¡Qué torpes que somos para leer el Evangelio! ¡Cuántas veces he leído el mismo texto y no me había dado cuenta! Me refiero al famoso encuentro entre Pedro y Jesús, cuando le dice aquello de «rema mar adentro» y Pedro le responde, con la sinceridad de siempre: «He trabajado toda la noche, no he pescado nada, pero en tu nombre lo haré.» Ahora nos parece estupendo, porque al final incluso le dice que será «pescador de hombres». Pero qué hubiera pasado si no se lanza: hambre y a mendigar, al menos ese día, si no muchos más. Echando la vista atrás, todo es más fácil. Pero nuestra tesitura, y según leemos hoy la Palabra, es mirando la mayor parte de las veces hacia adelante y preguntándonos qué deberíamos hacer, por dónde caminar, qué decisiones tomar, cómo seguir buscando, por qué apostar, o dónde vivir. Apasionante, sin duda. Pero no debemos olvidar que en la Palabra todo se nos regala en plenitud, ya acontecido. Y nuestra perspectiva es diferente, la de lo que está por hacer, por vivir, por arriesgar.
Pedro hubiera pasado hambre ese día. No tenía nada con lo que comer, había llegado a tierra vacío, y continuaría igual. Él, que se las daba de experto, supongo que no pocas veces se habría encontrado con la misma sensación y con circunstancias parecidas. Él, que sabía de sobra cómo hacer las cosas, y nadie mejor que él, para contar también la sorpresa que le produjo encontrarse con un Hombre de quien fiarse, en cuyo nombre echar las redes. ¿Seguro de sus posibilidades? ¿Confiando en Jesús? ¿Movido por la necesidad y el hambre? ¿Queriendo sorprenderse? ¿Buscando pasar un rato con Jesús en la barca y seguir preguntándole cosas? Sea como fuere, y nos da igual, ése hombre no tenía nada en las manos. Ni él, ni los suyos.
Y por lo tanto, lo que le quedaba era, en la era de los no-frigoríficos y de la escasez de almacenaje, mendigar. Circunstancia que, materialmente al menos, nosotros hemos resuelto para la mayoría de los casos, pero que vuelve a inundar las calles. Aunque en lo que no es material, seguimos enfrascados en las mismas carencias y en la misma lengua pedigüeña (como dice Cristóbal Fones, en uno de los cantos, al Cristo del Calvario). Mendigar lo que no tenemos y queremos para nosotros mismos, la sed inagotable en cosas, en momentos vividos, en personas consumidas a nuestro alrededor, en pasiones. Mendigar que es dar expresión a nuestra necesidad honda de justicia y valor, de reconocimiento de lo que realmente somos y de nuestra dignidad. Mendigar amor, medigar que me quieran, dar lo que sea por conseguirlo y sentarme con otros habiéndome creído que nada soy, nada tengo.
A Pedro ese día se le cambiaron las tornas. Todo se encaminaba al hambre, y se desnudó de prejuicios frente al maestro, y todo apuntaba a la mendicidad radical del ser humano, y supo acoger lo que le daban. ¿Qué le ofreció Cristo a cambio? Un camino nuevo, el de volver y trabajar acompañado, una vocación distinta, la de ser pescador de hombres. En definitiva, Pedro puso en manos del Señor su miseria y Él la transformó en alimento, del que satisfacerse él y con el que salvar a otros.