Dos verdades irrenunciables


Escrito a propósito de uno de los pocos tweets de ayer, en el que decía -porque estaba estudiando de nuevo y con ingenuidad renovada el Discurso del Método de Descartes- que la única certeza que tengo en este mundo es que no hay ninguna certeza. Y he decidido cambiarlo por dos verdades irrenunciables, después de terminar una vez más alguna de sus meditaciones:

  1. Estoy vivo es querer vivir. Porque leo y escribo, porque sueño y creo que me despierto, porque enseño y aprendo, porque viajo y me gusta estar en mi cuarto sentado tranquilamente, porque hay personas alrededor que me importan y a quienes importo, porque trabajo y me canso, porque respiro y me quedo sin aliento, porque sufro, lloro y río, porque hablo y escucho…. Razones podría decir muchas por las que vivo. Y esto es irrenunciable. Y estar vivo es más que estar arrojado al mundo y dar pasos sin sentido. Estar vivo ahora que escribo sentado en mi cuarto después de las clases del día y con ánimo para preparar el mañana antes de que la tarde venga. Estar vivo no es sólo sucederse acontecimientos, sino acogerlos, pensarlos, masticarlos, tragarlos y agradecerlos al mundo, a las personas y a Dios, presente en ellos. Estar vivo es querer vivir, y no quiere vivir quien ha comenzado a dejar de estar vivo, quien ha abandonado las razones y sentimientos, las honduras y las entrañas del mundo, volviéndose desagradecido, posesivo e intolerante, quien ha perdido una dignidad que nunca ganó, que ha dejado de ser persona para elegir el mundo de las máquinas e integrarse en él, o en el de las cosas y devuarse o venderse, o en el de los esclavos y ha emanciado y cedido su voluntad, sus sueños y deseos. Si hay algo a lo que hoy no estoy dispuesto a renunciar es a que vivo, y que hay razones para la esperanza y para querer seguir viviendo.
  2. No quiero vivir de cualquier manera, porque la vida me interesa. Y no sólo la mía, sino en la medida de lo posible la de los otros, especialmente cercanos. Esta es mi segunda certeza, no vale cualquier cosa, ni estoy dispuesto a lo que sea, ni me conformo con lo que venga. Camino, construyo, doy sentido, aporto a la realidad aquello que en ella parece que está ausente. Generar vida por tanto, dar lo recibido gratis a un módico precio sin hacer negocio con ello de la única forma que sé: dando al máximo gratis lo que gratis he recibido. Y es que reconozco que no siempre sucede eso de dar gratis sin más, porque parece que el mundo es un agradable intercambio no pocas veces con algo que yo no he conquistado, y que busco hacer negocio y administrar de otro modo la gratuidad. No quiero vivir de cualquier manera significa no doblegar la existencia a la nada, ni al vacío ni al sinsentido. Sentir repugnancia por el sufrimiento, por la mentira y el engaño, por la doblez de corazón, por la pasividad y la indiferencia. No desear caer nunca en sus garras. Y escapar de ellas lo más rápido posible, con luchas nada fáciles ni sencillas, sin dar por descontado que se ganará la batalla. Vivir en definitiva, vocacionalmente y la máximo, creyendo que he encontrado el lugar en el mundo; ése espacio de terreno y tiempo en el que tengo que estar, un modo de estar, de existir y de ser. No querer vivir de cualquier forma es una llamada a la tranquilidad en medio de la inseguridad, porque si sigo avanzando y se dan cambios en mí es porque quiero crecer y no me quedo parado. Y las contradicciones que se generan y se descubren no pocas veces son luz, con sus tensiones, para que me dé cuenta de esto. No quiero un trabajo por dinero, sino ser feliz. No quiero tener amigos para no sentirse solo, sino para ser feliz. No quiero a Dios porque lo explica todo de maravilla, sino porque Él me hace feliz. No quiero amor para ser amado, sino porque amar, el ejercicio, me hace feliz. No quiero la verdad por la coherencia, la integridad y el esfuerzo de ser mejores que otros, sino porque fuera de la verdad no hay libertad. Y no quiero libertad para ir y venir y hacer lo que quiera, sino porque sin libertad no puedo ni siquiera considerarme persona.
La cuestión que plantea Descartes desde la razón, cuando se lleva al corazón da vértigo. Sentida y vivida, esa duda aplicada a todo de manera incondicional y brutal desprotege hasta situar ante el abismo en el que la persona no puede salvarse a sí misma. Frente a todo eso, la garantía y la confianza interna, y también la sabiduria y la humildad que reconoce que estoy en el mundo no porque yo haya querido y yo lo haya decidido, sino porque Dios me llamó, me trajo, y es Él quien da a todo sentido. Y ese todo que tengo que descubrir incluye también mi vida, mi historia, mi camino, mi esperanza, mi tiempo y mis fuerzas; y de entre todo, de lo que más me importa es que sea a través del amor, de la felicidad y de la cercanía.