siquiera quiero para mí.

Te propongo una lectura amplia de las mismas:

  1. Ayuno. No dejar que nada entre en nuestra vida sin nuestro consentimiento. Darle peso a nuestra decisión, a nuestra elección, purficándola de todo aquello que no sea de Dios. El signo externo del «ayuno de comida» nos ayudará a comprender con cuánta facilidad nos alimentamos de cosas, personas, recuerdos y acontecimientos. Durante la cuesma, sé prudente, cauto, vigila. Y comparte la vida de hermanos tuyos que, por todo el mundo, sufren la escasez, viven con hambre de pan y de justicia, que tienen sed de Dios, que desearían alimentarse de la palabra de un amigo cercano y prudente que sepa respetar su libertad.
  2. Oración. Para dejarse traspasar. Orar para recuperar el sentido de la vida, para dejarse hacer y dejarse acompañar. Orar por las calles, en los rincones de las plazas. Orar mirando a los otros, contemplando nuestra realidad. Y orar con la puerta cerrada, adentrados en el propio corazón. Orar sin ser vistos, dejándonos mirar sólo por Dios. Orar porque Dios conoce todo y quiere todo sin medida. Orar lo que no se visita frecuentemente, lo que permanece oculto. Orar en el silencio de nuestra habitación y en los gritos de nuestra vida, en sus palabras hermosas. Orar porque Dios escucha, pero sobre todo porque Dios está. Orar para buscar y dejarse encontrar. Orar para señalar a Dios nuestro camino, para abrir horizontes a nuestros hermanos. Orar por amor, por fidelidad. Orar porque el encuentro sacia y conmueve, da vida.
  3. Limosna. Que es entregar, rascarse el bolsillo, no guardarse nada. Limosna hecha día a día, no de forma puntual, para descubrir nuestras propias riquezas, para abandonar la caridad fácil y conocer el amor que se entrega de verdad. Limosna que sabe ir más allá de lo material y saciar el corazón. Limosna que se duele de la situación del hermano y también de la propia falta de generosidad, de la falta de entrega, libertad y sueños. Limosna que descubre nuestro corazón y hace evidente nuestra necesidad de Amor para amar. Limosna que no tiene riquezas sino que se deja enriquecer. Limosna que dando recibe, y respondiendo a la llamada se encuentra a sí mismo. Limosna valiente y sin complejos. Limosna que no busca lo apropiado, lo «justito», sino la justicia, el Reino, la Paz, el Amor. Limosna que obliga, y liga, y une. Limosna que genera comunión y conoce el rostro del otro, del Otro. Limosna que contempla, escucha y siente.

Algo me dice que el orden en el que están escritas, realmente supone un itinerario. Querer llegar, demasiado rápido, a lo tercero, a la generosidad del dar, a responder a las necesidades de otros, es una tentación entre otras muchas. Que hace sentir que vamos rápido, pero habiéndonos dejado cosas por el camino sin vivir. La cuaresma nos recupera y nos hace sentir la humildad del camino necesario para llegar al Amor más grande.

¿Para qué valgo y por qué?


Independientemente incluso del tiempo de la adolescencia y juventud, donde esta pregunta es especialmente acuciante, perdura durante toda la vida presente. Nunca es algo que se agote. Pensemos, por ejemplo, en la selección de una carrera, la búsqueda de un trabajo, pero también en qué es aquello que quiero hacer en la vida y dónde disfruto (soy más fructífero y productivo), en la oportunidad de tener hobbies o en actividades como voluntariado. Existe de hecho un conflicto frecuente en nuestras sociedades entre aquello a lo que entrego la vida y lo que la roba y quita, que se puede materializar en una vida de trabajo y otra fuera de ella.

¿Cómo descubrir para qué valgo?

  1. Reconcer que somos valiosos. Parece evidente, pero considero necesario tomarlo como punto de partida real, sin dudas y con firmeza. ¡Somos valiosos! Tanto que carecemos de precio. Y nuestra existencia no se medirá económicamente, sino en otros parámetros. Lo que vale, no se vende. Lo valioso, no se intercambia sin más, ni se pone en manos de cualquiera, ni de cualquier modo. La valía de una persona se cultiva, eso también es verdad. Se aprende a ejercitar, se desarrolla, se explotan potenciales y se conocen los límites que tiene. Nada es infinito, por ser humano y por ser real.
  2. La primera experiencia. Da la oportunidad de abrir campos nuevos, que conecten con lo que somos. Toda novedad comporta inseguridades, saca de la rutina, cultiva estrategias que estaban dormidas o se valen de algunas de las que tenemos bien ejercitadas. Y por lo tanto, son buna buena muestra para responder a la pregunta «para qué valgo». Estas primeras experiencias pueden ejercerse dentro de los ámbitos más cotidianos, en la medida en que arriesgamos y tomamos un camino creativo frente a lo que normalmente hemos hecho hasta el momento. Como el profesor que «ensaya» un método nuevo dentro del aula, abre un debate extraordinario… o como el entrenador que dispone la sesión del lunes atendiendo a otros objetivos que hasta el momento no se le habían planteado.
  3. Estar a la escucha de los demás. Porque siempre se aprende. No sólo «en lo concreto», si este vale para esto yo tengo que valer también, estableciendo competitividades, sino porque se reciben ideas, se entiende la gestión del tiempo y de la vida, se conocen orientaciones de fondo y se puede dialogar. Podemos recibir una invitación, y también hacer nosotros la oferta a otras personas. Hay juegos de mesa, por ejemplo, que no hubiera conocido jamás si no me fío de estos amigos que me los mostraron, y de ellos he podido dar un paso más allá a la estrategia, la planificación y la productividad.
  4. Las segundas experiencias. Son determinantes, frente a la anterior, por dos motivos: el primero, para superar el impacto de la novedad; y la segunda, para contrastar con los estados de ánimo que pueden condicionarla, sean afectivamente positivos o negativos. Tenemos la oportunidad de «vernos» y «reconocernos». En este punto hay que comprender que lo valioso y lo fácil y cómodo no tienen por qué ir siempre unidos. Aunque en aquello para lo que valemos encontremos una cierta propensión y tendencia, que nos haga mucho más simple que a otros realizarlo, es igualmente significativo encontrar dificultades, esforzarse y tener que sacrificarse, dar la cara ante los conflictos y retos. Es decir, que será algo para lo que valemos en la medida en que también pongamos de nuestra parte y queramos darle valor.
  5. Palabra ajenas, la necesidad del refuerzo positivo. Insisto mucho en esta parte, para evitar los engaños que puedan surgir. Cuentan de alguien a quien le faltaba una pierna y quería correr como si no tuviese ninguna limitación. Y que sólo después de un diálogo fuerte y agresivo con su entrenador llegó a aceptarlo. Ése fue el punto y final de una forma de vivir, y el inicio de otra, llegando a marcas que hasta entonces ni soñaba que podía alcanzar. El refuerzo positivo lo entiendo como la palabra de alguien más que la propia, el sentimiento interno e interior que me confirma, la conversación con alguien del mundillo que me dé claves y me evalúe si es necesario. Una palabra y un refuerzo que, al tiempo que despeja incógnitas y malentendidos también supondrá un incremento en mi forma de afrontar aquello para lo que inicialmente creo que valgo, y seguir avanzando.
  6. Transformación de la propia vida. Este punto es especialmente notorio. Cuando encuentro algo «para lo que valgo», y pongo en ello parte de mi felicidad como si hubiese encontrado mi lugar en el mundo, no tengo «tantos miedos» ni encuentro «tantas trabas» como para transformar mi vida. Ya ha sido trastocada, lo que falta es un paso más en línea de lo iniciado. La vida ha sido transformada interiormente. Es la experiencia básica de quien deja entrar a alguien en su vida, de quien se compromete con un trabajo y eso se concreta en un horario, o de quien tiene un hijo. En general, cualquier decisión importante supone un cambio profundo. Aunque pequeñas decisiones también puedan comportarla. En el caso de aquello para lo que valgo, subrayaría que todo se produce en un clima de especial naturalidad al inicio, que va tomando terreno a un ritmo mayor que en otros casos, y que todo me provoca una satisfacción personal y un orden general que permite ver todo con mayor claridad.
  7. Despertar un futuro concreto.  Dibuja en el futuro un horizonte con sentido, y motivación para afrontarlo. Se alcanzará o no. Puede suceder algo que todo lo trastoque. Pero la meta está puesta. Está «ahí y de esta manera». Y no es quimera ni engaño. Hay algo en el presente que me lleva a soñarlo, en forma de primicias, adelanto o préstamo. Por muy importante que sea el ahora o el momento, hay mucho más por delante de lo vivido que me está esperando. Hace soñar, provoca pensamiento, invita a la reflexión y a seguir poniendo medios porque va la vida en ello.

Sin duda, somos muchos los agraciados en este mundo, privilegiados entre muchos que se quedan en las cunetas, que hemos tenido la posibilidad de descubrir, de aclarar y discernir, de elegir y hemos dado el paso. Se nos abrió el mundo, en forma de portal mágico, y dimos el paso. Otros, que conocemos también, conocieron y supieron por dónde iba su vida, y se quedaron atrás. Algunos se alejaron incluso de la posibilidad, dejándose llevar por la marea socila y las modas. ¡Así está el mundo!

Queda, sin embargo, una pregunta importante a tenor de lo anterior. Cuando descubro para qué valgo en este mundo, aquí y ahora, y diseño un horizonte, podemos dar un paso más allá de todo esto: ¿Es sólo una actitud egoísta? ¿Ha sido una casualidad de la vida? ¿A esto es lo que llamamos éxito y felicidad? ¿Por qué yo y no otro? ¿A qué se debe que tenga estas capacidades, cualidades, si otros no las tienen? Y comienza el interrogante. Algunos hablan de Dios, y dicen que tenemos una vocación. Y si entro en este juego, además tengo que agradecer lo que me ha dado, y que me haya hecho libre para elegirlo sin imporme nada. Y desde ahí, me planteo que no sólo es por mí. Que tengo la oportunidad de contarlo a otros, de comunicarlo, de invitar, de favorecer que otros vivan esta respuesta a Dios en sus vidas. Entonces tengo que hablar de vocación. Tengo que hablar de que Dios les llama, que ha contado con ellos y cuenta con ellos, que aprendan a mirarse a sí mismos y también en lo que sucede en sus vidas y alrededor. Y para hablar de vocación, invito a despertar. Y todo se complicó mucho. Porque todos valemos, somos valiosos, podemos aportar algo. Y eso supone que Dios ha pensado en todos. Y que si alguien no se mueve, su trabajo, tarea, misión queda sin realizar. Y perdemos todos. Empezando por esa persona que no se atrevió, que se quedó en los miedos, presa de sus secretos y debilidades. Pero no sólo él, pierden muchos. No los puedo contar. Porque Dios no piensa en uno en exclusiva, piensa en cada uno y todos a la vez. Y hablando a uno, tiene especialmente presentes a los más pequeños, los más pobres, los más necesitados, los más desvalidos, los más «ajusticiados», los más… Y pensando en ti, y llamándote a ti, piensa en tu felicidad y la suya, ambas entrelazadas.

2000 + 1


Para saber decir con precisión cuántas cosas son susceptibles de convertirse en «dominadores» de la persona en los tiempos modernos, y atraparlas el corazón, tendría que disponer de un tiempo largo y sosegado que ahora mismo no encuentro. Se me ocurren, de pasada, no pocas relacionadas con el Egoísmo & Company, el Consumismo & Company, el Aburrimiento & Company, la Diversión & Company, el Individualismo & Company, la Pereza & Company, y otras drogas de calibres similares… Nunca vienen solos. Eso lo tengo claro. Y saber mirar a través de todas esas realidades complejas para descubrir el tesoro que hay en el interior de cada uno, ser capaces de afirmar con claridad y firmeza la bondad su bondad por encima de todas ellas, supone un reto tan enorme que sólo algunos agraciados pueden disfrutar en esta vida. Entiendo que es algo en lo que podemos esforzarnos, que podemos cultivar, que podemos favorecer en nuestra experiencia y mirada, pero que se escapa de nuestras manos a la hora de hacer de ello algo «connatural» con nosotros mismos, desvelando nuestra propia realidad. Tengo que confesar que más de una vez, cuando estudiaba en la universidad Filosofía y fuera de ella, especialmente en momentos particulares de mi historia, enfrentarme con criterio a ciertos filósofos que consideran que el hombre es algo nefasto, casi un error de la naturaleza nada evolutivo, o que la sociedad es su gran yugo y condena, resultaba una proeza intelectual de la que acababa agotado y tocado en el foro interno. Es complicado defender ciertas cuestiones cuando no se cree, con racionalidad o sin ella, en la bondad del ser humano como punto de partida, y es cuestionable prácticamente todo, cayendo en las sospecha sistemática y en el retorcimiento de conciencia más radical, cuando miramos persuadidos de que algo esencial en él está o destruido o prácticamente roto.

Sin pretensión exegética de ningún tipo, me quedo sorprendido a leer y orar el texto del Evangelio de hoy. Mc 5,1-12. La curación/exhorcismo del endemoniado de Gerasa. Endemoniado, endemoniado. Tantos que se llamaban legión. Pues bien, en todo el pasaje parece que la mirada de Jesús es tan penetrante que, pese a todo lo que se muestra en apariencia, por encima y por los cuatro costados, él puede llegar al corazón y acoger su anhelo profundo. Pese a ver cómo es «presa fácil» de tantas y tantas realidades que le atenazan interiormente, Jesús se planta con libertad frente a un hombre que ansía, busca, anhela, desea y espera ser sanado, curado, perdonado, comprendido, reconciliado, acogido, amado, liberado. Y lo hace. ¡Qué gran milagro! ¡Qué deseables son! Es decir, que donde todos veían 2000 espejimos de la persona, Jesús encuentra el +1 que es auténtico, especial y único. ¡Esto es dicernimiento!

Para quien pueda tener dudas de algún tipo al leer la lectura, dos preguntas que puede hacerse: ¿Cuántas cosas dominan nuestras vidas a diario, en lo cotidiano y sencillo? ¿De cuántas somos capaces de liberarnos por nosotros mismos, y en cuántas nos mantenemos a la espera? +1 ¿Desearías encontrarte a alguien que sepa mirar por encima de todo esto quién eres realmente?

Los signos de la liberación de este hombre de Gerasa son también elocuentes y muy profundos: sentado, bien vestido y en su sano juicio. Frente a todo lo que puedan ser prisas y desvelos inútiles de un sitio en otro, como de flor en flor y sin saciarnos verdaderamente. Frente a todo lo que pueda ser «andar desnudos» o «con cualquier ropa», ocultándonos y avergonzándonos, o sin nada que cubrir porque no somos capaces de dar valor a cuanto somos y tenemos. Y frente a los juicios insanos, dolidos y dolientes, que hacen daño y martirizan, que arremeten contra otros sin control, sin medida, sin hacer honor a la verdad.

Dos verdades irrenunciables


Escrito a propósito de uno de los pocos tweets de ayer, en el que decía -porque estaba estudiando de nuevo y con ingenuidad renovada el Discurso del Método de Descartes- que la única certeza que tengo en este mundo es que no hay ninguna certeza. Y he decidido cambiarlo por dos verdades irrenunciables, después de terminar una vez más alguna de sus meditaciones:

  1. Estoy vivo es querer vivir. Porque leo y escribo, porque sueño y creo que me despierto, porque enseño y aprendo, porque viajo y me gusta estar en mi cuarto sentado tranquilamente, porque hay personas alrededor que me importan y a quienes importo, porque trabajo y me canso, porque respiro y me quedo sin aliento, porque sufro, lloro y río, porque hablo y escucho…. Razones podría decir muchas por las que vivo. Y esto es irrenunciable. Y estar vivo es más que estar arrojado al mundo y dar pasos sin sentido. Estar vivo ahora que escribo sentado en mi cuarto después de las clases del día y con ánimo para preparar el mañana antes de que la tarde venga. Estar vivo no es sólo sucederse acontecimientos, sino acogerlos, pensarlos, masticarlos, tragarlos y agradecerlos al mundo, a las personas y a Dios, presente en ellos. Estar vivo es querer vivir, y no quiere vivir quien ha comenzado a dejar de estar vivo, quien ha abandonado las razones y sentimientos, las honduras y las entrañas del mundo, volviéndose desagradecido, posesivo e intolerante, quien ha perdido una dignidad que nunca ganó, que ha dejado de ser persona para elegir el mundo de las máquinas e integrarse en él, o en el de las cosas y devuarse o venderse, o en el de los esclavos y ha emanciado y cedido su voluntad, sus sueños y deseos. Si hay algo a lo que hoy no estoy dispuesto a renunciar es a que vivo, y que hay razones para la esperanza y para querer seguir viviendo.
  2. No quiero vivir de cualquier manera, porque la vida me interesa. Y no sólo la mía, sino en la medida de lo posible la de los otros, especialmente cercanos. Esta es mi segunda certeza, no vale cualquier cosa, ni estoy dispuesto a lo que sea, ni me conformo con lo que venga. Camino, construyo, doy sentido, aporto a la realidad aquello que en ella parece que está ausente. Generar vida por tanto, dar lo recibido gratis a un módico precio sin hacer negocio con ello de la única forma que sé: dando al máximo gratis lo que gratis he recibido. Y es que reconozco que no siempre sucede eso de dar gratis sin más, porque parece que el mundo es un agradable intercambio no pocas veces con algo que yo no he conquistado, y que busco hacer negocio y administrar de otro modo la gratuidad. No quiero vivir de cualquier manera significa no doblegar la existencia a la nada, ni al vacío ni al sinsentido. Sentir repugnancia por el sufrimiento, por la mentira y el engaño, por la doblez de corazón, por la pasividad y la indiferencia. No desear caer nunca en sus garras. Y escapar de ellas lo más rápido posible, con luchas nada fáciles ni sencillas, sin dar por descontado que se ganará la batalla. Vivir en definitiva, vocacionalmente y la máximo, creyendo que he encontrado el lugar en el mundo; ése espacio de terreno y tiempo en el que tengo que estar, un modo de estar, de existir y de ser. No querer vivir de cualquier forma es una llamada a la tranquilidad en medio de la inseguridad, porque si sigo avanzando y se dan cambios en mí es porque quiero crecer y no me quedo parado. Y las contradicciones que se generan y se descubren no pocas veces son luz, con sus tensiones, para que me dé cuenta de esto. No quiero un trabajo por dinero, sino ser feliz. No quiero tener amigos para no sentirse solo, sino para ser feliz. No quiero a Dios porque lo explica todo de maravilla, sino porque Él me hace feliz. No quiero amor para ser amado, sino porque amar, el ejercicio, me hace feliz. No quiero la verdad por la coherencia, la integridad y el esfuerzo de ser mejores que otros, sino porque fuera de la verdad no hay libertad. Y no quiero libertad para ir y venir y hacer lo que quiera, sino porque sin libertad no puedo ni siquiera considerarme persona.
La cuestión que plantea Descartes desde la razón, cuando se lleva al corazón da vértigo. Sentida y vivida, esa duda aplicada a todo de manera incondicional y brutal desprotege hasta situar ante el abismo en el que la persona no puede salvarse a sí misma. Frente a todo eso, la garantía y la confianza interna, y también la sabiduria y la humildad que reconoce que estoy en el mundo no porque yo haya querido y yo lo haya decidido, sino porque Dios me llamó, me trajo, y es Él quien da a todo sentido. Y ese todo que tengo que descubrir incluye también mi vida, mi historia, mi camino, mi esperanza, mi tiempo y mis fuerzas; y de entre todo, de lo que más me importa es que sea a través del amor, de la felicidad y de la cercanía.

¿Con qué te asombras?


El asombro es una capacidad algo más que intelectual, y sin embargo despierta la inteligencia para cuestionarse sobre el mundo y preguntarse por quiénes somos. El asombro es un impacto, una maravilla que nace dentro de nosotros mismos al surgir algo nuevo y diferente. Supera en eso también a lo moral, lo ético, a los actos de la persona, porque el asombro no se puede buscar por medio de la voluntad. No puedo querer quedarme asombrado, ¡no sería asombro! El asombro es algo también terrible y poderoso, que se impone, que ejerce fuerza sobre nosotros haciéndonos comprender que somos o muy pequeños -y nos deja desprotegidos y humildes- o muy grandes -y convoca nuestra responsabilidad más alta-. El asombro no es planificable, y no lo es de ningún modo. Se puede adelantar e intuir, y sin embargo, cuando llega es totalmente novedoso.

¿Qué te asombra de tu vida corriente, de tu vida diaria? ¿Hay algo que haya sucedido que haya tenido esa capacidad de requerir algo de mí más allá de lo ordinario y de lo conocido, que te supere con creces y ante la que te has quedado estupefacto e interrogado? ¿Desearías estar abierto a esa forma de vivir, un tanto perpleja, que abre la puerta a disfrutar de todo, en el mejor sentido del carpe diem latino?

No es difícil constatar cómo hemos perdido una cierta capacidad de asombro ante las cosas que nos rodean y aquellas que nos suceden. Damos por supuesto demasiado. Creemos conocer y poder explicar casi todo cuanto sucede. Y sin embargo, detenidamente, nos reclaman de vez en cuando para enseñarnos que en la vulgaridad y lo elemental algo se levanta por encima de todo para educarnos en lo excelso y tremendo y fascinante. Acabo de llegar a la casa en la que estoy alojado en Roma después de un paseo nocturno por lugares «clave» de la ciudad. Ayer no tuve la oportunidad de salir por la noche, y hoy no me he resistido. Es la cuarta vez que visito la Fontana di Trevi. Y cada día me parece más grande, más hermosa, más sublime. Además hoy me he parado, de espaldas a la misma a echar mi moneda, y he podido ver la cara del resto de la gente. Había niños y mayores, africanos y asiáticos y europeos y americanos, mujeres y hombres… de todo. Y en todas sus caras existía ese reclamo de lo extraordinario.

Lo que me quiero preguntar es si esa cara sólo la ponemos después de hacer viajes de avión, después de abandonar la vida que llevamos. Si fuera así, no merecería realmente la pena que siguiésemos entregados a las tareas diarias; si sólo de vez en cuando tenemos la oportunidad de descubrir que estamos VIVOS, no comprendería por qué tanto esfuerzo viendo pasar las horas y los días esperando el siguiente momento de asombro.

En mi vida diaria me asombra Dios, con su Palabra siempre cuidadosa y directa. Me asombra la comunión con personas a las que aparentemente conozco tan poco y con las que comparto tanto y tanto. Me asombra igualmente mi vocación, que ni yo doy por supuesta y que parece que toca descubrir como nueva de vez en cuando. Me asombra la historia que he hecho, la fuerza para superar obstáculos y la certeza de que estoy viviendo de verdad. Me asombra el rostro de algunos jóvenes y niños, por quienes he rezado estos días en la casa de Calasanz, que son para mí un misterio, que son parte fundamental y radical de mi vida, que respiran los valores del mundo y están empezando a crecer entre no pocas dificultades. Me asombra que Dios haya puesto en mí determinados dones, y me asombra aún más que en medio de una sociedad poco crítica pueda aportar con ellos una palabra y una vida diferente a la normal. Me asombra que haya personas que viven la injusticia cada día y luchen por salir adelante, y lo digo con dolor, igual que me parece asombroso creer que el mundo se puede cambiar para hacerlo más humano y fraterno «a golpes de educación y diálogo», dejando a un lado los «golpes violentos» de los totalitarismos modernos, mediáticos y fanáticos de la postmodernidad aparentemente tan relativista. Me asombra estar aquí, lejos de mi vida rutinaria, y acordarme de ella con añoro. Me asombra tener ganas de comenzar el curso, siempre mejor que el anterior, en mitad de las vacaciones…. Y tantas, tantas otras…

Gracias a quienes me habéis ayudado a descubrir estos asombros diarios. Es un camino terrible y difícil de recorrer, de final feliz.

Roma, 26 de julio de 2011

¿Qué puedo desear?


Lo que quiera. Igual que soñar. Sin límites, más allá siempre, con nuevos horizontes cada día, avanzando sin cansarme, cansarme cuando lo desee. Frenar o acelerar, adentrarme en nuevos rincones, iluminar oscuridades o desear que nadie conozca todo aquello que sólo dos personas somos capaces de conocer. Y así sucesivamente. Puedo desear lo más cercano, como si no lo tuviera todo ya conmigo, y también lo más lejano, tocándolo con mi corazón como si no fuera tan extraño. Así, todo un mundo.

Los deseos, los anhelos, las aspiraciones. Quien desea, sueña. Quien sueña, vive, de alguna manera, quizá un tanto extraña, como si tuviera entre sus manos lo que todavía otros no pueden ver. Pero está. El deseo está y actúa. Es brújula, es mapa, es guión de trabajo o receta de felicidad. Si lo que se desea es la felicidad, lo es. Si se desea la infelicidad, es infelicidad. Y si se desea una engañosa felicidad, engañadamente se vive. Pero el deseo, se vive.

Qué grande. Desear lo más grande.

No fantasear. No falsificar. No evadirse. Desear. Es distinto. Pruébalo. Conoce tus deseos, encudríñalos, no te cortes.

Jesús, ¿quién es?


Me atrevo hoy con una pregunta de las largas. No me extenderé mucho aunque sea de las de tratado. Cualquier persona, si lo piensas bien, merece un libro entero. Intentar hablar de las personas sin reduccionismos, sin malas salidas, sin quedarse en preámbulos, sin hablar en exceso de lo mejor que tienen…. o sin cargar las tintas en lo contrario… lleva de por sí un tratado entero.

Hoy he escuchado sin embargo un Evangelio que me ha sonado a distinto. Durante este curso se han publicado dos grandes libros, en español, que han dado que hablar. Uno es de Ratzinger y otro de Pagola. Los dos sobre Jesús de Nazaret, personaje increíble de nuestra historia contemplado desde la fe como Hijo de Dios. En los Hechos se dice de Él que pasó haciendo el bien, Mateo no se cansa de anunciar que Él es quien cumple la promesa y da sentido a la esperanza de Israel (es más, Él es el Reino de Dios entre nosotros), Marcos le llama continuamente a través de títulos como queriendo conquistar su esencia para dar a conocer a todos los hombres lo acontecido, Lucas le presenta tierno y cercano a las realidades humanas, y Juan es un evangelista prendado de su belleza, de su luz, de su fuerza, de la vida y el camino que ha abierto para los hombres que buscan a Dios y que pretenden conocerse a sí mismos.

Pero el Evangelio de hoy habla del testimonio. Un hombre, Juan el bautista, antesala del nuevo reino y que condensa todo el camino de la historia de la salvación, se planta y dice: «Le he visto.» La gente le debió mirar como con cara de sorpresa. En otros casos le felicitaron y se alegraron por él, pero se quedaron como estaban. Otros en cambio siguieron sus pasos, se fiaron y confiaron su vida en las palabras de Juan. «Ése es». «Está entre nosotros.»

La gran diferencia entre quienes han visto y quienes sólo han escuchado es la experiencia personal. Para la Escritura puede hablar cualquiera, pero ver pocos. A muchos se les condece escuchar, pero no ver. De hecho, ver a Dios es un privilegio reservado a dos o tres hombres… hasta Jesús de Nazaret. En Él podemos ver a Dios, admirarnos por Dios, contemplar su gloria, lo excelso de su vida, su increíble amor y fuerza, su ternura y cercanía. Todo. Todo cuanto dicen los Evangelios al alcance de nuestra mirada, de nuestra vida, de nuestra inteligencia y de nuestra fe y confianza. Todo eso, escrito desde antiguo, hoy se hace presente y es posible testimoniarlo.

A mí me toca en medio de la escuela. ¿Tú dónde das testimonio de quién es Jesús?