¿A qué estás esperando?


Os comparto esta pregunta, porque puede que más de uno tenga necesidad de que alguien se la haga. Ya que no puedo sentarme “delante de ti” y hacértela “en tu cara”, permíteme al menos que mis palabras te alcancen a través de la red.

Encuentro personas que van por el mundo “deshinchadas y desganadas”. Hoy he tenido dos “visitas” de este tipo. No una, sino dos. Con dos perfiles diferentes, con dos contextos distintos, de dos realidades que nada tienen que ver entre sí, dos personas que entre ellas no se conocen. Y me sale decir que comparten un mismo perfil: No ser capaces de dar el primer paso. Les diferencia, de todos modos, algo básico. Una de ellas tiene que “dejar atrás”, lanzarse a lo nuevo, pero sobre todo hacer el tránsito de la liberación. En la otra persona, encuentro que lo tiene todo y está aguardando a “lanzarse hacia delante”. Alguien inteligente y perspicaz dirá que para que alguien abandone una vida tiene que coger otra, y viceversa. Pero os pido que penséis que son dos problemáticas diferentes unidas en la misma pregunta. ¿A qué esperas? (seguir leyendo)

Como sabéis, redirecciono últimamente todas las entradas al nuevo blog que estoy construyendo. Os invito a participar en él, y a tomarlo de referencia para los artículos. Gracias. Siento las molestias.

Leer a San Juan de la Cruz puede ser peligroso


Ayer por la noche, ya tarde, en noche cerrada, volví a coger entre mis manos las obras completas de Juan de la Cruz. Ni estaba solo, ni lo escogí yo. Habíamos hablado de él, compartido alguna experiencia y enriquecimiento. Pero no lo habíamos re-cogido.

En mi casa hay varias ediciones. Y como fueron escritas en castellano (de otra época, pero castellano al fin y al cabo) no varía demasiado el contenido. Quizá en algún libro se adorna más la lectura con alguna foto, y en otros se añaden más notas, unas a modo de comentarios y otras fruto de esfuerzos críticos. Insisto, la edición deja de ser lo importante en cuanto te pones a leer.

Una obra que me ha encandilado poética y espiritualmente desde hace años, pues era ya referencia para mis formadores, que ha ejercido un fuerte atractivo para mí desde la juventud, y que he agradecido a pesar de no entender en ocasiones a qué se refiere exactamente. Entender, y eso que soy de los cabezones y zopencos para ciertos temas, tampoco ha sido bandera alardeada en los momentos fundamentales. Recuerdo que la primera vez que me atreví con Juan de la Cruz andaba yo por los veinte añitos (de aquello hace más de una década), y conservo el texto subrayado con florescente amarillo y lápiz que empleé en singular batalla. Quedé herido. Lo reconozco. Desde aquel momento, nada conserva el mismo sabor.

Primero te das a la poesía, con esa pasión y búsqueda que existe, te dejas llevar por el encuentro y el canto, y te permites hablar el amor más grande. Quedas inflamado, a poco sensible que seas, en una mayor hondura encerrado. Después, no sin reparos, das pasos, tímidos y silenciosos, por su prosa. Aquí es cuando Juan se pone a explicar qué misterios (y más misterios) del corazón del hombre y de Dios anda desvelando el amor con su deseo de unión. Como quien lee algo de otros tiempos, que requiere mucha atención, me ponía a diseñar con las notas a los márgenes las claves que me hablasen en lenguaje de hoy, del siglo XXI. Empieces por donde empieces, sea por la «Noche oscura» (título agradecidamente abreviado, que no corresponde al original declarado) o por la «Subida al Monte Carmelo» (comúnmente nombrado como «Subida» y provoca en más de uno confusión con «Su vida»), te topas con una figura que Juan llama «los principiantes«, de la que ves que no se sale ni a la primera, ni a la segunda utilizando las propias fuerzas, ni a la tercera sin dejarse ayudar, ni a la cuarta sin padecer -según grados- el desprendimiento y el «coste» requerido. A ellos, a estos principiantes y para su ayuda, van dedicados los primeros versos de su gran poema, insisto en su hermosura, que pasará a comentar posteriormente: «En una noche oscura, / con ansias, en amores inflamada, / ¡oh dichosa ventura! / salí sin ser notada / estando ya mi casa sosegada.»

A estos principiantes les queda mucho camino. Y ni lo saben, ni se les puede culpar de nada. Por el contrario, todo torna en júbilo cuando te das cuenta de que te has lanzado, que comienzas a subir hacia el Monte, que tus pies se vuelven ligeros en el terreno de lo importante, que cuesta menos de lo que parecía, que la suavidad está presente en todo. El nombre que reciben -«iniciados»- es altamente apropiado. A ellos está reservado el privilegio, que nunca más retornará, de entender que todo empieza, que sus primeros pasos se van dando en amor, en alegría, en gusto y placer en las cosas del espíritu. Nada diremos de lo que viene después, porque eso queda no tanto para el lector, sino para quien se atreva a vivirlo y atraviese la primera noche, esa primera privación que suspende los gustos del sentido.

Evidentemente, el «iniciado» deja de ser tal cuando abandona las cosas novedosas y la búsqueda de lo constantemente nuevo. Como para todos los que estrenan algo, se les abre un mundo en el que poder perderse sin repetir ni una sola vez, un universo de riqueza por inaugurar. Apertura y descubrimiento, sin centrarse en nada. Pero de pronto, como quien no quiere la cosa, se vuelve a «lo de antes», y se busca algo que «no suene a lo de otras veces». La noche le está visitando. El gusto deja de cebarse, ha pasado el día y cae la noche. Y cuanto más pretende volver al «gusto», más se adentra curiosamente en su insatisfacción, y más ansía otras cosas. Por lo que, lo quiera o no, para seguir caminando, para seguir en el camino, para continuar su proceso, se ve la persona en la tesitura de ahondar y adentrarse más en las cosas, en lugar de picotear por doquiera. Y encontrada esta ranura, esta brecha y abertura, accede a pasearse por su primera noche. Maravillosa y estupenda noche de los sentidos.

Y aquí, para quien quiera, ahí tiene la referencia. Porque empezar a leer a Juan de la Cruz puede ser peligroso. Por dos razones, que no convencerán a nadie, ni lo pretenden, y ayudarán por el contrario a quienes sientan que «algo serio» están iniciando o dejando atrás: (1) Porque nos entendemos mejor, y comprendemos abiertamente la sociedad en la que vivimos y su relación con Dios. Y algunas cosas que decimos, en las que ponemos nuestra esperanza, vemos que no funcionan una y mil veces, y que no ayudan ni facilitan, porque no favorecen que se integre la noche en la experiencia del creyente, como si protegiésemos tanto su «bienestar» que no nos damos cuenta de la importancia de su sufrimiento para ganar en densidad interior. (2) Porque, sin el peso de la queja y el lamento, nos sabemos empujados por Dios y queridos, muy queridos por Dios, en eso que llamamos dificultades. Si Dios se empeña en «introducirnos» en la noche es porque quiere llevarnos lejos. Y es posible. Nadie es probado por encima de sus fuerzas. Y esto que ahora «no vemos», pronto desaparecerá, despertando de otra manera la luz en nuestro corazón. Todo cobrará sentido, orden, será reflejo de la belleza, de la verdad y del bien que aguardamos y para el que nos sabemos hechos. No te confundas, no se trata de la experiencia del mal en tu vida, sino del «acallamiento de los sentidos», de su silenciamiento para que puedas escuchar alto y claro, con voz firme y potente Quién te ama, cómo te ama, y dónde está la felicidad y dicha más alta que el hombre puede alcanzar bajo el sol. Vamos, que terminas diciendo eso de: ¡Qué suerte tengo de estar en esta noche o en aquella! ¡Qué oportunidad más inmensa! ¡Eso es que voy subiendo y creciendo, que no me he achicado todavía, que ni la debilidad ni el mal ni el pecado han tenido en mí la última palabra! ¡Qué gran regalo que me han hecho! ¡Ahora empiezo a ver de verdad! Y todos te miran (por extraño), porque te alegras y llenas de paz al verte sumido en intensidad.

Para quien no se haya dado cuenta, yo ando metido en estos jaleos por gracia de Dios, y me alegra encontrar compañeros en este camino. Hoy, uno más. Que ya estaba, ahí y a mi lado, pero he descubierto muy, muy cerca.

Haciendo puzzles


Algunos saben que últimamente le doy a esto del puzzle. No mucho. Han sido dos, para principiantes, en dos ratos de los últimos diez días. Pero como nunca había caído en la tentación de someterme a sus exigencias y ritmos, me ha parecido una actividad muy iluminadora y educativa. Enumero algunas de las cuestiones que me ha dado tiempo a pensar mientras estaba enfrascado colocando, ordenando y buscando piezas.

  1. Acoger la tarea ha sido regalo de alguien importante. Un reto en el que no me quedé solo. Fui acompañado, educado. La maravilla de crear algo, no en solitario y asilado, sino en común, en comunidad, juntos. Tocaba aprender, y quebrar las opiniones propias para recibir y secundar los gustos y necesidades de otras personas. Creo que sin este previo, nunca me hubiera puesto delante de un pequeño puzzle de 500 piezas con multitud de colores repartidos de formas tan diferentes.
  2. Todo comienza con el marco. Que se forma poco a poco. Y sirve para delimitar bien los espacios, para fijar esa franja más allá de la cual no tiene sentido pensar, fuera de la cual no existe ni belleza ni dibujo. Sin embargo, no se piensa en negativo, sino en positivo: ¡por fin tengo el espacio dentro del cual se desarrollará esta vida! ¡Estamos centrados! Por muy bonito que sea el marco, cuando lo terminas tienes la sensación agridulce de un primer paso, ¡quedando todavía darle contenido!
  3. La experiencia de partida es de gran confianza, puesta a prueba durante el juego, al menos en mi caso. Das por descontado que todas las piezas que salen de la bolsa tienen su lugar. Y que no falta ninguna, siendo todas imprescindibles y necesarias. Es decir, son todas las que son imprescindibles, no hay ninguna que no sea. Como si dispusiésemos de todos los elementos necesarios, no hubiera que trabajar para conseguirlos y fueran generosamente concedidos de partida. ¡Allí se encuentra todo! Si mirásemos así al mundo… sería diferente. Aquí no sobra nadie, sobran cosas, algo que pulula por ahí. Pero no sobra nadie y deberíamos gritarlo a los cuatro vientos.
  4. Y, con confianza, se asume la dificultad, el conflicto, el reto y la aventura. Ahora bien, yo al menos sería incapaz de hacer algo sin un modelo de referencia. Porque necesito fijarme una y otra vez, alzar los ojos fuera de «lo incompleto» y dejarme prendar por los detalles que busco de «lo completo». El modelo lo es todo. ¿Imaginas hacer un puzzle, que te vendan uno en el que no sean parejas las fichas con lo que te dicen que tienes que hacer? ¡Quizá algunos serían capaces, sobre todo si son pocas fichas! Yo no sabría por dónde empezar.
  5. Los primeros pasos sirven para poner orden. Al menos en mi caso, lo que he hecho es una especie de criba para agrupar afines. Una estupidez, en parte, porque no hay grupos separados ciertamente. Se trata de simples parecidos. Lo cierto es que la relación la establecen con todos. Las primeras piezas cuesta ponerlas, encontrarles su lugar. Es difícil acertar de pleno y a la primera. Poco a poco se va educando la mirada, y buscas con más precisión tanto utilizando su forma como atendiendo a su «dibujo». Lo dicho, que cuanto más avanzas, más fácil resulta. Y si al principio parece que no tendrá sentido y será imposible, todo se transforma en las últimas piezas en facilidad proporcional si están bien colocadas.
  6. La belleza particular, y la belleza general. Aunque sabes que el puzzle no está completo, ni confundes la parte con el todo, ¿no te sorprende la belleza de las piezas, con sus colores y armonía? En el primer puzzle que he hecho como adulto, y me ha parecido un detalle grandioso, le pusimos nombre a dos piezas. Buscamos hasta identificarnos, y fue hermoso contemplar el lugar que teníamos en el conjunto. Sin embargo, la belleza del final-final, cuando todo está completo y terminado, cuando te levantas, lo miras desde lejos y lo observas con alegría, y le haces una foto… ¡qué maravilla!
  7. Cada uno en su lugar. Y si no está en su sitio, usurpa el de otro, que tiene que marcharse. El verbo «encajar» deberíamos aplicarlo con más frecuencia al género humano. Algunos ocupando el lugar que corresponde a muchos otros, y otros amontonados esperando un hueco en el que «forzar su situación», haciéndose daño y dañando a los de alrededor. Cuando las cosas no encajan, hay que aprender que algo hay fuera de lugar, y en lugar de intentar que encajen por todos los medios, pararse, ver si realmente el dibujo va por buen camino, y deshacer, si es necesario, el camino andado.
  8. Cambiar la perspectiva. De vez en cuando, conviene moverse, girar el puzzle, posicionar las fichas de otra manera. Porque hay momentos en los que se pide gran paciencia, calma y sosiego para no sentir que «se ha quedado una ficha en la fábrica sin salir», o que nunca encontrarás lo que necesitas. Nada más darle aire a esa sensación conviene salir, darse un paseo, retomar la actividad más tarde y con esperanza. O preguntar a quien tienes cerca, o intercambiar los lugares desde los que estábais trabajando.
  9. El trabajo en equipo. Lo dicho. Que es palpable que el trabajo dentro de un grupo que congenie bien y trabaje activo y con ritmo unido, se hace más llevadero. Suele pasar que cuando uno está mal, el otro va como una fecha. O que los dos aumentan el ritmo como si jugasen a «piques infantiles» que le dan alas a la tarea y abren el corazón para centrarse. Y también que la alegría, al ser compartida en totalidad, no sólo al final, sino sobre todo en el proceso, se multiplica por mucho más que dos. Se deja de hablar del puzzle, y comienza la conversación entre personas, sobre lo hecho, lo vivido, lo sentido, dejando el puzzle en un segundo plano y recordando que primero somos nosotros, que la primacía la tiene aquel que habla, aquel que esucha, aquel que siente, aquel que toca, aquel que canta o que llora. Y las cosas, en su lugar, son cosas carentes de vida más allá de la que le queramos dar.

¿Sueño o sueños?


Los sueños, sueños son. Los sueños que mueven la vida, requieren pasar tanto tiempo despierto, que al final también invitan al descanso sincero y relajado, que es el sueño que comúnmente llamamos «sueño». Ese en el que se duerme, y donde se recupera lo vivido, pero de otra manera. No recuerdo mis sueños por la mañana, al despertar. Lo que recuerdo son los sueños que me mantienen despierto.

Buenas noches.

¿Me cuentan cosas de ti?


No es que me cuenten o que me dejen de contar, sino aquello que yo quiero creer.

Salgo a la calle, me encuentro con un amigo. Poco tiempo después se pone a conversar sobre las cosas del pasado. De cómo jugábamos, de cómo reíamos, de qué hacíamos en los tiempos de ocio y en los momentos de tranquilidad. Incluso de los tiempos de estudio y trabajo, porque compartíamos mucho tiempo, casi demasiado. Yo me acordaba de él como si fuera ayer la última vez que nos encontrabámos. Aunque era evidente que no era así. Le veo con su hija y mujer. ¿No es cierto que ha pasado el tiempo?

Dos pasos más allá, cinco minutos después, llega corriendo Juan, que trabaja en la tienda del barrio, para preguntarme si era… Yo le digo que sí. Y comienza a contarme… ¿No te has enterado de…? ¿No sabes que él es…? ¿Nadie te ha dicho que…?

Juan es de esas personas que te llenan la cabeza. Después de hablar con él no sabes qué pensar. Es más, no sabes si se piensa o no. Sólo he recibido, y recibido, y recibido. Y ahora estoy saturado.

Esta situación no es tan real como para que me haya pasado con un amigo de la infancia o con un tendero de nombre Juan. No sé si tengo amigos de la infancia a los que hace tiempo que no veo y que tengan una hija. No sé si algún tendero de mi barrio viejo se llama o llamaba Juan. Lo que tengo claro es que esto, a grandes rasgos es demasiado real y cotidiano.

Señor. No dejes que sean otros los que me hablen de ti con palabras vanas. Quiero escuchar tu voz, conocerte en tu palabra. Disfrutar del encuentro contigo, como con mis amigos de la infancia y de ahora, como con mis alumnos aunque tú seas el Maestro. No dejes que entre en mí algo distinto a la confianza, al amor, al Espíritu. Quiero escucharte, porque escuchar es creer.

Amor quiero… ¿y no sacrificios?


Esto del amor, requiere mucho sacrificio. Tú mismo. Piénsalo un rato. Pero lo de AMAR… que no me cuenten milongas, pero requiere mucho sacrificio. Un sacrificio que es entrega, que es pasión, que también es encuentro. Pero sacrificio requiere.

Acabo de encontrarme por la calle con un alumno. Se llama JJ (qué más da su nombre concreto para este blog). Iba a entrenar. Son las 21,30h. Y no había parado por casa ni un minuto desde que salió esta mañana para su universidad. Ni un minuto. Pero le gusta lo que hace. Si le preguntamos qué está pasando con su vida, él dirá probablemente que nada extraño.

Esta mañana me he encontrado con otro alumno que salía de su casa, directo al colegio. Le he preguntado qué tal. Una de esas preguntas que no valen para mucho más que para iniciar una conversación. Y en tono poco agradable, quizá medio dormido o somnoliento, me ha dicho que un día más.

Entre el primero y el segundo, ¡qué diferencia! Eso, ¿qué diferencia hay? ¿Amor tal vez, amor por lo que haces?

El amor requiere sacrificio. La cuestión es qué hay primero en la vida, qué es lo más importante y qué es lo fundamental. Si lo haces por amor, te mueves de otra manera. Si lo haces sacrificándote, todo pesa, todo cuesta. Si lo que quieres es amar… cualquier cosa será algo más para conseguir lo que deseas. Si las miras son las de la amistad, por un amigo cualquier cosa.

¡Qué tristeza la de aquellos que sólo han descubierto el sacrificio de la vida y no pueden amarla de verdad!

¿Cómo darle publicidad a lo importante?


Me encantan los anuncios. No compro nada, o casi nada. Es verdad. Pero me encantan, la mayoría al menos, de los anuncios por su creatividad, por sus propuestas, por su atractivo, por su inquietud, por su capacidad para generar… por la música, por las imágenes… Casi todo menos por el producto.

Creo que tengo el mejor producto del mundo, que es mi vocación, y no sé cómo publicitarla. Así de sencillo. Algo falla.

Me parece que es la libertad. En los anuncios la intención es «condicionar» al máximo para que compres. En mi propuesta, y es lo que intento hacer, sabiendo que tengo el mejor producto del mundo intento dejar libres a las personas. Es más, mi primera intención es liberar, y hacerlo con preguntas.

¿Me estaré equivocando?

¿Viendo una película?


Pues sí. Una de esas películas que ponen por las noches. Es día de descanso en Alcalá. Y aprovecho el tiempo para hacer más bien poco. Pero me aburre. Si te das cuenta, estar escribiendo al mismo tiempo que veo la película puede significar varias cosas: 1. Que no es una película muy buena y me aburre. 2. Que es la mejor opción de todas, y aún así es mala, por eso me aburre. 3. Que los días de descanso me siento inspirado.

Y es la última. Bingo. Has acertado. Estoy inspirado para escribir, para pensar… El descanso es lo que tiene. Provoca que la vida se frene, que se pare lo que habitualmente gira alrededor de las personas. Te detiene, y puedes mirar, hacer luz, clarificar, atender con especial cautela y cuidado. A mí al menos es lo que me sucede. Una y otra vez se produce lo mismo. Tantas veces como tengo tiempo de descanso, tantas veces como la vida se detiene, tantas veces como dejo de atender a las cosas que giran alrededor al momento para verlas con más cuidado… me siento inspirado.

Lo cual significa, que hay que buscar tiempo diario para este «descanso», que muchas veces es oración y reflexión y búsqueda y preguntas y para escribir y para leer y para… nada más que lo importante. ¡Qué peligro! ¡Llenar y llenar la vida con cosas, con momento, con programaciones, con planificaciónes! ¡Qué peligro!

El hombre necesita tiempo en su cuarto, y saber cuidar de él. En la soledad, en la tranquilidad, en el silencio.

¿Cuál será tu siguiente paso?


¿Te has parado a pensar alguna vez, cuál puede ser exactamente tu siguiente gran paso? ¿En qué consistirá? ¿Por qué lo harás? ¿A qué te conducirá de nuevo? ¿Quién te secundará y quién no comprenderá lo que haces? ¿Por qué estarás motivado? ¿Qué verás en contra, pero aún así… te lanzarás?

No lo comprendo. Todos sabemos que nos tocará hacer grandes cosas el día de mañana. Los que somos jóvenes, aún más. Todos, todos. Quien piense que no tiene que dar un gran paso en su vida, es el que más confundido está. Lo sabemos con claridad meridiana, es algo lógico y totalmente previsible. Está claro. Darle vueltas a esto, sería de necios.

Lo sabemos. Pero, ¿por qué no podemos adelantar nada de lo que sucederá? Uy… uy… quizá sí podamos adelantar algo de lo que sucederá: nuestra actitud ante la vida, los pasos que anteceden ese momento, las personas que estarán con nosotros en aquel instante… etc. etc… Pero sobre todo, el deseo de hacerlo del mejor modo posible, escuchando, admirando la vida que nos ha tocado vivir.

Un saludo. Y ánimo, que cuando llegue ese momento estés preparado para escuchar lo que Dios quiere de ti y dónde te acompañará eternamente.

PD. Si has llegado hasta aquí leyendo, por qué no te planteas una hipotética situación en la que te toque decidir algo importante. ¿Qué elegirás y por qué? ¿Te cambiará la vida mucho o poco? ¿Por qué?

¿Eres increíble?


Increíble, genial, perfecto, total, super… Un crack, único, especial, tremendo… Extraordinario, fabuloso, espectacular, sublime, fuera de serie… Asombroso, sorprendente, maravilloso, fenomenal, portentoso… Descomunal, grandioso, pasmoso, estupendo,… y más cosas…

Lo siento. No te conozco. Y no quiero conocerte. Dios eligió ser «uno de tantos», «un hombre entre los hombres», «habitar y poner su tienda en medio de ellos»… El don, el regalo más hermoso que Dios nos puede hacer, no nos separa del resto. Para caminar entre los hombres, para vivir como hermanos… la autenticidad es el mejor regalo. Y Dios se lo ha dado a sí mismo desde siempre, y Dios quiso compartirlo con sus hijos por siempre.

¿La Iglesia es necesaria?


Creo que esta es la intención con la que pregunta snorry en la sección ¿Qué te preguntas tú?  Creo que no es una pregunta que se hace él solo, sino que son muchos los creyentes y no creyentes que mantienen esta tensión. Por empezar a clarificar puntos y responder desde mi vida, diferenciaría entre: (1) Qué entiendo por Iglesia. Aquí no siempre se es correcto en la respuesta, o sincero, o comprometido, o responsable. (2) Quién es responsable de la Iglesia. ¿Curas y demás, yo y nosotros, todos los creyentes, Dios? (3) Qué experiencia he tenido de vivir en la Iglesia. Hasta qué punto he «entrado en el hogar, en sus habitaciones, en sus dependencias, en sus lugares de descanso, en sus comedores», como si fuera una metáfora de la casa, del hogar, del lugar donde se puede vivir. (4) ¿He escuchado la llamada a ser Iglesia?

Por mi parte, con todas estas preguntas, os ofrezco una especie de «materiales para la reflexión» que elaboramos para un retiro entre un hermano y yo. (link) Está en la página de materiales de la web de pastoral de mi centro.

Pero quiero responder. Al menos en parte, porque sería propicia para un diálogo intenso. Yo la entiendo como comunidad, en el sentido más amplio y profundo del término. No sólo como «grupito reunido» sino como humanidad convocada, por una única persona, Jesucrito, por un único Señor, el Padre, y que nos hace compartir un único Espíritu, que nos mueve, nos empuja, nos alienta, nos revela, nos ilumina y nos hace tan hermanos como santos, o santos en la medida en que vivimos la fraternidad y la comunión.

Soy parte de la Iglesia. Indiscutible. Y no cualquier parte. Cuando digo esto, no lo digo en general. Sé quién soy dentro de la Iglesia, conozco mi misión. Soy cura, sacerdote, presbítero, ministro, confesor, educador, catequista, religioso, consagrado… ¡Cuánto me ha dado! Pero no son «títulos», sino realidades. Quizá, toda la fuerza «clarificadora e iluminadora» de estas palabras debería ser desarrollada igualmente en otros ámbitos como «laico, seglar, esposo, padre de familia, trabajador…» Porque todos somos, en cuanto somos Iglesia, iguales.

Y vuelvo a la pregunta del inicio. ¿Es la Iglesia necesaria? Estoy tentado de utilizar un «para mí sí». Pero no lo voy a hacer. No quiero decir «para mí», sino simplemente «sí». Es necesaria para hacer presente el Reino, para hacer presente a Jesucristo. Porque uno solo ni puede, ni puede convertirse en Dios para otros. Porque si fuera solo no compartiría su fe, no celebraría su fe, no recibiría ningún sacramento, no sería ni acompañado por otros ni podría acompañar, no sería parte ni pertenecería a la familia de los creyentes. La Iglesia es necesaria para mostrar a Dios, para configurarlo al modo humano, entre las personas. No sólo es cuestión de «más fuerza» sino de «más vida». No es cuestión de «más número» sino de «mayor visibilidad y significatividad».

Claro… la Iglesia es imperfecta. Pero Dios vive en ella. Si fuera cosa de personas, una creación suya, pensaría sinceramente que … no puede ser cierto. Tiene que ser cosa de Dios, una verdadera locura, unos objetivos que son una continua llamada, un proyecto empresarial con infinitas lagunas, un atrevimiento tal que no puede significar más que una palabra: «Yo sí creo en vosotros. Cuando vosotros no creéis en vosotros mismos, aquí estoy para revelar de qué pasta estáis hechos, cuál es vuestra imagen, dónde está la vida verdadera y cómo se alcanza.» Chaval, la Iglesia es… genial (lo dejamos ahí).

Un saludo .

¿Cuánto tiempo?


Hoy regresábamos al trabajo en el colegio. Sin alumno, preparando todo. Los compañeros se saludan, porque hace dos meses que no se ven. Yo, que soy un compañero más, también les saludo. Hago una ronda dando besos, abrazos.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? Creo que en algunos casos es más, y en otros menos. Aunque para todos sean prácticamente dos meses. A algunos me distanciaba más tiempo que a otras personas. ¿Por qué?

El tiempo también es subjetivo. Cuando queremos a alguien o algo, separarnos unos segundos nos parece una eternidad. Y al contrario, separarnos de lo que nos desagrada e irrita, se convierte en alivio que posibilita vivir de verdad. Y ahora pienso… ¡Esto es el temor de Dios! ¡No querer separarme de Dios, porque me ama, y le quiero! Algunos pretenden estar lejos, vivir a oscuras y a distancia, pero estar cerca de Él ilumina, da fuerza, empuja, convierte, desarrolla, potencia, plenifica. Quien lo ha vivido lo sabe; quien conoce a alguien especial, a alguien a quien quiere y por quien se siente querido, sabe de qué estoy hablando.

¿Qué tienes que decir?


Si tuvieses que decir algo importante en 3 palabras… y no más… cuáles serían. Sólo tres palabras.

Yo soy yo. Tú quién eres. Qué haces aquí. Dime algo genial. Eres alguien estupendo. Dios te bendiga. Mueve el culo. Deja tus miedos. Sé libre siempre. Vive la vida. No te pierdas. Da lo mejor. Cuánto te quiero. Vivo por ti. Tengo sed profunda. Quiero vivir siempre. No me conformo…

¿Y las tuyas?

¿Cuando se cierra una puerta…


… se abre una ventana?

El refrán es de lo más esperanzador. Quiere decir que nunca se puede dar por encerrado el ser humano en sí mismo, que su inteligencia es más grande que cualquier cerrazón y que tiene un corazón que «totalmente vuelto sobre sí mismo» nunca podrá estar. Totalmente, no. Parcialmente, sí. E incluso puede llegar a pensar que no puede salir de sí mismo.

Hasta donde yo sé, cuando se cierra una puerta, lo único que podemos decir, es que se cierra una puerta. Y poco más. Si se abre o no una ventana, es algo que debemos dejar a las circunstancias o a nuestra libertad y decisión. Pero si se cierra una puerta, se cierra una puerta.

Lo que el ser humano quiere es que no se le cierren puertas. Tiende siempre a abrir, a explorar y a conocer nuevos mundos. Como si nada pudiera detenerla, y aunque detrás de una puerta cerrada exista otra puerta cerrada, y así sucesivamente tantas veces como sea necesario esas puertas serán abiertas. Pero no somos ilimitado ni omnipotentes. Hay puertas que se abren y a nuestras espaldas se cierran sin que exista posiblidad de volver sobre nuestros pasos. Nos encontramos nuevas puertas, y eso sigue avivando nuestra esperanza, pero la que hemos dejado atrás no se abre habitualmente de nuevo. El pasado no se puede corregir. Sólo cabe el futuro.

Pero qué sucede cuando, a este incansable explorador, se le resiste una puerta. Que vuelve a intentarlo. Quizá varias veces. Incluso se pondrá tenso y enfadado por la situación. Hasta que comprende que no lo puede todo y otea alrededor seleccionando nuevos pomos a los que abrazar su libertad. Situación tensa es aquella en la que se suceden dos o más intentos, sin ser capaz de hacer nada. Y digo nada, porque no da ni un solo paso, el miedo de quedarse así para siempre le corrompe, deja de confiar, comienzan a sucederse maravillosos recuerdos y ciñe sus manos con más fuerza a la puerta que ya ha comprobado que no puede moverse.

¿Cuándo girará de nuevo el horizonte de su libertad? ¿Existirán nuevas puertas?

Sinceramente, me gustaría que existieran más puertas cerradas a la libertad humana, como las del odio y la guerra, como aquellas en las que los jóvenes se adentran para perder su vida y a sí mismos. De vez en cuando me dan ganas de pedirle a Dios esto, que no se puedan hacer nunca estas cosas, eliminar de raíz toda la miseria de la humanidad, y todo aquello que en nuestro mundo nos hace vivir de espaldas a la verdad y la vida. Ya sé que no es posible. No sólo eso, no sólo que no se pueda. Es más bien al revés: es todo para la persona, es la imagen misma con la que fuimos diseñados. Es la maravilla de la persona, la de la libertad, la de la creación, es haber nacido con la posibilidad de abrir todas las puertas posibles que existen en nuestro camino. ¡Esa es la maravilla! ¡Cuántas puertas ante mí! ¡Qué gran esperanza para la humanidad!

¿Cuál es tu vértice?


Una pirámide. ¿Te sitúas? La base grande y por último el vértice más alto. Y otra invertida. Al revés. Algo grande que va a menos. Ahora únelas, como si fuera un reloj de arena.

Pienso en Calasanz. Y en su vida. Es como si se formase algo similar. Una gran base que se va concentrando en un punto, y al llegar a ese punto se expande. Sí, es cierto; es también el esquema de la velocidad de la luz.

¿Y si hicieras eso mismo con tu vida? ¿A qué punto tiene que llegar para expandirse del todo? ¿Cuál crees que es tu vértice?

En el caso de Calasanz, fundador de la primera escuela popular y gratuita del mundo, fue encontrarse con los niños en Roma, en la barriada del Trastévere, cuando buscaba la voluntad de Dios. Buscaba a Dios y encontró a los niños. ¿No encontró a Dios? Sí, lo encontró, no en los niños, sino en el impulso de su corazón. ¡Qué grande!

¿Estás solo en el mundo?


Creo que todo adolescente piensa en algún momento que está solo en el mundo. Solo no en el sentido de Crusoe, sin nadie y en una isla. Sino con gente que no le comprende, que no le entiende, que no sabe acompañarle, que se queda siempre en lo superficial sin adentrarse un poquito más.

Es algo que, a pesar de los amigos, parece que pertenece a la condición humana. Y es que las personas somos demasiado grandes, demasiado hermosas, con muchos misterios, con algo escondido íntimo y personal. Y en ese momento se comienza a descubrir.

Sin duda, muchos también se sienten solos de verdad porque así se lo han hecho ver y se encuentran rechazados y solos de verdad. Para ellos, una palabra de ánimo. Estoy seguro de que, mostrando quién eres, encontrarás gente de verdad a tu alrededor.

Y en general… ¡aprovecha tu misterio!

¿Informar o des-informar?


La forma en que se dan las noticias influye de forma clara en la percepción que se tiene de la realidad. Sea lo que sea, es fundamental que la persona responsable de trasmitir la información, más que parcial, dignifique y humanice lo que sucede. Los medios de los que un periodista se vale (su palabra y la imagen) son suficientes como para hacer llegar a los «consumidores de información» no sólo datos sobre lo que va sucediendo sino el drama humano o vital (y decir drama no es lo mismo que «tragedia» aunque tristemente es a lo que parece que nos tienen acostumbrados) que hay detrás.

Dignificar significa en primer lugar respetar lo que ha sucedido. Es decir, no entrar de cualquier manera en el lugar y el momento. Estar atento a lo que sucede no es ser una apisonadora de personas intentando buscar una palabra que haga subir la audiencia de la cadena, ni una imagen tan dantesca que impacte mucho en el «consumidor de información». Dignificar es, por tanto, dar respuesta desde el primer momento a las personas que están viviendo la noticia, por encima de los que la están viendo.

El segundo punto al que me quiero referir hoy es que la «noticia», que es nuevo, cuando se reduce a datos se reduce igualmente al ridículo. Que es lo contrario de lo que necesitamos: en lugar de ridiculizar o caricaturizar, buscando el detalle concreto o el dato sorprendente, debería humanizar, sea lo que sea, y trate de lo que trate.

Y por último. ¿Qué es noticia en nuestro mundo? ¿Quién dice qué es noticia? ¿Es la audiencia la que demanda o en la que se generan necesidades? ¿Quién enseña a ver la televisión, a conectarse a internet, a buscar lo que conviene?

¿Nos vamos todos juntos?


Vivo en Alcalá. En el colegio tenemos grupos de fe, desde los 11 años o así. Somos un gran equipo de catequistas y este año vamos a más.

Ayer mismo se me ocurrió que podíamos decorar los locales del colegio a nuestra manera y con nuestros recursos. Y me pareció que era cosa de todos. Luego si es cosa de todos, todos tendríamos que participar, e ir a los sitios, y comprar. Y como es cosa de todos, mejor que distribuirse tareas… ¡hacerlo todos juntos! Todos juntos a por unos sencillos muebles, todos juntos a por cajas, todos juntos a limpiar… todos juntos a lo que sea.

Pues bien. Esto que es un sueño, que se puede realizar sin duda alguna, tiene sus complicaciones. No todos tienen coche, evidentemente. Y aunque contemos sólo con los catequistas y los mayores (que ya no son alumnos del colegio básicamente, porque están en estudios superiores)… ¡es complicado!

Y qué más da. Pero me da rabia que algunos se fijen más en los problemas que en los sueños; que dejen de soñar y creer en los proyectos sencillos, que pongan dificultades porque esto y porque esto otro. Es evidente. Siempre hay dificultades, siempre las habrá.

Yo me quedo con los sueños.

¿Eres idiota?


Sí, te pregunto eso: ¿Eres idiota?

Tienes delante de ti, en ti mismo, lo mejor del mundo. Y te andas preocupando de lo que piensan los demás. Mira, para cualquier cosa, tienes un don. No te olvides. Y si no, pregúntate si no eres idiota.

Es algo que me gustaría decirle a más de uno, sinceramente. Pero comprendo perfectamente que a muchas personas les pueda costar. Pero de verdad, tenemos un don. Cada uno de nosotros ha nacido con un gran sueño, con una o más ilusiones que pueden cumplirse y hacernos rematadamente felices, felices hasta el extremo. Qué nos impide alcanzarlo… Por lo que voy sabiendo, una de las principales razones está en el poco tiempo que se dedican las personas a sí mismas, y otro… en la fuerza que tienen las palabras que otros nos dicen. ¡Confía en ti mismo! De verdad. ¡Atrévete a hacerlo!

Y no olvides nunca que Dios está contigo. Si no lo puedes hacer por ti, que de verdad que comprendo que muchas veces es difícil fiarse de uno mismo sabiendo cómo somos, fiáte de Dios. Eso también es fe. Confía. Cuando tú no puedes, Él sí.

¿Otros por mí?


Sí, la verdad. Es el final de una conversación que se resume rápidamente.

Sí. Si no piensas tú, lo harán otros por ti.

¿No crees? Llevado al terreno vocacional es fácil: Si no piensas tú, si no buscas tú a Dios para dialogar con él, otros te dirán de su parte qué tienes que hacer, en qué te tienes que convertir, qué tienes que pensar e incluso sentir y vivir. Es muy diferente la disponibilidad y la apertura de la falta de cabeza, de conciencia, de espíritu y de pensamiento. Es muy diferente.