Dos verdades irrenunciables


Escrito a propósito de uno de los pocos tweets de ayer, en el que decía -porque estaba estudiando de nuevo y con ingenuidad renovada el Discurso del Método de Descartes- que la única certeza que tengo en este mundo es que no hay ninguna certeza. Y he decidido cambiarlo por dos verdades irrenunciables, después de terminar una vez más alguna de sus meditaciones:

  1. Estoy vivo es querer vivir. Porque leo y escribo, porque sueño y creo que me despierto, porque enseño y aprendo, porque viajo y me gusta estar en mi cuarto sentado tranquilamente, porque hay personas alrededor que me importan y a quienes importo, porque trabajo y me canso, porque respiro y me quedo sin aliento, porque sufro, lloro y río, porque hablo y escucho…. Razones podría decir muchas por las que vivo. Y esto es irrenunciable. Y estar vivo es más que estar arrojado al mundo y dar pasos sin sentido. Estar vivo ahora que escribo sentado en mi cuarto después de las clases del día y con ánimo para preparar el mañana antes de que la tarde venga. Estar vivo no es sólo sucederse acontecimientos, sino acogerlos, pensarlos, masticarlos, tragarlos y agradecerlos al mundo, a las personas y a Dios, presente en ellos. Estar vivo es querer vivir, y no quiere vivir quien ha comenzado a dejar de estar vivo, quien ha abandonado las razones y sentimientos, las honduras y las entrañas del mundo, volviéndose desagradecido, posesivo e intolerante, quien ha perdido una dignidad que nunca ganó, que ha dejado de ser persona para elegir el mundo de las máquinas e integrarse en él, o en el de las cosas y devuarse o venderse, o en el de los esclavos y ha emanciado y cedido su voluntad, sus sueños y deseos. Si hay algo a lo que hoy no estoy dispuesto a renunciar es a que vivo, y que hay razones para la esperanza y para querer seguir viviendo.
  2. No quiero vivir de cualquier manera, porque la vida me interesa. Y no sólo la mía, sino en la medida de lo posible la de los otros, especialmente cercanos. Esta es mi segunda certeza, no vale cualquier cosa, ni estoy dispuesto a lo que sea, ni me conformo con lo que venga. Camino, construyo, doy sentido, aporto a la realidad aquello que en ella parece que está ausente. Generar vida por tanto, dar lo recibido gratis a un módico precio sin hacer negocio con ello de la única forma que sé: dando al máximo gratis lo que gratis he recibido. Y es que reconozco que no siempre sucede eso de dar gratis sin más, porque parece que el mundo es un agradable intercambio no pocas veces con algo que yo no he conquistado, y que busco hacer negocio y administrar de otro modo la gratuidad. No quiero vivir de cualquier manera significa no doblegar la existencia a la nada, ni al vacío ni al sinsentido. Sentir repugnancia por el sufrimiento, por la mentira y el engaño, por la doblez de corazón, por la pasividad y la indiferencia. No desear caer nunca en sus garras. Y escapar de ellas lo más rápido posible, con luchas nada fáciles ni sencillas, sin dar por descontado que se ganará la batalla. Vivir en definitiva, vocacionalmente y la máximo, creyendo que he encontrado el lugar en el mundo; ése espacio de terreno y tiempo en el que tengo que estar, un modo de estar, de existir y de ser. No querer vivir de cualquier forma es una llamada a la tranquilidad en medio de la inseguridad, porque si sigo avanzando y se dan cambios en mí es porque quiero crecer y no me quedo parado. Y las contradicciones que se generan y se descubren no pocas veces son luz, con sus tensiones, para que me dé cuenta de esto. No quiero un trabajo por dinero, sino ser feliz. No quiero tener amigos para no sentirse solo, sino para ser feliz. No quiero a Dios porque lo explica todo de maravilla, sino porque Él me hace feliz. No quiero amor para ser amado, sino porque amar, el ejercicio, me hace feliz. No quiero la verdad por la coherencia, la integridad y el esfuerzo de ser mejores que otros, sino porque fuera de la verdad no hay libertad. Y no quiero libertad para ir y venir y hacer lo que quiera, sino porque sin libertad no puedo ni siquiera considerarme persona.
La cuestión que plantea Descartes desde la razón, cuando se lleva al corazón da vértigo. Sentida y vivida, esa duda aplicada a todo de manera incondicional y brutal desprotege hasta situar ante el abismo en el que la persona no puede salvarse a sí misma. Frente a todo eso, la garantía y la confianza interna, y también la sabiduria y la humildad que reconoce que estoy en el mundo no porque yo haya querido y yo lo haya decidido, sino porque Dios me llamó, me trajo, y es Él quien da a todo sentido. Y ese todo que tengo que descubrir incluye también mi vida, mi historia, mi camino, mi esperanza, mi tiempo y mis fuerzas; y de entre todo, de lo que más me importa es que sea a través del amor, de la felicidad y de la cercanía.

¿En tierra de nadie?


Es muy evocador: «En tierra de nadie.» Sugiere una cierta desprotección, una itinerancia, alguien puesto en mitad de la nada o donde hay muchos que están como él. Invita a la reflexión, a una cierta desposesión de las verdades que normalmente dominan nuestro mundo y hacen a ignorantes hablar como si fueran sabios y a sabios callar como si fueran ignorantes. Descartes, después de Sócrates y otros muchos, ya pasó por la necesaria prueba de esa desoladora duda que me hace reconocer que, sin extremismos estériles, mis dudas son mis dudas, mis miedos son mis miedos, y las respuestas de otros son una inutilidad en mis preguntas cuando las asumo irresponsablemente, que trazan esqueletos aparentemente firmes carentes de carne, de chicha y de vida. Sigue leyendo

¿Olvidaste el cargador?


Paseo por Roma. Vamos caminando tres escolapios, de tres nacionalidades diferentes. Llegamos al centro en autobús. Nos despertamos al ver tanta maravilla, y aparecen las cámaras de fotos. Cada uno a su manera, con sus intereses. Tres, cuatro… hasta veinte fotos. Y uno del grupo, con cara de preocupado, no deja de mirar su cámara de fotos sin comprender por qué no se enciende. Todos vamos en su ayuda. Yo apunté que sería mejor dejarlo para cuando estuviéramos en casa, porque allí no podíamos hacer nada, y cargar la cámara para saber si es problema de batería. El escolapio dueño de la cámara me dice que la cargó en Madrid, que estaba bien, que algo tenía que haberle pasado. Seguimos caminando.

Al llegar a casa descubrimos que no había traído el cargador. Estaba en Madrid. Toca preguntar a otros si alguien tiene un cargador similar y puede dejárnoslo. Efectivamente. Había otra persona. Nos lo deja y comprobamos que, ciertamente, era problema de batería. ¡No estaba cargada!

Lecciones para viandantes:

  1. Si algo «te pone las pilas»no te lo olvides. Nunca sabes cuánto vas a necesitar, ni cuándo puedes llegar a desgastarte. Puede ser que donde menos te lo esperes, se reclame algo de ti que deberías estar dispuesto a dar sin remilgos.
  2. Ante la dificultad, no lo des por perdido todo, y tampoco te agobies por no encontrar solución ya mismo. Probablemente muchas cosas necesiten tiempo y otras circunstancias diferentes. Por cierto, por mucho que te quedes mirando el problema, éste no cambiará, y la Providencia no está relacionada con la magia sino con la acción de las personas y el movimiento del Espíritu en el mundo.
  3. En la medida de lo posible, aprende a no separarte de aquello que te da vida. Es una torpeza enorme por tu parte. Si crees que es portátil, no lo dejes en casa. Y si no es portátil, no te separes. Te quedarás tirado en el camino como un coche sin gasolina. Creo que todo el mundo lo entiende.  Crecer en discernimiento también supone conocer las propias posibilidades y debilidades, no sólo dónde quiero llegar y qué bonito es.
  4. Gana en autonomía, porque las pilas no pueden generar dependencia ni dejarte inmóvil. En cualquier caso aférrate a tus posibilidades. Si lo que te da fuerza te condena a estar quieto, a depender excesivamente de él, a no dejarte salir… sin duda alguna no será bueno para ti. No será de Dios aquello que no te hace libre y no te enseña a «caminar» por ti mismo.
  5. Si no hay más remedio y te has quedado sin pilas, pregunta a otros. Hay muchos más sabios y acompañantes en nuestro mundo de lo que te imaginas. «Olvidarte» algo o «sentirte sin fuerzas» puede ser el inicio de una excelente historia. Recibe lo que tengan que ofrecer. Todo diálogo es hermoso, pero cuando hay necesidad profunda de él, se convierte en el tesoro más preciado. Es un buen momento para hacer comunidad interior.
  6. Si alguien necesita, entrega.

¿Estás «en casa»?


La verdad es que la pregunta es habitual. Hoy podemos hablar con alguien y chatear, y actualizar el blog y seguir las redes sociales, casi sin estar en ningún sitio. Hay barreras que se van superando a marchas forzadas en el tiempo y en el espacio, aunque ojalá que se pusieran esfuerzos similares en derribar otros muros más preocupantes como la violencia, la desigualdad y la injusticia, por no hablar de la mentira y la falta de caridad. Sólo apunto que ojalá, sin desestimar que realmente es posible y que está en “nuestra” mano.

Hoy podemos estar en cualquier lugar. En el último mes he estado en durmiendo en cuatro regiones diferentes de España por diferentes asuntos, y ahora escribo desde Roma. ¡Es espectacular! Pero, entre tanto cambio y vaivén, hoy me han preguntado, al hilo de sentirme parte y pertenecer a la Orden de las Escuelas Pías y a la Iglesia -cada uno tiene sus pertenencias y se siente parte de algo-, que si me encuentro en casa. De ahí que os la haga también yo a vosotros, y os invite a responder con la sinceridad más absoluta, consciente de que nos jugamos la vida en ello y que, más allá de justificaciones y de evitar enfrentarnos a la cuestión en sí, la respuesta es tan absolutamente personal que nadie podrá responderla por nosotros.

Por otro lado, no es una cuestión simplemente de “sentimiento”. Más bien se trata de un saber personal. Sabemos si estamos “en casa” o no. En el espacio sabemos en qué lugar estamos por signos, y podemos depurar apariencias y engaños. Aunque me presenten una representación del Partenón, si no he hecho un viaje a Atenas, sé perfectamente que no estoy ante él. Podré tener una sensación, pero no estoy ante el verdadero Partenón, no estoy ante esa maravilla ejecutada por el ingenio humano hace más de 2300 años. No estoy, y punto. Y de igual manera considero que en la realidad hay también signos que nos invitan a comprender dónde y cómo estoy, qué es eso de estar “en casa”, como si hubiésemos encontrado ese espacio y realidad en la que jugarnos la vida al máximo y con autenticidad. (Yo he hecho mi trabajo, y os insisto en que sería importante que cada uno dedicase su tiempo; partimos, eso sí, de una “sensación” previa que nos hace detectar la respuesta casi al minuto.)

De todos modos, para ser realistas y no caer en falsas ilusiones, os aporto también una Palabra del Evangelio que a mí, en ese minuto que antecede a la respuesta a la pregunta, me ha surgido interiormente. “En la casa de mi Padre, hay muchas estancias.” Es decir, que ser buscadores y continuar discerniendo a qué lugar concreto Dios me llama se puede realizar (casi se debe incluso) dentro de la casa del Padre. Antes de determinarse por un aspecto concreto, viene ese saberse del lado de Dios, del lado del Reino… porque quien busca esto recibe el resto por añadidura.

Roma, 25 de julio de 2011.

¿Cambian la sociedad muy rápido?


Estoy pasando unos días con mis padres en un minúsculo pueblecito de León donde nació mi madre, a unos seis kilómetros del aun más pequeño pueblo donde nació y se crió mi padre.

Hablando ayer con ellos nada más llegar, les comenté que la hija pequeña de unos muy-amigos está en Canadá y que la mayor ha estado tres días en Europa en una conferencia. Mi madre me dijo, primero, que aprovechasen para disfrutar y formarse bien. Y después nos pusimos a hablar de lo que ellos hacían en vacaciones: venir al pueblo y trabajar el campo para ayudar a los padres; porque durante el año estaban estudiando fuera. A decir verdad, sólo mi madre, porque mi padre no fue a la universidad; era el mayor de una sencilla familia de campo.

¿Cambian las cosas? A la fuerza esto ha creado una sociedad diferente a la suya, aunque todo sea gracias a su esfuerzo y disciplina.

Gracias a toda esa gente que, como mis padres, puso los fundamentos de una sociedad moderna a base de mucho sacrificio y ahorro buscando lo mejor para sus hijos.

Espero que se lo agradezcamos y aprendamos de ellos a salir de la crisis que nos domina.

¿Quieres ser diferente…?


Si durante un tiempo «ser normal» era lo que se llevaba, porque los que eran diferentes se unían en grupos que cayeron en las rarezas más extravagantes, hoy está en desuso. El mundo global ha hecho posible mostrarse definiéndose a través de perfiles que destaquen aquellas referencias más propias. Referencias parcialmente compartidas con otros, que los unen pero no los «agrupan». Estas claves permiten señalar en qué destacamos, cuáles son nuestros gustos más plurales. Por eso encontramos personas que pasan día tras día encorbatados en su despacho con un perfil en el que aparecen en camiseta, donde manifiestan que la naturaleza alejada del asfalto es su desahogo y que nunca faltan a misa los domingos, a pesar de salir de concierto los sábados por la noche siempre que pueden. Otros son profesores de literatura aficionados a los juegos de lógica, leen aquello que no «recomiendan encarecidamente» que estudien sus alumnos y pasan tiempo viendo películas románticas de las que cuentan historias curiosas.

Los carismas en la Iglesia hoy se pueden reinventar, en estas líneas, de modo particularmente atractivo. Un sólo Espíritu que nos une y al que nos abrimos, desde las diferentes realidades en las que vivimos y de las que participamos. Carismas para bien de otros, que por lo tanto nos unen, desde nuestras «especialidades» con otros para generar comunión, para ofrecer la Buena Noticia, para la justicia, para la misión. Carismas que no nos separan, porque siempre habrá lazos en común de los que participamos.

Si quieres ser diferente, ábrete al Espíritu. Deja que Él actúe en ti, configurándote con Cristo. Vivirás cómo te va uniendo y tejiendo tu vida con muchos otros carismas.

¿Qué estarías dispuesto a arriesgar…


… por tu felicidad?

¿Dinero? ¿Internet? ¿Estudios? ¿Reflexión? ¿Oración? ¿Esfuerzo? ¿Tiempo? ¿Amigos? ¿Relaciones? ¿Ocio? ¿Tiempo libre? ¿Sueños? ¿Esperanzas? ¿Capacidades? ¿Criterios? ¿Juicio personal? ¿Propios pensamientos? ¿Ideas preconcebidas? ¿Ilusiones? ¿Entusiasmos? ¿Recuerdos? ¿Deseos? ¿Vida? ¿Sentimientos? ¿Emociones? ¿Suspiros? ¿Futuro? ¿Aspiraciones? ¿Tu lugar en el mundo? ¿Tu familia? ¿Tu gente? ¿Pasado? ¿Presente? ¿Voluntad?

Me parece que todos hacemos «intercambios» con la vida para alcanzar algo que nos promete, que buscamos, que deseamos. Para los cristianos es muy fácil hablar de Dios, porque nosotros lo descubrimos como hombre, y todo lo que es humano es hablar continuamente de Dios. Lo que no es tan fácil para algunos hombre es hablar de lo más humano que llevan dentro, de ese ser hombre o mujer que está por dentro reclamando su espacio.

La felicidad es también una forma de hablar de Dios. Y Él nos la dio para que no tuviésemos que entregar NADA A CAMBIO y perdernos poco a poco por conseguirla.

Atrévete a hacer esta experiencia. «Ven y verás.» Busca alguien que te acompañe, que te lo haga más fácil, que ya lo haya vivido, que no haya perdido por encontrar a Dios, que haya ganado la Vida, la Felicidad en su presencia y en su camino.

¿De quién te fías?


Dime con quién hablas y a quién has creído, y te diré gran parte de aquello que mueve tu vida. Si escuchas al que te llama feo, vivirás, pero bajo ese signo; si crees al que te dice simpático, también.

Pero sobre todo, dime qué escuchas dentro de ti, qué te dices a ti mismo. Ése es tu verdadero signo, para luchar y combartir todas las palabras que encuentras alrededor. Al final, lo tuyo es lo que más vale. Y es una lástima que te «fíes de ti mismo» convirtiéndote en un eco de otros. Es lo mismo que desconfiar de uno mismo.

Cuando vayas a tu cuarto, entra y cierra la puerta. Y allí, en lo secreto, ora a tu Padre que ve en lo secreto. Él te guiará.

Sé de quién me he fiado.

Hoy he tenido una conversación bellísima, con una persona que necesitaba profundamente ser amada. Esta persona, destrozada por lo que vive alrededor se había entregado a casi cualquier cosa con tal de recibir una palabra de afecto. Tan herida se encontraba que nada, a priori, de lo que encontraba en sí misma alegraba su corazón. Había sido cegada para encontrar la belleza en sí misma, la buscaba en los demás. En lo más llamativo, en lo más aparente, en lo más deslumbrante. Tanta sed tenía que cualquier lugar para saciarse un poco era suficiente. Tanto horror le provocaba esto, que mirarse un poco, ya era doloroso. Quería mirar para otro sitio, pero sabía que era imposible.

En la conversación, que el Espíritu ha guiado, eliminando resistencias y abriendo a la verdad, sólo una tarea: amar. Ése es mi oficio, no quisiera dedicarme a otras cosas. Cuando el hombre de hoy comprende que el amor, fuera de las palabras malusadas y de la perversión de la realidad que nos envuelve, descubre el auténtico amor, queda totalmente derrotado. Lo ansiaba y lo ha encontrado.

¿Aprendes algo nuevo cada día?


Te lo pregunto a ti, que lees, porque yo llevo días desbordado por las novedades. Voy poco a poco, aunque intensamente. Hace un mes que regresé de mi anterior comunidad, en Akurenam (Guinea Ecuatorial), y me estoy incorporando a mi nueva casa y colegio en Getafe. De un colegio de 110 alumnos con seis profesores, de los cuales tres éramos escolapios y vivíamos juntos, paso a un colegio donde hay más de 165 profesores, a lo que hay que sumar todo el personal del colegio y está por venir una cantidad ingente de personas y personitas. No sé a cuánto asciende el total, ya lo contaré, pero es en principio desbordante.

Pues sí. En esta situación es lógico que diga que aprendo algo nuevo cada día. Y también que reflexiones sobre lo que aprendo: muchas veces puramente funcional. Lo cual ya me hace distinguir entre «conocer» las cosas y cómo marcha todo, y «aprender de la vida, de las situaciones, de la gente, y de mí mismo.»

Lo que me pregunto es si, en esta situación de novedad, también tengo la oportunidad de aprender «algo» (de lo realmente importante, de eso que da sentido a la vida) cada día. Y voy a poner dos ejemplos, de estas novedades que voy aprendiendo:

(1) Que en cada sitio al que tengo el gozo de ir, siempre encuentro gente estupenda. Lo cual me invita a pensar que no hay que tener miedo a los cambios, que «lo de siempre» no tiene por qué ser siempre lo mejor. Es más, que si en África la acogida al extranjero y extraño es habitualmente espectacular, nosotros también podemos presumir de buenos recibimientos. Y con esto de la gente estupenda, tengo que decir además que es una sorpresa saber que se vive y se reacciona mucho mejor cuando hay una sonrisa de por medio, a una cara de desconocimiento mutuo. Lo dicho, que he aprendido que me adapto con facilidad a los sitios y me siento como en casa aunque cambie todo alrededor. Y cada día tengo la oportunidad de saludar a alguien igualmente estupendo, sorprendemente estupendo.

(2) No lo explico del todo, pero me voy dando cuenta que cada cambio de casa supone para mí el reto de empezar muchas cosas de nuevo, de emprender con fuerza temas importantes, y que para instalarme necesito muy poco.

¿Por qué reducimos…


… la vida, a los días; los días, a horas; las horas, a minutos; los minutos, a segundos? ¿Por qué reducimos el mundo, a mi mundo, y mi mundo a mis intereses? ¿Por qué reducimos la humanidad, a lo que es para mí ser «ser humano», y lo que es «ser ser humano» a vivir bien, a desarrollo, a comododidad, a bienestar, a confianza en sí mismo? ¿Por qué reducimos la plenitud a satisfacción, la satisfacción a sentirse bien, al éxito, al aplauso? ¿Por qué reducimos?

Salía en una conversación que mantengo en otro foro.

Mi respuesta es sencilla:

Porque llamados a algo más grande, a vivir con Dios, a vivir la VIDA de Dios tendemos a hacer y construir las cosas y el mundo a nuestra medida. Creo que la respuesta es sencilla, una buena noticia para quien sepa y quiera ver, para quien quite el velo de su cabeza, para quien supere mediocridades, para quien sueña y para quien está despierto, para quien sufre y para quien corre. Una buena noticia para todos. Pero con semilla de Reino, con su exigencia y su valor. En nuestra vida está escrita la Palabra, en la historia, la salvación, que es la grandeza de Dios, el don sin límites y la vida que no termina. Es Dios que se da a sí mismo y se comparte. Por eso no le vemos, porque vemos personas o cosas, y su grandeza lo inunda todo y lo supera a su vez todo. Nuestro rostro, lo más íntimo de nosotros, la humanidad con mayúsculas es la del Hijo, y el Hijo es Dios. Y Dios es inconmensurable. Las palabras nos faltan, le hacemos entonces pequeño. Pero la huella, su huella está y permanece. Vivifica y eleva. Ansía y provoca. Vamos más allá. Sabemos que estamos entre «cosas pequeñas» y que el presente pasará. Pero continuamos la carrera, la búsqueda, la meta y el horizonte. Construimos proyectos, soñamos lo irrealizable. Y nos parece bueno, mejor que cualquier cosa. Anclados a lo posible por la realidad, algo se escapa a ella, y ese algo lo reconocemos como lo mejor, lo más grande, lo más poderoso, la felicidad, la verdad, lo más bello. Tenemos rostro de Hijo, rostro herido por el egoísmo y la inconstancia, que convierte todo a nuestra medida. Lo primero que vemos es la herida, nuestra cicatriz, y saltar por encima de ella omitiendo sus males y la posibilidad de volver a herirla nos hace plantearnos que mejor mantener los límites, seguir cerrado. Y reducimos. Entonces, reducimos.

¿Quién nos dejará ver las cosas tal y como son, sin nuestras palabras, prejuicios y criterios? ¿Quién nos asomará al misterio y quién se asomará al misterio y dirá su nombre? Dos mundos existen: el mío y el mundo. Dos actitudes: apertura o cerrazón. Dos conformidades: pasiva o activa.

Y así, tantas veces cuanto sea necesario. Y en cada reducción, un grito y una disconformidad. Esto es algo, pero nunca todo. Y «todo» es todo, y Todo me espera, me llama.

¿Qué queda después de…?


¿Qué ha quedado después de vivir la Navidad, atravesar sus calles, convivir con amigos y familia? ¿Qué ha quedado que nos fortalezca para afrontar el día a día, para seguir a Jesucristo con más fuerza, para dejarnos amar por Él? ¿Qué ha quedado?

Supongo que muchos se harán esta pregunta. Han ido pasando los días que tanto esperábamos, uno detrás de otro. ¿Qué ha quedado?

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¿Estás de vuelta?


ESCRITO AL REGRESAR DE VACACIONES, DESPUÉS DE LA NAVIDAD. ESTA NOTA ES IMPORTANTE PARA LA COMPRENSIÓN DE TODO LO DEMÁS.

Y dos preguntas más. ¿De qué? ¿A dónde?

Si sientes que estás de vuelta, ánimo. No dejes que la vida gire y gire, sin llevar el control de ella. Déjate tocar por la vida, no dominar por ella. La vida no es un tiovivo del que nos bajamos de vez en cuando para descansar mientras sigue dando vueltas. Realmente avanzamos. Caminamos.

Si sientes que vas dando vueltas por la vida, quizá sea porque giras en torno a ti mismo. Pregúntate.

¿A qué das vueltas? ¿A dónde vuelves después de cada vuelta?

Si estás aprendiendo a escuchar lo que sientes. ¡Ánimo! Pero no confundas un cierto pesar por la rutina con el desastre de volver a lo cotidiano y pequeño. No es cierto que tengas que escapar de lo ordinario para vivir, más bien al revés.

¿Qué haces cuando te aburres?


Nada. Simplemente me preguntaba. ¿Qué hace la gente cuando se aburre? ¿Dejar que pase el tiempo? ¿No tienen nada que hacer?

El aburrimiento (cercano en muchos casos al hastío que degenera en pereza, como si fuera una historia familiar irremediable, al estilo de la mitología grecolatina) decía un filósofo que era la madre de… muchas cosas. Pero ninguna mala. En castellano decimos que cuando el diablo no sabe qué hacer mata moscas con el rabo. Y cosas similares… porque el aburrimiento es un arma terrible de desolación espiritual. Sin ocio, sin gozar la vida, viendo pasar los minutos sin más como en las noches que estamos desvelados y dando vueltas en la cama pero despiertos y vivitos y coleantes y dándonos cuenta de todo, ¡qué duro es!

Acabo de coger un libro donde se habla del aburrimiento. Por eso mi pregunta. La verdad, estoy interesado en saber qué hace la gente cuando está aburrida. Entiendo que es una de las situaciones más indesables para las personas, por eso hacen cuanto está en su mano por salir de ella no reconocerse «aburridos» durante mucho tiempo. Pero, ¿siempre es posible salir del aburrimiento? ¿Es posible generar algo cuando uno está en esa situación? ¿Es una tarea de ese momento, o es algo contra lo que hemos de luchar antes de que llegue, como en el caso de la desolación espiritual? ¿La comodidad en la que vivimos nos ayuda contra el aburrimiento o lo favorece? ¿Es tan cotidiano y real entre los jóvenes como parece?

Señor, ¿qué me sucede?


Quizá no sea el único que ha tenido esta experiencia. Me explico de forma corriente y moliente. El otro día estaba en una situación controvertida y poco usual para mí. La verdad es que lo estaba pasando genial, dialogando con la gente y hablando de cosas que ciertamente me interesan. No es que estuviera incómodo, porque gracias a Dios sé expresar aquello en lo que creo y me ofrezco fácilmente al diálogo. Pero en esta situación aparecieron unos niños jugando con unos cucuruchos, de la forma más sencilla. Y sinceramente me entraron ganas de jugar con ellos y volver a la sencillez de los pequeños. No es que quisiera huir y escapar, porque hablar de la Iglesia me resulta siempre interesante y creo que hay que poner un cierto orden en las ideas que circulan por nuestra sociedad… pero la sencillez de los pequeños… el juego… la alegría…

Algunos lo llaman Síndrome de Peter Pan. Soy adulto y quiero serlo, pero me gustaría no haber perdido cierta frescura y capacidad para disfrutar del momento. A la gente que quiero se lo digo: «Cuando crezcas y te hagas mayor, no abandones el niño que llevas dentro.»

Señor, ¿qué me sucede? ¿Por qué quiero ser como los niños? ¿Por qué acajo con tanta facilidad esa llamada: «Si no os hacéis como niños…»? ¿Por qué me cuesta tanto su sencillez? Es curioso, pero siento la contradicción: por un lado, sé que sigo siendo en muchas cosas «como un pequeño», pero en otras me he convertido en un feroz adulto. Gracias, Señor, por esta vocación: «Ser como los pequeños.» A lo tonto, a lo tonto… mi vida conjuga grandes seriedades pero también grandes «inocentadas». Gracias, Señor, por las veces que disfruto como los pequeños, aunque no sepa qué me sucede del todo. Es el camino de mi conversión, lo sé. Es el camino que me llevará hasta ti.

A un pequeño nadie se atreve a decirle ciertas cosas, ni a protestar. Se convierte en alguien admirado y gracioso, que trae nueva vida. ¡La Iglesia! ¡Por favor, seamos pequeños!

¿Buscando imágenes?


¡Qué tarea más árdua! No hablo de buscar en la web sin más, sino de coger la cámara de fotos y ponerse a caminar y caminar en busca de esa imagen tan bonita. Creo que es necesario pasar por la experiencia para realmente comprender que es compleja. La cámara aporta lo suyo, pero espera paciente. El ojo humano es el motor de búsqueda. La imagen, la luz, la perspectiva, lo que puede y no puede captar, y todo lo que sugiere.

Estos días estoy buscando fotos propias para una nueva web. Y me encuentro así. Estoy convencido de que la realidad es bella, que tiene infinidad de detalles que no merecería la pena olvidar. Las sonrisas, los saltos, los encuentros, los abrazos, la íntima conexión con el grupo de amigos, la admiración… Y estoy seguro también de que las personas se dan cuenta de ello y pueden guardar y vivir su recuerdo. Pero es difícil captarlo con una cámara de fotos, en una imagen detener el mundo y atrapar el espacio y el tiempo y esa tercera dimensión personal y social que todo tiene.

Yo seguiré con mi búsqueda. En cualquier caso, buscar ya es importante. Hace estar atento, despierto, fijarse, admirar, desear, corregir, hablar, dialogar, escuchar y, cómo no, obedecer. La obediencia a la realidad, ser consciente de que, quien realmente manda no es quien tiene la cámara sino la misma realidad a la que se llama e invita a detenerse. La obediencia porque marca las pautas, porque se prepara un instante y desaparece. La obediencia porque avisa de lo que va a suceder, pero tan pronto sucede, también se aleja y se esconde. La obediencia que es relevelación y diálogo con el mundo, con el Señor que inspira y domina el mundo, con el Dios que ama sus criaturas y provoca el anhelo del recuerdo, con el Caminante y Creador que ha dejado su huella en cada tramo del camino y del tiempo.

Creo que esta experiencia tiene mucho que ver con la vida religiosa, y la vida escolapia en particular. La escuela es un ámbito con especial vida, donde todo aparece y desaparece, donde los mismos alumnos hacen señas y casi posan para una foto. «¡Profe! ¡Profe! Mírame y dime cómo soy. Dime que estas de mi lado, dime que me vas a enseñar a vivir.» «¡Profe! ¡Profe! Muéstrame en tus fotos, en tus recuerdos, el camino que conduce a la vida verdadera!» «¡Profe! ¡Profe! Es mejor una foto de grupo, todos juntos y haciendo un hueco para los demás, que una foto en la que, para siempre, voy a permanecer solo, sin nadie que me sonría, que me hable, que me quiera.» «¡Profe! ¡Profe! ¿El corazón se puede fotografiar? Ya sé que no. Pero entonces a Dios tampoco.»

¿Me invitas a cenar?


Comer es tan importante como trabajar. Lo hacemos de prisa y corriendo, sin detenernos en los detalles. Antes no era así. Antes las mesas se preparaban con esmero, se cuidaban los detalles. Ojalá fuera fiesta todos los días para darnos cuenta de que «comer», «alimentarse», «nutrirse», «RECIBIR» es algo fundamental. Sin comer no se trabajar, pero tampoco se vive alegre, ni se disfruta de los amigos, ni se baila, ni se hace deporte, ni se estudia, ni se escucha, ni se tiene fuerza, ni se enfrentan retos, ni se tienen iniciativas… Comer es fundamental. Y la mesa, por lo tanto, es principal. Depende de qué haya a la mesa… así seremos.  

Una mesa. Hoy se prepara una mesa. En la mesa no sólo hay alimentos. Sino una vida entera. En el pan y el vino está Dios, Jesús se entrega. Deseando que nadie le quite la vida, antes de ser apresado, él quiere dejar su huella permanente en el mundo: mostrar de antemano que es tan libre como para desear darse por los demás, mostrar al mundo que ningún hombre es verdaderamente libre hasta que no vive el amor como servicio, mostrar al mundo que es falso que amar hasta el extremo sea imposible, mostrar al mundo que el amor no es verdadero amor hasta que no llega al extremo… Hasta el extremo de darse a sí mismo. Ése es el verdadero amor. El amor que ha pasado por el sufrimiento y permanece. El amor que reconoce a los demás como verdaderos hermanos, como mi familia, como personas. El amor que une amigos y enemigos, el amor que vence miedos, el amor que sacia de corazón y nos deja tranquilos, el amor valiente.