¿A qué estás esperando?


Os comparto esta pregunta, porque puede que más de uno tenga necesidad de que alguien se la haga. Ya que no puedo sentarme “delante de ti” y hacértela “en tu cara”, permíteme al menos que mis palabras te alcancen a través de la red.

Encuentro personas que van por el mundo “deshinchadas y desganadas”. Hoy he tenido dos “visitas” de este tipo. No una, sino dos. Con dos perfiles diferentes, con dos contextos distintos, de dos realidades que nada tienen que ver entre sí, dos personas que entre ellas no se conocen. Y me sale decir que comparten un mismo perfil: No ser capaces de dar el primer paso. Les diferencia, de todos modos, algo básico. Una de ellas tiene que “dejar atrás”, lanzarse a lo nuevo, pero sobre todo hacer el tránsito de la liberación. En la otra persona, encuentro que lo tiene todo y está aguardando a “lanzarse hacia delante”. Alguien inteligente y perspicaz dirá que para que alguien abandone una vida tiene que coger otra, y viceversa. Pero os pido que penséis que son dos problemáticas diferentes unidas en la misma pregunta. ¿A qué esperas? (seguir leyendo)

Como sabéis, redirecciono últimamente todas las entradas al nuevo blog que estoy construyendo. Os invito a participar en él, y a tomarlo de referencia para los artículos. Gracias. Siento las molestias.

Personas embaladas


Parto de la opinión (universalmente comprobable) de que toda persona es débil y frágil, que esto lejos de ser algo desastroso, es una maravilla. Por lo tanto, todo cuanto porta lo lleva en vasijas de barro, en su delicadeza, ternura y, siempre, con la oportunidad de dejarse trasparentar interiormente. Atributos que pertenecen a la naturaleza humana, y que cualquiera puede atestiguar en sí mismo, con la felicidad que provoca ser capaz de vivir sin el temor paralizante a echar todo por tierra.

Ante esta fragilidad algunos, no pocos, en nuestras modernas sociedades temen romperse y quebrarse, y comienzan a embalar sus vidas con cosas que puedan protegerles más o menos, con escudos, anteponiendo lo que no son a lo que son, para salvaguardar su propia interioridad. La literatura famosa, de autoayuda velada, ha puesto de moda la metáfora de la armadura, como paradigma de esta situación. Pero mucho antes, encontramos el rastro de esta actitud en la Palabra, hablando de los corazones endurecidos, de los hombres de dura cerviz o de aquellos que permanecen al borde del camino tapados con un manto. No sólo son cosas, lo que anuncia la Escritura, como modo de protegerse de la propia fragilidad, sino que también se utilizan personas. Se llenan entonces los números de quienes estamos rodeados antes de la batalla, se engrandecen sus cualidades y se deja de confiar en algo más que la «cantidad». También están quienes se escudan en falsos dioses, en los ídolos, en realidades que ocupan el lugar que no les corresponde, y por lo tanto sustituyen a personas, a cosas, e incluso a Dios y a uno mismo. Todo bajo la amenaza de protegerse, con la terrible consecuencia de perderse a sí mismo. El Evangelio anuncia que quienes «no entregan su vida queriendo salvarla», al final la pierden definitivamente. Algo que no me parece, en absoluto, descabellado.

El embalaje puede proteger de los golpes pequeños. El juego que mantiene, sin embargo, es más peligroso de lo que parece.  No soporta otros embates de la vida. Hay que tener en cuenta esta situación, y adelantarse al sufrimiento propio e inherente de nuestra historia. No deseable, no deseado, pero llegará. ¿Qué hay que no pueda romperse, qué existe que sirva de protección real? Sólo el amor podrá salvar de estas situaciones. Cuando sobrevengan dificultades, el amor mantiene la unidad, genera esa unión que no podrá hacer añicos la existencia.

¿Qué puedo desear?


Lo que quiera. Igual que soñar. Sin límites, más allá siempre, con nuevos horizontes cada día, avanzando sin cansarme, cansarme cuando lo desee. Frenar o acelerar, adentrarme en nuevos rincones, iluminar oscuridades o desear que nadie conozca todo aquello que sólo dos personas somos capaces de conocer. Y así sucesivamente. Puedo desear lo más cercano, como si no lo tuviera todo ya conmigo, y también lo más lejano, tocándolo con mi corazón como si no fuera tan extraño. Así, todo un mundo.

Los deseos, los anhelos, las aspiraciones. Quien desea, sueña. Quien sueña, vive, de alguna manera, quizá un tanto extraña, como si tuviera entre sus manos lo que todavía otros no pueden ver. Pero está. El deseo está y actúa. Es brújula, es mapa, es guión de trabajo o receta de felicidad. Si lo que se desea es la felicidad, lo es. Si se desea la infelicidad, es infelicidad. Y si se desea una engañosa felicidad, engañadamente se vive. Pero el deseo, se vive.

Qué grande. Desear lo más grande.

No fantasear. No falsificar. No evadirse. Desear. Es distinto. Pruébalo. Conoce tus deseos, encudríñalos, no te cortes.

¿Vas a venir, querida «inspiración»?


Intento escribir y no puedo. La verdad es que con poco me conformaría. No escribo libros, ni nada de eso. Pero me tomo todo como una verdadera «tarea literaria», aunque sea un texto sencillo, un mensajito, o una pequeña reflexión. Literario en el sentido quizá más débil, en el que las palabras son importantes. O quizá en el más fuerte, donde no da igual qué se diga.

Escribo, insisto. Y no me sale. Y sé que falta inspiración. Es lo único que sé. No soy el primero al que le pasa, tampoco el último. Ni es la primera vez que a mí me ocurre, ni tampoco, espero, que sea la última. Ni siquiera sé si estoy en «medio» de estos momentos, si bien intuyo que estoy empezando tanto en la inspiración como en el sufrimiento de su ausencia. Tengo algo que decir, no sé cómo hacerlo. Tengo ganas de escribir, pero las palabras no salen como acostumbran, con fluidez y naturalidad. Releo lo que he escrito, y lo veo inconexo, sin fuerza, carente de vida. Añoro aquel momento en el que escribir era fácil, y agradezco la inspiración. Ahora que me veo solo frente al texto, sé cuánto debo a la inspiración.

Por qué se va, por qué viene. Qué hace que ahora sí, antes no y mañana quizá. Qué terrible esta dependencia, y qué admirable su cercanía.

Simplemente compartir esto. ¿Qué sucede cuando en la vida falta la inspiración, esa vida que reconocemos fácilmente? ¿No será, la falta de inspiración para el escritor, como una depresión para la gente corriente en su vida diaria? No lo sé. Sólo quizá. Pero si fuera así, creo que el problema está allí donde ponemos nuestro corazón.

Por mi parte, nada más. Soy feliz, con o sin inspiración. Y esto no es decir poco. Ya he dicho más de lo que creía que iba a decir. Pero lo digo en el sentido más amplio y grande de las palabra que he usado: las de la inspiración y las de la felicidad. Escribo por diversión, por placer, a veces por necesidades del guión que me toca vivir y de las cosas que tengo que hacer, pero no depende mi vida de cuánto escribo ni de lo que dejo de escribir. Aunque no sepa qué decir exactamente, o cómo decirlo bellamente, hay otro que da testimonio por mí. Mi vida, sin esto, tiene mucho sentido. Dios no me deja, aunque no lo sienta tan cercano como otras veces. Está. Y eso vale. Y sé que continuará impulsando con fuerza, aunque no lo sepa. Los raíles están bien puestos. No depende mi vida de si hoy siento o no siento, de si hoy estoy de esta manera o si estoy de esta otra. Los raíles están bien puestos, existe el norte, el horizonte, la luz. Los raíles que dan sentido, que conducen, que protegen… están bien puestos.

¿Los tuyos? ¿Todavía dependes de las musas? ¡Tu vida no la deberías entregar tan fácilmente!

¿Cuánto tiempo?


Hoy regresábamos al trabajo en el colegio. Sin alumno, preparando todo. Los compañeros se saludan, porque hace dos meses que no se ven. Yo, que soy un compañero más, también les saludo. Hago una ronda dando besos, abrazos.

¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez? Creo que en algunos casos es más, y en otros menos. Aunque para todos sean prácticamente dos meses. A algunos me distanciaba más tiempo que a otras personas. ¿Por qué?

El tiempo también es subjetivo. Cuando queremos a alguien o algo, separarnos unos segundos nos parece una eternidad. Y al contrario, separarnos de lo que nos desagrada e irrita, se convierte en alivio que posibilita vivir de verdad. Y ahora pienso… ¡Esto es el temor de Dios! ¡No querer separarme de Dios, porque me ama, y le quiero! Algunos pretenden estar lejos, vivir a oscuras y a distancia, pero estar cerca de Él ilumina, da fuerza, empuja, convierte, desarrolla, potencia, plenifica. Quien lo ha vivido lo sabe; quien conoce a alguien especial, a alguien a quien quiere y por quien se siente querido, sabe de qué estoy hablando.

¿Qué tienes que decir?


Si tuvieses que decir algo importante en 3 palabras… y no más… cuáles serían. Sólo tres palabras.

Yo soy yo. Tú quién eres. Qué haces aquí. Dime algo genial. Eres alguien estupendo. Dios te bendiga. Mueve el culo. Deja tus miedos. Sé libre siempre. Vive la vida. No te pierdas. Da lo mejor. Cuánto te quiero. Vivo por ti. Tengo sed profunda. Quiero vivir siempre. No me conformo…

¿Y las tuyas?

¿Eres idiota?


Sí, te pregunto eso: ¿Eres idiota?

Tienes delante de ti, en ti mismo, lo mejor del mundo. Y te andas preocupando de lo que piensan los demás. Mira, para cualquier cosa, tienes un don. No te olvides. Y si no, pregúntate si no eres idiota.

Es algo que me gustaría decirle a más de uno, sinceramente. Pero comprendo perfectamente que a muchas personas les pueda costar. Pero de verdad, tenemos un don. Cada uno de nosotros ha nacido con un gran sueño, con una o más ilusiones que pueden cumplirse y hacernos rematadamente felices, felices hasta el extremo. Qué nos impide alcanzarlo… Por lo que voy sabiendo, una de las principales razones está en el poco tiempo que se dedican las personas a sí mismas, y otro… en la fuerza que tienen las palabras que otros nos dicen. ¡Confía en ti mismo! De verdad. ¡Atrévete a hacerlo!

Y no olvides nunca que Dios está contigo. Si no lo puedes hacer por ti, que de verdad que comprendo que muchas veces es difícil fiarse de uno mismo sabiendo cómo somos, fiáte de Dios. Eso también es fe. Confía. Cuando tú no puedes, Él sí.

¿Buscando imágenes?


¡Qué tarea más árdua! No hablo de buscar en la web sin más, sino de coger la cámara de fotos y ponerse a caminar y caminar en busca de esa imagen tan bonita. Creo que es necesario pasar por la experiencia para realmente comprender que es compleja. La cámara aporta lo suyo, pero espera paciente. El ojo humano es el motor de búsqueda. La imagen, la luz, la perspectiva, lo que puede y no puede captar, y todo lo que sugiere.

Estos días estoy buscando fotos propias para una nueva web. Y me encuentro así. Estoy convencido de que la realidad es bella, que tiene infinidad de detalles que no merecería la pena olvidar. Las sonrisas, los saltos, los encuentros, los abrazos, la íntima conexión con el grupo de amigos, la admiración… Y estoy seguro también de que las personas se dan cuenta de ello y pueden guardar y vivir su recuerdo. Pero es difícil captarlo con una cámara de fotos, en una imagen detener el mundo y atrapar el espacio y el tiempo y esa tercera dimensión personal y social que todo tiene.

Yo seguiré con mi búsqueda. En cualquier caso, buscar ya es importante. Hace estar atento, despierto, fijarse, admirar, desear, corregir, hablar, dialogar, escuchar y, cómo no, obedecer. La obediencia a la realidad, ser consciente de que, quien realmente manda no es quien tiene la cámara sino la misma realidad a la que se llama e invita a detenerse. La obediencia porque marca las pautas, porque se prepara un instante y desaparece. La obediencia porque avisa de lo que va a suceder, pero tan pronto sucede, también se aleja y se esconde. La obediencia que es relevelación y diálogo con el mundo, con el Señor que inspira y domina el mundo, con el Dios que ama sus criaturas y provoca el anhelo del recuerdo, con el Caminante y Creador que ha dejado su huella en cada tramo del camino y del tiempo.

Creo que esta experiencia tiene mucho que ver con la vida religiosa, y la vida escolapia en particular. La escuela es un ámbito con especial vida, donde todo aparece y desaparece, donde los mismos alumnos hacen señas y casi posan para una foto. «¡Profe! ¡Profe! Mírame y dime cómo soy. Dime que estas de mi lado, dime que me vas a enseñar a vivir.» «¡Profe! ¡Profe! Muéstrame en tus fotos, en tus recuerdos, el camino que conduce a la vida verdadera!» «¡Profe! ¡Profe! Es mejor una foto de grupo, todos juntos y haciendo un hueco para los demás, que una foto en la que, para siempre, voy a permanecer solo, sin nadie que me sonría, que me hable, que me quiera.» «¡Profe! ¡Profe! ¿El corazón se puede fotografiar? Ya sé que no. Pero entonces a Dios tampoco.»

¿Responder a la llamada de Dios? (1)


Para entrar en una alianza y pertenecer a un nuevo pueblo, a una comunidad con nuevos valores, hay que dejar otro pueblo, el de aquellos con lo sque se viviía hsat aahora según otros valores y otras normas: valores familiares tradicionales, riquezas, posesiones,p restigio social, revolución, droga, delincuencia, poco importa. Este paso de un pueblo a otro puede ser un desgarramiento que implique sufrimientos y que la mayoría d elas veces tarda mucho tiempo en realizarse. Y muchos no llegan a hacerlo porque no quieren escoger ni cortar. Tienen un pie en cada campo y viven negociando, sin llegar a encontrar su propia identidad.

Para seguir la llamda a vivir en comunidad, hay que saber elegir. La experiencia fundamental es un don de Dios, que tal vez llega a la persona por sorpresa. Pero esta experiencia es frágil como una semilla plantada en la tierra. Hay que saber sacar las consecuencias de esta experiencia inicial y eliminar ciertos valores para elegir otros nuevos. Así, poco a poco, se orienta uno hacia una opción positiva y definitiva por la comunidad.

Algunos huyen del compromiso porque tienen miedo de que, al establecerse en una tierra, se estreche su libertad y no puedan ya mirar a otra parte. ¡También es verdad que casándose con una mujer se renuncia a millones de ellas! ¡Esto limita el campo de la libertad! Pero nuestra libertad no crece de una forma abstracta, sino en una tierra particular y con personas concretas. Interiormente no se puede crecer si uno no se compromete con y ante otros. Todos tenemos que pasar por una cierta muerte y por un momento de dolor cuando elegimos y comenzamosa echar raíces: nos lamentamos de lo que hemos dejado.

Pero muchos no se dan cuentad e que, dándolo todo para seguir a Jesús y vivir en comunidad, reciben el ciento por uno: Jesús dijo: «Yo os aseguro, nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,29)

¿Llamados… ?


Jesús miró al joven y le amó. Le dijo: «Una cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Pero el joven no tuvo confianza; tuvo miedo porqu ehabía puesto su seguridad en las riquezas. Y por que tenía mucho, se marchó triste.

La llamada es una invitación: «Ven y sígueme.» En principio no es una invitación a la generosidad, sino a un reencuentro con el amor. Luego la persona encuentra a otros que son llamadso también, y comienzan a vivir en comunidad.

He conocido cierto número de personas que, viendo una comunidad, han sentido interiormente y con una gran certeza que su felicidad estaba allí, aun cuando nada les atraía en la comunidad: ni los miembros, ni el modo de vida, ni el lugar. Por tanto, sabían que su lugar era ése.

Este tipo de experiencia es muy a menudo una auténtica llamada de Dios, que deberá ser confirmada, por supuesto, en la comunidad durante un tiempo de prueba.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p 83)

¿Signos de salud comunitaria?


Cuando las personas rehúsan ir a las reuniones y no hay lugar para el diálogo, cuando tienen miedo de expresar lo que sienten y el grupo está dominado por una fuerte personalidad que se impide la libertad de expresión, cuando en lugar de participar en las actividades comunitarias se úye hacia actividades exteriores, la comunidad está en peligro; no es ya una «casa propia» sino un hotel-restaurante. Cuando las personas de una comunidad no están contetas de estar juntas, de vivir, de rezar, de actuar juntas, sino que buscan constantemente compensaciones en el exterior, cuando hablan de otro tiempo de sí mismas y de sus dificultades más que su ideal de vida y de la manera de responder a gritos de los pobres, hay un signo de muerte.

Cuando una comunidad tiene buena salud, es un polo de atracción. Los jóvenes se comprometen con ella y los visitantes se sienten a gusto. Cuando una comunidad empieza a tener miedo de acoger a visitantes y a personas nuevas, cuando empieza a establecer tantas restricciones, a reclamar tantas garantías que prácticamente no puede venir nadie más, cuando empieza a expulsar de su seno a las personas más débiles y difíciles, a los ancianos, a los enfermos, etc., es mala señal. Ya no es una comunidad; se convierte en un equipo de trabajo más o menos eficaz.

También es mala señal cuando una comunidad busca estructurarse de modo qeu tenga una seguridad total respecto al povenir, por ejemplo cuando tiene mucho dinero en el banco. Poco a poco elimina todos los elementos de riesgo y ya no necesita la ayuda de Dios. Deja de ser pobre.

La salud de una comunidad se revela a través de la forma de acoger a los visitantes inesperados o al pobre, a través de la alegría y de la sencillez de los miembros entre sí, a través de su confianza en los momentos difíciles, a través de una cierta creatividad para responder a las necesidades de los pobres. Se revela sobre todo a través del amor y de la fidelidad a los fines esenciales de la comunidad: la presencia ante Dios y ante los pobres.

Para una comunidad es importante descubrir en sí misma las señalse de su desvenencia o de su profundización. De vez en cuando la comunidad tiene que preguntarse para saber en qué momento se encuentra. Esto no siempre es fácil, pues es necesario aprender a pasar por las pruebas, incluso frente a señales de vida y de muerte, que es necesario discernir.

¿Comunidad de fe o Grupo de crecimiento?


Muchos entran en grupos para ser formados en tal o cual espiritualidad, o para adquirir determinados conocimientos sobre Dios y el hombre. Esto no es la comunidad, es un colegio. Será una comunidad cuando comiencen a amarse unos a otros y a preocuparse por el crecimiento de cada uno.

Esther de Waal escribe con respecto a la regla de San Benito: » Es chocante ver cómo el abad y el ecónomo del monasterio tienen un cuidado constante por los hermanos, por cada uno en particular, en su unicidad, más que por la comunidad en bloque, ideal que parece que da vergüenza a la ideología contemporánea. La vida en común no es una idea abstracta o un idealismo. Sin duda, san Benito habría apreciado el aforismo de Dietrich Bonhoeffer: «Aquel que ama a la comunidad la destruye; el que ama a los hermanos es el que verdaderamente la construye.»

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p.31)

Estar atentos al Espíritu


¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Estaré solo o con alguien? ¿Podré expresar lo que siento? ¿Me comprenderá alguien? ¿Por qué yo y no otro? ¿Para qué? ¿A dónde me llevará? ¿Seré feliz? ¿Cómo será mi vida? ¿A quién me encontraré? ¿Con quién viviré? ¿Dejaré muchas cosas? ¿Qué me llenará? ¿A quién me voy a parecer? ¿Seré importante? ¿Me conocerán? ¿Sufriré? ¿Gozaré? ¿Tendré amigos? ¿Estaré acompañado? ¿Cómo seré?

Todas y cada una de estas preguntas requieren ATENCIÓN. Son como una señal en la vida de las personas. Las lanzan al futuro. Hacen soñar a miles y miles de personas. Y hacen sufrir. Quizá algunos se lo plantean porque no saben qué sucederá. Otros se lo plantean porque comienza a intuir algo. Y requieren de una atención especial en quienes deseamos una vida cristiana, en quienes hemos conocido el Evangelio y a Jesús de Nazaret. Deseamos ser, y nos miramos en espejos que no han llegado. Pero es Espíritu susurra con una sinceridad admirable. El Espíritu hace soñar, abre caminos insospechados y pronuncia palabras admirables sobre lo que somos, sobre lo que podemos llegar a ser, sobre lo que hemos conocido y lo que desconocemos. Muchas preguntas se basan en experiencias llenas de vida o anhelantes de ella. La vida, la verdad, el bien… momentos íntimos en los que la confianza lo puede todo, circunstancias donde el tiempo se dilata tanto que desearíamos no abandonar el presente. Y nos preguntamos qué seremos, qué será de nosotros, quién -sin poder respondernos del todo- soy.

Las respuestas…. después de las preguntas. Y siempre, siempre de forma práctica, concreta, diaria y cotidiana. Las respuestas son «hago esto…», «me atrevo a…», «me lanzo a cumplir mi sueño».

Para cumplir un sueño, para escuchar y estar atento al espíritu conviene estar muy despierto. Los dormidos viven en su propio mundo, dice Heráclito. Los dormidos viven en un mundo sin Espíritu, donde ellos lo llenan todo, donde son capaces de bastarse consigo mismos. En ese mundo, sin Espíritu, tampoco hay vida. En el mundo del Espíritu, donde todo se convierte en común y obliga a un diálogo permanente, la vida corre por doquier.

¿Tentaciones de verdad?


Supongo que nadie duda de que existen las tentaciones, por muy pocos años de vida que se tengan. Una tentación es algo así como una piedra en el camino que estorba el paso hacia lo fundamental, como un desvío mal cogido, como una señal en el camino mal puesta.

Sí, quizá sea eso. Una mala señal en el camino, que en algunos casos llega a normalizarse, pero que sigue siendo igualmente errónea, nos hace equivocarnos y despistarnos de lo fundamental. Sí, quizá sea esto. Todo lo que nos despista de lo fundamental, lo que evita que entremos en lo profundo, que tomemos la vida con la seriedad y la alegría que se merece vivir bien. Sí, quizá sea eso. Quizá sea vivir bien, pero equivocadamente bien. Sí, quizá sea eso. La tentación es algo así como una mentira sobre la vida buena, una señal mal puesta en el camino, una falsedad aceptada como verdad y una maldad aceptada como bien. La tención, quizá sea eso, y quizá también venga en los momentos fundamentales e importantes de la vida.

Creo que no existen tentaciones para las cosas pequeñas. O mejor dicho, quizá todo eso pequeño y que consideramos insignificante sea más grande de lo que nos parece a primera vista, y por eso hemos caído ya en la tentación de no darle importancia. Quizá una discusión sin sentido en el seno de una familia, tomada a broma, suponga haber caído en la tentación. Quizá una mala respuesta y un tono fuera de sí, sea haber caído en la tentación de lo superficial. Quizá una acción de descanso y reposo, en lugar de seguir esforzándose por la propia vida y por la ajena sirviendo y gastando el tiempo en ayudar a otros…. quizá suponga que ya hemos caído en la tentación.

La tentación no se viste de feo, ni de espantoso, ni de malo malísimo como en las películas. Lo peor es que propone algo que, a simple vista, es algo genial. Por lo tanto, el peor amigo (quiero decir el mejor, pero no creo que sea buen amigo) de la tentación es la superficialidad de la mirada y la falta de formación del corazón para resistirla. En definitiva, la falta de discernimiento.

Quien sólo conoce tentaciones … de las claras, de las visibles… es que no se ha dado cuenta de que la vida del hombre y de la mujer hoy, de los jóvenes y de las familias, es un terreno minado para quienes quieren ir en dirección al amor, a la verdad, al bien y, por qué no decirlo, a la santidad como esa llamada que Dios hace a todo hombre para que sea feliz.

Quizá hoy nos debamos detener un poco y gastar tiempo en las tentaciones que nos acechan, pero sobre todo, quizá hoy sea un día especial para avanzar en la propia formación y en la mirada en profundidad.

¿Cumpleaños feliz?


Pues sí. Es mi cumpleaños, el día 4 de febrero de 1980 nací y hoy hace de aquello exactamente 28 años. Y ha sido feliz. He trabajado como cualquier otro día, y aunque no sea muy romántico, soy muy feliz con mi trabajo. En cada hora de clase me la juego. Hoy mis alumnos, creo, no habrán notado nada especial. Sigo siendo serio, sigo siendo exigente. En mi clase intento enseñar, lo cual no es siempre fácil. Sé que no sé, y hoy he vuelto a comprobarlo. Sigo creciendo por tanto, lo cual también es un signo de felicidad para mí, de esa felicidad que quiero y que todavía no he conseguido. También mis compañeros, aquellos que están más cerca, me han felicitado. No lo propago, ni lo cuento, por lo que muchos no sabían nada. No les pido, hoy, nada especial que no me gustaría recibir el resto de los días. No me gustan los días artificiales, y he procurado, en la medida de lo posible, no convertir la decena de mayoría de edad en algo así. Es feliz, pero no artificial. Con lo cotidiano me llega. Fuera de eso, no busco gran cosa.

Pero mi trabajo no es todo. Es parte de mi vocación, importante, pero no todo. También he rezado, como suelo hacer los lunes, con mi comunidad. En mi corazón hoy resonaban las palabras de cada salmo, pero hemos repetido hoy muchas veces aquello de «Porque es eterna su Misericordia». Y también la Eucaristía, donde me descubro a mí mismo poco a poco, donde se va manifestando el verdadero rostro que esconde cada hombre. Hoy en la celebración he traído a la memoria a mis amigos, pero también un alumno por el que creo que he de rezar. En clase le he llamado para hablar con él, y he charlado un rato. Ha sido relajado y distendido. Poco más. Pero ha sido mi signo. En el fondo, ha sido mi regalo para él: las palabras, y la Palabra de la Eucaristía.

También mi familia se hace presente de forma especial. En un día como el de hoy, con sencillez máxima, llaman. Poco hueco he tenido entre clases, reuniones y demás. Pero ha sido para ellos. Ellos lo han llenado. Entre mensajes, llamadas… los móviles no han parado. Ha sido bonito dejarme felicitar por ellos, que tantas veces viven desde la distancia qué ocurre cada día en mi vida.

Dos detalles del día de hoy: he dado una sorpresa a una persona y familia especial, por la que siento que Dios me cuida y me acoge (su regalo, nada costoso en cuanto al dinero pero sí por lo que supone de dejar salir y aprender a mirar, ha venido a colmar mi cotidianeidad y poner una palabra más, de esas que se dan por añadidura); y dedicar tiempo al acompañamiento personal, al cara a cara que Dios me ha enseñado en la oración, donde Él me llama y se encuentra conmigo (acompañando alumnos cara a cara, acompañando a personas cara a cara… hoy he dialogado con más de 10 personas de esta manera, que llenan mi tiempo y me ayudan a entregar lo que yo antes he recibido como don).

Esta es mi vida, esta es Su vida. Mi vocación un día más, confirmada por su presencia y cercanía. Doy gracias a Dios por la vida.