¿Cuál es mi lugar en este mundo, que es nuestro?


Enseñamos, en la escuela, dónde vivimos. A los más pequeños y a los mayores, intentamos mostrarle qué lugar ocupamos en nuestra sociedad y qué hay alrededor. Lo hacemos con mapas, con gráficos, con estadísticas. Y al final de todo esto, ¿qué lugar ocupamos realmente? ?Aquel que otros deciden o el que hemos construido nosotros?

Dicho con humor, ¿cuál de las casas de los tres certidos es la nuetra?

Para nosotros, escolapios, la casa está puesta por Dios en medio de los más pequeños.

Es así, y es un lujo.

¿Cuál es nuestro lugar en el mundo? El cielo. Puede parecer romántico y estúpido, pero no es mentira. Este es el lugar en el mundo que se nos ha prometido: Donde estén los pequeños allí estará Dios con nosotros, el Dios encarnado, el Dios de la presencia constante, el Dios de lo más bello, el Dios de lo sencillo, el Dios de la ternura y la Plenitud de su Amor. Allí, poco a poco, vamos siendo «más que profesores», alumnos del Maestro.

Tan romántico y bonito que provoca tensión y conflictos. Vivimos en el mundo, rodeados de las mismas cosas que todos, pero no nos conformamos. Aprendemos a no convertirnos en algo más, siendo especiales en el día a día. El escolapio es mirado por todos, por niños y mayores. Precisamente son los pequeños quienes llaman la atención de sus padres cuando él está.

Todo puede convertirse, para nosotros y para todos, en «bajo y terreno» (como habla la tradición) o en un pedazo de cielo. El otro día, el despacho donde trabajo habitualmente por las tardes, cerca de la puerta del colegio, se inundó de muchachos y preguntas. Unos vienen por la tarde porque no saben qué son las potencias ni qué hacer con ellas. Otros, simplemente para dialogar. A los primeros, los trato con cercanía para que aprendan rápido, con paciencia por mi parte. Con los segundos, abro mi corazón.

Fue una conversación especial. Se preguntaban por mi vocación, y qué era aquello de la obediencia. Uno decía una cosa, otro decía otra. He sido profesor de todos los que estaban. Después de un retiro, comenzó otra relación, algo distinto. Vinieron a los grupos y luego se quedaron. Siento que para ellos, he sido «colaborador de Dios». No comprendían por qué vamos de un lugar para otro del mundo. Al final, dijeron: «Da igual. Siempre serás el mismo, siempre enseñarás, educarás, harás bien a otros. Serás tú.» Y esto es precisamente, éste es mi lugar en el mundo: no necesito un sitio, tengo mi propia vocación.

(http://www.lineacalasanz.es)

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