Si no se lanza, hubiera pasado hambre


¡Qué torpes que somos para leer el Evangelio! ¡Cuántas veces he leído el mismo texto y no me había dado cuenta! Me refiero al famoso encuentro entre Pedro y Jesús, cuando le dice aquello de «rema mar adentro» y Pedro le responde, con la sinceridad de siempre: «He trabajado toda la noche, no he pescado nada, pero en tu nombre lo haré.» Ahora nos parece estupendo, porque al final incluso le dice que será «pescador de hombres». Pero qué hubiera pasado si no se lanza: hambre y a mendigar, al menos ese día, si no muchos más. Echando la vista atrás, todo es más fácil. Pero nuestra tesitura, y según leemos hoy la Palabra, es mirando la mayor parte de las veces hacia adelante y preguntándonos qué deberíamos hacer, por dónde caminar, qué decisiones tomar, cómo seguir buscando, por qué apostar, o dónde vivir. Apasionante, sin duda. Pero no debemos olvidar que en la Palabra todo se nos regala en plenitud, ya acontecido. Y nuestra perspectiva es diferente, la de lo que está por hacer, por vivir, por arriesgar.

Pedro hubiera pasado hambre ese día. No tenía nada con lo que comer, había llegado a tierra vacío, y continuaría igual. Él, que se las daba de experto, supongo que no pocas veces se habría encontrado con la misma sensación y con circunstancias parecidas. Él, que sabía de sobra cómo hacer las cosas, y nadie mejor que él, para contar también la sorpresa que le produjo encontrarse con un Hombre de quien fiarse, en cuyo nombre echar las redes. ¿Seguro de sus posibilidades? ¿Confiando en Jesús? ¿Movido por la necesidad y el hambre? ¿Queriendo sorprenderse? ¿Buscando pasar un rato con Jesús en la barca y seguir preguntándole cosas? Sea como fuere, y nos da igual, ése hombre no tenía nada en las manos. Ni él, ni los suyos.

Y por lo tanto, lo que le quedaba era, en la era de los no-frigoríficos y de la escasez de almacenaje, mendigar. Circunstancia que, materialmente al menos, nosotros hemos resuelto para la mayoría de los casos, pero que vuelve a inundar las calles. Aunque en lo que no es material, seguimos enfrascados en las mismas carencias y en la misma lengua pedigüeña (como dice Cristóbal Fones, en uno de los cantos, al Cristo del Calvario). Mendigar lo que no tenemos y queremos para nosotros mismos, la sed inagotable en cosas, en momentos vividos, en personas consumidas a nuestro alrededor, en pasiones. Mendigar que es dar expresión a nuestra necesidad honda de justicia y valor, de reconocimiento de lo que realmente somos y de nuestra dignidad. Mendigar amor, medigar que me quieran, dar lo que sea por conseguirlo y sentarme con otros habiéndome creído que nada soy, nada tengo.

A Pedro ese día se le cambiaron las tornas. Todo se encaminaba al hambre, y se desnudó de prejuicios frente al maestro, y todo apuntaba a la mendicidad radical del ser humano, y supo acoger lo que le daban. ¿Qué le ofreció Cristo a cambio? Un camino nuevo, el de volver y trabajar acompañado, una vocación distinta, la de ser pescador de hombres. En definitiva, Pedro puso en manos del Señor su miseria y Él la transformó en alimento, del que satisfacerse él y con el que salvar a otros.

Quién me está hablando


Me sorprende, año tras año, una cuestión lingüística elemental: no hacemos ni caso de lo que nos dicen, y sin embargo comprendemos. Los entresijos de la comunicación son espectaculares. Por ejemplo, si alguien me dice que «va a coger el autobús», ni me planteo que es un absurdo que alguien pueda tener entre sus brazos un autobús real, o que me esté hablando de un juguete, porque ya no está en edad de ello. O, con otro ejemplo, la expresión «encender la televisión», o su muy parecida «abrir el ordenador», pueden provocar grandes catástrofes domésticas si no nos ajustásemos más allá de lo que nuestros oídos científicos y con buen criterio están recibiendo. Es cierto que decimos que son figuras literarias, expresiones comunicativas, que existe un lenguaje implícito y que lo que digo no se puede reducir a un mensaje explícito meramente.

Pues si esto es así, dentro de un margen cultural en el que aprendo y crezco, de igual manera tendríamos que valorar otros elementos. Y el que más me está sorprendiendo, porque también estoy a la escucha de forma más significativa y atenta, es que todo varía dependiendo de quién me dice, de quién me habla. De nuevo pongo un ejemplo, positivo: no es lo mismo que me diga «te quiero» un amigo, una amiga, un familiar, mi padre después de una bronca, mi madre después del día de su cumpleaños, un profesor o un desconocido por la calle o un desconocido estando los dos solos en el metro. Cada una de estas circunstancias comunicativas tiene una peculiaridad tal que lo dicho no se puede desprender de su contexto, y mucho menos de la persona que lo está diciendo.

Teniendo claro lo anterior (que se puede decir de modo más culto) los cristianos estamos llamados igualmente a recibir la Palabra de Dios por encima de su significado literal y literalista, y ponernos a la escucha (fundamental) de la persona que más nos ama en el mundo, de quien todo lo ha creado por amor, de quien todo lo puede desde el amor. Sin estas dos claves, la lectura de la Biblia no será penetrante, ni directa al corazón de la humanidad, no me veré implicado hasta el extremo en ellas, tal y como Dios lo está pensando.

¿Estás «en casa»?


La verdad es que la pregunta es habitual. Hoy podemos hablar con alguien y chatear, y actualizar el blog y seguir las redes sociales, casi sin estar en ningún sitio. Hay barreras que se van superando a marchas forzadas en el tiempo y en el espacio, aunque ojalá que se pusieran esfuerzos similares en derribar otros muros más preocupantes como la violencia, la desigualdad y la injusticia, por no hablar de la mentira y la falta de caridad. Sólo apunto que ojalá, sin desestimar que realmente es posible y que está en “nuestra” mano.

Hoy podemos estar en cualquier lugar. En el último mes he estado en durmiendo en cuatro regiones diferentes de España por diferentes asuntos, y ahora escribo desde Roma. ¡Es espectacular! Pero, entre tanto cambio y vaivén, hoy me han preguntado, al hilo de sentirme parte y pertenecer a la Orden de las Escuelas Pías y a la Iglesia -cada uno tiene sus pertenencias y se siente parte de algo-, que si me encuentro en casa. De ahí que os la haga también yo a vosotros, y os invite a responder con la sinceridad más absoluta, consciente de que nos jugamos la vida en ello y que, más allá de justificaciones y de evitar enfrentarnos a la cuestión en sí, la respuesta es tan absolutamente personal que nadie podrá responderla por nosotros.

Por otro lado, no es una cuestión simplemente de “sentimiento”. Más bien se trata de un saber personal. Sabemos si estamos “en casa” o no. En el espacio sabemos en qué lugar estamos por signos, y podemos depurar apariencias y engaños. Aunque me presenten una representación del Partenón, si no he hecho un viaje a Atenas, sé perfectamente que no estoy ante él. Podré tener una sensación, pero no estoy ante el verdadero Partenón, no estoy ante esa maravilla ejecutada por el ingenio humano hace más de 2300 años. No estoy, y punto. Y de igual manera considero que en la realidad hay también signos que nos invitan a comprender dónde y cómo estoy, qué es eso de estar “en casa”, como si hubiésemos encontrado ese espacio y realidad en la que jugarnos la vida al máximo y con autenticidad. (Yo he hecho mi trabajo, y os insisto en que sería importante que cada uno dedicase su tiempo; partimos, eso sí, de una “sensación” previa que nos hace detectar la respuesta casi al minuto.)

De todos modos, para ser realistas y no caer en falsas ilusiones, os aporto también una Palabra del Evangelio que a mí, en ese minuto que antecede a la respuesta a la pregunta, me ha surgido interiormente. “En la casa de mi Padre, hay muchas estancias.” Es decir, que ser buscadores y continuar discerniendo a qué lugar concreto Dios me llama se puede realizar (casi se debe incluso) dentro de la casa del Padre. Antes de determinarse por un aspecto concreto, viene ese saberse del lado de Dios, del lado del Reino… porque quien busca esto recibe el resto por añadidura.

Roma, 25 de julio de 2011.

¿Feliz y próspero 2011?


Algo habrá que hacer para que sea verdad lo que decimos con las palabras. Que no creo que llegue por sí sola, y como venida del cielo, tanta bendición, tanta felicidad, tanta hermosura y maravilla como hoy anunciamos a la gente. ¿O sí? ¿O sí es verdad que viene de arriba, de lo Alto y estamos llamados a mirar, a esperar y a acoger? ¿O sí es verdad que la Vida no se construye sino que se recibe? ¿O es demasiado cierto que por mucho que nos empeñemos en hacer feliz nuestro mundo hasta que no convirtamos el corazón no se hará realidad? ¿O sí es tremendamente importante mantener nuestra actitud de escucha, de atención, de sorpresa?

A todos los que hoy habláis «con el corazón» a los demás, una palabra: Comprometed vuestra vida por otros, porque a todos los que se preocupan por el Reino de Dios y su justicia, Jesucristo les dará el resto «por añadidura». ¡Que ya es mucho amar! ¡Pero qué grande, y qué gratis es el Amor de Dios para cada uno!

¿Feliz Navidad?


Sí, simplemente eso. Te deseo FELIZ NAVIDAD. Algo repetitivo. ¿Qué hago para que sea realmente FELIZ? Simplemente convertir estas fechas en NAVIDAD.

  1. Déjate cuestionar. Ya que todo rezuma “por el mismo sitio”, al menos interrógate por qué cantas lo que cantas, por qué dices lo que dices, por qué celebras estos días.
  2. Con contenido y cargadito. No Navidad de “garrafón” que provoca dolores de cabeza. Sino la de marca, la auténtica Navidad. A lo mejor es un poco más “cara” y no se sirve en cualquier sitio. Vamos pasando de puntillas por la vida, dejando que pasen los acontecimientos sin más, y tenemos oportunidad de dejarnos llevar por tanta “luz en la oscuridad”, “alegría en medio de la crisis”… Estos días, al final, harás lo que puedas, no lo que quieras. Pero que en ese “poder hacer” haya un sentido, un interrogante, pon tu vida en ello. Marca: “Dios pasa por tu vida”.
  3. Sin rebajas. La Navidad es austera desde sus orígenes, y no se puede reducir más. Lo único que requiere es humanidad. Surge en un lugar pobre, como inmigrantes en tierra extraña, donde les ofrecen un espacio para dejarse “caer”. Siéntete, en algún momento, “extraño”. Párate y mira a tu alrededor cómo va la gente.  
  4. Te mereces una fiesta. No te mereces menos, no te conformes con menos. Quien no se valora a sí mismo “por lo alto”, es despreciado incluso en las rebajas. Dicho de otro modo, la Navidad es para las personas, no las personas para mantener la Navidad. Te mereces una “fiesta” fuera de lo normal y que te haga bien; no una “fiesta” que te saque del mundo, te lleve a Marte, y al día siguiente te estrelle contra lo ordinario con una sensación terrible de vacío, de añoranza y desconsuelo. Si vas de fiesta, sal de casa con un motivo de celebración, no para buscar algo que celebrar.
  5. Llénate de Vida. Lo necesitas. No sólo comida, aire, bebida, música. Necesitas vida para seguir con fuerza. Y la Vida, se recibe; sólo Dios es capaz de compartirla.
  6. Silencio, que llega. Si lo esperas, vendrá. Si lo buscas, lo encontrarás. Dios es quien nace, no uno más de nosotros, no una persona especial. Y esto supone un misterio para el hombre tan incomprensible que requiere de silencio y de una mirada profunda.
  7. Sal de compras. Y cómprate a ti mismo, gánate a ti mismo, quiérete a ti mismo. Quien no es capaz de esto, se verá comprado, vencido y mendigará amor por cualquier rincón. Cuando vayas a comprar, tampoco te olvides de quién eres y de que las cosas “están a tu servicio” y no viceversa. No les pidas a las cosas lo que tú mismo no puedes darte. Tampoco intentes comprar a nadie. Te pagarán con la misma moneda.
  8. Detente entre los tuyos. No en los escaparates de las tiendas. Siente la necesidad de tu gente, de relaciones fuertes, estables y vinculantes. Es por excelencia tiempo de paz, de atención a los demás. Pero al final, suelen currar los de siempre en medio de fuertes disputas. Agradece estos días, busca tiempo para el cariño, el contacto y para abandonar el egoísmo.

¿Se puede perder la esperanza?


Reza un refrán español que «la esperanza es lo último que se pierde». Luego podemos concluir que sí, que ciertamente se puede perder. Pero parece que es difícil, que hay que dejarlo para lo último, que es un sostén casi infinito que muestra sus gruesas ataduras cuando todo parece estar perdido. Pero sí, en cualquier caso, puede perderse. Y confiarse en lo contrario es adormilarse, adormecerse, acomodarse. Al menos en la esperanza que yo creo, según la entiendo. La ingenuidad, tonta y boba, es otra actitud diferente.

La esperanza es una virtud. Y, curiosamente, el hombre por sí mismo no puede generarla ni es su dueño. Lo máximo a lo que llegamos es al optimismo ante la vida, como visión o como planteamiento. Pero no a la esperanza que recibe una promesa, no a la esperanza que fortalece y hace del corazón humano valiente, aguerrido y entregado.

Leyendo (re-leyendo, pero como si fuera la primera vez) Spe Salvi estos días me han sorprendido numerosas cosas. Sinceramente, quizá porque yo estuviese más abierto, pero parecía que caía en mis manos por primera vez. ¡Qué sorpresa! Lo primero es algo que aparece en el final segundo párrafo: «Quien tiene esperanza vive de otra manera; ha recibido una vida nueva.» Casi nada. Lo segundo y último para este post -porque hay más- es toda la parte que refiere las escuelas de aprendizaje de la esperanza. Por orden, para no liarme: la oración, que transforma el interior del hombre asemejándolo cada vez más al de Jesucristo; la acción y el sufrimiento, lo concreto y no las ideas vanas y vacías, sino lo cotidiano y la experiencia global de lo humano, sin evitar el sufrimiento; y la justicia de Dios, entendida en como el Juicio, que nos ayuda a ordenar nuestra vida y a confiar en que, pese a todo lo que vivamos y veamos, Dios tiene la última y definitiva palabra, y su palabra es de verdad y amor.

¿Tengo suficiente? ¿He calculado los gastos?


Mucho no sé de economía. Por eso estoy leyendo estos días un libro de Leopoldo Abadía, que entre análisis y análisis hace muchos comentarios que a mí al menos me resultan divertidos. Y creo que él estaría de acuerdo conmigo en lo que voy a decir. Y aclaro que esta pregunta está en el Evangelio (Lc 14,25ss), cuando Jesús habla con sus discípulos sobre uno de los aspectos más particulares del seguimiento y discipulado.

¿Tengo suficiente? Para hacer los cálculos, a largo plazo siempre, tendré que pensar y sentarme a repasar cuentas. Y en esas cuentas esclarecer con sinceridad cuáles son mis ingresos, de dónde viene mi riqueza, cuál es -sin engañarme, porque el problema viene de los engaños- la cantidad de la que dispondré en total «a largo plazo».

Siguiendo con lo anterior, la pregunta no es si tengo suficiente para comprarme un «chupachús» que me sacie momentáneamente, o si dispongo de suficiente cantidad para darme un festín de hamburguesas. No es eso. La pregunta es si tengo suficiente para «construirme una casa«. Es decir, para hacer morada. Y esto ya cambia. Lo sabemos bien en España. Sólo basta con mirar los periódicos y lo que dicen sobre los jóvenes que han emprendido camino «extramuros» de sus padres y los porcentajes que han tenido que regresar, incluso con su familia a la espalda, cabeza gacha.

Emprendemos tareas que nos superan. Continuamente. Por un momento pensamos que era fácil, esto de vivir, y de repente nos han desbordado las circunstancias, nos ha roto una crisis para la que no estábamos preparados y en la que ninguno quiso pensar.

Ojo. Porque es lo que hoy Jesús nos advierte. Seguirle, caminar con él, dejarse acompañar, alcanzar la verdadera felicidad -porque el Evangelio desde el inicio nos avisa precisamente de que su promesa no es cualquier cosa- trae consigo abrazar la cruz, pasar por sufrimientos, abandonarse en manos del padre y dejar atrás seguridades vacías. En nuestros cálculos entra la Cruz.

¿Tendré suficiente entonces? ¿Cuánto me conozco para responder a esta pregunta?

Yo creo que no tengo suficiente. Y no conozco además muchos que piensen que ellos podrán con todo lo que sobrevenga, sea lo que sea. Al menos esta «crisis» nos ha hecho pensar de forma realista, centrada, haciéndonos conscientes de la complejidad de nuestro mundo.

Precisamente esta es la conclusión. ¿Con qué fuerzas cuento? Y la invitación a no pensar sólo en uno mismo. Superar el egoísmo que asume todo, el individualismo que sólo confía en sí mismo, la falta autonomía de quien cree que él solito puede ser arquitecto, albañil, fontanero y electricista de su nueva casa, y también padre y madre y hermano… Mi aprender que en la vida también contamos con la fuerza de nuestra comunidad, de nuestra familia, de nuestros amigos, de Dios y de sus dones. Aprender que para construir la casa, si Dios no trabaja, en vano nos cansamos. Aprender que, día a día, Dios nos apoya en una  tarea en la que no quiere vernos solos, por mucho que nos preocupe.

La pregunta entonces, para terminar, varía dependiendo de si la respondo solo o acompañado. La propia vida, la propia vocación, su descubrimiento y construcción no es tarea en la que debamos empeñarnos como si sólo dependiera de nosotros mismos. En este hermoso camino una de las primeras realidades que se descubren es que, no pocas veces, otros y Dios están muy cerca y muy preocupados por nosotros mismos.

¿Por qué reducimos…


… la vida, a los días; los días, a horas; las horas, a minutos; los minutos, a segundos? ¿Por qué reducimos el mundo, a mi mundo, y mi mundo a mis intereses? ¿Por qué reducimos la humanidad, a lo que es para mí ser «ser humano», y lo que es «ser ser humano» a vivir bien, a desarrollo, a comododidad, a bienestar, a confianza en sí mismo? ¿Por qué reducimos la plenitud a satisfacción, la satisfacción a sentirse bien, al éxito, al aplauso? ¿Por qué reducimos?

Salía en una conversación que mantengo en otro foro.

Mi respuesta es sencilla:

Porque llamados a algo más grande, a vivir con Dios, a vivir la VIDA de Dios tendemos a hacer y construir las cosas y el mundo a nuestra medida. Creo que la respuesta es sencilla, una buena noticia para quien sepa y quiera ver, para quien quite el velo de su cabeza, para quien supere mediocridades, para quien sueña y para quien está despierto, para quien sufre y para quien corre. Una buena noticia para todos. Pero con semilla de Reino, con su exigencia y su valor. En nuestra vida está escrita la Palabra, en la historia, la salvación, que es la grandeza de Dios, el don sin límites y la vida que no termina. Es Dios que se da a sí mismo y se comparte. Por eso no le vemos, porque vemos personas o cosas, y su grandeza lo inunda todo y lo supera a su vez todo. Nuestro rostro, lo más íntimo de nosotros, la humanidad con mayúsculas es la del Hijo, y el Hijo es Dios. Y Dios es inconmensurable. Las palabras nos faltan, le hacemos entonces pequeño. Pero la huella, su huella está y permanece. Vivifica y eleva. Ansía y provoca. Vamos más allá. Sabemos que estamos entre «cosas pequeñas» y que el presente pasará. Pero continuamos la carrera, la búsqueda, la meta y el horizonte. Construimos proyectos, soñamos lo irrealizable. Y nos parece bueno, mejor que cualquier cosa. Anclados a lo posible por la realidad, algo se escapa a ella, y ese algo lo reconocemos como lo mejor, lo más grande, lo más poderoso, la felicidad, la verdad, lo más bello. Tenemos rostro de Hijo, rostro herido por el egoísmo y la inconstancia, que convierte todo a nuestra medida. Lo primero que vemos es la herida, nuestra cicatriz, y saltar por encima de ella omitiendo sus males y la posibilidad de volver a herirla nos hace plantearnos que mejor mantener los límites, seguir cerrado. Y reducimos. Entonces, reducimos.

¿Quién nos dejará ver las cosas tal y como son, sin nuestras palabras, prejuicios y criterios? ¿Quién nos asomará al misterio y quién se asomará al misterio y dirá su nombre? Dos mundos existen: el mío y el mundo. Dos actitudes: apertura o cerrazón. Dos conformidades: pasiva o activa.

Y así, tantas veces cuanto sea necesario. Y en cada reducción, un grito y una disconformidad. Esto es algo, pero nunca todo. Y «todo» es todo, y Todo me espera, me llama.

¿Qué queda después de…?


¿Qué ha quedado después de vivir la Navidad, atravesar sus calles, convivir con amigos y familia? ¿Qué ha quedado que nos fortalezca para afrontar el día a día, para seguir a Jesucristo con más fuerza, para dejarnos amar por Él? ¿Qué ha quedado?

Supongo que muchos se harán esta pregunta. Han ido pasando los días que tanto esperábamos, uno detrás de otro. ¿Qué ha quedado?

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¿Qué haces cuando está oscuro, cae la noche?


En cualquier caso, espero que salga la luz. Preparo el momento de encontrar, una vez más, la fuerza de la claridad para que todo lo inunde. Y no me dejo robar el tesoro brillante que llevo dentro. Creo, es cuestión de confianza no una verdad científica, que las metáforas en la vida son como las letras que componen las frases más aclamadas de la historia.

¿Adviento?


Estamos en adviento, segunda semana. Los pasos, sencillos, se van dando poco a poco. Y en breve, estaremos en Navidad. Hagamos lo que hagamos, digamos lo que digamos, llegaremos a la Navidad. Surgirán entonces los regalos de los rincones, las sorpresas en un mundo que espera las fechas más calurosas del año en relaciones y recuerdos que todo lo inundan.

¡Vaya misterio!

Y todo pasó. Ya está dicho todo. Llegará la Navidad, como las oscuras golondrinas volverán.

¿Te quedas en esto? ¿Qué estás preparando? ¿Lo mismo que aprendiste? ¿Lo de siempre? ¿Lo ya repetido tantas veces? ¡Adelanta tu esperanza y sueña que puede ser de otra manera. Abre tus puertas, las de la Navidad, las de la casa, las de tu persona al Señor que llama. Grita ven. Grita hoy. Grita que quieres verle. Grita. Salta. Muévete. Espera.

Señor, ¿qué me sucede?


Quizá no sea el único que ha tenido esta experiencia. Me explico de forma corriente y moliente. El otro día estaba en una situación controvertida y poco usual para mí. La verdad es que lo estaba pasando genial, dialogando con la gente y hablando de cosas que ciertamente me interesan. No es que estuviera incómodo, porque gracias a Dios sé expresar aquello en lo que creo y me ofrezco fácilmente al diálogo. Pero en esta situación aparecieron unos niños jugando con unos cucuruchos, de la forma más sencilla. Y sinceramente me entraron ganas de jugar con ellos y volver a la sencillez de los pequeños. No es que quisiera huir y escapar, porque hablar de la Iglesia me resulta siempre interesante y creo que hay que poner un cierto orden en las ideas que circulan por nuestra sociedad… pero la sencillez de los pequeños… el juego… la alegría…

Algunos lo llaman Síndrome de Peter Pan. Soy adulto y quiero serlo, pero me gustaría no haber perdido cierta frescura y capacidad para disfrutar del momento. A la gente que quiero se lo digo: «Cuando crezcas y te hagas mayor, no abandones el niño que llevas dentro.»

Señor, ¿qué me sucede? ¿Por qué quiero ser como los niños? ¿Por qué acajo con tanta facilidad esa llamada: «Si no os hacéis como niños…»? ¿Por qué me cuesta tanto su sencillez? Es curioso, pero siento la contradicción: por un lado, sé que sigo siendo en muchas cosas «como un pequeño», pero en otras me he convertido en un feroz adulto. Gracias, Señor, por esta vocación: «Ser como los pequeños.» A lo tonto, a lo tonto… mi vida conjuga grandes seriedades pero también grandes «inocentadas». Gracias, Señor, por las veces que disfruto como los pequeños, aunque no sepa qué me sucede del todo. Es el camino de mi conversión, lo sé. Es el camino que me llevará hasta ti.

A un pequeño nadie se atreve a decirle ciertas cosas, ni a protestar. Se convierte en alguien admirado y gracioso, que trae nueva vida. ¡La Iglesia! ¡Por favor, seamos pequeños!

¿Llamados… ?


Jesús miró al joven y le amó. Le dijo: «Una cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Pero el joven no tuvo confianza; tuvo miedo porqu ehabía puesto su seguridad en las riquezas. Y por que tenía mucho, se marchó triste.

La llamada es una invitación: «Ven y sígueme.» En principio no es una invitación a la generosidad, sino a un reencuentro con el amor. Luego la persona encuentra a otros que son llamadso también, y comienzan a vivir en comunidad.

He conocido cierto número de personas que, viendo una comunidad, han sentido interiormente y con una gran certeza que su felicidad estaba allí, aun cuando nada les atraía en la comunidad: ni los miembros, ni el modo de vida, ni el lugar. Por tanto, sabían que su lugar era ése.

Este tipo de experiencia es muy a menudo una auténtica llamada de Dios, que deberá ser confirmada, por supuesto, en la comunidad durante un tiempo de prueba.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p 83)

¿Por qué este conflicto en mi corazón?


Siempre existe un conflicto en nuestros corazones, siempre existe un alucha entre el orgullo y la humildad, el odio y el amor, el perdón y el no querer perdonar, la verdad y la mentria, la apertura y la cerrazón. todos caminamos por la senda de la liberación hacia l aunidad interior y la sanación.

Cuando las barreras comienzan a caer, nuestro corazón se revela con toda su belleza y sufrimiento. El corazón, como consecuencia de las heridas y del pecado, está lleno de tinieblas y de la necesidad de vengarse, pero también es la morada de Dios: el templo del Espíritu. No debemos tener miedo de ese corazón vulnerable, atraído por la sexualidad, y capaz de albergar odio y envidias. No debemos buscar una evasión en el poder y el conocimiento, para encontrar nuestra propia gloria e independencia. Al contrario, tenemos que dejar que Dios ocupe su lugar, lo purifique e ilumine. A medida que la piedra de nuestra tumba se va corriendo, y nuestra misión revelando, descubrimos que somos amados y perdonados; entonces por el poder del amor y del Espíritu, el sepulcro se convierte en lugar de vida. El corazón revive en la pureza. Descubrimos, por la gracia de Dios, una vida nueva, nacida del Espíritu.

Este descenso a las profundidades del corazón es un túnel de sufrimietno pero también un aliberación de amor. Es doloroso cuando las barreras del egoísmo, de la necesidad de confirmarse y ser reconocido por su propia gloria, se mueven y caen. Es una liberación cuando el niño que está en nosotros renace y el adulto egoísta muere. Jesús dice que si no cambiamos y nos hacemos como niños, no entraremos en el Reino. La revelación del amor es para ellos, y no para los sabios e inteligentes de este mundo.

Cuando vivimos de verdad según nuestro corazón, vivimos según el Espíritu que habita en nosotros. Vemos a los otros como Dios los ve, vemos sus heridas y sus sufrimientos; pero no los consideramos un problema. Vemos a Dios en ellos. Pero cuando empezamos a vivir así, sin la protección de las barreras, nos volvemos muy vulnerables y pobres. «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.» Esta pobreza se transforma en nuestra riqueza, pues, a partir de ese momento, no vivimos ya por nuestra propia gloria, sino por el amor y el poder de Dios que se manifiesta en la debilidad.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p39-40)

¿Me invitas a cenar?


Comer es tan importante como trabajar. Lo hacemos de prisa y corriendo, sin detenernos en los detalles. Antes no era así. Antes las mesas se preparaban con esmero, se cuidaban los detalles. Ojalá fuera fiesta todos los días para darnos cuenta de que «comer», «alimentarse», «nutrirse», «RECIBIR» es algo fundamental. Sin comer no se trabajar, pero tampoco se vive alegre, ni se disfruta de los amigos, ni se baila, ni se hace deporte, ni se estudia, ni se escucha, ni se tiene fuerza, ni se enfrentan retos, ni se tienen iniciativas… Comer es fundamental. Y la mesa, por lo tanto, es principal. Depende de qué haya a la mesa… así seremos.  

Una mesa. Hoy se prepara una mesa. En la mesa no sólo hay alimentos. Sino una vida entera. En el pan y el vino está Dios, Jesús se entrega. Deseando que nadie le quite la vida, antes de ser apresado, él quiere dejar su huella permanente en el mundo: mostrar de antemano que es tan libre como para desear darse por los demás, mostrar al mundo que ningún hombre es verdaderamente libre hasta que no vive el amor como servicio, mostrar al mundo que es falso que amar hasta el extremo sea imposible, mostrar al mundo que el amor no es verdadero amor hasta que no llega al extremo… Hasta el extremo de darse a sí mismo. Ése es el verdadero amor. El amor que ha pasado por el sufrimiento y permanece. El amor que reconoce a los demás como verdaderos hermanos, como mi familia, como personas. El amor que une amigos y enemigos, el amor que vence miedos, el amor que sacia de corazón y nos deja tranquilos, el amor valiente.

¿Una casa y un hogar?


Sueño con un hogar, como todos. Hoy es difícil tener casa, pero un hogar es diferente. Cuando hablo con jóvenes sobre lo que es «su casa» todos sueñan con un hogar. Andan pendientes de lo que cuesta, de lo que necesitan, de las cosas que hay que tener para poder llenarlo. Pero realmente quieren y buscan un hogar.

Descubrir qué se requiere para formar un hogar es otra cuestión, requiere más paciencia e intensidad, requiere estar más atento al corazón que a las cosas, más pendiente de cuidar los momentos que del reloj que marca las horas, de las personas que de los propios caprichos. Por eso es más complicado aún. No depende además de algo así como una hipoteca que se va pagando poco a poco, y al final se consigue. No depende de los propios méritos, sino que es acción del amor, del diálogo de amor que hay entre los miembros de ese hogar. No se forma con lazos de sangre, sino a través de la intimidad, del conocimiento de unos y otros, de la presencia de unos en la vida de los demás como personas significativas, que aportan confianza, amor, esperanza y fe.

Un hogar es lo que mostró el maestro a los discípulos en lo alto del monte. Es cuando uno siente que ese es el verdadero lugar que se puede formar, que más allá de eso no hay más. Quisiera estar por siempre en el hogar.

Pero encontrar un hogar supone ser capaces de descender. Hogar significa fuego, y por lo tanto enciende el corazón, ilumina. Y la luz no puede ocultarse debajo del celemín, ni se ha hecho para que se guarde en un cofre. La luz está para ser mostrada, para ser abierta, para ser dada a los demás y compartida. La casa es posesión propia, la casa sin embargo se comparte también con otros.

En una casa los miembros son de sangre, en el hogar sin embargo hablamos de más cosas.

Un saludo.

¿Por qué dices eso, en qué te basas?


De vez en cuando, casi de forma periódica, como si se tratase de algo que hay que decir para avisar de algo… De vez en cuando me encuentro con alguien que me dice (sin que quiera decir nombres yo, esta vez al menos) que hay una persona, siempre es otra distinta,  que no quiere estar conmigo, que le parezco muy serio, que mejor con la compañía de otras personas…

Esto de forma sistemática. Palabra, no he hecho nada en contra de esta persona. Más bien lo contrario. Pero quedará en mi corazón. Algún día le diré, a la cara, que yo la he defendido frente a otras personas que, a sus espaldas, hablaban mal de ella, aunque a ellas las quiera más que a mí, no me importa; algún día le haré ver que, lo que por fuera parece bonito o feo, puede ser precisamente lo contrario y que sólo se descubrirá profundizando, lejos por tanto de primeras impresiones y de confiar sólo en lo que otros dicen. Pero esto será algún día. Hasta ese momento seré igualmente serio y recto y no permitiré que se hable mal de esta persona. De verdad. Ni lo quiero, ni me parece justo, ni llevará a nada. Aunque siga comprobando cómo «quiere» y «aprecia» más a quienes hablan mal de ella.

Me alegro de ser serio. Creo que no molesto a nadie y que soy bastante recto y sincero. Siempre quedan cosas por pulir, claro está. Pero las personas que me conocen, al menos eso me queda, sé que no son superficiales. Esas me conocen, porque han pasado por encima de la apariencia de seriedad.

Curiosamente me ocurre con dos tipos de personas de las que habla el Evangelio: los pequeños, los niños, esos me conocen y pasan por encima de la seriedad y de la apariencia para calar mi corazón; y de los que son como niños, los débiles y los sencillos. Ni los niños ni los que son como ellos son superficiales. Se hacen superficiales a golpe de martillo social y de falsos dioses. Pero no son superficiales, saben bien quiénes les quieren de corazón. Y de corazón deseo ser como niño.

Un saludo.

¿Tentaciones de verdad?


Supongo que nadie duda de que existen las tentaciones, por muy pocos años de vida que se tengan. Una tentación es algo así como una piedra en el camino que estorba el paso hacia lo fundamental, como un desvío mal cogido, como una señal en el camino mal puesta.

Sí, quizá sea eso. Una mala señal en el camino, que en algunos casos llega a normalizarse, pero que sigue siendo igualmente errónea, nos hace equivocarnos y despistarnos de lo fundamental. Sí, quizá sea esto. Todo lo que nos despista de lo fundamental, lo que evita que entremos en lo profundo, que tomemos la vida con la seriedad y la alegría que se merece vivir bien. Sí, quizá sea eso. Quizá sea vivir bien, pero equivocadamente bien. Sí, quizá sea eso. La tentación es algo así como una mentira sobre la vida buena, una señal mal puesta en el camino, una falsedad aceptada como verdad y una maldad aceptada como bien. La tención, quizá sea eso, y quizá también venga en los momentos fundamentales e importantes de la vida.

Creo que no existen tentaciones para las cosas pequeñas. O mejor dicho, quizá todo eso pequeño y que consideramos insignificante sea más grande de lo que nos parece a primera vista, y por eso hemos caído ya en la tentación de no darle importancia. Quizá una discusión sin sentido en el seno de una familia, tomada a broma, suponga haber caído en la tentación. Quizá una mala respuesta y un tono fuera de sí, sea haber caído en la tentación de lo superficial. Quizá una acción de descanso y reposo, en lugar de seguir esforzándose por la propia vida y por la ajena sirviendo y gastando el tiempo en ayudar a otros…. quizá suponga que ya hemos caído en la tentación.

La tentación no se viste de feo, ni de espantoso, ni de malo malísimo como en las películas. Lo peor es que propone algo que, a simple vista, es algo genial. Por lo tanto, el peor amigo (quiero decir el mejor, pero no creo que sea buen amigo) de la tentación es la superficialidad de la mirada y la falta de formación del corazón para resistirla. En definitiva, la falta de discernimiento.

Quien sólo conoce tentaciones … de las claras, de las visibles… es que no se ha dado cuenta de que la vida del hombre y de la mujer hoy, de los jóvenes y de las familias, es un terreno minado para quienes quieren ir en dirección al amor, a la verdad, al bien y, por qué no decirlo, a la santidad como esa llamada que Dios hace a todo hombre para que sea feliz.

Quizá hoy nos debamos detener un poco y gastar tiempo en las tentaciones que nos acechan, pero sobre todo, quizá hoy sea un día especial para avanzar en la propia formación y en la mirada en profundidad.