Educación para la libertad


En la escuela reflexionamos, no pocas veces sobre la libertad, creyendo que así conseguiremos personas más formadas, confiando casi absolutamente en la razón. Y lo que tenemos, como resultado final, es una buena información en el mejor de los casos. Que algunos aplican y siguen, y otros olvidan intentando después hacer lo que pueden.

Una buena educación para la libertad no puede basarse en estupendas definiciones. Ni en un repaso histórico por la historia de la filosofía, como tampoco encuentra su fundamento en repetir hasta la saciedad la importancia de los Derechos Humanos. Ni tan siquiera en la reflexión personal, en las experiencias de vida, por mucho que éstas ayuden a construir y conecten con la realidad. Debería abarcar una dimensión más alta y más profunda de la persona. Contando con la razón, superándola ampliamente. Sin dejar de lado la vida afectiva de las personas, sus sentimientos y emociones, ni marginando las circunstancias, tan poderosas en el día a día, con los hábitos de la voluntad, los dejes del carácter y los imprevistos y sorpresas de la existencia humana finita y limitada. Todo cuenta, todo debe sumar. La persona en su riqueza y conjunto. Supera con mucho, una asignatura, siempre más aséptica y menos «didáctica».

Sin embargo, hay una pequeña propuesta, para una especie de taller en el que retomemos con tranquilidad la toma de decisiones como fundamento práctico de la libertad, y a partir de ahí construyamos el resto. Al margen de si es una buena definición o no, la libertad se comprueba en la capacidad para elegir lo mejor. Hasta ese momento, todo queda en el reino de las posibilidades, y como tal, en el de la imaginación más o menos desconsiderada e ideal, sin pisar tierra.

Anticipo un par de prespuestos, que quizá conviene tener en cuenta:

  1. Toda persona desea ser libre. Y en su historia esto se manifiesta como pugna y lucha, a través de conflictos evidentes, de tensiones, de contrastes y contradicciones. Lo cual supone, para quien quiera ver, un doble proceso: de liberación y de adquisión de libertad, según grados.
  2. Es una cuestión al mismo tiempo interior y exterior. Es decir, propiciada o dificultada en el juego que hay entre estos dos ámbitos. Y no pueden confundirse, porque sería un gran error.
  3. A la realidad interior la podríamos denominar «mundo«. La libertad no es un «dejarse llevar» por lo que siento, intuyo o pienso. Tenemos numerosas muestras, a lo largo de un solo día, que dejarían reducida a añicos esta hipótesis. Es siempre más. Y demanda más de la persona, en tanto que también se comunica en relación al bien. En este mundo operan, con sus propios criterios y lógica, impedimentos o facilitadores, que me mueven e impulsan en una dirección o en la opuesta. De algún modo, este mundo está en disputa, pocas veces reconciliado, como si pudiésemos quedarnos tranquilos. Es necesario partir de esta realidad interna, para que nadie se lleve a engaños, ni tome decisiones a la ligera o de cualquier manera.
  4. A la exterior, circunstancias o ambiente. Para ser libre, como se venía repitiendo con intensidad hace una década, es imprescindible saber nadar, correr o volar contracorriente. El verbo no es lo importante. Sí lo es la actitud. De igual modo, también descubrimos sin ser ingenuos, que existen realidades que nos pueden ayudar. Dependiendo de dónde nos posicionemos, con quiénes nos codeemos, y con quiénes nos dejemos acompañar.

Si lo anterior lo aceptamos, sabiendo que hay más cosas que podríamos decir, lo que admitimos de partida es que elegir bien está bastante lejos de resultar lo más sencillo del mundo, o de ser algo inmediato. Dicho de otro modo, necesita ejercitarse. Además, añadimos ahora que de lo que pensamos a lo que hacemos también existe una pequeña distancia, que puede ser más o menos salvada por la voluntad personal. Y aun así, no todo está en nuestras manos.

Te propongo que busques ejemplos prácticos para los siguientes puntos. Intentando discriminar adecuadamente entre las veces que sigues estas reglas y las que no. Y así ir comprobando si son buenas orientaciones para la vida práctica, para el ejercicio de la libertad orientada.

  1. Existe una realidad interior que nos «molesta» cuando vamos por mal camino, y de la que podemos aprender a fiarnos aunque sea incómoda. Como esas veces en las que nos damos cuenta de que estamos siendo egoístas, o hacemos daño, y se nos despiertan luces interiores. O cuando estamos sentados sin hacer nada, y algo nos «corroe» por dentro sin permitirnos que nos acomodemos a la vulgaridad. Sólo hace falta, escucharse un poco y ser sincero con uno mismo.
  2. Lo contrario de lo anterior, también existe. Que cuando vamos a «mejor» y ganando en libertad, tomando decisiones importantes, no de cualquier manera, en serio y con todo el ser, aparecen dificultades, barreras, obstáculos… La vida misma. Sobre todo en el caso de personas que tengan que «dejar atrás» dependencias de una vida llena de esclavitudes. Aunque sean esclavitudes a los propios sentimientos, a relaciones que han hecho daño. Cuesta dejar atrás. Pero hablamos de algo más: que es excelente y necesario que aparezcan dificultades en la vida. Y tenerlo presente, y ser claros, aporta un «excelente indicador» de una buena dirección en la vida. Lejos está esta realidad de lo que normalmente se piensa o dice: «si te va bien… si te sientes cómodo… si no tienes preocupaciones ni nada…»
  3. Cuando estemos mal, nos sintamos intranquilos, insatisfechos, vacíos, desazón, odio, desconfianza, miedo o temor, pereza o tristeza, no tomes decisiones. Básicamente porque no sabrás por qué lo haces. Es mejor esperar, con paciencia, que vengan tiempos mejores. Si no, las decisiones serán siempre para huir y escapar de la realidad que tienes que aceptar. Es decir, que toda persona tiene que pasar por tiempos de mayor o menor «desierto». Lo cual no es malo, ni bueno; puedes hacerlo bueno o malo. Y aprender a resistir en estas circunstancias es imprescindible para sentirse libre, saberse libre, ejercitar la libertad plena. Lo contrario es «dejarnos mover» y cambiar de decisiones en función de realidades externas o internas con las que no estamos cómodos.
  4. Cuando estemos en una situación como la anterior, lo mejor es analizar por qué estoy así. E intentar atacar esas causas. Ser sinceros con esto, porque nadie se deprime ni siente vacío «porque sí», porque un día nos levantamos y de golpe nos encontramos mal. Si algo hay que cambiar estos días es todo aquello que nos provoca «estar peor», combatiéndolo con fuerza y ganas.
  5. Relativiza tu situación cuando estés mal. Por ejemplo, tomándolo como una prueba que demostrará y pondrá a la luz de qué eres capaz y cuánto tienes en la vida. Para relativizar te harán falta puntos de apoyo firmes y claros, con los cuáles medir lo que está pasando en tu vida. Lo cual supone algo grande, imprescindible para formar tu propia «escala», es decir, aquello en función de lo cual quieres decidir. Y podrás comprobar si tu «escala» te mueve a mejor, o te lleva por peor camino.
  6. Ante todo, no pierdas la calma. Y sé paciente. No todo puede llegar de un día a otro, como si nada. Aunque esté en tu mano algo, no todo depende de ti. Y conviene esperar con tranquilidad y paciencia de vez en cuando, aguardando aquello que realmente merezca la pena, sea intenso y fuerte.
  7. Si no pones pasión, entregándolo todo; si te conformas con mediocridades y vas por la vida siempre «a medias»; si se rechaza la prueba, sin afrontarla; si rodeas las dificultades, como si nada; si olvidas que no puedes generar por ti mismo todo en la vida… al final tomarás decisiones que también te dejen «en la mitad» de lo que realmente eres, sin reconocerte a ti mismo en ellas. Construyendo, en definitiva, lo que eres en la mediocridad y la tibieza.
  8. Cuando estés bien, toma decisiones. Éste es el momento. Sé valiente. Por lo tanto, sé valiente y sigue creciendo. Sin esperar la crisis, sin dejar las cosas como están. La claridad de esos días, la firmeza y la libertad se explican así a sí mismas ahora. La gente suele permanecer sin moverse, por miedo a que cambie el rumbo su vida. Pero al final lo único que se consigue es tener una casa bien amueblada durante un tiempo que pronto dejará insatisfecho, pasará de moda, o no habrá sabido adaptarse. Sin embargo, las mejores decisiones, por no decir las únicas buenas, se toman cuando todo va bien. A pleno día, se ve más horizonte y sabemos dónde podemos llegar, por dónde va el camino.
  9. Si todo va bien, tampoco pienses que es sólo por ti mismo. Esto es, sigue siendo agradecido y fortalece lazos a tu alrededor. El esfuerzo constituye una dimensión esencial de la vida, aunque alcanza pocas cosas de las que deseamos. Si las tienes y puedes disfrutarlas, no te las apropies egoístamente, no te reconozcas en ellas como algo que «ha nacido» en ti, sino como algo que has recibido amablemente. Y que debes además proteger, custodiar, y compartir. La bondad y la felicidad son débiles.
  10. Tres enemigos de la libertad son: el miedo, los secretos y los puntos débiles de nuestro carácter. Se aprende a lidiar con ellos a lo largo de toda la vida. Al principio parecen «juego de niños», ante los que nos podemos defender encendiendo la luz o pidiendo perdón o creyendo que no se sabrá. Sin embargo, con el paso del tiempo hay que sacarlos y afrontarlos con decisión. El miedo paraliza. Indudable. Los secretos convierten a las personas en inseguras, consigo mismas y con las relaciones que establecen, marcadas por la desconfianza. Y los puntos débiles, no reconocidos y protegidos convenientemente, hacen un daño terrible a la persona. La convierten en una realidad frágil, acurrucada, escondida y dependiente. Todos tenemos puntos débiles, no todos aprender a conjugarlos con realismo.
  11. Los sentimientos son parte indispensable de nuestra vida. Unen pensamiento y emoción, corazón y cabeza. Es decir, nos expresan en totalidad. Pero tienen causas. Y es un arte reconocer su dinámica, y lo que provocan en nosotros. Arte que requiere de una inmensa libertad para «decirme a mí mismo» y ahondar en las razones que me mueven a ellos. Sea la alegría o la tristeza, la confianza o la desconfianza y el miedo, sea la envidia o la gratitud. Detrás de cada alegría se esconde una gran verdad, y detrás de cada tristeza una gran mentira. Ambas quieren apoderarse de las personas; algunas se dejan llevar con acierto, y otras son zarandeadas indiscriminadamente.
  12. Existen realidades que son absolutamente gratuitas en nuestro mundo, e indebidas. Los méritos no rozan la mitad de ellas. Aquí dejo el regalo de la fe, que ha bañado todo lo anterior. El don de Dios, el don que Dios nos hace. Vernos a nosotros mismos como seres libres, sin haber movido ni un dedo para estar así constituidos, nos debería provocar un enorme asombro y gratitud. Lo mismo con el amor, lo mismo con la vida, lo mismo con nuestra capacidad para plantearnos el futuro, para pensar, sentir, querer, sufrir. Ni un ápice hemos hecho para ser tan hermosos. La gratitud es motor que mueve el mundo en auténtica libertad, cuando percibimos que nada nos sujeta realmente, salvo el amor, la confianza, lo mejor, lo bueno.

Dicho sea de paso, la libertad sirve para poco si no se sabe dónde se quiere ir. Lo sabe hasta Alicia en el país de las maravillas. Si nos falta el cómo, si tenemos dudas, si queremos claridad, podemos utilizar lo anterior. Pero sin saber cuál puede ser nuestro final, dónde ponemos la felicidad, de nada sirve la libertad. Salvo para hacernos responsables de nuestras propias decisiones. Lo cual ya es mucho, siempre y cuando se acepte que existen consecuencias, que se construye una historia, que nos acercamos o alejamos de aquello a lo que estamos llamados a vivir.

Seguiré en otra entrada hablando de más de una de estas cuestiones. Para quien lo sepa, ciertamente están inspiradas en las reglas de discernimiento de Ignacio. Para quien no lo sepa, que tampoco busque ahondar más en ellas con la cabeza, sino que compruebe en su vida la capacidad para transformarse y dejarse llevar por el Espíritu del Hijo que vive y aletea en nosotros conduciéndonos directamente hacia el Padre que nos ama y aguarda.

Convivencia y disciplina en el colegio


La convivencia y la disciplina están vinculadas y unidas, sin embargo no se refieren a lo mismo. La primera tiene un carácter más amplio, significado en la relación entre personas independientemente del rol que ejerzan, en la vida desarrollada dentro del centro, en todo lo que sucede y favorece integralmente el crecimiento de los alumnos y de los profesores. Es evidente que donde existen personas, hay mucho más que funciones que se cumplen, tareas, y trabajo. Por el hecho de estar en el colegio, que es una misión para los profesores y una oportunidad enorme para los alumnos, no se deja de vivir y ser persona. Ponerse la bata, coger la tiza, teclear la clave en el ordenador, hacer un repaso de las tareas, revisar la agenda… todas esas tareas demandan la existencia de personas que no dejen de ser personas. Entonces se produce la convivencia. La disciplina es una dimensión de la anterior centrada especialmente en las normas que deben cumplirse y que rigen y clarifican la función que cada uno mantiene dentro del conjunto. Sea la de alumno, sea la de profesor. Unos y otros están relacionados a la disciplina, con el siguiente matiz: los responsables de que las normas se cumplan son los adultos, es decir, los maestros; que por otro lado tienen el encargo por parte de la sociedad y de sus familias, también de la iglesia, de introducir y enseñar a los alumnos el cumplimiento de las mismas, el sentido crítico respecto de las mismas, la mejora de la sociedad descubriendo el valor de cada uno de ellos. Por otro lado, también es verdad que reducir la disciplina a “solucionar problemas” es terriblemente contrario al espíritu de la misma. La disciplina es un marco, tan limitante como posibilitador. De hecho, son precisamente estos límites los que permiten que el resto de elementos pueda encajar en su lugar correspondiente. Corresponden así a la disciplina aspectos esenciales a la vida del centro, en los cuales pocas veces reparamos y sobre los que no nos hacemos demasiadas preguntas habitualmente, como puedan ser el horario, el lugar que ocupa cada uno dentro de la clase, el respecto a los bienes comunes y el recto uso de los propios, la forma de hablar y expresarse, así como de acoger lo que otros tengan que decir con atención, los desplazamientos…

  1. El maestro siempre va delante. Es ingenuo pensar que en un colegio pasarán muchas cosas, las necesarias e importantes, sin el concurso y la participación del maestro. De hecho, el maestro siempre va primero. También los maestros tienen que aprender a realizar su labor, porque no nacieron sabiendo. Y si los alumnos están “obligados” a aprender a aprender, los maestros se supone que son aquellos que han elegido, libre, voluntaria y entusiasmadamente a aprender a enseñar. Una tarea que exige que sean ellos los primeros, los que vayan delante en el camino. En relación a la convivencia y disciplina es evidente. Tanto en la forma de tratar como en la manera de responder, de escuchar, de acoger. Ser maestro requiere esfuerzo. Dejarse enseñar, estar dispuesto a aprender mucho. Quizá una de las grandes “rémoras” y dificultades de los maestros actuales sea que “dejan de leer y aprender”, a diferencia de aquellos maestros, ya viejos y de pueblo, que siempre estuvieron conectados y vinculados a la cultura. Un título no garantiza, hoy por hoy, casi nada en relación a la educación escolapiamente entendida.
  2. Unidad y diálogo en el claustro. Calasanz señala repetidas veces en sus cartas, la inmensa mayoría dedicadas a cuestiones escolares de primer orden por tratarse de las primeras escuelas populares y gratuitas, que los profesores (por entonces religiosos en su mayoría) debían reunirse con frecuencia para tratar de casos concretos relacionados con los alumnos. Uno expone la situación y cómo ha respondido, y el resto comenta para llegar a acuerdos conjuntos, que luego se aplicarán. La pedagogía moderna subraya que la unidad dentro del claustro, que conforma el estilo de la escuela, superando la acción de un profesor concreto, es una clave esencial para el desarrollo del alumno. Aporta seguridad, claridad, concisión, que redunda tanto en confianza por parte del alumno como en el buen desarrollo de las clases. Las acciones aisladas de los profesores, sin estar coordinadas, muchas veces ayudan más bien poco al conjunto.
  3. Orienta, guía y forma. Todos los aspectos relacionados con la convivencia, que a un adulto le pueden parecer incluso obvios, no lo son para un niño. Hay que enseñarle, y él debe aprender a desarrollarse en relación con otros, a adquirir competencias sociales. Incluso las más básicas. No se aprenden, además, a través del papel sino en el ejercicio de las mismas. Por lo tanto, saludar adecuadamente, agradecer lo recibido, pedir con respecto aquello que sabe que puede hacer, compartir con los demás, jugar y respectar las normas. La disciplina tiene un carácter invisible en el mejor de los casos. Lo excelente sería no hablar de ella, no repetir las cosas infinitas veces, sino que conforme el ambiente y estilo en el que los alumnos son imbuidos desde sus primeros años. Por lo tanto, se hace rutinaria. Amablemente rutinaria. Y gracias a ella se forma al alumno en un mundo concreto, en una forma de relación determinada, donde todas las personas merecen respeto, son sujetos de derechos y obligaciones. Este aspecto orientador de la convivencia es demasiado invisible algunas veces para quienes “viven insertos en él”, y carecen de objetividad. No lo es, sin embargo, para quienes vienen de fuera, que se quedan sorprendidos de la buena marcha de las actividades y del sentido con el que se desarrollan. Es visible, por así decir, pero no suficientemente consciente para quienes están implicados en él.
  4. Orden personal y comunitario. Orden aplicado a todo, sin exceso. En la mesa del profesor, en la colocación de la clase, en el cuaderno, en las notas, en la pizarra. El orden es un elemento facilitador que impulsa la claridad y centra en lo más importante. Calasanz insistía mucho en el aspecto de preparación (con orden y con conocimiento) de las clases. No cualquier preparación, sino una buena y abierta a mejorarse, es decir, que fuera evaluada con posterioridad. Hoy lo recogemos de otro modo. El orden también interviene en la distribución de los alumnos, en los aspectos más rutinarios de la jornada, en la claridad sobre las funciones de cada uno dentro del conjunto. Orden en la mesa del alumno, y del profesor, de la sala. Orden a la hora de hablar, orden en las tareas, en los cuadernos, en las agendas. Orden en la decoración, orden en el entorno de las actividades. Lo contrario al orden es desconcierto, desorientación, dudas, temores. Y todos ellos son riesgos para la convivencia. ¿Esto supone que es necesario tener todo controlado? No todo, absolutamente todo. Es diferente el orden al control.
  5. Participación de los alumnos. La escuela escolapia ha potenciado siempre su actividad y corresponsabilidad. Que ayuda sin duda a sentirse parte de algo, a quererlo y a cuidarlo. Y la escuela es algo “de alumnos”, no sólo “para los alumnos”. Implicación en las tareas sabiendo quién es responsable de cada elemento. En relación a la convivencia es esencial educar en esta dimensión, sin caer en democracias mal entendidas. De esta manera comprendemos que la participación de los alumnos es su modo de estar en clase, de atender, de preguntar lo que no saben, de explicar a otros compañeros y ayudarlos, de compartir, de ser sensibles a los otros, de cuidar el ambiente de la clase. La mayor parte de las acciones positivas de los alumnos caen en el olvido. No se han saltado normas, y no reciben las respuestas necesarias y positivas. Crecer en esta conciencia de pro-actividad sería muy interesante para los tiempos que corren.
  6. Carácter preventivo de la convivencia. La disciplina tampoco se reduce a su aspecto punitivo, castigando los errores o faltas. Cuando se incide, de hecho, demasiado en este aspecto, lo único que se consigue habitualmente es el deterioro de las relaciones. Lo escolapio es adelantarse, prevenir más que curar, preparar para el futuro, estar atento a posibles riesgos y detectarlos para corregirlos a tiempo. Lo cual exige al principio, sobre todo al inicio, mucho trabajo y esfuerzo por parte del profesor, que es el que es más consciente de hacia dónde va el camino.

¿Palabras grandes o pequeñas?


Las palabras pequeñas, de uso común, tienen la gran ventaja de la sencillez y la cercanía. Con comunican con facilidad y nos ayudan, sin duda, a no complicarnos demasiado la vida. Interpretan acertadamente la realidad desdibujando unas complicaciones que nos harían naufragar en mil océanos abismales. Las palabras sencillas también nos acercan a personas sencillas, y esta proximidad nos enriquece en una medida infinita. Sería un pedante terrible el que intente hablar de pendantería a un niño pequeño y se perdería la hermosura del «gugu-tata» el padre que aguarde a que su hijo pronuncie la actual palabra de moda «procrastinación». Sin darle más vueltas, es un estúpido el que no valore la grandeza de las palabras pequeñas.

Las palabras grandes tampoco son desdeñables. Desecharlas y alejarlas de nosotros equivaldría a renunciar al bagaje cultural de una humanidad en sabiduría creciente y que ha respondido a múltiples interrogantes, muchos de los cuales se ciernen inexorablemente sobre cualquier sujeto mínimamente avispado e invaden la existencia de numerosas personas por todo el mundo. Las palabras grandes traen consigo nuevos mundos, inciertos ciertamente para el que comienza, y son potentes antirreductores del misterio que comporta la humanidad, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el amor, la felicidad, la trascendencia, Dios… y tantos otros. Ninguna de las cuestiones anteriores pueden ser resultas en tratados de modo que valga para siempre a la humanidad; son caminos personales, abiertos precisamente por la singularidad y significatividad de la hondura de las mismas.

Propongo recuperar tres o cuatro palabras «gordas» para nuestra vida, de modo que no nos dejen caer en el abismo de la mediocridad, del «sabérselo todo» y de la comodidad de quienes se dejan llevar.

  1. La primera palabra es humanidad. Todos somos personas. Algunos no se comportan como tales, también es verdad, o no son fieles a lo que realmente son. Otros quizá lo desconozcan o nunca antes se lo hayan planteado. Pero no me refiero a eso, sino a incluir la palabra humanidad en nuestras relaciones ordinarias, en nuestro trabajo, en la importancia que tiene en las decisiones internacionales y nacionales y de barrio y del hogar. ¿Cuál es la medida de esa humanidad? ¿Qué lo hace cada día un poco más humano, y alejado por tanto de otro tipo de intereses diferentes al desarrollo de la grandeza de la persona?
  2. La segunda es vocación. No sólo en sentido profesional. En sentido vital. ¿Qué le ocurre a las personas para que piensen, desde jóvenes e incluso niños, que ellos tienen un lugar especial en el mundo, una misión que arrancar y que depende casi exclusivamente de ellos? La vocación tiene un carácter también comunitario, de relación, de búsqueda de un espacio compartido con otros y sentido también por otros. E igualmente, dota de una exigencia y responsabilidad a la mirada que podemos hacer sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia. Renunciar a esta palabra, complacernos con hacer cualquier cosa y de cualquier modo, sabemos (se vive y se experimenta) que provoca una insatisfacción radical, honda y permanente en toda persona. Claudicar a la reserva de esta palabra para el ámbito de los curas y de las monjas, sin preguntarse sinceramente sobre la propia vocación, es como cerrar la puerta de algo íntimo y tirar la llave a un pozo sin fondo.
  3. La tercera es Dios. Palabra grande donde las haya, que nada más pronunciarla importa una imagen, unas ideas y una historia de relación previa. Algunas veces positiva, otras negativas. Ante esta palabra planteo la cuestión: ¿Y si Dios es más grande de lo que imagino? ¿Y si Dios está lejos de ser una idea o un concepto e incluso una palabra para ser una realidad viva? ¿Y si Dios está a mi lado, me conoce y me ama?
Las grandes palabras, a diferencia de las pequeñas, no dejan indiferente. El signo pequeño del amor de un niño o el lamento de una persona en soledad pueden pasar desapercibidos. Una gran palabra nunca. Ojalá recuperemos las grandes palabras para nuestra vida cotidiana, para donar de sentido a todo cuanto hacemos y continuar interrogándonos. Ojalá recuperemos la sinceridad con las palabras que utilizamos y trasluzcan nuestra realidad más íntima y la situación actual del mundo.
Roma, 29 de julio de 2011.

¿Con qué te asombras?


El asombro es una capacidad algo más que intelectual, y sin embargo despierta la inteligencia para cuestionarse sobre el mundo y preguntarse por quiénes somos. El asombro es un impacto, una maravilla que nace dentro de nosotros mismos al surgir algo nuevo y diferente. Supera en eso también a lo moral, lo ético, a los actos de la persona, porque el asombro no se puede buscar por medio de la voluntad. No puedo querer quedarme asombrado, ¡no sería asombro! El asombro es algo también terrible y poderoso, que se impone, que ejerce fuerza sobre nosotros haciéndonos comprender que somos o muy pequeños -y nos deja desprotegidos y humildes- o muy grandes -y convoca nuestra responsabilidad más alta-. El asombro no es planificable, y no lo es de ningún modo. Se puede adelantar e intuir, y sin embargo, cuando llega es totalmente novedoso.

¿Qué te asombra de tu vida corriente, de tu vida diaria? ¿Hay algo que haya sucedido que haya tenido esa capacidad de requerir algo de mí más allá de lo ordinario y de lo conocido, que te supere con creces y ante la que te has quedado estupefacto e interrogado? ¿Desearías estar abierto a esa forma de vivir, un tanto perpleja, que abre la puerta a disfrutar de todo, en el mejor sentido del carpe diem latino?

No es difícil constatar cómo hemos perdido una cierta capacidad de asombro ante las cosas que nos rodean y aquellas que nos suceden. Damos por supuesto demasiado. Creemos conocer y poder explicar casi todo cuanto sucede. Y sin embargo, detenidamente, nos reclaman de vez en cuando para enseñarnos que en la vulgaridad y lo elemental algo se levanta por encima de todo para educarnos en lo excelso y tremendo y fascinante. Acabo de llegar a la casa en la que estoy alojado en Roma después de un paseo nocturno por lugares «clave» de la ciudad. Ayer no tuve la oportunidad de salir por la noche, y hoy no me he resistido. Es la cuarta vez que visito la Fontana di Trevi. Y cada día me parece más grande, más hermosa, más sublime. Además hoy me he parado, de espaldas a la misma a echar mi moneda, y he podido ver la cara del resto de la gente. Había niños y mayores, africanos y asiáticos y europeos y americanos, mujeres y hombres… de todo. Y en todas sus caras existía ese reclamo de lo extraordinario.

Lo que me quiero preguntar es si esa cara sólo la ponemos después de hacer viajes de avión, después de abandonar la vida que llevamos. Si fuera así, no merecería realmente la pena que siguiésemos entregados a las tareas diarias; si sólo de vez en cuando tenemos la oportunidad de descubrir que estamos VIVOS, no comprendería por qué tanto esfuerzo viendo pasar las horas y los días esperando el siguiente momento de asombro.

En mi vida diaria me asombra Dios, con su Palabra siempre cuidadosa y directa. Me asombra la comunión con personas a las que aparentemente conozco tan poco y con las que comparto tanto y tanto. Me asombra igualmente mi vocación, que ni yo doy por supuesta y que parece que toca descubrir como nueva de vez en cuando. Me asombra la historia que he hecho, la fuerza para superar obstáculos y la certeza de que estoy viviendo de verdad. Me asombra el rostro de algunos jóvenes y niños, por quienes he rezado estos días en la casa de Calasanz, que son para mí un misterio, que son parte fundamental y radical de mi vida, que respiran los valores del mundo y están empezando a crecer entre no pocas dificultades. Me asombra que Dios haya puesto en mí determinados dones, y me asombra aún más que en medio de una sociedad poco crítica pueda aportar con ellos una palabra y una vida diferente a la normal. Me asombra que haya personas que viven la injusticia cada día y luchen por salir adelante, y lo digo con dolor, igual que me parece asombroso creer que el mundo se puede cambiar para hacerlo más humano y fraterno «a golpes de educación y diálogo», dejando a un lado los «golpes violentos» de los totalitarismos modernos, mediáticos y fanáticos de la postmodernidad aparentemente tan relativista. Me asombra estar aquí, lejos de mi vida rutinaria, y acordarme de ella con añoro. Me asombra tener ganas de comenzar el curso, siempre mejor que el anterior, en mitad de las vacaciones…. Y tantas, tantas otras…

Gracias a quienes me habéis ayudado a descubrir estos asombros diarios. Es un camino terrible y difícil de recorrer, de final feliz.

Roma, 26 de julio de 2011

¿Revisas en qué crees? Lecciones de Oslo.


Todos creemos. La diferencia muchas veces está en qué se cree. Como en el amor, al que nadie puede cerrar sus puertas pero puede sin embargo adherirse a lo más destructivo, aferrarse al propio individuo sin permitirle «salir» más allá de sí mismo. Creer es parte de nuestra humanidad más personal e íntima, una de las fuerzas del ser humano y de su conciencia.

Estoy conmocionado, no encuentro otra palabra, ante la brutalidad demostrada en Oslo por un joven de 32 años, que se ha llevado por delante la vida de cien personas, y ha dejado muchos heridos. Desde ayer, no se puede alejar de mi pensamiento ni de mi oración. Dolor, sufrimiento, violencia, matanza, catástrofe, asesinato… Durante el siglo XX el mundo ha contemplado con horror las huellas escondidas por la guerra y la barbarie en su avance, sin por ello ser capaces de encontrar un camino cierto y una voluntad decidida para frenar al menos la posibilidad de que esto ocurra una y otra vez. Después de la SGM se volvió otra vez a retomar el discurso sobre la maldad intrínseca del ser humano, sobre su perversidad e inhumanidad, sobre la existencia que puede ser dirigida hacia casi cualquier manera de barbarie. Y esos interrogantes siguen estando presentes, sin despejarse definitivamente. En definitiva, el discurso se ve abocado a pensar que no son cosas «estructurales» las que pueden dar respuesta a la persona, porque sigue siendo una cuestión personal, que dejada a la indiferencia, siempre termina mostrando su rostro más amargo.

Mi más sincero pésame a las familias de las víctimas de Oslo. La tristeza que deben estar pasando ahora mismo debe ser infinita. La muerte del inocente es incomprensible, y el mayor exponente de la injusticia. No hay respuesta humana que pueda consolarlos, sólo la cercanía en el dolor. Y mi más sincero pésame a la humanidad, a toda la humanidad que muere con estos jóvenes.

Revisemos en qué creemos, y hagámoslo en profundidad. Sin duda, este hombre no creía en el Evangelio. No ha comprendido ni una sola de sus palabras. Ser cristiano está en las antípodas de este tipo de actos. Es más, está absolutamente enfrentado a cualquier forma de violencia, promueve siempre la paz contra el odio, el amor contra la división. Quien no ha acogido en sí mismo la Palabra que le llama a la paz, a la bienaventuranza, no puede hacerse portavoz de una fe que a todos nos supera. Cristo Jesús nos salva, entre otras cosas, de esta violencia desmesurada que puede hacerse fuerte en cualquier corazón humano.

Os invito a revisar vuestra fe, a no permitir que vuestras ideas se puedan convertir, bajo ningún concepto, en una justificación para lo que está diametralmente opuesto a la voluntad salvadora del Padre.

¿Qué tal las notas?


Quizá sea esta pregunta la última pregunta que muchos profesores dirigen a sus alumnos, antes de terminar el curso.

Me nace creer que no es, ni de lejos la más importante. Es más, de hecho es de las preguntas menos educativas. Pero así son las cosas de la vida. El último encuentro, y más cuando lis resultados no han sido buenos, está mediado por el boletín.

¿Seguimos creyendo realmente y con hechos que todo alumno es una persona? ¿Vivimos la educación para la vida como el núcleo de la escuela? Cuestiones parecidas a la que hoy me nace, me da mucho que pensar respecto a un sistema que no centra su fuerza en el desarrollo humano de personas y pueblos, sino que califica desde niños para clasificar cuando sean mayores.

Un saludo a mis alumnos de este curso, especialmente a los que han tenido más dificultades y a aquellos que sé que se han esforzado por sacarlo todo adelante.

De qué medios dispones


Llevo ya varias semanas sin disponer del ordenador personal que, de una marca u otra, hacía ya tiempo que me acompañaba. Se convirtió de este modo en una herramienta clave en todos lis sentidos. La escuela ya no se reconoce a sí misma sin la red, tampoco se comprende bien una tarea evangelizadora sin estos medios, o sin atender convenientemente las transformaciones de nuestro mundo provocadas por su surgimiento. Ni las relaciones personales, ni el estudio, ni el acceso a la información, ni el ocio…

Un medio, a mi entender fundamental. Pero para las cosas importantes de la vida me temo que ni el ordenador ni la red alcanzan la esencia. El medio principal es y seguirá siendo el trato personal, directo y próximo.

No menosprecio la red. Quienes me conocen lo saben bien. Lo que quiero decir es que la red sigue siendo un medio más.

Un saludo a Javi y Susana, con quienes ayer tuve el placer de compartir una cerveza fresca en el verano caluroso que nos visita, y una excelente conversación con una profunda comunión de inquietudes y de fe. A ellos les dedico esta reflexión, en un día que no ha sido nada fácil.

¿Qué estarías dispuesto a arriesgar…


… por tu felicidad?

¿Dinero? ¿Internet? ¿Estudios? ¿Reflexión? ¿Oración? ¿Esfuerzo? ¿Tiempo? ¿Amigos? ¿Relaciones? ¿Ocio? ¿Tiempo libre? ¿Sueños? ¿Esperanzas? ¿Capacidades? ¿Criterios? ¿Juicio personal? ¿Propios pensamientos? ¿Ideas preconcebidas? ¿Ilusiones? ¿Entusiasmos? ¿Recuerdos? ¿Deseos? ¿Vida? ¿Sentimientos? ¿Emociones? ¿Suspiros? ¿Futuro? ¿Aspiraciones? ¿Tu lugar en el mundo? ¿Tu familia? ¿Tu gente? ¿Pasado? ¿Presente? ¿Voluntad?

Me parece que todos hacemos «intercambios» con la vida para alcanzar algo que nos promete, que buscamos, que deseamos. Para los cristianos es muy fácil hablar de Dios, porque nosotros lo descubrimos como hombre, y todo lo que es humano es hablar continuamente de Dios. Lo que no es tan fácil para algunos hombre es hablar de lo más humano que llevan dentro, de ese ser hombre o mujer que está por dentro reclamando su espacio.

La felicidad es también una forma de hablar de Dios. Y Él nos la dio para que no tuviésemos que entregar NADA A CAMBIO y perdernos poco a poco por conseguirla.

Atrévete a hacer esta experiencia. «Ven y verás.» Busca alguien que te acompañe, que te lo haga más fácil, que ya lo haya vivido, que no haya perdido por encontrar a Dios, que haya ganado la Vida, la Felicidad en su presencia y en su camino.

¿Feliz y próspero 2011?


Algo habrá que hacer para que sea verdad lo que decimos con las palabras. Que no creo que llegue por sí sola, y como venida del cielo, tanta bendición, tanta felicidad, tanta hermosura y maravilla como hoy anunciamos a la gente. ¿O sí? ¿O sí es verdad que viene de arriba, de lo Alto y estamos llamados a mirar, a esperar y a acoger? ¿O sí es verdad que la Vida no se construye sino que se recibe? ¿O es demasiado cierto que por mucho que nos empeñemos en hacer feliz nuestro mundo hasta que no convirtamos el corazón no se hará realidad? ¿O sí es tremendamente importante mantener nuestra actitud de escucha, de atención, de sorpresa?

A todos los que hoy habláis «con el corazón» a los demás, una palabra: Comprometed vuestra vida por otros, porque a todos los que se preocupan por el Reino de Dios y su justicia, Jesucristo les dará el resto «por añadidura». ¡Que ya es mucho amar! ¡Pero qué grande, y qué gratis es el Amor de Dios para cada uno!

¿Batiburillo o baturrillo?


El otro día tenía un jaleo en la cabeza tal, que incluso miré en el diccionario qué era la palabra «batiburrillo». Cada uno se relaja como puede o sabe. Y para mi sorpresa me derivó a «baturrillo». Que a mí me suena a «baturro», rústico aragonés, hombre de campo que nos imaginamos grotescamente aunque pudiera bien ser una persona excepcionalmente acogedora. Y en «baturrillo» me percato de lo siguiente: que todo esto viene de mezclar, y remezclar cosas.

Fue entonces cuando pensé para mí. Efectivamente, todos los «batiburrillos o baturrillos» (que ahora lo llamo de las dos maneras, aunque por eso de la originalidad me gusta más la segunda que la comúnmente usada), tienen su origen en mezclar cosas que no casan bien. Incluido mi baturrilo personal de ese día. Por lo tanto, me paré, descansé un poco, ordené las cosas según correspondía y empezó a tener sentido lo que llevaba entre manos.

Procura hacer lo mismo con tu vocación. No mezcles ni te confundas con temas. Las churras y las merinas van separadas, igual que las ilusiones y los miedos. No mezclemos innecesariamente aspectos. El trabajo es parte de la vocación, tu vocación sin embargo es siempre más que un trabajo. Quien avanza con decisión por el camino que Dios le llama no abandona gente ni pierde oportunidades, no mezcles asuntos; hay muchos que pierden oportunidades y abandonan gente maravillosa que Dios había preparado para ellos.

Es más. Si hay que hacer mezclas, juntar personas distintas para que convivan y se entiendan, si tenemos que conjugar en la vida multitud de aspectos, ¿quién mejor para hacerlo que Dios? No son pocos los que en su vida quieren sumar y sumar experiencias sin orden y al final tienen, lo dicho, un «baturrillo» sin sentido.

¿Tengo suficiente? ¿He calculado los gastos?


Mucho no sé de economía. Por eso estoy leyendo estos días un libro de Leopoldo Abadía, que entre análisis y análisis hace muchos comentarios que a mí al menos me resultan divertidos. Y creo que él estaría de acuerdo conmigo en lo que voy a decir. Y aclaro que esta pregunta está en el Evangelio (Lc 14,25ss), cuando Jesús habla con sus discípulos sobre uno de los aspectos más particulares del seguimiento y discipulado.

¿Tengo suficiente? Para hacer los cálculos, a largo plazo siempre, tendré que pensar y sentarme a repasar cuentas. Y en esas cuentas esclarecer con sinceridad cuáles son mis ingresos, de dónde viene mi riqueza, cuál es -sin engañarme, porque el problema viene de los engaños- la cantidad de la que dispondré en total «a largo plazo».

Siguiendo con lo anterior, la pregunta no es si tengo suficiente para comprarme un «chupachús» que me sacie momentáneamente, o si dispongo de suficiente cantidad para darme un festín de hamburguesas. No es eso. La pregunta es si tengo suficiente para «construirme una casa«. Es decir, para hacer morada. Y esto ya cambia. Lo sabemos bien en España. Sólo basta con mirar los periódicos y lo que dicen sobre los jóvenes que han emprendido camino «extramuros» de sus padres y los porcentajes que han tenido que regresar, incluso con su familia a la espalda, cabeza gacha.

Emprendemos tareas que nos superan. Continuamente. Por un momento pensamos que era fácil, esto de vivir, y de repente nos han desbordado las circunstancias, nos ha roto una crisis para la que no estábamos preparados y en la que ninguno quiso pensar.

Ojo. Porque es lo que hoy Jesús nos advierte. Seguirle, caminar con él, dejarse acompañar, alcanzar la verdadera felicidad -porque el Evangelio desde el inicio nos avisa precisamente de que su promesa no es cualquier cosa- trae consigo abrazar la cruz, pasar por sufrimientos, abandonarse en manos del padre y dejar atrás seguridades vacías. En nuestros cálculos entra la Cruz.

¿Tendré suficiente entonces? ¿Cuánto me conozco para responder a esta pregunta?

Yo creo que no tengo suficiente. Y no conozco además muchos que piensen que ellos podrán con todo lo que sobrevenga, sea lo que sea. Al menos esta «crisis» nos ha hecho pensar de forma realista, centrada, haciéndonos conscientes de la complejidad de nuestro mundo.

Precisamente esta es la conclusión. ¿Con qué fuerzas cuento? Y la invitación a no pensar sólo en uno mismo. Superar el egoísmo que asume todo, el individualismo que sólo confía en sí mismo, la falta autonomía de quien cree que él solito puede ser arquitecto, albañil, fontanero y electricista de su nueva casa, y también padre y madre y hermano… Mi aprender que en la vida también contamos con la fuerza de nuestra comunidad, de nuestra familia, de nuestros amigos, de Dios y de sus dones. Aprender que para construir la casa, si Dios no trabaja, en vano nos cansamos. Aprender que, día a día, Dios nos apoya en una  tarea en la que no quiere vernos solos, por mucho que nos preocupe.

La pregunta entonces, para terminar, varía dependiendo de si la respondo solo o acompañado. La propia vida, la propia vocación, su descubrimiento y construcción no es tarea en la que debamos empeñarnos como si sólo dependiera de nosotros mismos. En este hermoso camino una de las primeras realidades que se descubren es que, no pocas veces, otros y Dios están muy cerca y muy preocupados por nosotros mismos.

¿Qué queda después de…?


¿Qué ha quedado después de vivir la Navidad, atravesar sus calles, convivir con amigos y familia? ¿Qué ha quedado que nos fortalezca para afrontar el día a día, para seguir a Jesucristo con más fuerza, para dejarnos amar por Él? ¿Qué ha quedado?

Supongo que muchos se harán esta pregunta. Han ido pasando los días que tanto esperábamos, uno detrás de otro. ¿Qué ha quedado?

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¿Estás de vuelta?


ESCRITO AL REGRESAR DE VACACIONES, DESPUÉS DE LA NAVIDAD. ESTA NOTA ES IMPORTANTE PARA LA COMPRENSIÓN DE TODO LO DEMÁS.

Y dos preguntas más. ¿De qué? ¿A dónde?

Si sientes que estás de vuelta, ánimo. No dejes que la vida gire y gire, sin llevar el control de ella. Déjate tocar por la vida, no dominar por ella. La vida no es un tiovivo del que nos bajamos de vez en cuando para descansar mientras sigue dando vueltas. Realmente avanzamos. Caminamos.

Si sientes que vas dando vueltas por la vida, quizá sea porque giras en torno a ti mismo. Pregúntate.

¿A qué das vueltas? ¿A dónde vuelves después de cada vuelta?

Si estás aprendiendo a escuchar lo que sientes. ¡Ánimo! Pero no confundas un cierto pesar por la rutina con el desastre de volver a lo cotidiano y pequeño. No es cierto que tengas que escapar de lo ordinario para vivir, más bien al revés.

¿Qué haces cuando está oscuro, cae la noche?


En cualquier caso, espero que salga la luz. Preparo el momento de encontrar, una vez más, la fuerza de la claridad para que todo lo inunde. Y no me dejo robar el tesoro brillante que llevo dentro. Creo, es cuestión de confianza no una verdad científica, que las metáforas en la vida son como las letras que componen las frases más aclamadas de la historia.

¿¡Que escribo bien…!?


Yo no sé escribir. Nadie me enseñó.

Voy aprendiendo de la lectura. Es un gran ejercicio de libertad y conciencia, y de responsabilidad y compromiso, de placer y alegría, de tristeza y melancolía, de sabiduría de otros e ignorancia propia, de atrevimiento y paciencia, de desenfreno y esfuerzo… Todo se da en la lectura, antesala para luego escribir.

No sé escribir. Pero tú también puedes aprender.

No pierdas el tiempo. Es una gozada. Lee. Pero no te conformes con cualquier cosa. Lee aquello que te apasione, donde creas que se juega tu vida. Si ahora es novela, pero ayer fue poesía, porque mañana será teatro. Da lo mismo. Lee. Lo que te llame la atención, léelo. Lo que cautive tu mirada, léelo. Lo que requiera de ti tiempo para conocer el desenlace, la pasión de la vida humana, el ímpetu de los descubrimientos, las innovaciones de la inteligencia humana… todo aquello que supere el instante y te lleve, te transporte a un mundo nuevo para volver a tu mundo con historias que no viviste y paisajes que no tocaste… léelo. Si la lectura te llama sólo dos segundos, lee pero piensa. Si la lectura es de dos horas, lee y piensa dos horas. Si es sobre amor, piensa en el amor verdadero. Si es sobre intrigas, piensa en los grandes misterios de tu vida. Si es sobre caballeros y doncellas de mundos pasados, reconoce la pobreza que hay en tu mundo. Lee, sin pensarlo lee, pero después piensa. Atrévete a escribir pensando en lo que lees, no dejes pasar sin más palabras importantes por tu vida y anidar en tu corazón, en tu inteligencia o en tu voluntad. Lee, sí. PERO piensa.

Sin miedo, escribe. Ya aprenderás, si es que no sabes todavía. Tienes toda la vida, todo el tiempo del mundo. Igual que yo, igual que quien te rodea.

¿Eres increíble?


Increíble, genial, perfecto, total, super… Un crack, único, especial, tremendo… Extraordinario, fabuloso, espectacular, sublime, fuera de serie… Asombroso, sorprendente, maravilloso, fenomenal, portentoso… Descomunal, grandioso, pasmoso, estupendo,… y más cosas…

Lo siento. No te conozco. Y no quiero conocerte. Dios eligió ser «uno de tantos», «un hombre entre los hombres», «habitar y poner su tienda en medio de ellos»… El don, el regalo más hermoso que Dios nos puede hacer, no nos separa del resto. Para caminar entre los hombres, para vivir como hermanos… la autenticidad es el mejor regalo. Y Dios se lo ha dado a sí mismo desde siempre, y Dios quiso compartirlo con sus hijos por siempre.

¿La Iglesia es necesaria?


Creo que esta es la intención con la que pregunta snorry en la sección ¿Qué te preguntas tú?  Creo que no es una pregunta que se hace él solo, sino que son muchos los creyentes y no creyentes que mantienen esta tensión. Por empezar a clarificar puntos y responder desde mi vida, diferenciaría entre: (1) Qué entiendo por Iglesia. Aquí no siempre se es correcto en la respuesta, o sincero, o comprometido, o responsable. (2) Quién es responsable de la Iglesia. ¿Curas y demás, yo y nosotros, todos los creyentes, Dios? (3) Qué experiencia he tenido de vivir en la Iglesia. Hasta qué punto he «entrado en el hogar, en sus habitaciones, en sus dependencias, en sus lugares de descanso, en sus comedores», como si fuera una metáfora de la casa, del hogar, del lugar donde se puede vivir. (4) ¿He escuchado la llamada a ser Iglesia?

Por mi parte, con todas estas preguntas, os ofrezco una especie de «materiales para la reflexión» que elaboramos para un retiro entre un hermano y yo. (link) Está en la página de materiales de la web de pastoral de mi centro.

Pero quiero responder. Al menos en parte, porque sería propicia para un diálogo intenso. Yo la entiendo como comunidad, en el sentido más amplio y profundo del término. No sólo como «grupito reunido» sino como humanidad convocada, por una única persona, Jesucrito, por un único Señor, el Padre, y que nos hace compartir un único Espíritu, que nos mueve, nos empuja, nos alienta, nos revela, nos ilumina y nos hace tan hermanos como santos, o santos en la medida en que vivimos la fraternidad y la comunión.

Soy parte de la Iglesia. Indiscutible. Y no cualquier parte. Cuando digo esto, no lo digo en general. Sé quién soy dentro de la Iglesia, conozco mi misión. Soy cura, sacerdote, presbítero, ministro, confesor, educador, catequista, religioso, consagrado… ¡Cuánto me ha dado! Pero no son «títulos», sino realidades. Quizá, toda la fuerza «clarificadora e iluminadora» de estas palabras debería ser desarrollada igualmente en otros ámbitos como «laico, seglar, esposo, padre de familia, trabajador…» Porque todos somos, en cuanto somos Iglesia, iguales.

Y vuelvo a la pregunta del inicio. ¿Es la Iglesia necesaria? Estoy tentado de utilizar un «para mí sí». Pero no lo voy a hacer. No quiero decir «para mí», sino simplemente «sí». Es necesaria para hacer presente el Reino, para hacer presente a Jesucristo. Porque uno solo ni puede, ni puede convertirse en Dios para otros. Porque si fuera solo no compartiría su fe, no celebraría su fe, no recibiría ningún sacramento, no sería ni acompañado por otros ni podría acompañar, no sería parte ni pertenecería a la familia de los creyentes. La Iglesia es necesaria para mostrar a Dios, para configurarlo al modo humano, entre las personas. No sólo es cuestión de «más fuerza» sino de «más vida». No es cuestión de «más número» sino de «mayor visibilidad y significatividad».

Claro… la Iglesia es imperfecta. Pero Dios vive en ella. Si fuera cosa de personas, una creación suya, pensaría sinceramente que … no puede ser cierto. Tiene que ser cosa de Dios, una verdadera locura, unos objetivos que son una continua llamada, un proyecto empresarial con infinitas lagunas, un atrevimiento tal que no puede significar más que una palabra: «Yo sí creo en vosotros. Cuando vosotros no creéis en vosotros mismos, aquí estoy para revelar de qué pasta estáis hechos, cuál es vuestra imagen, dónde está la vida verdadera y cómo se alcanza.» Chaval, la Iglesia es… genial (lo dejamos ahí).

Un saludo .

¿Cómo empezar a escribir?


¡Pánico al folio en blanco! ¡Qué miedo! ¡Nada por delante, nada por detrás! Ni un mísero guión, sólo unas motas de polvo y el café que dejes caer en él.

Cuando se empieza a escribir muchas veces no se sabe ni qué poner. Pero hay que empezar, hay que superar esa barrera. Al inicio, frases cortas que van abriendo paso a los pensamientos, a los sentimientos, a los recuerdos y los sueños. Frases cortas que se convierten en expresión de lo que llevo dentro y no sabía. Frases cortas que iluminan las siguientes líneas y conducen el discurso. Frases cortas que enseñan cómo se debe escribir. Frases cortas que condensan libros enteros y llamativas portadas. Frases cortas que abrazan instantes de ayer, de hoy, siempre pasadas, y cuya fuerza lanza hacia el futuro la tinta de lo que no he escrito y que estoy llamado a escribir.

Toda vocación, toda misión comienza con frases cortas. Siempre, papel en blanco. Poco a poco, paso a paso, minuto a minuto, instante tras instante, circunstancias que son muros superados, renglones que no están siquiera torcidos y párrafos que no terminan porque no llega su punto final. La vida. El amor. La dulzura del querer. El cariño limpio y puro. Lo más hermoso de la vida, lo más sabroso, lo más denso… todo se inicia en nada. Él escribe. Nosotros, instrumentos, nos dejamos llevar.

Así se empieza a escribir.

Yo hoy no sabía qué iba a poner. Palabra.