En la escuela reflexionamos, no pocas veces sobre la libertad, creyendo que así conseguiremos personas más formadas, confiando casi absolutamente en la razón. Y lo que tenemos, como resultado final, es una buena información en el mejor de los casos. Que algunos aplican y siguen, y otros olvidan intentando después hacer lo que pueden.
Una buena educación para la libertad no puede basarse en estupendas definiciones. Ni en un repaso histórico por la historia de la filosofía, como tampoco encuentra su fundamento en repetir hasta la saciedad la importancia de los Derechos Humanos. Ni tan siquiera en la reflexión personal, en las experiencias de vida, por mucho que éstas ayuden a construir y conecten con la realidad. Debería abarcar una dimensión más alta y más profunda de la persona. Contando con la razón, superándola ampliamente. Sin dejar de lado la vida afectiva de las personas, sus sentimientos y emociones, ni marginando las circunstancias, tan poderosas en el día a día, con los hábitos de la voluntad, los dejes del carácter y los imprevistos y sorpresas de la existencia humana finita y limitada. Todo cuenta, todo debe sumar. La persona en su riqueza y conjunto. Supera con mucho, una asignatura, siempre más aséptica y menos «didáctica».
Sin embargo, hay una pequeña propuesta, para una especie de taller en el que retomemos con tranquilidad la toma de decisiones como fundamento práctico de la libertad, y a partir de ahí construyamos el resto. Al margen de si es una buena definición o no, la libertad se comprueba en la capacidad para elegir lo mejor. Hasta ese momento, todo queda en el reino de las posibilidades, y como tal, en el de la imaginación más o menos desconsiderada e ideal, sin pisar tierra.
Anticipo un par de prespuestos, que quizá conviene tener en cuenta:
- Toda persona desea ser libre. Y en su historia esto se manifiesta como pugna y lucha, a través de conflictos evidentes, de tensiones, de contrastes y contradicciones. Lo cual supone, para quien quiera ver, un doble proceso: de liberación y de adquisión de libertad, según grados.
- Es una cuestión al mismo tiempo interior y exterior. Es decir, propiciada o dificultada en el juego que hay entre estos dos ámbitos. Y no pueden confundirse, porque sería un gran error.
- A la realidad interior la podríamos denominar «mundo«. La libertad no es un «dejarse llevar» por lo que siento, intuyo o pienso. Tenemos numerosas muestras, a lo largo de un solo día, que dejarían reducida a añicos esta hipótesis. Es siempre más. Y demanda más de la persona, en tanto que también se comunica en relación al bien. En este mundo operan, con sus propios criterios y lógica, impedimentos o facilitadores, que me mueven e impulsan en una dirección o en la opuesta. De algún modo, este mundo está en disputa, pocas veces reconciliado, como si pudiésemos quedarnos tranquilos. Es necesario partir de esta realidad interna, para que nadie se lleve a engaños, ni tome decisiones a la ligera o de cualquier manera.
- A la exterior, circunstancias o ambiente. Para ser libre, como se venía repitiendo con intensidad hace una década, es imprescindible saber nadar, correr o volar contracorriente. El verbo no es lo importante. Sí lo es la actitud. De igual modo, también descubrimos sin ser ingenuos, que existen realidades que nos pueden ayudar. Dependiendo de dónde nos posicionemos, con quiénes nos codeemos, y con quiénes nos dejemos acompañar.
Si lo anterior lo aceptamos, sabiendo que hay más cosas que podríamos decir, lo que admitimos de partida es que elegir bien está bastante lejos de resultar lo más sencillo del mundo, o de ser algo inmediato. Dicho de otro modo, necesita ejercitarse. Además, añadimos ahora que de lo que pensamos a lo que hacemos también existe una pequeña distancia, que puede ser más o menos salvada por la voluntad personal. Y aun así, no todo está en nuestras manos.
Te propongo que busques ejemplos prácticos para los siguientes puntos. Intentando discriminar adecuadamente entre las veces que sigues estas reglas y las que no. Y así ir comprobando si son buenas orientaciones para la vida práctica, para el ejercicio de la libertad orientada.
- Existe una realidad interior que nos «molesta» cuando vamos por mal camino, y de la que podemos aprender a fiarnos aunque sea incómoda. Como esas veces en las que nos damos cuenta de que estamos siendo egoístas, o hacemos daño, y se nos despiertan luces interiores. O cuando estamos sentados sin hacer nada, y algo nos «corroe» por dentro sin permitirnos que nos acomodemos a la vulgaridad. Sólo hace falta, escucharse un poco y ser sincero con uno mismo.
- Lo contrario de lo anterior, también existe. Que cuando vamos a «mejor» y ganando en libertad, tomando decisiones importantes, no de cualquier manera, en serio y con todo el ser, aparecen dificultades, barreras, obstáculos… La vida misma. Sobre todo en el caso de personas que tengan que «dejar atrás» dependencias de una vida llena de esclavitudes. Aunque sean esclavitudes a los propios sentimientos, a relaciones que han hecho daño. Cuesta dejar atrás. Pero hablamos de algo más: que es excelente y necesario que aparezcan dificultades en la vida. Y tenerlo presente, y ser claros, aporta un «excelente indicador» de una buena dirección en la vida. Lejos está esta realidad de lo que normalmente se piensa o dice: «si te va bien… si te sientes cómodo… si no tienes preocupaciones ni nada…»
- Cuando estemos mal, nos sintamos intranquilos, insatisfechos, vacíos, desazón, odio, desconfianza, miedo o temor, pereza o tristeza, no tomes decisiones. Básicamente porque no sabrás por qué lo haces. Es mejor esperar, con paciencia, que vengan tiempos mejores. Si no, las decisiones serán siempre para huir y escapar de la realidad que tienes que aceptar. Es decir, que toda persona tiene que pasar por tiempos de mayor o menor «desierto». Lo cual no es malo, ni bueno; puedes hacerlo bueno o malo. Y aprender a resistir en estas circunstancias es imprescindible para sentirse libre, saberse libre, ejercitar la libertad plena. Lo contrario es «dejarnos mover» y cambiar de decisiones en función de realidades externas o internas con las que no estamos cómodos.
- Cuando estemos en una situación como la anterior, lo mejor es analizar por qué estoy así. E intentar atacar esas causas. Ser sinceros con esto, porque nadie se deprime ni siente vacío «porque sí», porque un día nos levantamos y de golpe nos encontramos mal. Si algo hay que cambiar estos días es todo aquello que nos provoca «estar peor», combatiéndolo con fuerza y ganas.
- Relativiza tu situación cuando estés mal. Por ejemplo, tomándolo como una prueba que demostrará y pondrá a la luz de qué eres capaz y cuánto tienes en la vida. Para relativizar te harán falta puntos de apoyo firmes y claros, con los cuáles medir lo que está pasando en tu vida. Lo cual supone algo grande, imprescindible para formar tu propia «escala», es decir, aquello en función de lo cual quieres decidir. Y podrás comprobar si tu «escala» te mueve a mejor, o te lleva por peor camino.
- Ante todo, no pierdas la calma. Y sé paciente. No todo puede llegar de un día a otro, como si nada. Aunque esté en tu mano algo, no todo depende de ti. Y conviene esperar con tranquilidad y paciencia de vez en cuando, aguardando aquello que realmente merezca la pena, sea intenso y fuerte.
- Si no pones pasión, entregándolo todo; si te conformas con mediocridades y vas por la vida siempre «a medias»; si se rechaza la prueba, sin afrontarla; si rodeas las dificultades, como si nada; si olvidas que no puedes generar por ti mismo todo en la vida… al final tomarás decisiones que también te dejen «en la mitad» de lo que realmente eres, sin reconocerte a ti mismo en ellas. Construyendo, en definitiva, lo que eres en la mediocridad y la tibieza.
- Cuando estés bien, toma decisiones. Éste es el momento. Sé valiente. Por lo tanto, sé valiente y sigue creciendo. Sin esperar la crisis, sin dejar las cosas como están. La claridad de esos días, la firmeza y la libertad se explican así a sí mismas ahora. La gente suele permanecer sin moverse, por miedo a que cambie el rumbo su vida. Pero al final lo único que se consigue es tener una casa bien amueblada durante un tiempo que pronto dejará insatisfecho, pasará de moda, o no habrá sabido adaptarse. Sin embargo, las mejores decisiones, por no decir las únicas buenas, se toman cuando todo va bien. A pleno día, se ve más horizonte y sabemos dónde podemos llegar, por dónde va el camino.
- Si todo va bien, tampoco pienses que es sólo por ti mismo. Esto es, sigue siendo agradecido y fortalece lazos a tu alrededor. El esfuerzo constituye una dimensión esencial de la vida, aunque alcanza pocas cosas de las que deseamos. Si las tienes y puedes disfrutarlas, no te las apropies egoístamente, no te reconozcas en ellas como algo que «ha nacido» en ti, sino como algo que has recibido amablemente. Y que debes además proteger, custodiar, y compartir. La bondad y la felicidad son débiles.
- Tres enemigos de la libertad son: el miedo, los secretos y los puntos débiles de nuestro carácter. Se aprende a lidiar con ellos a lo largo de toda la vida. Al principio parecen «juego de niños», ante los que nos podemos defender encendiendo la luz o pidiendo perdón o creyendo que no se sabrá. Sin embargo, con el paso del tiempo hay que sacarlos y afrontarlos con decisión. El miedo paraliza. Indudable. Los secretos convierten a las personas en inseguras, consigo mismas y con las relaciones que establecen, marcadas por la desconfianza. Y los puntos débiles, no reconocidos y protegidos convenientemente, hacen un daño terrible a la persona. La convierten en una realidad frágil, acurrucada, escondida y dependiente. Todos tenemos puntos débiles, no todos aprender a conjugarlos con realismo.
- Los sentimientos son parte indispensable de nuestra vida. Unen pensamiento y emoción, corazón y cabeza. Es decir, nos expresan en totalidad. Pero tienen causas. Y es un arte reconocer su dinámica, y lo que provocan en nosotros. Arte que requiere de una inmensa libertad para «decirme a mí mismo» y ahondar en las razones que me mueven a ellos. Sea la alegría o la tristeza, la confianza o la desconfianza y el miedo, sea la envidia o la gratitud. Detrás de cada alegría se esconde una gran verdad, y detrás de cada tristeza una gran mentira. Ambas quieren apoderarse de las personas; algunas se dejan llevar con acierto, y otras son zarandeadas indiscriminadamente.
- Existen realidades que son absolutamente gratuitas en nuestro mundo, e indebidas. Los méritos no rozan la mitad de ellas. Aquí dejo el regalo de la fe, que ha bañado todo lo anterior. El don de Dios, el don que Dios nos hace. Vernos a nosotros mismos como seres libres, sin haber movido ni un dedo para estar así constituidos, nos debería provocar un enorme asombro y gratitud. Lo mismo con el amor, lo mismo con la vida, lo mismo con nuestra capacidad para plantearnos el futuro, para pensar, sentir, querer, sufrir. Ni un ápice hemos hecho para ser tan hermosos. La gratitud es motor que mueve el mundo en auténtica libertad, cuando percibimos que nada nos sujeta realmente, salvo el amor, la confianza, lo mejor, lo bueno.
Dicho sea de paso, la libertad sirve para poco si no se sabe dónde se quiere ir. Lo sabe hasta Alicia en el país de las maravillas. Si nos falta el cómo, si tenemos dudas, si queremos claridad, podemos utilizar lo anterior. Pero sin saber cuál puede ser nuestro final, dónde ponemos la felicidad, de nada sirve la libertad. Salvo para hacernos responsables de nuestras propias decisiones. Lo cual ya es mucho, siempre y cuando se acepte que existen consecuencias, que se construye una historia, que nos acercamos o alejamos de aquello a lo que estamos llamados a vivir.
Seguiré en otra entrada hablando de más de una de estas cuestiones. Para quien lo sepa, ciertamente están inspiradas en las reglas de discernimiento de Ignacio. Para quien no lo sepa, que tampoco busque ahondar más en ellas con la cabeza, sino que compruebe en su vida la capacidad para transformarse y dejarse llevar por el Espíritu del Hijo que vive y aletea en nosotros conduciéndonos directamente hacia el Padre que nos ama y aguarda.