De esta manera, también el mundo empresarial ha elaborado sus procesos de estudio para aclararse. Lo primero que sorprende, en los cambios que se van produciendo y que vamos conociendo, es la creación de un departamento, casi de carácter obligatorio, de recursos humanos (RR.HH.) con un papel fundamental dentro de todo el proceso. Son los responsables de la selección de personal, de las innovaciones, de conocer la situación de los trabajadores, de dar cursos de formación, de gestionar conflictos. Empresas pequeñas, que a priori no tienen que plantearse grandes objetivos, al no tener posibilidad de crear estos departamentos, acuden a gestorías externas que les asesoren. Es decir, que se ha hecho un verdadero hueco dentro de todo el mundo laboral. De lo último que ha tenido eco mediático y se ha aplicado a “casi todo” ha sido el coaching (“entrenamiento personal”). Lo curioso puede ser darse cuenta de los objetivos que fomenta, por ejemplo: (1) Desarrollar las habilidades de los empleados; (2) Identificar problemas de desempeño; (3) Corregir el desempeño pobre; (4) Diagnosticar y mejorar problemas de comportamiento; (5) Fomenta relaciones laborales; (6) Brinda asesoría; (7) Mejora el desempeño y la actitud. (Tomados de Wikipedia). Podemos tener muy claro que todo esto entra dentro del mundo laboral, pero no es algo que hace mucho tiempo se considerase necesario, tal y como ahora se entiende. Más bien al contrario, durante una gran parte de la historia del trabajo, dividir “vida-trabajo” ha sido un objetivo claro a potenciar, impidiendo que uno y otro se comunicasen adecuadamente.
Hoy sin embargo, no es así. Los recursos humanos son prácticamente considerados más importantes que cualquier otro factor para la productividad. Y en consecuencia se toman como directrices laborales aspectos como los siguientes:
- El sujeto. Debe ser un sujeto con vocación. No sólo le gusta y busca dinero, sino que siente que este es su lugar en el mundo y lo hace suyo. No hay por tanto fragmentación entre sus inquietudes personales y sus desempeños, sino más bien al contrario, están en relación. El trabajo se presenta entonces como una forma de desarrollarse a sí mismo.
- El espacio. El lugar de trabajo debe ser lo más acogedor posible, lo más personalizable, a gusto de la persona que estará en él. Hemos visto innumerables veces cómo en las películas aparecen grandes espacios con cubículos en forma de mini-despachos adosados unos a otros. Pero en cada uno, el toque personal. Los papeles, los recuerdos, las imágenes. Se trata de hacer del lugar algo mío, de sentirlo como propio, integrado.
- El tiempo. Ajustado, capaz de conciliar otras dimensiones de su vida como la familia, el ocio, su formación. Cuando existen conflictos entre estos ámbitos personales, está claro que se potencia lo más personal en detrimento del trabajo. Pero a la inversa se produce una relación de lo más original: cuanto mejor está el sujeto en sus aspectos más personales, rinde más y crea grupo con mayor facilidad. Y también, por ejemplo, las horas improductivas que una persona está en la empresa. ¿No es una motivación añadida que pueda terminar su trabajo y tener tiempo para otras cosas?
- Identificación con la empresa. Marca, sentido de pertenencia, familia. Que impone incluso limitaciones a la hora de ir a comprar, o que favorece que el trabajador sea al mismo tiempo un consumidor más del producto que él mismo elabora. Más que decir “yo soy parte de”, es tomarlo a la inversa “esto es parte de mi vida”.
- El grupo. Ya que somos seres en relación, y que pasamos mucho tiempo dentro del trabajo, ¿cómo no llevarnos bien? Cuanta mayor capacidad de trabajo en común, de interacción, de corrección de unos a otros desde el “buen ambiente”, mejor para todos. Se organizan viajes, momentos gratuitos y hasta juegos. Es algo demasiado humano como para obviarlo. Capacidad de diálogo, de comunicación, de planteamientos; saber aprovechar el recurso que cada uno puede dar en la diversidad.
- Progresión. El trabajador debe tener un importante papel como creador de su propio puesto de trabajo. Todos necesitamos sentir el futuro como algo propio en lo que ejercemos nuestra libertad. Por lo tanto, todo lo que sea ofrecer cursos de formación para seguir “prosperando” y “mejorando” dentro de la empresa ayudará.
- Beneficio. Todo queda reducido al final, por mucho que se tinte, a un esfuerzo por el que tengo que recibir una recompensa. Y ésta debe ser ajustada y en consonancia con “quien soy y mis capacidades”, dentro de lo que “me dejan hacer”. Es un sacrificio en el que sé que me entrego.
Haciendo un paralelo vital y religioso, no podemos olvidar que la vida se maneja exactamente en las mismas claves. Lo que ha hecho la empresa no ha sido algo excepcional, sino la toma de conciencia y consideración por la humanidad de sus trabajadores (con los que debe seguir negociando derechos e intereses, con quien deberá estar en continua relación).
Podríamos decir que el camino que se ha abierto es el de la “humanización del trabajo”. Pero cabría al mismo tiempo pensar si no se está haciendo de ello un “medio” para un fin lucrativo, es decir, si se está tomando a la persona no como lo que es, como un verdadero fin, sino como un mero instrumento. Dicho sea de paso, cuando nos cuestionamos estas cosas, concluimos normalmente que el mundo es muy complejo, que debemos aprender a manejarnos en él, que –en definitiva- poco nos queda más allá de incrementar nuestra capacidad de resignación y “sueño” cuanto mayor es la conciencia de nuestra humanidad.
En cualquier caso, toda la reflexión anterior nos sirve para caer en la cuenta de la importancia que hoy cobra “lo verdaderamente humano”. Y ante esto, una pregunta: ¿Qué dice la fe cristiana? Recordamos cómo durante un tiempo había conflicto entre mundo personal y mundo laboral, algo que suprimimos cuando nos damos cuenta de que tal división es artificial y falaz. ¿Existe división entre ser humano y ser cristiano? ¿Puede un cristiano entenderse a sí mismo sin ser hombre? En la medida en que alguien profundiza en su humanidad de forma sincera y auténtica, ¿se acerca a Cristo? Benedicto XVI recordó, en la dedicación de la iglesia de la Sagrada Familia, que Antoni Gaudí “hizo algo que es una de las tareas más importantes hoy: superar la escisión entre conciencia humana y conciencia cristiana, entre existencia en este mundo temporal y apertura a la vida eterna, entre la belleza de las cosas y Dios como Belleza.” No podemos tener, dicho de otra manera, diversas conciencias sobre nosotros mismos. No podemos entendernos ahora como estudiantes, ahora como trabajadores, ahora como amigos, ahora como jóvenes de fiesta, ahora como jugadores de fútbol, ahora como hinchas, y luego como personas. En la misma dirección el CVII, 22 afirma que “el misterio del hombre no se aclara de verdad, sino en el misterio del Verbo encarnado. Adán, el primer hombre, era, en efecto, figura del que había de venir, Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán, en la revelación misma del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación. No es nada extraño, por consiguiente, que las verdades que anteceden encuentren en Él su fuente y alcancen su coronación”.
- Mirar más allá de nosotros mismos. Es un primer momento de la verdadera humanidad. Dejar de pensar sólo en nosotros, darnos cuenta de las relaciones que establecemos. “Somos la suma de nuestras relaciones”, dice Levinás, judío superviviente de la Shoah. Algo ahoga al hombre que se mira a sí mismo, y sólo despierta en los momentos grandes de la vida cuando se cuestiona, cuando se hace preguntas serias y últimas. Es la oportunidad que le brinda su existencia como ser-en-el-mundo de aprender a mirar algo que es distinto de sí mismo. Somos buscadores de referencias que incorporamos. La oración y el diálogo son los momentos más personales que vivimos en los cuales también nos “abrimos” más allá de nosotros mismos para descubrir a Dios y al otro. Nuestro reflejo, lo que somos, está descrito en Dios y en el otro. De él recibimos la identidad.
- Es revelación en el encuentro. Un anuncio hecho al hombre para que lo acoja desde la fe. Una palabra que escucha y que le provoca. Anunciar y llamar son dos caras de la misma moneda: se anuncia algo para el seguimiento, para la obediencia. Igual que nuestros padres nos dicen, no por hablar, sino buscando una respuesta y una acción. Las palabras se encarnan o se desobedecen.
- Reconciliarnos con nosotros mismos. Sabemos que estamos dañados, que hemos sido heridos. Hemos tenido experiencia del mal, del engaño, de la fragilidad, del error y la ofuscación que provoca la mentira. No hace falta indagar mucho para ser conscientes de que no nos obedecemos ni a nosotros mismos en todo lo que entendemos que es “lo mejor”, así que, ¡como para obedecer siempre a los que me quieren “limitadamente”! Bíblicamente esto se expresa con la figura del primer Adán y el nuevo Adán, del hombre viejo y el hombre nuevo. Frente al primero, que sufre y se condena, el segundo aporta la reconciliación que sólo el amor puede vencer, el del perdón sin medida. Sabemos, y lo sabemos bien, que nuestra fuerza se acaba pronto en nosotros mismos, que la debilidad está al acecho y que algo “hay roto” por dentro. Sólo la experiencia de la reconciliación me hará salir de este “agujero”.
- Sólo el amor recibido. La figura de Cristo es la del “hombre que pasó haciendo el bien y curando a muchos” en el cuerpo y en el espíritu. Alguien que amó “hasta el extremo” porque era amado. Sin rebajar por ello el amor a la complacencia, al sentirse bien. Haciendo del amor una aventura de generosidad, de superación, de sacrificio, de incondicionalidad y de entrega de sí mismo. El amor es lo único que hace al hombre ser hombre y vivir en felicidad. Todo lo humano se relaciona con el amor: paz, autoestima, autoimagen, capacidad de superación, autenticidad, solidaridad, vocación, creación. Es un amor que provoca, que llama y atrae todo hacia sí, que contagia e irradia.
- Encarnación. No se puede quedar en ideas. No es un concepto. Si no son más que palabras, a nada nos conduce. La fuerza del cristianismo es la fe en un Hombre, Dios encarnado, que comparte “nuestra carne” y condición para dialogar con nosotros en verdadera humanidad. Muestra lo posible que consideramos imposible, la cercanía que tomamos como distancia insalvable incluso con nosotros mismos. Tiene rostro, es Jesucristo. Un rosto en el que nos podemos reconocer desde la fe, como hijos y hermanos. Lo que el hombre encuentra en Cristo es la sublimidad que es el mismo, se encuentra a sí mismo desde Lo Mejor