Un miércoles cualquiera


Un día de trabajo. Levantarse, prepararse, salir de casa, y ponerse a trabajar. Un día como otro cualquiera, en el que despedir la familia, y volver a casa para continuar con la vida normal. Así, hacer lo de siempre, sin hacer ruido ni llamar la atención. Porque es miércoles. Un miércoles cualquiera. Rutinario, con pasiones y con perezas. Ni más ni menos. 24 horas. Las de siempre. Los compañeros de siempre, las personas con las que siempre me cruzo, en las que siempre me encuentro. Como cada miércoles, nada existirá sin el esfuerzo, la constancia, la presencia y permanencia, la fidelidad a lo de cada día y sin el abrazo y el cariño de los seres más cercanos. Como cada miércoles, sentiré que estoy traspasando la mitad de la semana, que se aproxima ya el viernes alejándome del lunes. Justo aquí, justo en medio. Subiré las escaleras del trabajo, y cuando las tome «de bajada», habrá pasado un día más de mi caminar. Lo habré vivido. Habrá sido consumido, o entregado. Disfrutado o castigador. Esperanzado o triste.

Y en medio de semejante vorágine, mañana me sentiré llamado a construir algo nuevo, a retomar lo auténtico, a decidir libremente, a sonreír con alegría independientemente de lo que reciba, a mirar al mundo con la compasión y la profundidad más humana. En una palabra, mañana, aunque pueda parecer un día ordinario, puede terminar siendo extraordinario. Por muchas razones:

  1. Tienes la oportunidad de reconocer cuánto de tu vida provoca dolor, vacío, tristeza, sinsentido, distancia, lejanía y sufrimiento en el mundo. Empezando quizá por los más cercanos. Por ti y los tuyos. Por tu vida y tu trabajo, por tus relaciones. Y reconocerlo frente al Amor más grande. Mañana Dios te da la oportunidad de reconocerte pecador, y ser amado, acogido y querido. No es que no pase nada, no se trata de correr un túpido velo como si nada hubiera pasado, ni mucho menos de dar una palmadita en la espalda y tirar hacia adelante. No. Justo lo contrario. Tomarse el pulso, ver con claridad, despejarse y quitar las legañas. Y ponerse a caminar. Mañana empieza un tiempo de purificación y de liberación. ¡Adiós al mal de la vida! ¡Adiós! ¿Con qué fuerza? La de Dios, la de la comunidad, la de la llamada que sabe mirar que dentro de ti hay mucho más de lo que crees que hay, la voz que reclama de ti el don que llevas dentro.
  2. Mañana podrás sentirte nuevo, tomar pista y empezar algo. La Cuaresma es un proyecto de construcción. Quizá sea un buen día, si te encuentras con fuerza y ves horizonte en tu vida, para tomar una decisión sencilla, clara, precisa y contundente. Esas pequeñeces que enriquecen la existencia y te acercarán más a Dios. O algo más grande, un paso adelante. La verdad es que hay pequeños cambios y movimientos que todo lo transforman. Como el corazón sensible, cuando aprende a mirar al prójimo como esa persona cercana a la que te puedes dirigir para preguntar qué tal le va, cómo está su familia, cómo se encuentra en este mundo. O ese prójimo, desconocido y anónimo, con el que te codeas todos los días en el metro, el autobús, la calle o el gimnasio. Sea donde sea, son prójimos si te acercas. La cuestión torna evangélica cuando cambia en el corazón.
  3. Encender una vela. El gesto es sencillo. Mechero o cerillas en una mano. Vela en otra. Y aproximación hasta que prenda fuego. Un proceso idéntico en casa, en la iglesia, en el trabajo o en la calle. Con luz ténue impresiona mucho más. Si está apagada puede llegar a ser sobrecogedor. Haz la prueba, con una intención. Mientras estás solo en tu cuarto, o cuando todos se hayan ido a dormir y esté tranquilo el hogar. Repite el gesto. Mientras se produce semejante explosión de alegría, deja resonar en tu corazón las siguientes palabras: «Se ha cumplido el tiempo.» El resto, lo que venga después, las lágrimas o la alegría, déjaselas al Espíritu. Pero guarda sus palabras en el corazón.
  4. Salir al encuentro. Una actitud terriblemente cuaresmal. Es ciertamente el Padre el que sale al encuentro de su hijo, o el Hijo el que va en busca de la oveja perdida. ¿Por qué no situarse en su corazón y compartir su camino? Al tiempo que te mueves, podrás sentir también en carne propia lo que supone para Dios salir a tu encuentro. Al inicio del día, en un minuto de silencio, deja que salten en tu corazón los nombres de personas importantes que están lejos. ¿Cómo te acercarás a esas tres personas que primero han llegado a tu corazón? Si fuera un concurso, una gymkhana en la que te juegas algo importante, ¿cómo harías para estar cerca de ellos? ¡Inténtalo! Que no termine el día sin darles un abrazo.

Mañana, querido joven o adulto, querido padre o hijo, querida familia o soltero… está en tu mano transformar un miércoles cualquiera en Miércoles de Ceniza, e inicar la Cuaresma. Entra en una iglesia, con una comunidad. Deja que un sacerdote te imponga ese signo sobre la cabeza. Escucha lo que te dice. Abre tu corazón y respira hondo. Es el Amor quien te llama. Es el Amor quien confía y cree en ti. Como Dios sabe de qué pasta estás hecho, como Dios te conoce profundamente, por eso te llama a darlo todo, ser auténtico, sentirte libre, crecer sin medida, amar con todo el ser. Tú a lo mejor no lo sabes todavía. Él sí te conoce. ¡Confía! ¡No defrauda! ¡Siempre es fiel!

Señor, ¿qué me sucede?


Quizá no sea el único que ha tenido esta experiencia. Me explico de forma corriente y moliente. El otro día estaba en una situación controvertida y poco usual para mí. La verdad es que lo estaba pasando genial, dialogando con la gente y hablando de cosas que ciertamente me interesan. No es que estuviera incómodo, porque gracias a Dios sé expresar aquello en lo que creo y me ofrezco fácilmente al diálogo. Pero en esta situación aparecieron unos niños jugando con unos cucuruchos, de la forma más sencilla. Y sinceramente me entraron ganas de jugar con ellos y volver a la sencillez de los pequeños. No es que quisiera huir y escapar, porque hablar de la Iglesia me resulta siempre interesante y creo que hay que poner un cierto orden en las ideas que circulan por nuestra sociedad… pero la sencillez de los pequeños… el juego… la alegría…

Algunos lo llaman Síndrome de Peter Pan. Soy adulto y quiero serlo, pero me gustaría no haber perdido cierta frescura y capacidad para disfrutar del momento. A la gente que quiero se lo digo: «Cuando crezcas y te hagas mayor, no abandones el niño que llevas dentro.»

Señor, ¿qué me sucede? ¿Por qué quiero ser como los niños? ¿Por qué acajo con tanta facilidad esa llamada: «Si no os hacéis como niños…»? ¿Por qué me cuesta tanto su sencillez? Es curioso, pero siento la contradicción: por un lado, sé que sigo siendo en muchas cosas «como un pequeño», pero en otras me he convertido en un feroz adulto. Gracias, Señor, por esta vocación: «Ser como los pequeños.» A lo tonto, a lo tonto… mi vida conjuga grandes seriedades pero también grandes «inocentadas». Gracias, Señor, por las veces que disfruto como los pequeños, aunque no sepa qué me sucede del todo. Es el camino de mi conversión, lo sé. Es el camino que me llevará hasta ti.

A un pequeño nadie se atreve a decirle ciertas cosas, ni a protestar. Se convierte en alguien admirado y gracioso, que trae nueva vida. ¡La Iglesia! ¡Por favor, seamos pequeños!