Pues sí. Es mi cumpleaños, el día 4 de febrero de 1980 nací y hoy hace de aquello exactamente 28 años. Y ha sido feliz. He trabajado como cualquier otro día, y aunque no sea muy romántico, soy muy feliz con mi trabajo. En cada hora de clase me la juego. Hoy mis alumnos, creo, no habrán notado nada especial. Sigo siendo serio, sigo siendo exigente. En mi clase intento enseñar, lo cual no es siempre fácil. Sé que no sé, y hoy he vuelto a comprobarlo. Sigo creciendo por tanto, lo cual también es un signo de felicidad para mí, de esa felicidad que quiero y que todavía no he conseguido. También mis compañeros, aquellos que están más cerca, me han felicitado. No lo propago, ni lo cuento, por lo que muchos no sabían nada. No les pido, hoy, nada especial que no me gustaría recibir el resto de los días. No me gustan los días artificiales, y he procurado, en la medida de lo posible, no convertir la decena de mayoría de edad en algo así. Es feliz, pero no artificial. Con lo cotidiano me llega. Fuera de eso, no busco gran cosa.
Pero mi trabajo no es todo. Es parte de mi vocación, importante, pero no todo. También he rezado, como suelo hacer los lunes, con mi comunidad. En mi corazón hoy resonaban las palabras de cada salmo, pero hemos repetido hoy muchas veces aquello de «Porque es eterna su Misericordia». Y también la Eucaristía, donde me descubro a mí mismo poco a poco, donde se va manifestando el verdadero rostro que esconde cada hombre. Hoy en la celebración he traído a la memoria a mis amigos, pero también un alumno por el que creo que he de rezar. En clase le he llamado para hablar con él, y he charlado un rato. Ha sido relajado y distendido. Poco más. Pero ha sido mi signo. En el fondo, ha sido mi regalo para él: las palabras, y la Palabra de la Eucaristía.
También mi familia se hace presente de forma especial. En un día como el de hoy, con sencillez máxima, llaman. Poco hueco he tenido entre clases, reuniones y demás. Pero ha sido para ellos. Ellos lo han llenado. Entre mensajes, llamadas… los móviles no han parado. Ha sido bonito dejarme felicitar por ellos, que tantas veces viven desde la distancia qué ocurre cada día en mi vida.
Dos detalles del día de hoy: he dado una sorpresa a una persona y familia especial, por la que siento que Dios me cuida y me acoge (su regalo, nada costoso en cuanto al dinero pero sí por lo que supone de dejar salir y aprender a mirar, ha venido a colmar mi cotidianeidad y poner una palabra más, de esas que se dan por añadidura); y dedicar tiempo al acompañamiento personal, al cara a cara que Dios me ha enseñado en la oración, donde Él me llama y se encuentra conmigo (acompañando alumnos cara a cara, acompañando a personas cara a cara… hoy he dialogado con más de 10 personas de esta manera, que llenan mi tiempo y me ayudan a entregar lo que yo antes he recibido como don).
Esta es mi vida, esta es Su vida. Mi vocación un día más, confirmada por su presencia y cercanía. Doy gracias a Dios por la vida.