¿Responder a la llamada de Dios? (1)


Para entrar en una alianza y pertenecer a un nuevo pueblo, a una comunidad con nuevos valores, hay que dejar otro pueblo, el de aquellos con lo sque se viviía hsat aahora según otros valores y otras normas: valores familiares tradicionales, riquezas, posesiones,p restigio social, revolución, droga, delincuencia, poco importa. Este paso de un pueblo a otro puede ser un desgarramiento que implique sufrimientos y que la mayoría d elas veces tarda mucho tiempo en realizarse. Y muchos no llegan a hacerlo porque no quieren escoger ni cortar. Tienen un pie en cada campo y viven negociando, sin llegar a encontrar su propia identidad.

Para seguir la llamda a vivir en comunidad, hay que saber elegir. La experiencia fundamental es un don de Dios, que tal vez llega a la persona por sorpresa. Pero esta experiencia es frágil como una semilla plantada en la tierra. Hay que saber sacar las consecuencias de esta experiencia inicial y eliminar ciertos valores para elegir otros nuevos. Así, poco a poco, se orienta uno hacia una opción positiva y definitiva por la comunidad.

Algunos huyen del compromiso porque tienen miedo de que, al establecerse en una tierra, se estreche su libertad y no puedan ya mirar a otra parte. ¡También es verdad que casándose con una mujer se renuncia a millones de ellas! ¡Esto limita el campo de la libertad! Pero nuestra libertad no crece de una forma abstracta, sino en una tierra particular y con personas concretas. Interiormente no se puede crecer si uno no se compromete con y ante otros. Todos tenemos que pasar por una cierta muerte y por un momento de dolor cuando elegimos y comenzamosa echar raíces: nos lamentamos de lo que hemos dejado.

Pero muchos no se dan cuentad e que, dándolo todo para seguir a Jesús y vivir en comunidad, reciben el ciento por uno: Jesús dijo: «Yo os aseguro, nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora, en el presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna» (Mc 10,29)