10 preguntas clave de la persona en búsqueda


Desde mi experiencia personal, diría que las preguntas más frecuentes y a la vez más importantes son estas diez:
  1. ¿Qué estoy buscando?
  2. ¿Por qué no me conformo con lo que vivo ahora?
  3. ¿Cuáles son mis sentimientos y deseos?
  4. ¿Por qué yo, por qué a mí?
  5. ¿Cómo dar el primer paso?
  6. ¿Cómo decírselo a la gente de mi entorno?
  7. ¿Tendré que dejar algo que crea importante?
  8. ¿Me estaré engañando?
  9. ¿Será realmente lo mío?
  10. ¿Por qué no puedo dejar de darle vueltas a esto?
A lo que creo que se suman las dos siguientes:
  1. ¿Con quién puedo hablar de esto con sinceridad y a corazón abierto?
  2. ¿De qué herramientas dispongo ahora mismo que puedan ayudarme?
Si es tu situación, no puedo hacer otra cosa que felicitarte. Estás inquieto. Has sido tocado. Te han agraciado con un don. Lo cual es maravilloso, porque estás vivo y despierto. Si alguna de estas preguntas se ha clavado en tu corazón y reclama de ti una respuesta, sé valiente. No te dejes llevar por el momento, creyendo que puedes pasar de ella sin más. Es, muy probablemente, la llamada hacia tu felicidad, la llamada del Señor que te ama, y será también un instrumento para que otros también vivan lo que tú ahora mismo sientes.

Miradas atrevidas


Existen miradas para todos los gustos. Hemos vivido y sufrido más de una. Personas a las que no podemos mirar sin reírnos, que nos alegran con una mueca desde pequeños, que nos desafían y proponen retos. Personas con las que, de tanto trato que tenemos y de tanta historia compartida, nuestras miradas se vuelven traslúcidas. Otras miradas que conocemos son miradas apagadas, sin vida y sin aliento, desprovistas del maravilloso encanto de lo sublime, miradas encerradas en el propio mundo, en los espejos, en los escaparates de la calle, en las paradas del autobús, en los kits de «arregla caras», en los retrovisores. Miradas que también andan perdidas, miradas vagabundas y miradas suplicantes, mendigas incluso. Todo tipo de miradas por rincones diversos de nuestro globo terráqueo.

Hoy precisamente, hace no más de una hora, estábamos dialogando sobre nuestras miradas. Nuestros ojos son reveladores, cuentan más de lo que queremos que digan, no saben conservar secretos. Si nos preguntan algo mirándonos fijamente y no queremos que se sepa, enseguida escapamos con la mirada hacia otro lugar de la habitación, o agachamos la cabeza por entero. Decimos sin querer aquello que ya no puede quedar silenciado. Y los demás lo saben, los demás son conscientes, los demás despierta a lo que ven más que a lo que oyen, escuchan.

Una mirada especial, entre todas las miradas, es la mirada atrevida. La de aquel que se siente aguerrido y poderoso, que confía en sí mismo y con su mirada se lanza al mundo. Atento por donde va no quiere dejar pasar nada inadvertido, nada para otro día. Lo que sea, lo quiere vivir ya y ahora, porque es ahora o nunca. Una mirada que rasga corazones, que comprende situaciones, que se aventura en terreno ajeno sin saber bien cómo va a terminar la historia, qué descubrirá o dónde estará el tesoro. Es la mirada valiente de quien sabe al mismo tiempo que es limitado, que no todo lo puede, que deberá hacer esfuerzos, que pueden existir obstáculos, puertas cerradas, impedimentos y situaciones desagradables. Y sigue adelante confiando, con fe, con ternura. No confundamos, dicho sea de paso, la mirada atrevida con la mirada de quien cree que todo lo sabe, o de quien cree que todo lo debe saber. La mirada atrevida no es propia de quienes son exigentes con los demás, esperan que alguien les diga y les cuente. Es una mirada sincera, y pide verdad, pero no toda la verdad. No se impone, sino que espera el tiempo propicio con paciencia.

Si algo podemos decir de esta mirada es que pertenece a una persona especial. Quizá todos tengan ojos en la cara, pero pocos son los privilegiados que poseen esta forma de mirar el mundo. Hay personas que no puede ver, que sin embargo también tienen esta mirada. Y otros, por el contrario, que creyendo ver demasiado sólo son capaces de ver lo que quieren ellos ver, encuentran lo que buscan porque les viene bien, y se conforman con dos o tres detalles de las cosas, de las personas, de las situaciones, e incluso de Dios. Las personas con mirada atrevida son inconformistas, no materialistas ni consumistas, pero no se agotan con las dos o tres cosas que tienen. Son inquietas en su razón y en su corazón, les impacta lo que ven porque se permiten mirar el mundo de manera contemplativa, sin espasmos ni arrobamientos, y sin quedarse en la superficie. La mirada atrevida es mirada buscadora, que reconoce y conoce, que atisba horizonte donde lo hay y que despeja incógnitas caminando poco a poco y con mucho tiento, prudencia y templanza. No hay prisa, se puede seguir mirando. Tiene todo el tiempo del mundo. Y relaciona lo visto con lo que ve, y aguarda a lo que tiene que seguir mirando.

Retirarse a un lugar apartado


Me han traído -y he querido venir- a un lugar apartado de la sierra de Madrid para hacer una experiencia de formación y fraternidad durante tres días. Ambos objetivos me parecen fundamentales, dicho sea de paso. No me retiro sin más a la soledad, sino a una soledad cargada de amistad, de hermanos, de acompañantes y compañeros de camino. Y me parece que esto de «retirarse» es una excelente metáfora para muchas cosas que necesitamos en el día a día, y plantea al mismo tiempo un sinfín de interrogantes y cuestiones excelentes para saber dónde tenemos el corazón y qué es lo más importante y nuclear de nuestra vida.

Empiezo por las preguntas.

  1. ¿Qué me llevo? Esto de hacer la mochila es algo en lo que tengo práctica, y continúo cayendo en los mismos errores de siempre. Cuando termino siempre me digo a mí mismo que me llevo demasiadas cosas, que seguramente la mitad sean inútiles. Y la vocecilla interior me dice una vez más: «adelante, es por si acaso.» Los «por si acaso» no han llegado todavía y yo reproduzco un patrón.
  2. ¿Qué he dejado? Por eso es más relevante saber qué he sido capaz de dejar, y cuántas cosas de lo cotidiano están ahí por estar pero son absolutamente prescindibles. Reconozco que después de cada viaje, a la vuelta, de algo me desprendo porque me doy cuenta de que no es, para nada, algo importante, ni útil, ni significativo en mi vida. Que lo conservo, por conservar sin más. Y cuando lo entrego me siento un poco más libre, en tanto que menos atado.
  3. ¿Con quién estaré? Siempre está esta cuestión de fondo. Esta vez conozco de antemano a las personas con las que iba a pasar los días. Al menos a la mayoría. Y por otro lado vengo con la ingenuidad necesaria para estar abierto a redescubrir, a la novedad, al diálogo que profundice la amistad. No es la primera vez que creía conocer a alguien y al terminar estos días me regreso a mi casa con la sensación de haber hecho un nuevo hermano y amigo. Y por otro  lado la pregunta se me hace clara en otro aspecto de mi vida: sé que voy a estar más cerca de Dios, o al menos con mayor presencia. Vengo a encontrarme con Cristo Jesús de forma que nuestra relación se haga cada vez más humana y más divina, más cercana y más consagrada. Éste es un misterio que me planteo muchas veces: ¿Por qué lo vivo con tanta necesidad aún sabiendo que está en lo más pequeño y cotidiano? Quizá es porque aquí tenemos más tiempo de proximidad, quizá porque en el retiro se hacen más evidentes las inquietudes e inclinaciones del corazón, también las más profundas que empujan a la santidad, al amor primero, a la libertad más radical.
  4. ¿Me basto a mí mismo? No me gusta estar solo, y disfruto al mismo tiempo de mi cuarto. La soledad tiene ese punto, que me recuerda al Génesis, donde descubro que la comunidad es fundamental y clave, que las personas que me rodean no son meros rostros, trabajadores o alumnos, compañeros o catequistas, gente sin más y en general. Salir de la propia tierra, como de la propia casa, es revalorizar lo que en lo más diario y sencillo hacen posible por ti otras personas. Al menos en mi caso. La respuesta a esta pregunta la tengo clara: ¡No! Y venir a un retiro me devuelve la lucidez del amor, de la entrega y de la satisfacción por compartir mi vida diaria.
  5. ¿Me aburriré? ¡Seguro que no! Como buen joven, esta pregunta no es absurda en nuestra generación, acostumbrada a tener varias posibilidades que apaguen nuestra sed de cosas constantemente, de tareas y de actividades. Nos alejamos del aburrimiento como si fuera el peor de los demonios. Y el aburrimiento parece reclamarnos tiempo como si fuera buen amigo. Sin embargo, cuando vengo de retiro no me aburro en absoluto. El retorno a las fuentes, a los orígenes, a la escucha, a la meditación y a la atención y contemplación de la realidad de otra manera no es aburrido ni mucho menos. Quien se haya escuchado a sí mismo alguna vez, lo sabe bien. Y quien además tiene el gozo de la fe para escuchar y buscar la voluntad de Dios, sabe lo agitado que es.
  6. ¿Cuánto hay en mi vida que me tiene atrapado? Claro, porque liberarse de un horario cómodo y seguro es exponerse a la incerteza de lo que nos encontraremos. Destruir las rutinas es una gozosa bendición que nos devuelve a la vida de otra manera. Y lo primero que nos salen son los ticks y las costumbres en todos los aspectos: lo que hago en el comedor, lo que hago en los tiempos de descanso, lo que hago en la habitación, las facilidades de las que dispongo… Simplemente el hecho de estar en casa ajena comporta clarividencias para quien quiera estar despierto y atender a sus manías y dejes habituales.
  7. ¿Soy imprescindible? Evidentemente, si me he venido es porque «no soy imprescindible», aunque sí crea de corazón que las cosas no serían lo mismo si no estuviese. No en plan egocéntrico, sino porque todos, de hecho todo, somos importantes en nuestra vida cotidiana. Queda ese puntito, en forma de interrogante, que me pregunta qué es lo que estoy aportando en los lugares donde vivo, donde estoy, donde trabajo… Si todo sigue igual, como si nada, quizá tenga que seguir haciéndome preguntas. Si nadie te echa de menos, ¡qué duro! Si incluso va mejor… ¡malo! Somos imprescindibles de una manera evangélica cuando el Señor nos envía. Y esto hay que descubrirlo, aceptarlo y sentir la responsabilidad que trae pareja.
  8. ¿Qué quiero descubrir? Porque si estoy aquí, algo del futuro y para el futuro tendré que sincerar, reconciliar o hacer crecer. Es hermoso saber que tras un retiro sigue existiendo vida, más vida y vida en abundancia. Que lo que vamos a vivir aquí es como un inicio que nuevamente no termina, un empujón sincero y amable, como el que Pedro recibe del Señor cuando le pide echar de nuevo la barca al mar y pescar pese a que no recogió nada esa misma noche de faena. Algo querré, no sólo querrán para mí. Y en esta diferencia está si entro o no con voluntad propia en estos días, o si siento que simplemente respondo a una convocatoria hecha por los demás. Otros pueden haberlo organizado todo, pero… ¿quiero o no quiero? Y si quiero, ¿qué me mueve, qué deseo, qué busco?

Y ahora continúo con las metáforas, que no voy a explicar:

  1. Retirarse es ganar en objetividad.
  2. Retirarse es descansar del frenético ruido.
  3. Retirarse es frenar.
  4. Retirarse es encontrarse a uno mismo.
  5. Retirarse es dejar que Dios nos encuentre.
  6. Retirarse es renovar, es novedad.
  7. Retirarse es reconciliarse con lo único que merece la pena.
  8. Retirarse es ganar en presencia.
  9. Retirarse es soledad.
  10. Retirarse es la oportunidad para sentirse siempre acompañado, incluso lejos.
  11. Retirarse es detener el tiempo.
  12. Retirarse es encender una vela.
  13. Retirarse es buscar y preguntarse qué busco.
  14. Retirarse es escuchar y desconectar de la vida de otros.
  15. Retirarse es vivir de otra manera.
  16. Retirarse es ahondar, profundizar, escavar.
  17. Retirarse es mirarse en un espejo.
  18. Retirarse es el tiempo de la verdad.
  19. Retirarse es despojarse.
  20. Retirarse es entrar en lo más sagrado.
  21. Retirarse es entregar lo más sagrado.
  22. Retirarse es consagrarse.
  23. Retirarse es priorizar, prescindir y aferrarse.
  24. Retirarse es una forma de amar, y de purificar el amor.
  25. Retirarse es gozar de lo más Grande.

¿Qué haces con tu tiempo?


El día tiene 24 horas. Nadie marca el ritmo, se conduce solo, al margen de cada uno. Y por una cuestión de igualdad, a cada uno se le dan los mismos minutos que al vecino de al lado. Así de sencillo y así de contundente. Ante el tiempo, todos somos iguales. Si bien, no todos son iguales con su tiempo.

Tres solemnes maneras de maltratar el tiempo: 

  1. Dejar todo para mañana. Pensando que mañana el tiempo será más generoso conmigo, después de haberse sentido ninguneado. Que nadie espere su benevolencia. Más bien al contrario.
  2. Creer que todo pasará. La actitud del que valora que el tiempo «lo cura todo», y mantiene la herida y el dolor prolongándolo sin final.
  3. Devaluar la relación con él. No dedicar tiempo al tiempo, es decir, pagando con la misma moneda. Eludiendo todo lo relacionado con la planificación, la preparación, la proyección de futuro, e igualmente respecto al pasado la evaluación sincera y constante, la autocrítica, el agradecimiento.
Y tres solemnes maneras de bendecir el tiempo: 
  1. Descubrir que es un regalo diario y constante que se ofrece. Y por lo tanto ajustarse a su «justa medida» igualitaria. A nadie se le ha prometido el tiempo de mañana, y sin embargo parece que contamos siempre con él. Por lo tanto, me parece propio de la persona ser agradecido previamente.
  2. Decidir quién manda. Porque algunas veces es cierto que no podemos hacer nada por cambiarlo, que su ritmo nos parece implacable en su velocidad o lentitud. Y también es verdad que en muchos casos podemos mostrarnos nosotros con carácter frente a él, frenarnos o acelerarnos según convenga, dentro de un orden claro y con miras a unos grandes fines.
  3. Descubrir su humanidad, y humanizarlo. El tiempo es la escuela de la decisión, y por tanto de una adecuada libertad, e igualmente lo es de la paciencia, de la prudencia y de la valentía. Todo se vive necesariamente, aquí al menos, en el tiempo y con él en las entrañas. El tiempo es la gran escuela de la evolución, del progreso, del desarrollo, del horizonte hacia el que nos movemos, y no pocas veces también lo es de sus contrarios. El tiempo está hecho para el hombre, y no el hombre para el tiempo.

¿Feliz y próspero 2011?


Algo habrá que hacer para que sea verdad lo que decimos con las palabras. Que no creo que llegue por sí sola, y como venida del cielo, tanta bendición, tanta felicidad, tanta hermosura y maravilla como hoy anunciamos a la gente. ¿O sí? ¿O sí es verdad que viene de arriba, de lo Alto y estamos llamados a mirar, a esperar y a acoger? ¿O sí es verdad que la Vida no se construye sino que se recibe? ¿O es demasiado cierto que por mucho que nos empeñemos en hacer feliz nuestro mundo hasta que no convirtamos el corazón no se hará realidad? ¿O sí es tremendamente importante mantener nuestra actitud de escucha, de atención, de sorpresa?

A todos los que hoy habláis «con el corazón» a los demás, una palabra: Comprometed vuestra vida por otros, porque a todos los que se preocupan por el Reino de Dios y su justicia, Jesucristo les dará el resto «por añadidura». ¡Que ya es mucho amar! ¡Pero qué grande, y qué gratis es el Amor de Dios para cada uno!

¿Feliz Navidad?


Sí, simplemente eso. Te deseo FELIZ NAVIDAD. Algo repetitivo. ¿Qué hago para que sea realmente FELIZ? Simplemente convertir estas fechas en NAVIDAD.

  1. Déjate cuestionar. Ya que todo rezuma “por el mismo sitio”, al menos interrógate por qué cantas lo que cantas, por qué dices lo que dices, por qué celebras estos días.
  2. Con contenido y cargadito. No Navidad de “garrafón” que provoca dolores de cabeza. Sino la de marca, la auténtica Navidad. A lo mejor es un poco más “cara” y no se sirve en cualquier sitio. Vamos pasando de puntillas por la vida, dejando que pasen los acontecimientos sin más, y tenemos oportunidad de dejarnos llevar por tanta “luz en la oscuridad”, “alegría en medio de la crisis”… Estos días, al final, harás lo que puedas, no lo que quieras. Pero que en ese “poder hacer” haya un sentido, un interrogante, pon tu vida en ello. Marca: “Dios pasa por tu vida”.
  3. Sin rebajas. La Navidad es austera desde sus orígenes, y no se puede reducir más. Lo único que requiere es humanidad. Surge en un lugar pobre, como inmigrantes en tierra extraña, donde les ofrecen un espacio para dejarse “caer”. Siéntete, en algún momento, “extraño”. Párate y mira a tu alrededor cómo va la gente.  
  4. Te mereces una fiesta. No te mereces menos, no te conformes con menos. Quien no se valora a sí mismo “por lo alto”, es despreciado incluso en las rebajas. Dicho de otro modo, la Navidad es para las personas, no las personas para mantener la Navidad. Te mereces una “fiesta” fuera de lo normal y que te haga bien; no una “fiesta” que te saque del mundo, te lleve a Marte, y al día siguiente te estrelle contra lo ordinario con una sensación terrible de vacío, de añoranza y desconsuelo. Si vas de fiesta, sal de casa con un motivo de celebración, no para buscar algo que celebrar.
  5. Llénate de Vida. Lo necesitas. No sólo comida, aire, bebida, música. Necesitas vida para seguir con fuerza. Y la Vida, se recibe; sólo Dios es capaz de compartirla.
  6. Silencio, que llega. Si lo esperas, vendrá. Si lo buscas, lo encontrarás. Dios es quien nace, no uno más de nosotros, no una persona especial. Y esto supone un misterio para el hombre tan incomprensible que requiere de silencio y de una mirada profunda.
  7. Sal de compras. Y cómprate a ti mismo, gánate a ti mismo, quiérete a ti mismo. Quien no es capaz de esto, se verá comprado, vencido y mendigará amor por cualquier rincón. Cuando vayas a comprar, tampoco te olvides de quién eres y de que las cosas “están a tu servicio” y no viceversa. No les pidas a las cosas lo que tú mismo no puedes darte. Tampoco intentes comprar a nadie. Te pagarán con la misma moneda.
  8. Detente entre los tuyos. No en los escaparates de las tiendas. Siente la necesidad de tu gente, de relaciones fuertes, estables y vinculantes. Es por excelencia tiempo de paz, de atención a los demás. Pero al final, suelen currar los de siempre en medio de fuertes disputas. Agradece estos días, busca tiempo para el cariño, el contacto y para abandonar el egoísmo.

¿Quieres realmente ser feliz?


No respondas que sí porque es lo que han dicho otros, o porque toca, o porque si no… te convertirías de golpe en alguien ridículo a quien no merece la pena tener en consideración, o porque merecerías que te llamasen loco. Responde desde el corazón, desde la vida y con la vida en tus manos. Lo que haces, lo que vives… ¿te conduce hacia la felicidad? ¿O te deja vacío?

No sé si hay más posibilidades que estas dos: la de una vida que se recibe en plenitud (felicidad, que decimos) o la de quien hace muchas cosas para intentar llenarse a sí mismo y de sí mismo (infelicidad, que descubrimos tristemente a la larga).

Sea cual sea tu situación te invito a conocer a Jesucristo, a dejarte mover por el Espíritu. Te digo estas palabras queriendo llamarte a la luz, a la verdad, a la confianza realmente vivida, a la vida que es valiente en lo cotidiano. No te ofrezco mi opinión sobre las cosas, quisiera que no fuesen para mí nada más que palabras. Lo digo porque es lo que vivo en mi comunidad, en la escuela en la que también vivo y comparto, en los jóvenes con quienes comparto la fe y a quienes acompaño en sus dudas, conflictos y desilusiones, y en los pequeños que comienzan a nacer «de lo alto». Deja que Dios te pregunte, o pregúntale tú a Él. Da lo mismo el orden siempre y cuando derive en diálogo. ¡Dios está deseando encontrarse contigo!

¿Tengo suficiente? ¿He calculado los gastos?


Mucho no sé de economía. Por eso estoy leyendo estos días un libro de Leopoldo Abadía, que entre análisis y análisis hace muchos comentarios que a mí al menos me resultan divertidos. Y creo que él estaría de acuerdo conmigo en lo que voy a decir. Y aclaro que esta pregunta está en el Evangelio (Lc 14,25ss), cuando Jesús habla con sus discípulos sobre uno de los aspectos más particulares del seguimiento y discipulado.

¿Tengo suficiente? Para hacer los cálculos, a largo plazo siempre, tendré que pensar y sentarme a repasar cuentas. Y en esas cuentas esclarecer con sinceridad cuáles son mis ingresos, de dónde viene mi riqueza, cuál es -sin engañarme, porque el problema viene de los engaños- la cantidad de la que dispondré en total «a largo plazo».

Siguiendo con lo anterior, la pregunta no es si tengo suficiente para comprarme un «chupachús» que me sacie momentáneamente, o si dispongo de suficiente cantidad para darme un festín de hamburguesas. No es eso. La pregunta es si tengo suficiente para «construirme una casa«. Es decir, para hacer morada. Y esto ya cambia. Lo sabemos bien en España. Sólo basta con mirar los periódicos y lo que dicen sobre los jóvenes que han emprendido camino «extramuros» de sus padres y los porcentajes que han tenido que regresar, incluso con su familia a la espalda, cabeza gacha.

Emprendemos tareas que nos superan. Continuamente. Por un momento pensamos que era fácil, esto de vivir, y de repente nos han desbordado las circunstancias, nos ha roto una crisis para la que no estábamos preparados y en la que ninguno quiso pensar.

Ojo. Porque es lo que hoy Jesús nos advierte. Seguirle, caminar con él, dejarse acompañar, alcanzar la verdadera felicidad -porque el Evangelio desde el inicio nos avisa precisamente de que su promesa no es cualquier cosa- trae consigo abrazar la cruz, pasar por sufrimientos, abandonarse en manos del padre y dejar atrás seguridades vacías. En nuestros cálculos entra la Cruz.

¿Tendré suficiente entonces? ¿Cuánto me conozco para responder a esta pregunta?

Yo creo que no tengo suficiente. Y no conozco además muchos que piensen que ellos podrán con todo lo que sobrevenga, sea lo que sea. Al menos esta «crisis» nos ha hecho pensar de forma realista, centrada, haciéndonos conscientes de la complejidad de nuestro mundo.

Precisamente esta es la conclusión. ¿Con qué fuerzas cuento? Y la invitación a no pensar sólo en uno mismo. Superar el egoísmo que asume todo, el individualismo que sólo confía en sí mismo, la falta autonomía de quien cree que él solito puede ser arquitecto, albañil, fontanero y electricista de su nueva casa, y también padre y madre y hermano… Mi aprender que en la vida también contamos con la fuerza de nuestra comunidad, de nuestra familia, de nuestros amigos, de Dios y de sus dones. Aprender que para construir la casa, si Dios no trabaja, en vano nos cansamos. Aprender que, día a día, Dios nos apoya en una  tarea en la que no quiere vernos solos, por mucho que nos preocupe.

La pregunta entonces, para terminar, varía dependiendo de si la respondo solo o acompañado. La propia vida, la propia vocación, su descubrimiento y construcción no es tarea en la que debamos empeñarnos como si sólo dependiera de nosotros mismos. En este hermoso camino una de las primeras realidades que se descubren es que, no pocas veces, otros y Dios están muy cerca y muy preocupados por nosotros mismos.

¿Tibieza, ni frío ni caliente?


Frío o caliente, o te mojas o te quedas fuera. Desde la orilla o en la profundidad del mar.La vida misma obliga a decidir. Cada decisión es un ejercicio de la libertad que nos limita a nosotros mismos. Y la libertad humana consiste precisamente en este arte, en el de limitarse a sí mismo dentro de aquello que considerarmos lo mejor para nuestras vidas. Es nuestra libertad, es nuestro misterio, no nuestra condena.

El apocalipsis nos invita a la elección radical, la que no tiene intermedios, la que no es vacilante y arriesga. La que da todo, no sólo lo que sobra.

Seguir leyendo

¿Buscas el regalo apropiado para estas fechas?


Si es para un pintor, algo que le inspire en su tarea impactante. Si es un maestro, dale sueños y alas, regálale alguien que quiera aprender con pasión cuanto él pueda entregarle. Si es un poeta, tres palabras. Si es un amigo, arriésgate. Si es grande, algo pequeño. Si es pequeño, algo ilusionante. Si lee mucho, un paseo por la ciudad y el campo. Si no lee, escríbele una carta con tu mejor libro. Si se pasa el día con gente, déjale un par de minutos. Si trabaja por la justicia y la paz, una buena conversación. Si filosofa amenudo, un par de imágenes. Si le quieres, no busques lejos. Si es amable, paciencia. Si no tiene muchas cosas, no le estropees su mundo. Si es libre, un horizonte. Si busca la verdad, acompáñale y dialoga intensamente. Si se pregunta algo, que no se sienta solo. Si se siente solo, falta alguien y no algo. Si tiene demasiado, réstale. Si abre caminos con valentía y pasión, súmate.  Si ves que le falta tiempo, dale un respiro. Si va rápido a todas partes, espérale en el lugar donde os conocisteis de niños. Si no avanza con su vida, un empujó. Si necesita un hombro amigo en estos momentos, un abrazo. Si cuida y sirve a los demás, déjate amar. Si tiene buenas intenciones, adéntrate en su corazón. Si va errando en sus travesías vitales, un buen mapa. Si…

En cualquier caso, regala al Señor de la vida, muéstraselo a tus amigos, a la gente que te rodea. Y para el Señor de la vida, para el Niño de Belén, para su Madre… tu presencia, el regalo que Él mismo te entregó. Es tu vocación.

Ya sé que los días de los regalos han pasado. Que se habrán gastado esfuerzos y energías buscando lo apropiado o gracioso o significativo o importante. ¿Dónde buscamos lo mejor? ¿En los supermercados, tiendas, mercados y mercadillos? ¿En nosotros mismos, en los otros? ¿Dónde está lo mejor y lo más importante? ¡Dependerá de quién tenga delante! ¡Quién seami referencia! ¡Qué mueva mi vida, la suya, la de todos, el mundo!