Vivir con los propios sentimientos


Siempre queda tarea pendiente en este terreno. Ellos, los sentimientos se renuevan y empujan continuamente, no es suficiente estar alerta y reconocerlos. De alguna manera está permanentemente empujando, como las olas golpean sin descanso la costa. La diferencia estriba en qué encuentran al posar su poderío: o rompen contra la roca, o arrastran consigo la arena. ¡Qué bíblica escena!

En definitiva, todo depende de qué persona sustente y sostenga los repetidos embates. Aquellos que se dejan llevar sufrirán incansablemente, serán mareados. Aquellos asentados sobre roca, podrán incluso disfrutar el espectáculo. Hay una parábola evangélica, que siempre identificamos con realidades externas que también nos habla en términos parecidos. La de aquellos dos constructores, uno con prisas y otros sin prisas, que terminaron edificando sobre dos cimientos diferentes.

Para vivir con los propios sentimientos, que es algo deseable, sin negarlos, asumiéndolos y enriqueciéndolos, y sin dejarnos vivir por ellos perdiendo el control de la propia existencia,  propongo los siguientes puntos a revisar:

  1. Sinceridad con lo que me ocurre. La peor maldad es la que es sibilina, que se deja entrever algunas veces pero no muestra su rostro con claridad. Y no pocas veces el ocultamiento proviene de la propia persona, y de las reacciones que supone encontrará en su entorno.
  2. Capacidad de decidir con criterios asentados, más allá del estado emocional en el que me encuentro. Y de sostener mis decisiones con fuerza de voluntad.
  3. Evitar la confusión y el engaño, que no pocas veces tienen origen en los sentimientos pasajeros y en las semillas que dejan sembradas sobre situaciones, personas, realidades.
  4. Facilitar la expresión de los mismos, sin quedarse en el desahogo, y ganar cada vez mayor objetividad a través del diálogo con alguna persona. En estas conversaciones, que pueden ser de diversos tipos y en distintos escenarios, no confundir el «dominio de los propios sentimientos» con la «racionalización».
  5. Canalizar la fuerza del sentimiento, no siempre fácil, hacia lo constructivo, deshaciendo las espirales de destrucción y autodestrucción negativas. Sublimar puede ser un buen principio, aunque no se sostiene nadie si no es en la verdad de las motivaciones internas. «Dejarse llevar por el corazón» es una expresión maravillosa cuando el corazón no está herido, no ha sufrido, y es inocente. Sabemos, sin embargo, que no siempre es lo mejor que puedo hacer en la vida.

Tres razones para retuitear


Me encanta compartir en la red. Lo reconozco. Creo que una maravilla incalculable que tiene nuestro mundo a diferencia de cualquier generación anterior de la historia de la humanidad. Nuestra capacidad para hacer llegar información de un sitio a otro, en cuestión de segundos, de ofrecer una frase interesante, un artículo valioso, una idea que a alguien le pueda ser útil, un texto que pueda despertar un sentimiento, emoción o poner luz en una persona a quien, muchas veces, ni siquiera conozco cara a cara… y más… me parece sorprendente. Y esa capacidad de compartir se simplifica a través del botón «compartir» y un RT sencillo. (Por cierto, que tienen todo el derecho del mundo, para quienes no sepan RT es «retuitear» o «hacer llegar a los seguidores que tengas en Twitter un tweet de otra persona a la que a su vez tú sigues»).

Mis tres razones principales por las que hago RT son las siguientes:

  1. Porque hay personas estupendas que encuentran cosas estupendas que tienen que llegar a otras personas estupendas. De esta manera, a través del RT se prolonga la vida del tweet en el espacio virtual (llega a más gente y se extiende en la red) y en el tiempo (dado que permanecerá en más TL, sucesivamente, dando la oportunidad a otros a que también retuiteen a su vez si les ha parecido interesante). Creo que el mundo está lleno de maravillas que deberían conocerse y publicitarse más, por encima incluso de tantas desgracias e insatisfacciones que se muestran en los medios. En las manos de los usuarios más sencillos está el «darle un giro» a la capacidad de información y comunicación y ofrecer alternativas reales, proyectos concretos, experiencias y vidas hermosas que no saldrán en los medios de masas porque no interesa al «status quo» o porque no será rentable económicamente o no potenciará la cultura habitual de la superficilidad y el consumo en el que vivimos.
  2. Porque es un modo de que personas estupendas tengan referencia en la red de otras personas estupendas que no conocerían si no es a través de un RT, de modo que se abre la posibilidad de que se conozcan. Dicho de otro modo, quizá más potente incluso, hay gente que debería conocerse entre sí. Darle al RT es ofrecer ese canal, y quién sabe dónde nos llevará semejante capacidad para las relaciones como estamos despertando. Inquietudes similares, ideas que van convergiendo aunque surgieran en principio en soledad y en paralelo. Y vidas que se van entrecruzando. Siempre se corre el riesgo de lo que pasará, de lo que puede suceder. Pero abrimos puertas. Del RT nunca elimino la referencia personal precisamente por esto. Es más, hay personas de las que casi ni miro el contenido porque me parece interesante de por sí difundir la tarea y la vida de él o ella en concreto, por encima incluso de sus contenidos.
  3. Quizá en último lugar, el hacer «propio» el tweet de otros. Es muy simbólico, evidentemente no se reduce a coger o apropiarse. Es reconocer que algo ha sido especialmente valioso en un día concreto, que me interesaría que todos supiesen que he leído esto o aquello, que podamos dialogarlo, debatirlo y realizarlo cada uno allí donde esté. Y también, cómo no, quedármelo durante un tiempo para poder volver sobre el mensaje; o bien quedármelo en la memoria porque no he podido dedicarle el tiempo suficiente. Me parece una manera excelente de hacer «vida» sin que todo sea «mío», porque lo cierto es que mucho de lo que vivo -fuera de la red- no puedo considerarlo en exclusividad, sino en referencia a otros, en atención y relación a circunstancias…

Todo esto no tendría sentido para mí sin una imagen positiva del mundo en el que vivo. Más que positiva, esperanzada. Empiezo a confiar en la capacidad transformadora -ya ha empezado el baile- de las redes sociales para dar un giro a más de una cosilla del mundo en el que vivimos.

¿Para qué confesarme…


Esto es lo que hoy me ha planteado alguien, que no conozco muy bien, por Tuenti. Me ha dicho que no entiende eso de la confesión porque su problema es que no vive.

Mi respuesta ha sido sencilla. Situándome bien, creo que hoy por hoy, todos sentimos la necesidad de hablar con la gente que nos rodea. Punto primero. Y de toda esa multitud o pequeñez seleccionamos algunos a quienes abrir de verdad el corazón, contar lo que llevamos dentro, dar rienda suelta a nuestras cargas e ilusiones (que también son, no pocas veces, cargas pesadas). Luego hablar, de por sí, es de lo más humano que podemos encontrar.

Por otro lado, quizá donde muchos tengan problema no sea en el «hablar» sino en el «celebrar el sacramento», en su acción y su misterio. Es decir, en descubrir la presencia de Dios en él. Y este es otro tema. Para mí el más importante. El que cambia todo de raíz, el que convierte algo de «dos» en una verdadera acción de «Dos» o tres.

Seguimos hablando, y me dice que su problema no es con el hablar. Que para qué sirve hablar en lugar de actuar. Y aquí volvemos a lo mismo. El hablar de por sí es valioso. Pero la confesión no es un «hablar» sin más, sino actuar, una dinámica, vida en movimiento. La vida que Dios me ofrece, desde el Perdón, en respuesta a una situación sincera y auténtica en la que me encuentro: el reconocimiento de mi debilidad, de la fuerza del mal y del pecado en mí. Y que además me exige, me compromete a vivir de otro modo.

Dicho esto. Con una cierta claridad, el problema sigue estando en las palabras que decimos, en los conceptos que tenemos. En no pocas ocasiones se convierten en refugio para no darnos cuenta de toda la verdad que llevamos entre manos. ¿El hombre es sólo pecado? Evidentemente no. ¿El pecado es lo más importante para la vida de la Iglesia? Rotundamente no. ¿Entonces por qué hablamos tanto de pecado, de mal y de injusticia, de desigualdad y de debilidades, de error y de ofuscaciones? Pues que es, por desgracia, un tema que no hemos resuelto todavía del todo.

En Adviento, una mirada dócil y comprometida con la verdad: acercarse al Sacramento de la Reconciliación no es tarea que deban plantearse los malos malísimos (los de las películas de dibujos animados) sino todo aquel que quiera seguir en camino y encontrarse con Dios dejándole hacer a él. Es exigente, lo sé. Es parte del don.

¿Por qué reducimos…


… la vida, a los días; los días, a horas; las horas, a minutos; los minutos, a segundos? ¿Por qué reducimos el mundo, a mi mundo, y mi mundo a mis intereses? ¿Por qué reducimos la humanidad, a lo que es para mí ser «ser humano», y lo que es «ser ser humano» a vivir bien, a desarrollo, a comododidad, a bienestar, a confianza en sí mismo? ¿Por qué reducimos la plenitud a satisfacción, la satisfacción a sentirse bien, al éxito, al aplauso? ¿Por qué reducimos?

Salía en una conversación que mantengo en otro foro.

Mi respuesta es sencilla:

Porque llamados a algo más grande, a vivir con Dios, a vivir la VIDA de Dios tendemos a hacer y construir las cosas y el mundo a nuestra medida. Creo que la respuesta es sencilla, una buena noticia para quien sepa y quiera ver, para quien quite el velo de su cabeza, para quien supere mediocridades, para quien sueña y para quien está despierto, para quien sufre y para quien corre. Una buena noticia para todos. Pero con semilla de Reino, con su exigencia y su valor. En nuestra vida está escrita la Palabra, en la historia, la salvación, que es la grandeza de Dios, el don sin límites y la vida que no termina. Es Dios que se da a sí mismo y se comparte. Por eso no le vemos, porque vemos personas o cosas, y su grandeza lo inunda todo y lo supera a su vez todo. Nuestro rostro, lo más íntimo de nosotros, la humanidad con mayúsculas es la del Hijo, y el Hijo es Dios. Y Dios es inconmensurable. Las palabras nos faltan, le hacemos entonces pequeño. Pero la huella, su huella está y permanece. Vivifica y eleva. Ansía y provoca. Vamos más allá. Sabemos que estamos entre «cosas pequeñas» y que el presente pasará. Pero continuamos la carrera, la búsqueda, la meta y el horizonte. Construimos proyectos, soñamos lo irrealizable. Y nos parece bueno, mejor que cualquier cosa. Anclados a lo posible por la realidad, algo se escapa a ella, y ese algo lo reconocemos como lo mejor, lo más grande, lo más poderoso, la felicidad, la verdad, lo más bello. Tenemos rostro de Hijo, rostro herido por el egoísmo y la inconstancia, que convierte todo a nuestra medida. Lo primero que vemos es la herida, nuestra cicatriz, y saltar por encima de ella omitiendo sus males y la posibilidad de volver a herirla nos hace plantearnos que mejor mantener los límites, seguir cerrado. Y reducimos. Entonces, reducimos.

¿Quién nos dejará ver las cosas tal y como son, sin nuestras palabras, prejuicios y criterios? ¿Quién nos asomará al misterio y quién se asomará al misterio y dirá su nombre? Dos mundos existen: el mío y el mundo. Dos actitudes: apertura o cerrazón. Dos conformidades: pasiva o activa.

Y así, tantas veces cuanto sea necesario. Y en cada reducción, un grito y una disconformidad. Esto es algo, pero nunca todo. Y «todo» es todo, y Todo me espera, me llama.

¿Estás de vuelta?


ESCRITO AL REGRESAR DE VACACIONES, DESPUÉS DE LA NAVIDAD. ESTA NOTA ES IMPORTANTE PARA LA COMPRENSIÓN DE TODO LO DEMÁS.

Y dos preguntas más. ¿De qué? ¿A dónde?

Si sientes que estás de vuelta, ánimo. No dejes que la vida gire y gire, sin llevar el control de ella. Déjate tocar por la vida, no dominar por ella. La vida no es un tiovivo del que nos bajamos de vez en cuando para descansar mientras sigue dando vueltas. Realmente avanzamos. Caminamos.

Si sientes que vas dando vueltas por la vida, quizá sea porque giras en torno a ti mismo. Pregúntate.

¿A qué das vueltas? ¿A dónde vuelves después de cada vuelta?

Si estás aprendiendo a escuchar lo que sientes. ¡Ánimo! Pero no confundas un cierto pesar por la rutina con el desastre de volver a lo cotidiano y pequeño. No es cierto que tengas que escapar de lo ordinario para vivir, más bien al revés.

¿Por qué siento esto?


Durante el verano se suceden muchas experiencias. Algunas de ellas posibilitan un encuentro con la sociedad en la que vivimos. Como cristianos, como estudiantes jóvenes, como estudiantes universitarios, como trabajadores, en no pocos momentos sentimos que vamos y venimos por el mundo sin detenernos lo suficiente. Nos quedamos con ganas de ir más allá.

Y en verano hay jóvenes que se entregan a otras experiencias, como campamentos, colonias, cursos de formación o campos de trabajo. Y allí surge la pregunta: ¿Por qué siento esto?

Es verdad. Con las nuevas relaciones, con los nuevos objetivos, con un cambio en «lo que hacemos» también suceden otras preguntas interiormente y sentimientos que van y vienen. Y no en pocos casos se alumbra una nueva vocación. ¿Quién me causa esto? ¿Quién me ha traído aquí? ¿Qué pinto yo en todo esto? O en otros casos, ¿por qué ha estado callado hasta este momento?

Insisto, es cierto. Se descubren nuevos mundos interiores a la par que se ve el mundo que nos rodea de otra manera. Quien está delante de los niños y jóvenes, cuando habitualmente está delante de libros o apuntes, en medio de clases y trabajos de grupo, se cuestiona a sí mismo. Los niños y jóvenes suscitan preguntas, que en la oración alcanzan otra dimensión: «Señor, ¿qué quieres de mí?»

No cierres tu corazón. Ábrelo. Sé sincero. Muévete. Arriesga. Atrévete. Lánzate. Sal de tu tierra, Dios ha abierto un camino nuevo para ti.

¿Me invitas a cenar?


Comer es tan importante como trabajar. Lo hacemos de prisa y corriendo, sin detenernos en los detalles. Antes no era así. Antes las mesas se preparaban con esmero, se cuidaban los detalles. Ojalá fuera fiesta todos los días para darnos cuenta de que «comer», «alimentarse», «nutrirse», «RECIBIR» es algo fundamental. Sin comer no se trabajar, pero tampoco se vive alegre, ni se disfruta de los amigos, ni se baila, ni se hace deporte, ni se estudia, ni se escucha, ni se tiene fuerza, ni se enfrentan retos, ni se tienen iniciativas… Comer es fundamental. Y la mesa, por lo tanto, es principal. Depende de qué haya a la mesa… así seremos.  

Una mesa. Hoy se prepara una mesa. En la mesa no sólo hay alimentos. Sino una vida entera. En el pan y el vino está Dios, Jesús se entrega. Deseando que nadie le quite la vida, antes de ser apresado, él quiere dejar su huella permanente en el mundo: mostrar de antemano que es tan libre como para desear darse por los demás, mostrar al mundo que ningún hombre es verdaderamente libre hasta que no vive el amor como servicio, mostrar al mundo que es falso que amar hasta el extremo sea imposible, mostrar al mundo que el amor no es verdadero amor hasta que no llega al extremo… Hasta el extremo de darse a sí mismo. Ése es el verdadero amor. El amor que ha pasado por el sufrimiento y permanece. El amor que reconoce a los demás como verdaderos hermanos, como mi familia, como personas. El amor que une amigos y enemigos, el amor que vence miedos, el amor que sacia de corazón y nos deja tranquilos, el amor valiente.

¿Una casa y un hogar?


Sueño con un hogar, como todos. Hoy es difícil tener casa, pero un hogar es diferente. Cuando hablo con jóvenes sobre lo que es «su casa» todos sueñan con un hogar. Andan pendientes de lo que cuesta, de lo que necesitan, de las cosas que hay que tener para poder llenarlo. Pero realmente quieren y buscan un hogar.

Descubrir qué se requiere para formar un hogar es otra cuestión, requiere más paciencia e intensidad, requiere estar más atento al corazón que a las cosas, más pendiente de cuidar los momentos que del reloj que marca las horas, de las personas que de los propios caprichos. Por eso es más complicado aún. No depende además de algo así como una hipoteca que se va pagando poco a poco, y al final se consigue. No depende de los propios méritos, sino que es acción del amor, del diálogo de amor que hay entre los miembros de ese hogar. No se forma con lazos de sangre, sino a través de la intimidad, del conocimiento de unos y otros, de la presencia de unos en la vida de los demás como personas significativas, que aportan confianza, amor, esperanza y fe.

Un hogar es lo que mostró el maestro a los discípulos en lo alto del monte. Es cuando uno siente que ese es el verdadero lugar que se puede formar, que más allá de eso no hay más. Quisiera estar por siempre en el hogar.

Pero encontrar un hogar supone ser capaces de descender. Hogar significa fuego, y por lo tanto enciende el corazón, ilumina. Y la luz no puede ocultarse debajo del celemín, ni se ha hecho para que se guarde en un cofre. La luz está para ser mostrada, para ser abierta, para ser dada a los demás y compartida. La casa es posesión propia, la casa sin embargo se comparte también con otros.

En una casa los miembros son de sangre, en el hogar sin embargo hablamos de más cosas.

Un saludo.

¿Te ríes?


Imagina que alguien te dice esto: «¿Te ríes?» Se puede pensar de diferente modo: bien que has dicho algo que le ha molestado, o más bien todo lo contrario.

Dicen que hay tres cosas en la vida que indican, muy humanamente, que todo va normal: reír es una; las otras son dormir y comer. Curioso, ¿verdad?

Aprender a reír no es fácil. Cuando tenemos la sensación de que algo está mal hecho en nuestra vida, que no hemos sido del todo correctos o que incluso, en el mejor de los casos, nos descubrimos a nosotros mismos como personas que podrían haberlo hecho infinitamente mejor, en estos casos… ¿quién se ríe? Se reirán aquellos que han descubierto un motivo por el que alegrarse, los que conocen cómo les ama Dios y que su misericordia está por encima de todo, que el perdón no es una cosa más entre otras. Se reirán aquellos que encuentren que, de verdad, la persona que habla con ellos es alguien que les quiere por encima de todo. Y quizá, sólo eso, sea una oportunidad para alegrarse por haber conocido un gran amigo, una persona nueva, una humanidad diferente nacia de Dios y con una esperanza de plenitud en su seno. Cuando llegue este momento, sí nos reiremos, porque hemos tenido la prueba de que somos mucho más, incluso, que aquello que nos aprisiona y que nos duele.

Un saludo.

¿Persona y circunstancias?


Yo siempre hablo de las circunstancias y de las personas. Las dos cosas unidas. Debe ser que me enseñaron en mi formación que por un lado está la propia persona, con sus historias y con sus experiencias y con sus criterios y con sus valores, pero por otro distinta aparece sus circunstancias, que es donde la persona tiene que ponerse en juego.

Un ejemplo para que se vea que esto hay que pensarlo mejor incluso de lo que yo he explicado. Una persona que sea valiente, cuando la situación cotidiana no requiera de especiales dosis de valentía bien porque no haya nada en contra, bien porque todo sea dado, no pondrá en juego aquello que es. Entonces hablaremos de la persona con normalidad. Esa misma persona en otras circunstancias: con más cosas en contra, o con más libertad, quizá se lance y se muestre de diferente manera. Es así de sencillo. Y hay que aprender a comprender ambas cosas por separado. De lo contrario perderemos las circunstancias en la persona (y nos confundiremos), o perderemos la persona en las circunstancias (y nos confundiremos igualmente).

Algunos creerán que esto es filosofía de Ortega. Pero se inventó mucho antes.

En ambas, en la persona y en las circunstancias, Dios actúa. Cuando actúa en la primera se llaman mociones, en la segunda se dice que son signos. Por medio de las dos, Dios habla. Quizá de forma social en las circunstancias, y personal en las mociones. Pero es el mismo Dios, es la misma palabra. Él nos conoce igualmente.

¿Dejar de ser niño?


Desde el lugar en el que escribo veo el patio de mi colegio. Ahora mismo hay unos niños de primaria jugando a correr entre ellos, al famoso Pilla-Pilla, dando vueltas alrededor del grupo que los mira con ganas de ser ellos quienes se pongan a correr.

Me pregunto si he dejado de ser niño. Los miro con la distancia del adulto que ha perdido algo de esa inocencia, ingenuidad y sencillez. Algo se ha ido y se ha alejado a medida que he crecido durante los últimos años. Con todo, también desearía muchas cosas de su vida, que fue también la mía. Lo sé y lo quiero. Los veo como propios. Yo también soy así.

Es cierto que soy adulto, pero no se puede borrar la huella del pasado y los momentos vividos. Si soy realmente fiel a mí mismo, yo también soy niño. Si me lo callo, miento. Es más, quisiera compartir y seguir siendo como ellos. Algo de los niños no se debería olvidar a media que se crece.

¿Formación cristiana?


Ayer tuvimos una gran conversación por la noche, durante la celebración del cumpleaños de un amigo (y me alegro de poder decir esto de él y de ellos, del resto de comensales, porque es Dios quien nos ha reunido, de alguna manera).

Ya comentaré más. Pero sólo una pregunta después de una reflexión.

Hace años, algo más de 40, el Concilio Vaticano II dio un giro «inesperado» para la Iglesia católica. Muchas cuestiones se replantearon de tal manera que la vida de la Iglesia hacia dentro y hacia fuera se transformó radicalmente. Una cuestión principal fue la consideración de la Iglesia como pueblo de Dios y la importancia del bautismo, de donde nace el sacerdocio universal de los fieles.

Ahora la pregunta. ¿La crisis vocacional de la Iglesia ha sido fundamentalmente laical, y no tanto a nivel de los curas, religiosos…?

¿Al amor más sincero?


Hay una canción antigua que habla de esto. No la voy a criticar. Simplemente me ha llamado la atención la unión entre amor y sinceridad. Un simple comentario: Por amor no se miente, en ningún caso; es más, por amor la verdad se dice aún a riesgo de encontrar rechazo o dolor, porque el amor no puede negarse a sí mismo; aún más allá de esto, si el amor engañara… ¿de qué te fiarías en la vida?

No puede haber un amor más sincero que otro. Habrá más o menos amor, pero no por su sinceridad sino por otras razones. Creo que es una contradicción, o mejor dicho, van de la mano inseparablemente.

Quisiera «narrar» (contar un cuento, una historia) pero hoy escribo y borro, borro e intento escribir sin que aparezca nada que sea importante. Así que… sin más me despido con la firme convicción de que ser sincero es también una forma de amar, quizá de las más importantes, pero que amar no puede ir sin sinceridad.

¿Del agua puede salir algo nuevo?


Es una pregunta sencilla. Desde antiguo se ha tenido al agua un respeto inmenso. Este año celebramos en Zaragoza una EXPO dedicada al AGUA como elemento central de la naturaleza. Ya lo decía Tales, como dirían hoy mis alumnos.

Pues es cierto. Sin agua no hay vida, sin vida sólo hay muerte. El agua y la vida están entrelazadas, de tal manera que para los cristianos el agua nos recuerda una nueva vida, las posibilidades abiertas en la vida para que Dios se haga presente.

No voy a explicar ni el bautismo. No es el lugar, aunque me entran ganas por la belleza de los textos que aparecen en el Evangelio. Pero sí hago un apunte: El agua es también algo así como el Amor, y no sólo la Vida (con mayúsculas) porque es siempre más importante el Amor que la Vida, o mejor dicho, sin Amor no hay realmente Vida.

Hoy, domingo especial, recordamos que nacemos del agua, que en el agua hay vida. Y que es necesario «ducharse» de alguna manera en Jesús para nacer de nuevo.

¿A qué me llamas?


Estos días hay mensajes y más mensajes. De todas partes de la geografía. Por e-mail, por móvil, por cartas o por postales. En internet y en papel. En portales públicos o en comunicaciones privadas. De todo tipo, para todas las personas, de todas las formas imaginadas hasta el momento.

Y creo, pensando en esto, que Dios también tiene algo especial para cada uno, algo particular, quizá incluso insospechado hasta que se descubre, como una sorpresa. Es más que un mensaje pasajero, que algo simplemente momentáneo. Pero llega en su justo instante, con las palabras más apropiadas, acompañados por los sentimientos e ideas precisas. No viene de lejos, sino de dentro; pero tampoco es algo nuestro, sabemos que es suyo. No está escrito, nunca lo estuvo. Son sus palabras y por eso son nuevas. Pero se pueden compartir. Su soporte no es piedra, sino carne y corazón; su letra es personal, es una Persona; su melodía y ritmo son vivaces, son vitales.

Llamadas y más llamadas. Mensajes y más mensajes. Y Dios… con una sola.

No he preguntado «para qué me llamas», porque estos días nos felicitamos la Navidad, nos deseamos un año feliz y pleno, nos entusiasmamos y alegramos conjuntamente, unos a otros. Dios también participa, pero llamándonos a alguien, a algo, para alguien y para algo; es decir, Dios nos llama «con sentido».

¿Te lo habías planteado? ¿Has escuchado? ¿Has recibido su particular felicitación de Nazaret (jajaja, no de Navidad, sino de Nazaret)? ¿Ha llegado hasta ti su ángel (es como el satélite hoy, o los grandes servidores de la red)? ¿Puedes leer su particular forma de escribir (como hoy también utilizamos códigos nuevos)?

Sí, es para ti. Enciende tu corazón, si ha llegado escucha tu buzón de voz, y está por llegar atiende su llamada, estate dispuesto.