Purificarse – Retiro (Doc. 1)



Leyendo 1 Sam 16

Nada más comenzar el relato, al inicio del texto que vamos a tomar como núcleo de este retiro, encontramos un hermoso diálogo entre el Señor y Samuel, su profeta. No pocas veces nos podemos haber encontrado en la misma situación. Quien empieza a hablar es el Señor, porque ve que Samuel está llorando desconsoladamente y esa tristeza le paraliza, no le deja moverse, le ha robado la vida. Hay algo misterioso en las palabras que le da; se trata de aceptar o no la voluntad de Dios sobre Saúl, el rey de Israel, que  a sido rechazado por Dios, y por encima de esto además está “su fracaso” en la vida como enviado de Dios. Algo avergüenza a Samuel, algo le humilla.

Inmediatamente Dios le da una nueva orden. El Señor manda a su siervo que vaya en busca de “un rey para Dios según su corazón”. Le recuerda así que su misión no ha terminado, que el final nunca es el fracaso o la debilidad, como tampoco el pecado. Recibe una misión ante la parálisis que le atrapa; curiosamente, no en un momento de gloria, sino de pobreza personal, de desprestigio social. Le manda ponerse en marcha, superando la queja de que no hay nadie que gobierne, ante la duda de si todo el plan de Dios se puede destruir de repente, por algo que ha sucedido.

Para muchos, esta sería una descripción muy buena de la situación de la Iglesia hoy. Va perdiendo fuerza, no tiene tanta presencia social. Todo sigue en pie pero con debilidad. Los que habían soñado grandes cosas tienen que conformarse con poco y se dan pasos pequeños. Todo parece que tiene que rehacerse pero “no hay reyes”, no hay que lleve al pueblo, a la gente hacia la paz, no hay quien se ocupe del débil, del desprotegido, del huérfano. Es la gran preocupación de Samuel, que ha hecho todo lo que estaba en su mano e incluso se ha excedido, pero ve que aquello sigue sin levantar el vuelo. Hay algo en el texto en lo que no podemos detenernos demasiado, pero sobre lo que vamos a dar un apunte: Saúl es el primer rey de Israel; Samuel era un profeta que desde pequeño sirvió al Señor, purificando las “idolatrías y contaminaciones” del pueblo. Y en este “nuevo orgullo” del pueblo, fueron los mismos israelitas quienes deciden elegir un rey entre los suyos para “parecerse” más a los pueblos poderosos que tienen alrededor. En la elección no tienen muy en cuenta a Dios y no le escuchan. Quieren construirse una vida sin Dios, un jefe en la tierra porque necesitan dirigirse por alguien y que alguien les guíe para no perderse.

Ante esa situación Dios anuncia que Él sigue siendo el Señor de la historia que aparece en la vida de sus hijos de su pueblo, que nada hay que se le pueda escapar. Nunca ha dejado de caminar junto a su pueblo, aunque el pueblo se sienta “lejano” de Dios. Una palabra grande, que nos sitúa a nosotros en una relación permanente con Dios, lo veamos o no. Quizá algunos encuentros son especialmente relevantes, pero la mayor parte de nuestra historia parece que se vive “al margen de Dios”, o como mucho “con Dios a la espalda”, siguiendo las huellas.

La misión que Dios encomienda ahora a Samuel es la renovación total del pueblo, de esa intuición primera sobre lo que debía ser el pueblo. Con esta nueva misión, que ahora nace de Dios y no de los hombres, Samuel tiene que encontrar un “rey según el corazón de Dios”, no alguien que se parezca a los demás reyes de alrededor, dejándose contaminar por deseos de poder y fuerza, que no son los de la salvación, los de la justicia, los del servicio. Una nueva vida por lo tanto no sólo para Samuel, que parece haber sido purificado de sus orgullos, sino también para el pueblo, para el nuevo rey, para el mundo en definitiva.

Ante la misión, las primeras resistencias son las del propio profeta, no las del elegido, que teme la acción de los hombres y de sus juicios. Teme la muerte, siente que está cercana y que, pese a todo lo que ha vivido, está en manos de los hombres y no de Dios. Sin embargo, todo esto pasa a un segundo lugar cuando, sin que se nos diga mucho más, se pone en marcha porque confía, porque se fía, porque tiene una misión que cumplir. Se lanza a lo inesperado, que es esa voluntad de Dios que todavía desconoce y que le supera. Muerte se opone aquí a “movimiento, esperanza” y se identifica con “parálisis, llano, pesadumbre”. De algún modo entendemos que quien camina, da pasos en la vida y toma decisiones, quien se fía explícitamente de la voluntad del Padre y la vive, está venciendo toda una serie de resistencias a la voluntad Dios, que siempre es de vida, nunca de muerte.

Siguiendo la lectura del relato, una vez pasadas las primeras indecisiones y lamentos, Samuel llega a casa de Jesé. Es recibido sin embargo con miedo por parte de los ancianos, que dudan de las intenciones del profeta que mata a los que no están de parte de Dios. Es en este primer encuentro donde Samuel les propone “purificación”; lo cual nos indica cómo también Samuel va cambiando y comprendiendo que la lógica de Dios no pasa por las armas, por el combate y la lucha, sino por la oferta de misericordia. Si la casa de Jesé tiene que purificarse, de momento de los miedos que le separan de Dios, encontramos que David, que pertenece a esa casa, va a ser elegido igualmente de un contexto en el que no todo es perfecto, no todo es brillante, no todo el mundo está en la onda de Dios.

En la primera noche te proponemos que “purifiques” tu corazón. “Para poder comparecer ante Dios, entrar en comunión con Dios, el hombre ha de ser “puro”. Pero cuanto más se adentra en la luz, tanto más se siente sucio y necesitado de purificación. Por eso la “purificación” tiene por fin dar la posibilidad de acceder a Dios.” Esta llamada a la purificación nos da idea de la santidad de Dios, nos coloca frente al misterio que nos invita a pasar, a tomar parte, a hacernos presente en Él. Dios durante este retiro no nos llama a participar de una de sus actividades, la más grande y más  bonita, sino a tomar parte con Él, a adentrarnos en Él para escucharle, para compartir, para vivir. Pero al mismo tiempo que reconocemos esta santidad, también descubrimos en nosotros nuestra oscuridad, falta de comprensión, pasiones, durezas y prejuicios. Sólo la liberación (salvación) de estas impurezas nos permite descansar en Dios de corazón. De lo contrario sabemos, y no podemos ocultarlo ni ocultárnoslo, que no estará todo el camino hecho.

No es una cuestión de pureza cultural, social o grupal. Sino personal. Nuestra ante Dios, alejada de la mirada de los demás, cara a cara, frente a frente con el Señor de la vida. No serán por lo tanto “prácticas”, “cosas” las que nos purificarán. Están tan dentro de nosotros mismos esas impurezas, incrustadas en una historia de la que no podemos vaciarnos así como así, que nuestra esperanza reside en recibir ese “baño” que nos aliente y descargue, en esa mano amiga que nos dé amor a cambio de cargar con nuestros pesares y oscuridades, en esa palabra fuerte que sople y deje en nada lo que para nosotros era ya incargable durante mucho más tiempo.

No es tampoco una cuestión moral, ética. Sino de la persona entera. Si fuera una cuestión ética no podríamos planteárnosla con tanta realidad y viveza en un momento de tranquilidad, sólo tendría éxito cuando salgamos a la calle y nos encontremos con el hermano al que tantas veces damos la espalda, o entremos en nuestra casa y miremos a aquellos que Dios nos ha dado como familia. No podemos confundir “perfección” con purificación.

Todo lo anterior es importante, sin duda alguna. Tanto las relaciones, como la moral y las opciones de vida que tomamos y elegimos. Pero la purificación que Dios ofrece es principalmente una cuestión de fe. Es la fe la que purifica y permite acoger de corazón el perdón del Dios más grande que yo, del Amor más grande que mi amor, de la Misericordia que no puedo exigir y que me he acostumbrado a no esperar ni de mí, ni de los demás, ni de Dios. “Él nos amó primero.” “Habiendo amado… los amó hasta el extremo.

Este retiro es un retiro para la fe. No para “darme cuenta de cómo soy”, sino para escuchar lo que Dios quiere. No centrado en mis cosas, en mis preocupaciones, sino con la capacidad para adentrarse en las profundidades del corazón de Dios y descubrirle cercano, no lejano, no misterioso y escondido, sino presente en la propia vida cotidiana, inundándolo todo con su llamada y vida. La fe es la actitud y respuesta de quien está en diálogo, y por lo tanto que ha sido capaz de estar presente. Otras cosas, que llamamos fe y con las que nos confundimos no pocas veces son cuestiones éticas, cuestiones morales, cuestiones religiosas, cuestiones culturales, hábitos adquiridos. La fe es renovación, redescubrimiento, cercanía y proximidad.

En esto hacemos un paréntesis. Cuando hablamos de fe tratamos con lo más íntimo y puro del corazón del hombre, que siempre es empujado a creer por amor y en el amor. Lejos de la anestesia y la alienación, la fe ilumina al hombre desde su propia profundidad. Responder a la pregunta “en quién creo” no es lo mismo que responder a “en qué creo”. El contenido de la fe no es una norma, no es algo fijo y determinado, es una Persona que me llama, con la que me encuentro, que me conoce y habita íntimamente y gobierna el mundo y la historia del hombre.

Purificación es por eso llamada a la santidad. Es más bien “santidad”, estar limpios y tener parte con Jesús. Con todo lo que esto significa y la fuerza que imprime en nosotros. La vocación del hombre no es “algo” sino participar en la vida de “Alguien” que es Santo. Es algo relacionado con la cercanía que te proponemos con el Señor durante estos días. Santidad que no está relacionada con ninguna persona en particular, que no es un don privilegiado para unos pocos, que no es algo ajeno a nuestros quereres, a nuestras cotidianeidades, a nuestra vida de deseo y de más constante. Santidad que va pareja con una vida plena de amor pleno, de felicidad plena, de entrega generosa y con una medida concreta, la del Señor que nos empuja.

Cuando entendemos “purificación” y “santidad” como esfuerzos propios del hombre vaciamos de sentido toda la obra de Dios. Le restamos el núcleo, le quitamos su maravilla. Es como si a un filete empanado lo dejáramos en un “empanado” o como si de un regalo hecho con amor y por amor nos guardáramos el “papel”. Las obras son el envoltorio de esa acción interna y profunda que acontece en nuestra historia. La purificación, dicho de otra manera, sólo la puede obrar Dios en nosotros, no es alcanzable por nuestros méritos, ni se otorga a quienes cumplen una serie de requisitos más o menos indispensables. Es un don de Dios. A nadie se le puede ocurrir una genialidad tan grande. Y le llega al hombre, como la fe, por la Palabra recibida. De esto ya tenemos noticia, nos ha pasado muchas veces, nos hemos dado golpes una y mil veces con las mismas trampas internas de nuestro corazón. Tenemos un “aguijón” clavado dentro, del que no podemos desprendernos; sentimos la “pérdida de vida”, como la hemorroisa, y cuanto más hacemos para salir de ello, parece que todo se empeora más, se oscurece más, se nubla más.

Las contradicciones de nuestra vida no son pocas. Hacer una lista de las tensiones sería de lo más fácil del mundo. Entre nuestro corazón y nuestra cabeza, entre nuestros deseos y nuestras posibilidades, entre las ganas y el cansancio, entre las limitaciones y la grandeza de nuestro interior, entre nuestra mirada y la realidad… Todas ellas, presentes de una y otra forma también nos enseñan a amar y rechazar, a querer y a quejarnos, a pedir y a no acoger, a desear y no aceptar…

La purificación por la fe viene por la Palabra. Que es centro estos días de retiro. No la rechazamos en el día a día, pero este fin de semana queremos hacerla presente de forma particularmente intensa y particularmente nuclear. La purificación viene por la escucha, ésa es la obra del hombre, su colaboración íntima con Dios en lo profundo de la historia. Algo que nos pertenece exclusivamente a nosotros. Escuchar. Esta purificación es:

  1. Palabra que acojo, no como palabra de hombres, sino como Palabra de Dios. Estar dispuesto a acoger con ese referente, aquello que recibimos estos días. No es algo de nuestro mundo, no es un diálogo que tengo conmigo mismo, sino que está dirigida por Dios para mí. No pocas veces tratamos la Palabra como si fuera una palabra más de nuestro mundo, una opinión más al lado de otras tantas que tienen fuerza, peso e importancia. La Palabra no proviene de aquí, me empuja a otra dimensión diferente, transforma mi realidad.
  2. Palabra que recuerdo porque no es la primera vez que sucede. Hemos recibido Palabra de la que nos hemos fiado, en la que hemos puesto alma, vida y corazón. Forman parte de mi historia, me han conformado y dado vida, me han consolado, me han provocado. Palabra que a lo mejor recibí, pero no he sido capaz de vivir en plenitud y que mantiene su presencia activa. Palabra que “me viene” en un momento determinado, ante ciertas situaciones. Palabras que “alegran el corazón del hombre”.
  3. Palabra que escucho y a la que presto mi atención y mi corazón, que me involucra en algo más grande que yo. Palabra que me invita a creer y crecer para un mundo diferente, el Reino. He sido creado y soy amado para servir y amar más y mejor. Ése es el camino que me muestra, que acojo, por el que me interrogo tantas veces y que Dios me coloca delante hoy.
  4. Palabra que está a la puerta y llama. Que no coarta mi libertad, sino que la engrandece de posibilidades y abre miras donde yo ya no veía más que cosas. Que no impide mis decisiones, sino que las reclama. Palabra que genera libertad, dicho de otra manera, porque no me reduce a un títere manejado, sino a una persona que dialoga con una altura increíble.
  5. Palabra que cae en tierra buena, mi propia realidad, distinta a la de mis cálculos y análisis comunes. La purificación por la fe, es un don que también nos sitúa a la altura de nuestra propia realidad, oculta no pocas veces tras el pecado. Ante Dios nos mostramos purificados tal y como somos, no es a la inversa: somos así y venimos, nos purificamos y nos presentamos ante Dios limpios. Y aquí se acomete el gran cambio en nuestra vida y en la relación con Dios, con el mundo y con nosotros mismos. Si fuera un “lavado de cara”, estilo gato, se quedaría precisamente en nada. Dios llega al corazón, para al menos descubrirle una vez al hombre de qué pasta está hecho, cuál es la medida de su corazón, cuál es el sentido último y más importante de su existencia. Lo contrario, quedaría en pura apariencia. Y aquí nos encontramos ante una llamada que, viniendo de donde viene, es una llamada radical, absolutamente comprometedora, totalmente fiable. Con la llamada Dios nos asegura que nunca estaremos solos.

10 preguntas clave de la persona en búsqueda


Desde mi experiencia personal, diría que las preguntas más frecuentes y a la vez más importantes son estas diez:
  1. ¿Qué estoy buscando?
  2. ¿Por qué no me conformo con lo que vivo ahora?
  3. ¿Cuáles son mis sentimientos y deseos?
  4. ¿Por qué yo, por qué a mí?
  5. ¿Cómo dar el primer paso?
  6. ¿Cómo decírselo a la gente de mi entorno?
  7. ¿Tendré que dejar algo que crea importante?
  8. ¿Me estaré engañando?
  9. ¿Será realmente lo mío?
  10. ¿Por qué no puedo dejar de darle vueltas a esto?
A lo que creo que se suman las dos siguientes:
  1. ¿Con quién puedo hablar de esto con sinceridad y a corazón abierto?
  2. ¿De qué herramientas dispongo ahora mismo que puedan ayudarme?
Si es tu situación, no puedo hacer otra cosa que felicitarte. Estás inquieto. Has sido tocado. Te han agraciado con un don. Lo cual es maravilloso, porque estás vivo y despierto. Si alguna de estas preguntas se ha clavado en tu corazón y reclama de ti una respuesta, sé valiente. No te dejes llevar por el momento, creyendo que puedes pasar de ella sin más. Es, muy probablemente, la llamada hacia tu felicidad, la llamada del Señor que te ama, y será también un instrumento para que otros también vivan lo que tú ahora mismo sientes.

Dos verdades irrenunciables


Escrito a propósito de uno de los pocos tweets de ayer, en el que decía -porque estaba estudiando de nuevo y con ingenuidad renovada el Discurso del Método de Descartes- que la única certeza que tengo en este mundo es que no hay ninguna certeza. Y he decidido cambiarlo por dos verdades irrenunciables, después de terminar una vez más alguna de sus meditaciones:

  1. Estoy vivo es querer vivir. Porque leo y escribo, porque sueño y creo que me despierto, porque enseño y aprendo, porque viajo y me gusta estar en mi cuarto sentado tranquilamente, porque hay personas alrededor que me importan y a quienes importo, porque trabajo y me canso, porque respiro y me quedo sin aliento, porque sufro, lloro y río, porque hablo y escucho…. Razones podría decir muchas por las que vivo. Y esto es irrenunciable. Y estar vivo es más que estar arrojado al mundo y dar pasos sin sentido. Estar vivo ahora que escribo sentado en mi cuarto después de las clases del día y con ánimo para preparar el mañana antes de que la tarde venga. Estar vivo no es sólo sucederse acontecimientos, sino acogerlos, pensarlos, masticarlos, tragarlos y agradecerlos al mundo, a las personas y a Dios, presente en ellos. Estar vivo es querer vivir, y no quiere vivir quien ha comenzado a dejar de estar vivo, quien ha abandonado las razones y sentimientos, las honduras y las entrañas del mundo, volviéndose desagradecido, posesivo e intolerante, quien ha perdido una dignidad que nunca ganó, que ha dejado de ser persona para elegir el mundo de las máquinas e integrarse en él, o en el de las cosas y devuarse o venderse, o en el de los esclavos y ha emanciado y cedido su voluntad, sus sueños y deseos. Si hay algo a lo que hoy no estoy dispuesto a renunciar es a que vivo, y que hay razones para la esperanza y para querer seguir viviendo.
  2. No quiero vivir de cualquier manera, porque la vida me interesa. Y no sólo la mía, sino en la medida de lo posible la de los otros, especialmente cercanos. Esta es mi segunda certeza, no vale cualquier cosa, ni estoy dispuesto a lo que sea, ni me conformo con lo que venga. Camino, construyo, doy sentido, aporto a la realidad aquello que en ella parece que está ausente. Generar vida por tanto, dar lo recibido gratis a un módico precio sin hacer negocio con ello de la única forma que sé: dando al máximo gratis lo que gratis he recibido. Y es que reconozco que no siempre sucede eso de dar gratis sin más, porque parece que el mundo es un agradable intercambio no pocas veces con algo que yo no he conquistado, y que busco hacer negocio y administrar de otro modo la gratuidad. No quiero vivir de cualquier manera significa no doblegar la existencia a la nada, ni al vacío ni al sinsentido. Sentir repugnancia por el sufrimiento, por la mentira y el engaño, por la doblez de corazón, por la pasividad y la indiferencia. No desear caer nunca en sus garras. Y escapar de ellas lo más rápido posible, con luchas nada fáciles ni sencillas, sin dar por descontado que se ganará la batalla. Vivir en definitiva, vocacionalmente y la máximo, creyendo que he encontrado el lugar en el mundo; ése espacio de terreno y tiempo en el que tengo que estar, un modo de estar, de existir y de ser. No querer vivir de cualquier forma es una llamada a la tranquilidad en medio de la inseguridad, porque si sigo avanzando y se dan cambios en mí es porque quiero crecer y no me quedo parado. Y las contradicciones que se generan y se descubren no pocas veces son luz, con sus tensiones, para que me dé cuenta de esto. No quiero un trabajo por dinero, sino ser feliz. No quiero tener amigos para no sentirse solo, sino para ser feliz. No quiero a Dios porque lo explica todo de maravilla, sino porque Él me hace feliz. No quiero amor para ser amado, sino porque amar, el ejercicio, me hace feliz. No quiero la verdad por la coherencia, la integridad y el esfuerzo de ser mejores que otros, sino porque fuera de la verdad no hay libertad. Y no quiero libertad para ir y venir y hacer lo que quiera, sino porque sin libertad no puedo ni siquiera considerarme persona.
La cuestión que plantea Descartes desde la razón, cuando se lleva al corazón da vértigo. Sentida y vivida, esa duda aplicada a todo de manera incondicional y brutal desprotege hasta situar ante el abismo en el que la persona no puede salvarse a sí misma. Frente a todo eso, la garantía y la confianza interna, y también la sabiduria y la humildad que reconoce que estoy en el mundo no porque yo haya querido y yo lo haya decidido, sino porque Dios me llamó, me trajo, y es Él quien da a todo sentido. Y ese todo que tengo que descubrir incluye también mi vida, mi historia, mi camino, mi esperanza, mi tiempo y mis fuerzas; y de entre todo, de lo que más me importa es que sea a través del amor, de la felicidad y de la cercanía.

Cabeza y corazón


No es nada fácil coordinar ambos. Se ofrecen frecuentemente disputas entre ellos, como si fueran dos realidades independientes, y no pocas veces no comprenden el daño que hacen y la confusión que crean en la persona. Es como si fuese cada uno a su bola, dialogasen lenguajes distintos aunque estén creados para entenderse, y jueguen continuamente a manipular, engañar y falsear al otro. Que la cabeza suplante al corazón está a la orden del día, ahogando sus pasiones, sus deseos y quereres; y a la inversa, con mucha mayor frecuencia aún, tomando decisiones sin contar con dos minutos de pausa, provocando malestar y nebulosas, y manipulando con miedos, sueños y pretensiones ante los cuales la razón no puede más que plegarse, justificar, acallar o recibir impactos y descargas eléctricas que le dicen que algo no va bien. Cuando la razón manda, el corazón se endurece, como un niño enfadado que se cruza de brazos y decide no hacer nada, para que duela aún más. Y cuando son los sentimientos los que atrincheran al corazón, es la razón la que se engríe creyendo que tiene todo claro y controlado, igual que un falso empresario venido a menos tiene que seguir vistiendo de trajes caros para aparentar seguridad y no perder la confianza de sus clientes.

Los engaños del corazón son intensos, profundos y dolorosos. Las mentiras de la razón son frecuentes, se escudan y respaldan en opiniones de otros, y traen consigo incapacidad para la verdad. Todos, en una medida u otra, hemos vivido más de una vez esta tensión interna hasta el punto de querer dar un golpe en la mesa y decir gritando: «¡Aquí mando yo!» Y sin embargo, no lo hacemos porque tienen algo de incontrolable, mucho de caprichosos, y porque nos dejaría en una posición de inseguridad incierta que no estamos siempre dispuestos a vivir. Y también porque cuando me sueño diciendo «¡Aquí mando yo!», ese «yo» al que me refiero no sé muy bien quién es realmente, pero sé que no puede prescindir para seguir estando vivo ni de la razón ni de los sentimientos. Con lo cual, todo se alarga.

Lo que los antiguos llamaban «dominio de sí» (y digo antiguos porque parece que es lenguaje de otros siglos, aunque tiene una vigencia absoluta, modernizada en expresiones que hoy utilizamos pero no se parecen en nada) se referían precisamente a esto. No es sólo «controlar el cuerpo», sino saber manejar los sentimientos y las emociones, criticar las propias ideas y no dejarse engañar fácilmente ni siquiera por mí mismo, y poder actuar y querer en el mundo con libertad y sin chantajes. Con la libertad que no nace de las trampas de otros, por supuesto, pero tampoco con las trampas de mí mismo. Y los antiguos sabían que, en parte, el «dominio de sí» es educable. Otra parte la dejaban a la gracia, al contexto, al don de Dios, y a las relaciones que establecemos en nuestro mundo. Pero en cualquier caso, sigue siendo fundamental ejercitarlo.

Tres pistas, a bote pronto, sobre la marcha, se me ocurren:

  1. Atender a uno mismo más que escuchar a otros, y lo que otros tengan que decir. Un ejercicio duro, que pasa por una cierta humildad y satisfacción propia. Pero que se convierte a la larga en la puerta de la libertad, no de la soledad ni de la cerrazón propia. Libertad en tanto que sé que, en el fondo y en la forma, hasta que yo no esté convencido realmente de algo, no será de corazón, ni podré entregarme a ello por entero, ni sabré disfrutarlo, y no pocas veces encontraré fastidio.
  2. De la mortificación a la vivificación. Porque los antiguos también es verdad que se castigaban mucho, y que se aprendían a controlar a base de sufrimientos. Lo cual sigue pasando hoy, que damos pasos más grandes cuando algo nos cuesta, se hace difícil y escabroso, y cuando no nos agrada del todo. El sufrimiento es necesario y hay que meterlo en programa o planificar que venga a visitarnos (con sus muchos rostros) de múltiples formas. Pero hoy también convendría apostar por la vivificación, que es aquello que da vida coordinada a todo nuestro ser. Y por tanto, hacer el ejercicio de seleccionar con criterio dónde recibimos vida por entero y no sólo alentamos partes por separado de nuestro ser. Esto es, no elegir simplemente el desahogo afectivo, ni elegir sencillamente clarificar ideas. Porque por separado todo va bien, lo que se trata es de coordinarnos interiormente, que es más difícil, pero posible.
  3. Saber y ejercitarse en el principio básico de la desolación: «No hacer mudanza.» O lo que es lo mismo, no tomar decisiones a la ligera para intentar salir del escollo. Y ser como un buen padre, que aunque dos hermanos están discutiendo no pone paz dándole la razón a uno y mandando callar a otro; sino que elige ponerlos en diálogo, enfrentarlos, esperar que lleguen a un acuerdo. Y hasta que eso no suceda, soporta con paciencia, y con cierto dolor la situación.
Todo esto tiene mucho que ver con la vocación. Porque es algo habitual que si hay tensiones cuando alguien se está planteando su propio camino surjan dudas, aunque acompañadas también de una gran alegría. Hay miedos, pero las tensiones no son de esta índole, ni de esta fuerza. Hay preocupaciones y preguntas, pero todo se calma cuando se elije un camino haciendo que se coordinen tanto la cabeza como el corazón.

¿Olvidaste el cargador?


Paseo por Roma. Vamos caminando tres escolapios, de tres nacionalidades diferentes. Llegamos al centro en autobús. Nos despertamos al ver tanta maravilla, y aparecen las cámaras de fotos. Cada uno a su manera, con sus intereses. Tres, cuatro… hasta veinte fotos. Y uno del grupo, con cara de preocupado, no deja de mirar su cámara de fotos sin comprender por qué no se enciende. Todos vamos en su ayuda. Yo apunté que sería mejor dejarlo para cuando estuviéramos en casa, porque allí no podíamos hacer nada, y cargar la cámara para saber si es problema de batería. El escolapio dueño de la cámara me dice que la cargó en Madrid, que estaba bien, que algo tenía que haberle pasado. Seguimos caminando.

Al llegar a casa descubrimos que no había traído el cargador. Estaba en Madrid. Toca preguntar a otros si alguien tiene un cargador similar y puede dejárnoslo. Efectivamente. Había otra persona. Nos lo deja y comprobamos que, ciertamente, era problema de batería. ¡No estaba cargada!

Lecciones para viandantes:

  1. Si algo «te pone las pilas»no te lo olvides. Nunca sabes cuánto vas a necesitar, ni cuándo puedes llegar a desgastarte. Puede ser que donde menos te lo esperes, se reclame algo de ti que deberías estar dispuesto a dar sin remilgos.
  2. Ante la dificultad, no lo des por perdido todo, y tampoco te agobies por no encontrar solución ya mismo. Probablemente muchas cosas necesiten tiempo y otras circunstancias diferentes. Por cierto, por mucho que te quedes mirando el problema, éste no cambiará, y la Providencia no está relacionada con la magia sino con la acción de las personas y el movimiento del Espíritu en el mundo.
  3. En la medida de lo posible, aprende a no separarte de aquello que te da vida. Es una torpeza enorme por tu parte. Si crees que es portátil, no lo dejes en casa. Y si no es portátil, no te separes. Te quedarás tirado en el camino como un coche sin gasolina. Creo que todo el mundo lo entiende.  Crecer en discernimiento también supone conocer las propias posibilidades y debilidades, no sólo dónde quiero llegar y qué bonito es.
  4. Gana en autonomía, porque las pilas no pueden generar dependencia ni dejarte inmóvil. En cualquier caso aférrate a tus posibilidades. Si lo que te da fuerza te condena a estar quieto, a depender excesivamente de él, a no dejarte salir… sin duda alguna no será bueno para ti. No será de Dios aquello que no te hace libre y no te enseña a «caminar» por ti mismo.
  5. Si no hay más remedio y te has quedado sin pilas, pregunta a otros. Hay muchos más sabios y acompañantes en nuestro mundo de lo que te imaginas. «Olvidarte» algo o «sentirte sin fuerzas» puede ser el inicio de una excelente historia. Recibe lo que tengan que ofrecer. Todo diálogo es hermoso, pero cuando hay necesidad profunda de él, se convierte en el tesoro más preciado. Es un buen momento para hacer comunidad interior.
  6. Si alguien necesita, entrega.

¿Ser materialista en estos tiempos?


Casi imposible no ser materialista en estos tiempos. Muchos jóvenes y mayores están atrapados en sus redes. Porque las cosas secuestran la libertad y la conciencia de quienes no son capaces de dominar su vida y tener un rumbo claro, con fuerza suficiente como para despegarse de lo que le rodea y superar las primeras apariencias.

Cuando conversamos con gente cotidiana el dinero es su objetivo, pensando que con él, el resto de cosas serán posibles. Ayer mismo un camarero me decía que el valía mucho más que para servir en un bar, y no entendía por qué cobraba tan poco. Su vida se mide por lo que cobra, entiendo que para poder gastar más.

Creo que siempre ha sido más o menos así. Que cada generación tenía «sus cosas que superar» para vivir realmente en su dimensión personal y espiritual. «Superar» no es eliminar, sino evitar que se convierta en lo primero. La cuestión preocupante, a mi entender, es que nuestra generación del norte se «asiente» sobre cosas para demostrar su desarrollo. En definitiva, que el norte siga engañando su insatisfacción y vacíos a golpe de «más» cosas en lugar de abrazar el «más del amor» que es lo único capaz de desvelar al ser humano y la sociedad su propia hondura.

En resumen, las «cosas» no son nada malo, no es condenable tener. Lo triste, por la propia persona, es tener sin saber ni por qué ni para qué se tiene; tener desprovisto de sincera humanidad, siendo responsables con nuestros bienes de aquellos que no tienen en nuestro mundo.

¿Cambian la sociedad muy rápido?


Estoy pasando unos días con mis padres en un minúsculo pueblecito de León donde nació mi madre, a unos seis kilómetros del aun más pequeño pueblo donde nació y se crió mi padre.

Hablando ayer con ellos nada más llegar, les comenté que la hija pequeña de unos muy-amigos está en Canadá y que la mayor ha estado tres días en Europa en una conferencia. Mi madre me dijo, primero, que aprovechasen para disfrutar y formarse bien. Y después nos pusimos a hablar de lo que ellos hacían en vacaciones: venir al pueblo y trabajar el campo para ayudar a los padres; porque durante el año estaban estudiando fuera. A decir verdad, sólo mi madre, porque mi padre no fue a la universidad; era el mayor de una sencilla familia de campo.

¿Cambian las cosas? A la fuerza esto ha creado una sociedad diferente a la suya, aunque todo sea gracias a su esfuerzo y disciplina.

Gracias a toda esa gente que, como mis padres, puso los fundamentos de una sociedad moderna a base de mucho sacrificio y ahorro buscando lo mejor para sus hijos.

Espero que se lo agradezcamos y aprendamos de ellos a salir de la crisis que nos domina.

¿Por qué reducimos…


… la vida, a los días; los días, a horas; las horas, a minutos; los minutos, a segundos? ¿Por qué reducimos el mundo, a mi mundo, y mi mundo a mis intereses? ¿Por qué reducimos la humanidad, a lo que es para mí ser «ser humano», y lo que es «ser ser humano» a vivir bien, a desarrollo, a comododidad, a bienestar, a confianza en sí mismo? ¿Por qué reducimos la plenitud a satisfacción, la satisfacción a sentirse bien, al éxito, al aplauso? ¿Por qué reducimos?

Salía en una conversación que mantengo en otro foro.

Mi respuesta es sencilla:

Porque llamados a algo más grande, a vivir con Dios, a vivir la VIDA de Dios tendemos a hacer y construir las cosas y el mundo a nuestra medida. Creo que la respuesta es sencilla, una buena noticia para quien sepa y quiera ver, para quien quite el velo de su cabeza, para quien supere mediocridades, para quien sueña y para quien está despierto, para quien sufre y para quien corre. Una buena noticia para todos. Pero con semilla de Reino, con su exigencia y su valor. En nuestra vida está escrita la Palabra, en la historia, la salvación, que es la grandeza de Dios, el don sin límites y la vida que no termina. Es Dios que se da a sí mismo y se comparte. Por eso no le vemos, porque vemos personas o cosas, y su grandeza lo inunda todo y lo supera a su vez todo. Nuestro rostro, lo más íntimo de nosotros, la humanidad con mayúsculas es la del Hijo, y el Hijo es Dios. Y Dios es inconmensurable. Las palabras nos faltan, le hacemos entonces pequeño. Pero la huella, su huella está y permanece. Vivifica y eleva. Ansía y provoca. Vamos más allá. Sabemos que estamos entre «cosas pequeñas» y que el presente pasará. Pero continuamos la carrera, la búsqueda, la meta y el horizonte. Construimos proyectos, soñamos lo irrealizable. Y nos parece bueno, mejor que cualquier cosa. Anclados a lo posible por la realidad, algo se escapa a ella, y ese algo lo reconocemos como lo mejor, lo más grande, lo más poderoso, la felicidad, la verdad, lo más bello. Tenemos rostro de Hijo, rostro herido por el egoísmo y la inconstancia, que convierte todo a nuestra medida. Lo primero que vemos es la herida, nuestra cicatriz, y saltar por encima de ella omitiendo sus males y la posibilidad de volver a herirla nos hace plantearnos que mejor mantener los límites, seguir cerrado. Y reducimos. Entonces, reducimos.

¿Quién nos dejará ver las cosas tal y como son, sin nuestras palabras, prejuicios y criterios? ¿Quién nos asomará al misterio y quién se asomará al misterio y dirá su nombre? Dos mundos existen: el mío y el mundo. Dos actitudes: apertura o cerrazón. Dos conformidades: pasiva o activa.

Y así, tantas veces cuanto sea necesario. Y en cada reducción, un grito y una disconformidad. Esto es algo, pero nunca todo. Y «todo» es todo, y Todo me espera, me llama.

¿Una casa y un hogar?


Sueño con un hogar, como todos. Hoy es difícil tener casa, pero un hogar es diferente. Cuando hablo con jóvenes sobre lo que es «su casa» todos sueñan con un hogar. Andan pendientes de lo que cuesta, de lo que necesitan, de las cosas que hay que tener para poder llenarlo. Pero realmente quieren y buscan un hogar.

Descubrir qué se requiere para formar un hogar es otra cuestión, requiere más paciencia e intensidad, requiere estar más atento al corazón que a las cosas, más pendiente de cuidar los momentos que del reloj que marca las horas, de las personas que de los propios caprichos. Por eso es más complicado aún. No depende además de algo así como una hipoteca que se va pagando poco a poco, y al final se consigue. No depende de los propios méritos, sino que es acción del amor, del diálogo de amor que hay entre los miembros de ese hogar. No se forma con lazos de sangre, sino a través de la intimidad, del conocimiento de unos y otros, de la presencia de unos en la vida de los demás como personas significativas, que aportan confianza, amor, esperanza y fe.

Un hogar es lo que mostró el maestro a los discípulos en lo alto del monte. Es cuando uno siente que ese es el verdadero lugar que se puede formar, que más allá de eso no hay más. Quisiera estar por siempre en el hogar.

Pero encontrar un hogar supone ser capaces de descender. Hogar significa fuego, y por lo tanto enciende el corazón, ilumina. Y la luz no puede ocultarse debajo del celemín, ni se ha hecho para que se guarde en un cofre. La luz está para ser mostrada, para ser abierta, para ser dada a los demás y compartida. La casa es posesión propia, la casa sin embargo se comparte también con otros.

En una casa los miembros son de sangre, en el hogar sin embargo hablamos de más cosas.

Un saludo.

¿Por qué dices eso, en qué te basas?


De vez en cuando, casi de forma periódica, como si se tratase de algo que hay que decir para avisar de algo… De vez en cuando me encuentro con alguien que me dice (sin que quiera decir nombres yo, esta vez al menos) que hay una persona, siempre es otra distinta,  que no quiere estar conmigo, que le parezco muy serio, que mejor con la compañía de otras personas…

Esto de forma sistemática. Palabra, no he hecho nada en contra de esta persona. Más bien lo contrario. Pero quedará en mi corazón. Algún día le diré, a la cara, que yo la he defendido frente a otras personas que, a sus espaldas, hablaban mal de ella, aunque a ellas las quiera más que a mí, no me importa; algún día le haré ver que, lo que por fuera parece bonito o feo, puede ser precisamente lo contrario y que sólo se descubrirá profundizando, lejos por tanto de primeras impresiones y de confiar sólo en lo que otros dicen. Pero esto será algún día. Hasta ese momento seré igualmente serio y recto y no permitiré que se hable mal de esta persona. De verdad. Ni lo quiero, ni me parece justo, ni llevará a nada. Aunque siga comprobando cómo «quiere» y «aprecia» más a quienes hablan mal de ella.

Me alegro de ser serio. Creo que no molesto a nadie y que soy bastante recto y sincero. Siempre quedan cosas por pulir, claro está. Pero las personas que me conocen, al menos eso me queda, sé que no son superficiales. Esas me conocen, porque han pasado por encima de la apariencia de seriedad.

Curiosamente me ocurre con dos tipos de personas de las que habla el Evangelio: los pequeños, los niños, esos me conocen y pasan por encima de la seriedad y de la apariencia para calar mi corazón; y de los que son como niños, los débiles y los sencillos. Ni los niños ni los que son como ellos son superficiales. Se hacen superficiales a golpe de martillo social y de falsos dioses. Pero no son superficiales, saben bien quiénes les quieren de corazón. Y de corazón deseo ser como niño.

Un saludo.

¿Tentaciones de verdad?


Supongo que nadie duda de que existen las tentaciones, por muy pocos años de vida que se tengan. Una tentación es algo así como una piedra en el camino que estorba el paso hacia lo fundamental, como un desvío mal cogido, como una señal en el camino mal puesta.

Sí, quizá sea eso. Una mala señal en el camino, que en algunos casos llega a normalizarse, pero que sigue siendo igualmente errónea, nos hace equivocarnos y despistarnos de lo fundamental. Sí, quizá sea esto. Todo lo que nos despista de lo fundamental, lo que evita que entremos en lo profundo, que tomemos la vida con la seriedad y la alegría que se merece vivir bien. Sí, quizá sea eso. Quizá sea vivir bien, pero equivocadamente bien. Sí, quizá sea eso. La tentación es algo así como una mentira sobre la vida buena, una señal mal puesta en el camino, una falsedad aceptada como verdad y una maldad aceptada como bien. La tención, quizá sea eso, y quizá también venga en los momentos fundamentales e importantes de la vida.

Creo que no existen tentaciones para las cosas pequeñas. O mejor dicho, quizá todo eso pequeño y que consideramos insignificante sea más grande de lo que nos parece a primera vista, y por eso hemos caído ya en la tentación de no darle importancia. Quizá una discusión sin sentido en el seno de una familia, tomada a broma, suponga haber caído en la tentación. Quizá una mala respuesta y un tono fuera de sí, sea haber caído en la tentación de lo superficial. Quizá una acción de descanso y reposo, en lugar de seguir esforzándose por la propia vida y por la ajena sirviendo y gastando el tiempo en ayudar a otros…. quizá suponga que ya hemos caído en la tentación.

La tentación no se viste de feo, ni de espantoso, ni de malo malísimo como en las películas. Lo peor es que propone algo que, a simple vista, es algo genial. Por lo tanto, el peor amigo (quiero decir el mejor, pero no creo que sea buen amigo) de la tentación es la superficialidad de la mirada y la falta de formación del corazón para resistirla. En definitiva, la falta de discernimiento.

Quien sólo conoce tentaciones … de las claras, de las visibles… es que no se ha dado cuenta de que la vida del hombre y de la mujer hoy, de los jóvenes y de las familias, es un terreno minado para quienes quieren ir en dirección al amor, a la verdad, al bien y, por qué no decirlo, a la santidad como esa llamada que Dios hace a todo hombre para que sea feliz.

Quizá hoy nos debamos detener un poco y gastar tiempo en las tentaciones que nos acechan, pero sobre todo, quizá hoy sea un día especial para avanzar en la propia formación y en la mirada en profundidad.

¿Por qué me ayudas?


Llevo días pensando en esto. Os cuento. El martes por la tarde tenía que hacer algo. Sé que hay personas con quienes puedo hablar para comentarles lo que necesito o si pueden ayudarme, y otras con las que, por lo que sea, no tengo valor a comentarlo. Quizá sea el miedo a un posible rechazo, a que no puedan, o a que yo entienda que están poniendo excusas para no mojarse. La verdad es que comprendo, casi instintivamente, que hay personas que sí y otras que no. Pero no sólo me pasa a mí, sino también a los demás. Cuando he compartido esto, todos me han dicho algo por el estilo.

Pero bueno. Después de esta reflexión apunto que me sorprendió la presencia de alguien. Insisto en lo anterior: hay personas a las que con sólo mirar saben que estoy liado y que echan una mano en todo cuanto puedan (he de reconocer que incluso me da vergüenza pedir algunas veces); pero lo que me sorprendió fue ver que alguien, cercano y amigo, se sumaba al plan de trabajo (uffff) sin siquiera pedirlo.

Para mí, ese día, fue una gran lección.

¿Cumpleaños feliz?


Pues sí. Es mi cumpleaños, el día 4 de febrero de 1980 nací y hoy hace de aquello exactamente 28 años. Y ha sido feliz. He trabajado como cualquier otro día, y aunque no sea muy romántico, soy muy feliz con mi trabajo. En cada hora de clase me la juego. Hoy mis alumnos, creo, no habrán notado nada especial. Sigo siendo serio, sigo siendo exigente. En mi clase intento enseñar, lo cual no es siempre fácil. Sé que no sé, y hoy he vuelto a comprobarlo. Sigo creciendo por tanto, lo cual también es un signo de felicidad para mí, de esa felicidad que quiero y que todavía no he conseguido. También mis compañeros, aquellos que están más cerca, me han felicitado. No lo propago, ni lo cuento, por lo que muchos no sabían nada. No les pido, hoy, nada especial que no me gustaría recibir el resto de los días. No me gustan los días artificiales, y he procurado, en la medida de lo posible, no convertir la decena de mayoría de edad en algo así. Es feliz, pero no artificial. Con lo cotidiano me llega. Fuera de eso, no busco gran cosa.

Pero mi trabajo no es todo. Es parte de mi vocación, importante, pero no todo. También he rezado, como suelo hacer los lunes, con mi comunidad. En mi corazón hoy resonaban las palabras de cada salmo, pero hemos repetido hoy muchas veces aquello de «Porque es eterna su Misericordia». Y también la Eucaristía, donde me descubro a mí mismo poco a poco, donde se va manifestando el verdadero rostro que esconde cada hombre. Hoy en la celebración he traído a la memoria a mis amigos, pero también un alumno por el que creo que he de rezar. En clase le he llamado para hablar con él, y he charlado un rato. Ha sido relajado y distendido. Poco más. Pero ha sido mi signo. En el fondo, ha sido mi regalo para él: las palabras, y la Palabra de la Eucaristía.

También mi familia se hace presente de forma especial. En un día como el de hoy, con sencillez máxima, llaman. Poco hueco he tenido entre clases, reuniones y demás. Pero ha sido para ellos. Ellos lo han llenado. Entre mensajes, llamadas… los móviles no han parado. Ha sido bonito dejarme felicitar por ellos, que tantas veces viven desde la distancia qué ocurre cada día en mi vida.

Dos detalles del día de hoy: he dado una sorpresa a una persona y familia especial, por la que siento que Dios me cuida y me acoge (su regalo, nada costoso en cuanto al dinero pero sí por lo que supone de dejar salir y aprender a mirar, ha venido a colmar mi cotidianeidad y poner una palabra más, de esas que se dan por añadidura); y dedicar tiempo al acompañamiento personal, al cara a cara que Dios me ha enseñado en la oración, donde Él me llama y se encuentra conmigo (acompañando alumnos cara a cara, acompañando a personas cara a cara… hoy he dialogado con más de 10 personas de esta manera, que llenan mi tiempo y me ayudan a entregar lo que yo antes he recibido como don).

Esta es mi vida, esta es Su vida. Mi vocación un día más, confirmada por su presencia y cercanía. Doy gracias a Dios por la vida.