Recursos de lo más humano


Las empresas están en proceso de cambio. Toda empresa tiene recursos de muy diversa índole. Pero no por tener mayor cantidad de recursos su productividad y rentabilidad es directamente proporcional. Suele suceder en muchos casos que “disponer de mucho” acaba ahogando o provoca el conformismo con –casi- cualquier cosa. Una experiencia parecida podemos tener en internet cuando buscamos algo: disponemos de una cantidad enorme de recursos increíbles en cuestión de “clics” (videos, webs, foros, email de contacto, distintos puntos de vista, música, imágenes…) y siempre acudimos a las mismas fuentes; y no porque sean precisamente las más fiables, sino porque si partimos de que es inmenso y no  podemos abarcarlo todo, mejor quedarse con lo primero, lo segundo o lo tercero que frustrarse sin terminar nunca de elegir nada.

De esta manera, también el mundo empresarial ha elaborado sus procesos de estudio para aclararse. Lo primero que sorprende, en los cambios que se van produciendo y que vamos conociendo, es la creación de un departamento, casi de carácter obligatorio, de recursos humanos (RR.HH.) con un papel fundamental dentro de todo el proceso. Son los responsables de la selección de personal, de las innovaciones, de conocer la situación de los trabajadores, de dar cursos de formación, de gestionar conflictos. Empresas pequeñas, que a priori no tienen que plantearse grandes objetivos, al no tener posibilidad de crear estos departamentos, acuden a gestorías externas que les asesoren. Es decir, que se ha hecho un verdadero hueco dentro de todo el mundo laboral. De lo último que ha tenido eco mediático y se ha aplicado a “casi todo” ha sido el coaching (“entrenamiento personal”). Lo curioso puede ser darse cuenta de los objetivos que fomenta, por ejemplo: (1)  Desarrollar las habilidades de los empleados; (2) Identificar problemas de desempeño; (3) Corregir el desempeño pobre; (4) Diagnosticar y mejorar problemas de comportamiento; (5) Fomenta relaciones laborales; (6) Brinda asesoría; (7) Mejora el desempeño y la actitud. (Tomados de Wikipedia). Podemos tener muy claro que todo esto entra dentro del mundo laboral, pero no es algo que hace mucho tiempo se considerase necesario, tal y como ahora se entiende. Más bien al contrario, durante una gran parte de la historia del trabajo, dividir “vida-trabajo” ha sido un objetivo claro a potenciar, impidiendo que uno y otro se comunicasen adecuadamente.

Hoy sin embargo, no es así. Los recursos humanos son prácticamente considerados más importantes que cualquier otro factor para la productividad. Y en consecuencia se toman como directrices laborales aspectos como los siguientes:

  1. El sujeto. Debe ser un sujeto con vocación. No sólo le gusta y busca dinero, sino que siente que este es su lugar en el mundo y lo hace suyo. No hay por tanto fragmentación entre sus inquietudes personales y sus desempeños, sino más bien al contrario, están en relación. El trabajo se presenta entonces como una forma de desarrollarse a sí mismo.
  2. El espacio. El lugar de trabajo debe ser lo más acogedor posible, lo más personalizable, a gusto de la persona que estará en él. Hemos visto innumerables veces cómo en las películas aparecen grandes espacios con cubículos en forma de mini-despachos adosados unos a otros. Pero en cada uno, el toque personal. Los papeles, los recuerdos, las imágenes. Se trata de hacer del lugar algo mío, de sentirlo como propio, integrado.
  3. El tiempo. Ajustado, capaz de conciliar otras dimensiones de su vida como la familia, el ocio, su formación. Cuando existen conflictos entre estos ámbitos personales, está claro que se potencia lo más personal en detrimento del trabajo. Pero a la inversa se produce una relación de lo más original: cuanto mejor está el sujeto en sus aspectos más personales, rinde más y crea grupo con mayor facilidad. Y también, por ejemplo, las horas improductivas que una persona está en la empresa. ¿No es una motivación añadida que pueda terminar su trabajo y tener tiempo para otras cosas?
  4. Identificación con la empresa. Marca, sentido de pertenencia, familia. Que impone incluso limitaciones a la hora de ir a comprar, o que favorece que el trabajador sea al mismo tiempo un consumidor más del producto que él mismo elabora. Más que decir “yo soy parte de”, es tomarlo a la inversa “esto es parte de mi vida”.
  5. El grupo. Ya que somos seres en relación, y que pasamos mucho tiempo dentro del trabajo,  ¿cómo no llevarnos bien? Cuanta mayor capacidad de trabajo en común, de interacción, de corrección de unos a otros desde el “buen ambiente”, mejor para todos. Se organizan viajes, momentos gratuitos y hasta juegos. Es algo demasiado humano como para obviarlo. Capacidad de diálogo, de comunicación, de planteamientos; saber aprovechar el recurso que cada uno puede dar en la diversidad.
  6. Progresión. El trabajador debe tener un importante papel como creador de su propio puesto de trabajo. Todos necesitamos sentir el futuro como algo propio en lo que ejercemos nuestra libertad. Por lo tanto, todo lo que sea ofrecer cursos de formación para seguir “prosperando” y “mejorando” dentro de la empresa ayudará.
  7. Beneficio. Todo queda reducido al final, por mucho que se tinte, a un esfuerzo por el que tengo que recibir una recompensa. Y ésta debe ser ajustada y en consonancia con “quien soy y mis capacidades”, dentro de lo que “me dejan hacer”. Es un sacrificio en el que sé que me entrego.

Haciendo un paralelo vital y religioso, no podemos olvidar que la vida se maneja exactamente en las mismas claves. Lo que ha hecho la empresa no ha sido algo excepcional, sino la toma de conciencia y consideración por la humanidad de sus trabajadores (con los que debe seguir negociando derechos e intereses, con quien deberá estar en continua relación).

Podríamos decir que el camino que se ha abierto es el de la “humanización del trabajo”. Pero cabría al mismo tiempo pensar si no se está haciendo de ello un “medio” para un fin lucrativo, es decir, si se está tomando a la persona no como lo que es, como un verdadero fin, sino como un mero instrumento. Dicho sea de paso, cuando nos cuestionamos estas cosas, concluimos normalmente que el mundo es muy complejo, que debemos aprender a manejarnos en él, que –en definitiva- poco nos queda más allá de incrementar nuestra capacidad de resignación y “sueño” cuanto mayor es la conciencia de nuestra humanidad.

En cualquier caso, toda la reflexión anterior nos sirve para caer en la cuenta de la importancia que hoy cobra “lo verdaderamente humano”. Y ante esto, una pregunta: ¿Qué dice la fe cristiana? Recordamos cómo durante un tiempo había conflicto entre mundo personal y mundo laboral, algo que suprimimos cuando nos damos cuenta de que tal división es artificial y falaz. ¿Existe división entre ser humano y ser cristiano? ¿Puede un cristiano entenderse a sí mismo sin ser hombre? En la medida en que alguien profundiza en su humanidad de forma sincera y auténtica, ¿se acerca a Cristo? Benedicto XVI recordó, en la dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia, que Antoni Gaudí “hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a la vida eterna, entre la belleza de las cosas y Dios como Belleza.” No podemos tener, dicho de otra manera, diversas conciencias sobre nosotros mismos. No podemos entendernos ahora como estudiantes, ahora como trabajadores, ahora como amigos, ahora como jóvenes de fiesta, ahora como jugadores de fútbol, ahora como hinchas, y luego como personas. En la misma dirección el CVII, 22 afirma que “el misterio del hombre no se aclara de verdad, sino en el misterio del Verbo encarnado. Adán, el primer hombre, era, en efecto, figura del que había de venir, Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. No es nada extraño, por consiguiente, que las verdades que anteceden encuentren en Él su fuente y alcancen su coronación”.

  1. Mirar más allá de nosotros mismos. Es un primer momento de la verdadera humanidad. Dejar de pensar sólo en nosotros, darnos cuenta de las relaciones que establecemos. “Somos la suma de nuestras relaciones”, dice Levinás, judío superviviente de la Shoah. Algo ahoga al hombre que se mira a sí mismo, y sólo despierta en los momentos grandes de la vida cuando se cuestiona, cuando se hace preguntas serias y últimas. Es la oportunidad que le brinda su existencia como ser-en-el-mundo de aprender a mirar algo que es distinto de sí mismo. Somos buscadores de referencias que incorporamos. La oración y el diálogo son los momentos más personales que vivimos en los cuales también nos “abrimos” más allá de nosotros mismos para descubrir a Dios y al otro. Nuestro reflejo, lo que somos, está descrito en Dios y en el otro. De él recibimos la identidad.
  2. Es revelación en el encuentro. Un anuncio hecho al hombre para que lo acoja desde la fe. Una palabra que escucha y que le provoca. Anunciar y llamar son dos caras de la misma moneda: se anuncia algo para el seguimiento, para la obediencia. Igual que nuestros padres nos dicen, no por hablar, sino buscando una respuesta y una acción. Las palabras se encarnan o se desobedecen.
  3. Reconciliarnos con nosotros mismos. Sabemos que estamos dañados, que hemos sido heridos. Hemos tenido experiencia del mal, del engaño, de la fragilidad, del error y la ofuscación que provoca la mentira. No hace falta indagar mucho para ser conscientes de que no nos obedecemos ni a nosotros mismos en todo lo que entendemos que es “lo mejor”, así que, ¡como para obedecer siempre a los que me quieren “limitadamente”! Bíblicamente esto se expresa con la figura del primer Adán y el nuevo Adán, del hombre viejo y el hombre nuevo. Frente al primero, que sufre y se condena, el segundo aporta la reconciliación que sólo el amor puede vencer, el del perdón sin medida. Sabemos, y lo sabemos bien, que nuestra fuerza se acaba pronto en nosotros mismos, que la debilidad está al acecho y que algo “hay roto” por dentro. Sólo la experiencia de la reconciliación me hará salir de este “agujero”.
  4. Sólo el amor recibido. La figura de Cristo es la del “hombre que pasó haciendo el bien y curando a muchos” en el cuerpo y en el espíritu. Alguien que amó “hasta el extremo” porque era amado. Sin rebajar por ello el amor a la complacencia, al sentirse bien. Haciendo del amor una aventura de generosidad, de superación, de sacrificio, de incondicionalidad y de entrega de sí mismo. El amor es lo único que hace al hombre ser hombre y vivir en felicidad. Todo lo humano se relaciona con el amor: paz, autoestima, autoimagen, capacidad de superación, autenticidad, solidaridad, vocación, creación. Es un amor que provoca, que llama y atrae todo hacia sí, que contagia e irradia.
  5. Encarnación. No se puede quedar en ideas. No es un concepto. Si no son más que palabras, a nada nos conduce. La fuerza del cristianismo es la fe en un Hombre, Dios encarnado, que comparte “nuestra carne” y condición para dialogar con nosotros en verdadera humanidad. Muestra lo posible que consideramos imposible, la cercanía que tomamos como distancia insalvable incluso con nosotros mismos. Tiene rostro, es Jesucristo. Un rosto en el que nos podemos reconocer desde la fe, como hijos y hermanos. Lo que el hombre encuentra en Cristo es la sublimidad que es el mismo, se encuentra a sí mismo desde Lo Mejor

Dar a cada uno lo que le corresponde


¡Qué bonito! ¡Qué interesante! Pocas personas conozco que no estén de acuerdo (porque no han pensado demasiado) con este principio, tan antiguo casi como la humanidad. Platón ya lo recibió de otros anteriores, con eso digo todo. Y lo tenemos asociado a la justicia. Con lo que definimos, y así lo recoge incluso el diccionario, que es la justicia es «dar a cada uno lo que le corresponde».

¿Qué es eso de «lo que le corresponde»? Dice González-Carvajal que «dar a cada uno lo que le corresponde podría significar, por ejemplo: dar a cada uno lo mismo que vayamos a dar a los demás; o bien, dar a cada uno según su nacimiento; o bien, dar a cada uno según su inteligencia; o bien, dar a cada uno según sus esfuerzos y sacrificios; o bien, dar a cada uno según la contribución efectiva que haga a la sociedad; o bien, dar a cada uno según sus necesidades… y mil cosas más.» Y saliendo un poco del asunto, si consideramos la justicia de este modo, nos percatamos rápidamente del exceso de celo que hemos puesto en el establecimiento de un principio común ante la diversidad de realidades, de modo que se convertirá en lo menos práctico, en lo menos útil y en lo menos beneficioso para la humanidad. Puede que exista algún caso en el que de forma general se pueda aplicar, dentro de un ámbito, pero de continuar aplicándolo en todo y para todo, seremos poco menos que animales o bestias. Y tendremos la oportunidad de justificar la indecencia o mediocridad de nuestros actos por la respuesta del otro.

Pongo ejemplos, a propósito de un tweet que he podido leer esta mañana. Alguien decía que «hay que sembrar aquello que queramos recibir.» Y lo ha dicho, y otros lo han retwiteado, de modo que ha llegado hasta mí en un momento en el que pensaba exactamente lo contrario: que si espero para dar a otros aquello que quiero recibir yo, probablemente nunca encuentre aquello que estoy buscando; porque los demás no son seres que pueda utilizar ni en los que pueda mermar o tomar desconsideradamente su libertad. Es decir, que si quiero algo tengo que hacerlo, independientemente de lo que luego venga, a consecuencia de mis propios actos. Por ejemplo, respecto a hablar bien de la gente, a no criticar a los demás, a intentar ayudar en todo lo que pueda; esos ámbitos son mundos tan humanos, donde la libertad se expresa de tal manera y las heridas del ser humano proliferan tanto, que si espero recibir a cambio muchos bienes, y si hago depender mi acción y decisiones de los demás, realmente nunca haré nada bien. Porque… ¿quién no ha sufrido hablar bien de alguien y preocuparse por él, y recibir a cambio dolor, sufrimiento y críticas? ¡Está a la orden del día! Y rota la cadena por un sitio, puede seguir haciéndose añicos devolviendo a cada uno «lo que le corresponde» o elegir otro camino, y mantenerse fiel a aquello que habíamos descubierto que era realmente bueno.

Dando a cada uno «lo que le corresponde» se cometerían injusticias tan grandes a nivel mundial que la pobreza en África, Asia, América, Oceanía y Europa sería un asunto irrevocable humanamente. Porque para salir de la pobreza por la vía de los méritos nadie tiene fuerza suficiente. Lo mismo con cuantas personas se están quedando en España (y otros países) sin pisos. De hecho, bien pensado, este principio moral sería el mejor principio moral para no tocar nada y que continuase como está, favoreciendo a unos en detrimento de otros, castigando sin más miramientos a quienes no han tenido las mismas posibilidades que otros, y haciéndoselo «pagar caro» a los que precisamente «menos tienen». Y más aún cuando no tenemos en cuenta, y olvidamos con demasiada frecuencia, que el ser humano está herido en su interior, y que esa inclinación necesita ser curada, atendida y salvada. De esto, evidentemente, no oiremos hablar ni a economistas que creen que todo puede «irles mejor», ni a políticos que intentan ganar votos, ni a familias encandiladas y superprotectoras con los suyos… de vez en cuando a algún profesor, pero sólo de vez en cuando.

Si aplicásemos a otros círculos este principio «dar a cada uno lo que le corresponde» entraríamos en una familia en la que el juego peligroso sería dar a cada uno de sus hijos por igual, independientemente de su esfuerzo, de su rendimiento, de su sacrificio, de su trabajo, de su comportamiento, de su crecimiento, de su edad… y de tantas otras variables que hacen que en la casa no se quiera oír realmente de la justicia de esta manera. En la casa son más sensatos, algunas veces y no todas, y procuran a cada uno «lo que necesita».

Y llegamos finalmente a la conclusión, en la que «lo que necesita» y «lo que corresponde» ni son lo mismo, ni pueden compararse. Porque lo que necesitamos sí que es ámbito de justicia real, y toda la sociedad debería hacer un esfuerzo por esto, de reflexión por una parte (poniéndose en la situación del otro) y de generosidad por otra (dando más allá de lo que luego esperará recibir como beneficio).

¿Creatividad al descubierto?


Acabo de leer la lista de las 100 personas más creativas del año, aprovechando un tweet ofrecido por @jccubeiro que me ha llevado a este blog . Destacan aquellos que están relacionados con empresas y tecnología «punta», personas que ganan mucho dinero al día (ya no al año), y que tienen una lista de contactos que puede ser tan larga como su lista de intereses.

Sin menospreciar el valor y el desarrollo creativo de estas personas, me parece que muchas otras se dejan de lado injustamente. Esta lista no se puede presentar como la lista de las personas más creativas, ni de lejos. Es más, me parece una estadística publicitaria e  injusta, que olvida como tantas otras veces a la mayor parte del mundo y se reparte el pastel y la tarta entre el «norte autoritario y excluyente». Supongo que en cualquier rincón del mundo encontramos personas que desde la humildad y la sencillez, dan de sí lo mejor cada día sin contar con la enésima parte de los recursos que estos poderosos personajes. Entre ellos, el número 11 es el chef de la White House. ¿No tendrá más valor la creatividad de una mujer que en un rincón de África sin recursos es capaz de dar de comer todos los días a sus hijos, y alimentarlos también con su esfuerzo y sacrificio para que puedan ir a la escuela? ¿Nos olvidamos de los profesores que afrontan diariamente retos y conflictos, que buscan lo mejor para los alumnos, sin que les sirva para acomodarse una idea brillante? ¿Qué decimos de las familias, de los padres, de los matrimonios que también se las ingenian de múltiples maneras para consolidar su vocación, las relaciones en el hogar y aprender en cada momento a ayudar a crecer a sus hijos? Inmigrantes, mujeres maltratadas, niños y jóvenes abandonados y con carencias, personas con heridas históricas, con dependencias y esclavitudes… ¿dónde quedaron?

La creatividad no es patrimonio de unos pocos. Si tuviésemos que compararla, y pudiésemos hacerlo, nos quedaríamos muy sorprendidos. ¡Basta ya de apropiaciones indebidas!

¿Cambian la sociedad muy rápido?


Estoy pasando unos días con mis padres en un minúsculo pueblecito de León donde nació mi madre, a unos seis kilómetros del aun más pequeño pueblo donde nació y se crió mi padre.

Hablando ayer con ellos nada más llegar, les comenté que la hija pequeña de unos muy-amigos está en Canadá y que la mayor ha estado tres días en Europa en una conferencia. Mi madre me dijo, primero, que aprovechasen para disfrutar y formarse bien. Y después nos pusimos a hablar de lo que ellos hacían en vacaciones: venir al pueblo y trabajar el campo para ayudar a los padres; porque durante el año estaban estudiando fuera. A decir verdad, sólo mi madre, porque mi padre no fue a la universidad; era el mayor de una sencilla familia de campo.

¿Cambian las cosas? A la fuerza esto ha creado una sociedad diferente a la suya, aunque todo sea gracias a su esfuerzo y disciplina.

Gracias a toda esa gente que, como mis padres, puso los fundamentos de una sociedad moderna a base de mucho sacrificio y ahorro buscando lo mejor para sus hijos.

Espero que se lo agradezcamos y aprendamos de ellos a salir de la crisis que nos domina.

¿Tienes hambre?


Puede ser una tontería lo que voy a decir, o puede que sólo sea un minúsculo matiz, de esos que los humanos aprendemos a crear para ir «fraccionando» la realidad y comprenderla mejor. De toda la vida he distinguido entre «tener hambre» del resto de «ganas», como sean las de «comer», «beber», «satisfacerse»… La primera, por la fuerza de la palabra misma, para mí tiene un carácter extremo. La segunda, nace de la simple costumbre del horario, de los márgenes de vida que nos podemos permitir, de lo habituados que estemos a determinadas respuestas o conductas.

Tener «hambre» es brutal. Es desear y no saber si se podrá calmar. Tener «hambre» es algo que, a diario, no hemos experimentado probablemente nunca. Hemos caído del lado de los países en los que es cuestión de abrir neveras, de sacar unas monedas, de pedir a un amigo algo para tranquilizar el estómago. Tener «hambre» es de una dimensión tal que se pone en riesgo la vida, en la que sólo queda esperar que otros hagan algo por ella. Porque tener hambre es quedarse sin fuerzas, empobrecerse en todos los sentidos, perder el sentido de todo lo que rodea. Es cuestión de vida o muerte. No como las «ganas», por mucho que las tiñamos de frases tan agresivas como ésta.

No sé si es una cuestión de matices, no sé si he podido hablar con suficiente claridad y nitidez. El fondo es real, el reflejo que propongo, de nuestra vida y lenguaje están ahí. ¡No podemos equiparar nuestra situación ordinaria a la de quienes verdaderamente la padecen y sufren! De nuestras palabras comunes deberían desaparecer estas expresiones para dejarlas, en su cruda realidad, golpeando nuestra conciencia para mostrarnos lo que realmente es eso de «tener hambre».

¿Qué estarías dispuesto a arriesgar…


… por tu felicidad?

¿Dinero? ¿Internet? ¿Estudios? ¿Reflexión? ¿Oración? ¿Esfuerzo? ¿Tiempo? ¿Amigos? ¿Relaciones? ¿Ocio? ¿Tiempo libre? ¿Sueños? ¿Esperanzas? ¿Capacidades? ¿Criterios? ¿Juicio personal? ¿Propios pensamientos? ¿Ideas preconcebidas? ¿Ilusiones? ¿Entusiasmos? ¿Recuerdos? ¿Deseos? ¿Vida? ¿Sentimientos? ¿Emociones? ¿Suspiros? ¿Futuro? ¿Aspiraciones? ¿Tu lugar en el mundo? ¿Tu familia? ¿Tu gente? ¿Pasado? ¿Presente? ¿Voluntad?

Me parece que todos hacemos «intercambios» con la vida para alcanzar algo que nos promete, que buscamos, que deseamos. Para los cristianos es muy fácil hablar de Dios, porque nosotros lo descubrimos como hombre, y todo lo que es humano es hablar continuamente de Dios. Lo que no es tan fácil para algunos hombre es hablar de lo más humano que llevan dentro, de ese ser hombre o mujer que está por dentro reclamando su espacio.

La felicidad es también una forma de hablar de Dios. Y Él nos la dio para que no tuviésemos que entregar NADA A CAMBIO y perdernos poco a poco por conseguirla.

Atrévete a hacer esta experiencia. «Ven y verás.» Busca alguien que te acompañe, que te lo haga más fácil, que ya lo haya vivido, que no haya perdido por encontrar a Dios, que haya ganado la Vida, la Felicidad en su presencia y en su camino.

¿Para qué confesarme…


Esto es lo que hoy me ha planteado alguien, que no conozco muy bien, por Tuenti. Me ha dicho que no entiende eso de la confesión porque su problema es que no vive.

Mi respuesta ha sido sencilla. Situándome bien, creo que hoy por hoy, todos sentimos la necesidad de hablar con la gente que nos rodea. Punto primero. Y de toda esa multitud o pequeñez seleccionamos algunos a quienes abrir de verdad el corazón, contar lo que llevamos dentro, dar rienda suelta a nuestras cargas e ilusiones (que también son, no pocas veces, cargas pesadas). Luego hablar, de por sí, es de lo más humano que podemos encontrar.

Por otro lado, quizá donde muchos tengan problema no sea en el «hablar» sino en el «celebrar el sacramento», en su acción y su misterio. Es decir, en descubrir la presencia de Dios en él. Y este es otro tema. Para mí el más importante. El que cambia todo de raíz, el que convierte algo de «dos» en una verdadera acción de «Dos» o tres.

Seguimos hablando, y me dice que su problema no es con el hablar. Que para qué sirve hablar en lugar de actuar. Y aquí volvemos a lo mismo. El hablar de por sí es valioso. Pero la confesión no es un «hablar» sin más, sino actuar, una dinámica, vida en movimiento. La vida que Dios me ofrece, desde el Perdón, en respuesta a una situación sincera y auténtica en la que me encuentro: el reconocimiento de mi debilidad, de la fuerza del mal y del pecado en mí. Y que además me exige, me compromete a vivir de otro modo.

Dicho esto. Con una cierta claridad, el problema sigue estando en las palabras que decimos, en los conceptos que tenemos. En no pocas ocasiones se convierten en refugio para no darnos cuenta de toda la verdad que llevamos entre manos. ¿El hombre es sólo pecado? Evidentemente no. ¿El pecado es lo más importante para la vida de la Iglesia? Rotundamente no. ¿Entonces por qué hablamos tanto de pecado, de mal y de injusticia, de desigualdad y de debilidades, de error y de ofuscaciones? Pues que es, por desgracia, un tema que no hemos resuelto todavía del todo.

En Adviento, una mirada dócil y comprometida con la verdad: acercarse al Sacramento de la Reconciliación no es tarea que deban plantearse los malos malísimos (los de las películas de dibujos animados) sino todo aquel que quiera seguir en camino y encontrarse con Dios dejándole hacer a él. Es exigente, lo sé. Es parte del don.

¿Por qué no escribes?


Las noticias vuelan. Y las personas también, con ayuda de los aviones. Por eso he regresado de un país tan bonito como Guinea Ecuatorial, porque los aviones vuelan. Me preguntan estos días que por qué no escribo, si ya estoy de nuevo en España, algo interesante sobre alguna de las experiencias de este año.

Dos respuestas posibles a esa pregunta: (1) La diferencia entre escribir y publicar. Que no es cierto que no esté escribiendo, sino que no estoy publicando. A mí, como a tantos, escribir nos ayuda a procesar un poco lo que vamos viviendo. Por procesar entiendo algo así como volver a respirar lo vivido, o reinterpretarlo creativamente fijando detalles que se escaparon en su momento. (2) Pero puestos a pedir que escriba algo sobre este año, lo mejor que puedo decir es «tienes que vivirlo tú mismo». Porque aquí está la diferencia entre quien da un paso y quien se queda atrás, quien vive y quien lee. «Ánimo, no temas. Yo estaré contigo.» (Para quien sepa algo de Evangelio -«saber», no conocer- le resultará tan familiar esta frase que también comprenderá todo lo que he pasado y lo que me ha pasado durante el año.)

Un saludo a todos, y feliz reencuentro.

¿Eres increíble?


Increíble, genial, perfecto, total, super… Un crack, único, especial, tremendo… Extraordinario, fabuloso, espectacular, sublime, fuera de serie… Asombroso, sorprendente, maravilloso, fenomenal, portentoso… Descomunal, grandioso, pasmoso, estupendo,… y más cosas…

Lo siento. No te conozco. Y no quiero conocerte. Dios eligió ser «uno de tantos», «un hombre entre los hombres», «habitar y poner su tienda en medio de ellos»… El don, el regalo más hermoso que Dios nos puede hacer, no nos separa del resto. Para caminar entre los hombres, para vivir como hermanos… la autenticidad es el mejor regalo. Y Dios se lo ha dado a sí mismo desde siempre, y Dios quiso compartirlo con sus hijos por siempre.

¿Una casa y un hogar?


Sueño con un hogar, como todos. Hoy es difícil tener casa, pero un hogar es diferente. Cuando hablo con jóvenes sobre lo que es «su casa» todos sueñan con un hogar. Andan pendientes de lo que cuesta, de lo que necesitan, de las cosas que hay que tener para poder llenarlo. Pero realmente quieren y buscan un hogar.

Descubrir qué se requiere para formar un hogar es otra cuestión, requiere más paciencia e intensidad, requiere estar más atento al corazón que a las cosas, más pendiente de cuidar los momentos que del reloj que marca las horas, de las personas que de los propios caprichos. Por eso es más complicado aún. No depende además de algo así como una hipoteca que se va pagando poco a poco, y al final se consigue. No depende de los propios méritos, sino que es acción del amor, del diálogo de amor que hay entre los miembros de ese hogar. No se forma con lazos de sangre, sino a través de la intimidad, del conocimiento de unos y otros, de la presencia de unos en la vida de los demás como personas significativas, que aportan confianza, amor, esperanza y fe.

Un hogar es lo que mostró el maestro a los discípulos en lo alto del monte. Es cuando uno siente que ese es el verdadero lugar que se puede formar, que más allá de eso no hay más. Quisiera estar por siempre en el hogar.

Pero encontrar un hogar supone ser capaces de descender. Hogar significa fuego, y por lo tanto enciende el corazón, ilumina. Y la luz no puede ocultarse debajo del celemín, ni se ha hecho para que se guarde en un cofre. La luz está para ser mostrada, para ser abierta, para ser dada a los demás y compartida. La casa es posesión propia, la casa sin embargo se comparte también con otros.

En una casa los miembros son de sangre, en el hogar sin embargo hablamos de más cosas.

Un saludo.

¿Por qué me ayudas?


Llevo días pensando en esto. Os cuento. El martes por la tarde tenía que hacer algo. Sé que hay personas con quienes puedo hablar para comentarles lo que necesito o si pueden ayudarme, y otras con las que, por lo que sea, no tengo valor a comentarlo. Quizá sea el miedo a un posible rechazo, a que no puedan, o a que yo entienda que están poniendo excusas para no mojarse. La verdad es que comprendo, casi instintivamente, que hay personas que sí y otras que no. Pero no sólo me pasa a mí, sino también a los demás. Cuando he compartido esto, todos me han dicho algo por el estilo.

Pero bueno. Después de esta reflexión apunto que me sorprendió la presencia de alguien. Insisto en lo anterior: hay personas a las que con sólo mirar saben que estoy liado y que echan una mano en todo cuanto puedan (he de reconocer que incluso me da vergüenza pedir algunas veces); pero lo que me sorprendió fue ver que alguien, cercano y amigo, se sumaba al plan de trabajo (uffff) sin siquiera pedirlo.

Para mí, ese día, fue una gran lección.

¿Te ríes?


Imagina que alguien te dice esto: «¿Te ríes?» Se puede pensar de diferente modo: bien que has dicho algo que le ha molestado, o más bien todo lo contrario.

Dicen que hay tres cosas en la vida que indican, muy humanamente, que todo va normal: reír es una; las otras son dormir y comer. Curioso, ¿verdad?

Aprender a reír no es fácil. Cuando tenemos la sensación de que algo está mal hecho en nuestra vida, que no hemos sido del todo correctos o que incluso, en el mejor de los casos, nos descubrimos a nosotros mismos como personas que podrían haberlo hecho infinitamente mejor, en estos casos… ¿quién se ríe? Se reirán aquellos que han descubierto un motivo por el que alegrarse, los que conocen cómo les ama Dios y que su misericordia está por encima de todo, que el perdón no es una cosa más entre otras. Se reirán aquellos que encuentren que, de verdad, la persona que habla con ellos es alguien que les quiere por encima de todo. Y quizá, sólo eso, sea una oportunidad para alegrarse por haber conocido un gran amigo, una persona nueva, una humanidad diferente nacia de Dios y con una esperanza de plenitud en su seno. Cuando llegue este momento, sí nos reiremos, porque hemos tenido la prueba de que somos mucho más, incluso, que aquello que nos aprisiona y que nos duele.

Un saludo.

¿Vivir divididos, atrapados?


Hoy pienso sobre el «pecado». Ayer por la noche, como todas las noches, aunque ya era muy tarde, me acosté leyendo un libro. Procuro siempre detenerme en una lectura que sea interesante y que me dé la oportunidad de seguir pensando y orando mi vida. Y cogí el segundo libro de la Teología Sistemática de P. Tillich, que trata de «La existencia y Cristo». Gracias a su método de correlación (esto es una nota fácil, no es nada erudito) a mí se me abrió un mundo para el diálogo entre la fe y la cultura amplio, y se lo agradezco, por lo que siempre tengo presente su obra en muchas cosas del día a día.

En su libro habla de la alienación como si fuera: separación, negación de una parte esencial de su propia vida, de la falta de confianza, de la descreencia, del orgullo que me sitúa donde realmente no puedo estar, es decir, en el lugar de Dios. Para los cristianos de hoy el pecado se traduce en no cumplir ciertas normas, pero eso es estar fuera de la cuestión realmente importante. Lo fundamental no son las normas o leyes, sino la vida y lo cotidiano. Y es allí donde se puede descubrir en qué medida el pecado es fuerte y se opone a Dios y al hombre. Si fuese cuestión de meras normas y de respeto a lo que otros dicen… si esto fuera así… ¡qué sentido tendría seguir hablando de la vida! De lo que va el pecado precisamente es de la vida de muchas personas que encuentran una distancia enorme entre sí mismas y su vida, entre sus deseos y su vida, entre su voluntad y su vida.

Ayer tuvimos un pequeño diálogo en un grupo al que asisto todos los domingos por la tarde. No era sobre el pecado, pero faltó ponerle esta palabra. El resto trataba sobre él pero sin nombrarlo. Uno de nosotros sentía que se había quedado sin vida en el ajetreo de la existencia, entre estudios, trabajo y horario. Otro decía que no entendía, más o menos, por qué no podía hacer lo que realmente sabía que estaba bien. Otro compartió su experiencia de desorden en algunos aspectos… Y así sucesivamente. Si a todos nos dan oportunidad de hablar podríamos haber compartido cosas similares. ¿Quién no ha vivido en algún momento que no es él el dueño de su vida? ¿Quién no se ha dado cuenta de la injusticia que supone no poder hacer el bien? ¿Quién no ha sentido con horror y dolor la fuerza de la mentira? ¿Quién no se ha sobrecogido ante la duda de que Dios quiera lo mejor para nosotros? ¿Quién no se ha quedado con una imagen de Jesucristo como un hombre, histórico pero de hace mucho tiempo, que realmente no está cerca de mí hoy y aquí, en mi paso a paso, en mi día a día?

De esto sí va el pecado. Alienación, caída, descreencia, ruptura, división, mal… Dilo como quieras. Pero es tan real como la vida misma.

¿Y ahora que lo descubres… qué hacemos?

El pecado no es ni mucho menos lo que el cristiano tiene que descubrir. No es parte de la buena noticia. Lo que salva no es descubrir esto, lo que salva es la BUENA NOTICIA. Dios es perdón, misericorida, fuerza, amor entrañable, confianza, verdad…. Dios está, y el hombre nunca puede vivir solo.

¿Paradojas?


En clase dejé que mis alumnos se acercasen a ellas. A partir del título de una leyenda de Bécquer, sobre una doncella fantasmagónica que era capaz de hablar, ellos expresaron paradojas de nuestra existencia: soledad acompañada, tristeza alegre y alegre tristeza, acompañamiento solitario, luz oscura y oscuridad luminosa, pensamiento ilógico y confianza desconfiada, valentía cobarde y cobardía valiente… Muchas más surgieron. Se llaman «antítesis».

Me parece genial poder descubrir las propias. Lo que pensamos que no puede darse, que no puede pensarse dos cosas al mismo tiempo, no es cierto. Es totalmente verdad: ambos casos, ambas palabras, ambas realidades conviven y lo hacen dentro de mí, en mi existencia, con mis pasos y palabras, con mis actitudes.

Cuando mis alumnos se dieron cuenta se quedaron perplejos. Hasta entonces no lo habían pensado. ¿Cómo es posible esto? ¿Cómo puede darse esa triste posibilidad en la que no se hayan detenido a pensar en lo que llevan dentro y les hace vivir?

¿Soy leyenda?


Es el título de una película, cierto. Es también una historia fantástica, que nunca ha ocurrido, cierto igualmente. Es una creación ilógica, que no explica bien cómo surgió, y una vez más cierto. Pero también creo que ninguna cosa se le ocurre al ser humano al margen de la realidad, ninguna. Creo esto.

Voy a hacer una lectura metafórica. ¿No es cierto también que a veces nos sentimos solos? ¿Que entendemos que, en nuestras calles, todo ha cambiado y la situación se ha enloquecido? ¿Que vislumbramos una luz propia frente a otras oscuridades? ¿Que queremos pasear tranquilamente por un mundo justo para todos, mientras otros permanecen encerrados en sus vidas y en sus casas?

Leyenda. Soy leyenda. En esos momentos, ¿no es cierto que también es verdad que en esos momentos, igual que en la película, nos vienen continuamente recuerdos de otros instantes felices de nuestra vida?

No sabemos porqué se produce ese cambio en nosotros. En mis clases lo llamo, utilizando palabras de otros, ruptura de nivel. En la película son todos los que cambian, pero en la realidad el que «cambio» soy yo, el que varía en su forma de pensar y de vivir soy yo. Algo ha sucedido en mí que me permite «ver» con más claridad.

La lectura de hoy: A QUIENES HABITABAN SOMBRAS DE MUERTE, UNA LUZ LES BRILLÓ.

No elegimos el momento, viene solo. Es el Espíritu quien interiormente nos ilumina. Lo mejor de todo es que la esperanza surge cuando, en el rostro amigo, otro comparte lo mismo que yo llevaba callado. Otro que igualmente pasea por las mismas calles, abre su boca y dice algo que hasta entonces pensaba que era sólo mío.

A esto se le llama comunidad. Si hablásemos, si compartiésemos, si dejásemos salir el Espíritu que gime y clama en el corazón… no estaríamos solos. Él ha puesto en otros la luz que creo sólo mía en momentos de oscuridad.

¿Es una injusticia?


Pues sí, lo es. Cada muerte como esta, que sorprende, que no se espera, que carece de antesala en la que anunciar su venida, que entra de improvisto en la casa y todo lo trastoca, es una injusticia. Pero también lo es la muerte de quienes llevan tiempo preparándose y preparando a los suyos. La muerte es, sin duda alguna, la mayor injusticia que pesa sobre las personas.

Hoy he celebrado el funeral de una persona a quien no conocía, hasta ese momento, y he acompañado, en la medida de lo posible, el dolor de una familia con la que quizás me he cruzado por la calle, pero poco más. Y lo he hecho como hermano, con la mejor de mis intenciones, como quizá también Dios lo hace hoy, llamando a la vida nueva a esta hermana.

Este es el misterio. Muchos viven alejados de Dios, pero Dios no puede permitir que esa injusticia, que es la muerte, permanezca impune. La muerte no tiene siquiera la última palabra, y por eso seremos devueltos a la vida. Allí, en ese momento en el que Dios revele su especial fuerza y su compromiso radical con cada uno de los hombres y mujeres y niños que comparten nuestro mundo, allí donde brille su rostro de especial manera… conoceremos quiénes somos realmente, porque Él se dará a conocer ante nosotros, cara a cara, rostro a rostro. Ese encuentro nos hará libres, nos dará la vida.

Hoy, que vivo estoy y comparto esto como pregunta, me intento cuestionar sobre lo que muchas veces decimos: Dios lo quiso, aunque sea malo o lo veamos como tal; Es así, y será así por algo…

Hay conformismos que no van con Dios. ¡Despierta, vive, no te quedes muerto! Dios no quiere eso, y como no lo quiere nos entregó a su Hijo. Él nos ha contado y ha vivido el fundamento de la Vida. Aprende, ahora que puedes; entrégate, ahora que nadie puede robarte; sé libre, es tu decisión; ama, y haz lo que quieras.

¿Qué muestra al mundo la familia cristiana?


Una página para debate, que viene de la anterior.

 Es una pregunta en positivo, no negativa. Pensar qué debe ofrecer al mundo es similar a hablar de su vocación y de su misión fuera de sí misma.

Lo he escrito en presente porque creo sinceramente en el testimonio de muchas familias que cotidianamente lo son para mí: testigos del amor, del sacrificio de unos por otros y de la entrega en relaciones duraderas y fieles; testigos de la comprensión y de la aceptación mutua, por encima de las limitaciones que entorpecen otros caminos posibles; testigos de Cristo entre los hombres, como lugar de oración, de reflexión, de educación de los hijos y de crecimiento de todos.

Tengo una amiga que siempre me insiste en la gran dosis de generosidad y de gratuidad que requiere ser «madre y esposa» (el orden es irrelevante en este caso, es por dar prioridad a los pequeños, pero lo hago yo). Me comentó cómo cambia la vida al ritmo de los días y las horas, de los años. A medida que se dan pasos de confianza y servicio mutuo también se producen encuentros con la realidad, con el tiempo. Se buscan espacios para nuevas dimensiones y todo se tiene que reordenar. Para ella, creo y esto es cosecha propia, la generosidad es importante porque hay un papel primordial en las relaciones reservado al amor auténtico, nunca alcanzable plenamente pero sí deseable como lo mejor posible, como el camino a seguir.

Yo, también personalmente, aprendo mucho de las familias cristianas que tengo a mi alrededor, con quienes comparto no sólo ideas o momentos o trabajo, sino mis propios pasos y por ende mi propia vida. ¿Quiere decir esto que no aprenda de otras? En absoluto. Lo que quiero decir es que aprendo en estas y que lo aprendo pudiendo iluminar desde la fe y dejando que Dios sea quien muestre, lo cual para mí es más que un sello de seguridad, es un sello de amor hacia mí y hacia mi vocación.

¿Qué daña la paz del mundo?


Hoy es el día mundial por la paz. Creo que la pregunta más importante hoy no es la que yo me formulo. Eso sería el día mundial de la guerra, de la lucha. Pero hoy se nos pide pensar en la paz, en aquella que todos buscan y en aquella que el mundo necesita. Son dos «paces» diferentes: la primera es personal y la segunda es estructural, es mundial. La paz es más que la ausencia de guerras, de conflictos, de odios, de rencores o rencillas, de envidias… la paz es más. Quizá los que hemos descubierto esto nos planteamos otras cosas, incluso nos planteamos con más dolor la «guerra».

Creo que toda persona necesita paz, busca paz.

Espero que seamos capaces de encontrarla. Hoy, en este día, os invito a pensar en la paz que buscamos. No es una paz igual que la comodidad, no es la seguridad. Es una paz en los momentos de atrevimiento, es la paz de la libertad, de la igualdad, de la fraternidad. La paz, me parece a mí, es más la propia disposición que impide, frente a los miedos, que nos quedemos paralizados. Eso sí es paz. Paz es también estar viviendo momentos de sufrimiento con calma, con paciencia, con esperanza. Eso sí es paz. Paz también es el arriesgar continuamente por un mundo más justo. Es también es paz.

En el Evangelio hoy se proclama que son dichosos los que trabajan por ella, los que la buscan, los que se esfuerzan por conquistarla, quienes la reciben como don… aquellos que tienen paz son verdaderos sembradores de estrellas, iluminan, ofrecen un camino a seguir, permiten leer los signos de los tiempos en el tiempo que nos han concedido vivir.

Un saludo a todos.