¿Qué estarías dispuesto a arriesgar…


… por tu felicidad?

¿Dinero? ¿Internet? ¿Estudios? ¿Reflexión? ¿Oración? ¿Esfuerzo? ¿Tiempo? ¿Amigos? ¿Relaciones? ¿Ocio? ¿Tiempo libre? ¿Sueños? ¿Esperanzas? ¿Capacidades? ¿Criterios? ¿Juicio personal? ¿Propios pensamientos? ¿Ideas preconcebidas? ¿Ilusiones? ¿Entusiasmos? ¿Recuerdos? ¿Deseos? ¿Vida? ¿Sentimientos? ¿Emociones? ¿Suspiros? ¿Futuro? ¿Aspiraciones? ¿Tu lugar en el mundo? ¿Tu familia? ¿Tu gente? ¿Pasado? ¿Presente? ¿Voluntad?

Me parece que todos hacemos «intercambios» con la vida para alcanzar algo que nos promete, que buscamos, que deseamos. Para los cristianos es muy fácil hablar de Dios, porque nosotros lo descubrimos como hombre, y todo lo que es humano es hablar continuamente de Dios. Lo que no es tan fácil para algunos hombre es hablar de lo más humano que llevan dentro, de ese ser hombre o mujer que está por dentro reclamando su espacio.

La felicidad es también una forma de hablar de Dios. Y Él nos la dio para que no tuviésemos que entregar NADA A CAMBIO y perdernos poco a poco por conseguirla.

Atrévete a hacer esta experiencia. «Ven y verás.» Busca alguien que te acompañe, que te lo haga más fácil, que ya lo haya vivido, que no haya perdido por encontrar a Dios, que haya ganado la Vida, la Felicidad en su presencia y en su camino.

¿Qué queda después de…?


¿Qué ha quedado después de vivir la Navidad, atravesar sus calles, convivir con amigos y familia? ¿Qué ha quedado que nos fortalezca para afrontar el día a día, para seguir a Jesucristo con más fuerza, para dejarnos amar por Él? ¿Qué ha quedado?

Supongo que muchos se harán esta pregunta. Han ido pasando los días que tanto esperábamos, uno detrás de otro. ¿Qué ha quedado?

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¿Quiénes me felicitan?


Depende de qué hablemos. Por mi cumpleaños me han felicitado aquellos que lo sabían y que me querían. No todos los que me querían me han felicitado, porque algunos no lo sabían. Y no todos los que lo sabían me han felicitado, porque no todos me quieren. Es natural. Lo doy por supuesto. Pero sé que me han felicitado personas que me quieren y que lo han sabido.

Hablo de felicitar de corazón. Hay palabras que sobran en esto.

Pero hay personas que me felicitan por mi vida. Esas son las que valoran mi vocación y me quieren. Conocen por tanto mi vocación y la valoran. No todos los que conocen mi vocación escolapia, de cura y de profesor, la valoran. Pero quienes la valoran, creo que también me quieren. En este caso va unido.

Mi misión, de sacerdote y de maestro, no siempre es aplaudida y querida. ¡Qué curioso! Sin embargo hoy quiero agradecer a quienes me felicitan por mi vocación y por mi misión, porque me empujan hacia delante. También a quienes valoran mi misión, y desde ese cariño y aprecio por lo que hago, me corrigen con cercanía y con confianza, sabiendo que puedo hacerlo mejor y que, de hecho, sé que tengo que hacerlo mejor y que estoy aprendiendo.

Hay dos personas que hoy quiero recordar. Me felicita habitualmente una persona por la que estoy haciendo sublimes esfuerzos personales e intelectuales. Sus padres también lo saben. Y también me felicita alguien a quien prácticamente dejo hacer lo que quiera, porque confío en su responsabilidad y madurez, en su criterio y su forma de trabajar. A esas dos personas, con sus familias respectivas, hoy las recuerdo.

No es cierto que todos los alumnos odien a los maestros. Es mentira. Y tampoco que todas las familias estén en contra de la escuela. También es mentira. Lo que sé es que, sólo en los casos extraordinarios, por negativos o positivos para todos, aparece la persona a quien podemos felicitar o agradecer.

En el resto de los casos, ¿la gente cree que estamos de brazos cruzados o que no hay nada que agradecer? Algún día me gustaría que, los que critican desde lejos, se incorporen a la vida que a mí Dios me ha regalado, confiando en mí. Cuando yo no era cura ni era maestro, era también fácil hablar y pocas veces hablé desmesuradamente.

Para que seamos personas más agradecidas, porque lo cotidiano también requiere vocación y esfuerzo… R.

¿Cumpleaños feliz?


Pues sí. Es mi cumpleaños, el día 4 de febrero de 1980 nací y hoy hace de aquello exactamente 28 años. Y ha sido feliz. He trabajado como cualquier otro día, y aunque no sea muy romántico, soy muy feliz con mi trabajo. En cada hora de clase me la juego. Hoy mis alumnos, creo, no habrán notado nada especial. Sigo siendo serio, sigo siendo exigente. En mi clase intento enseñar, lo cual no es siempre fácil. Sé que no sé, y hoy he vuelto a comprobarlo. Sigo creciendo por tanto, lo cual también es un signo de felicidad para mí, de esa felicidad que quiero y que todavía no he conseguido. También mis compañeros, aquellos que están más cerca, me han felicitado. No lo propago, ni lo cuento, por lo que muchos no sabían nada. No les pido, hoy, nada especial que no me gustaría recibir el resto de los días. No me gustan los días artificiales, y he procurado, en la medida de lo posible, no convertir la decena de mayoría de edad en algo así. Es feliz, pero no artificial. Con lo cotidiano me llega. Fuera de eso, no busco gran cosa.

Pero mi trabajo no es todo. Es parte de mi vocación, importante, pero no todo. También he rezado, como suelo hacer los lunes, con mi comunidad. En mi corazón hoy resonaban las palabras de cada salmo, pero hemos repetido hoy muchas veces aquello de «Porque es eterna su Misericordia». Y también la Eucaristía, donde me descubro a mí mismo poco a poco, donde se va manifestando el verdadero rostro que esconde cada hombre. Hoy en la celebración he traído a la memoria a mis amigos, pero también un alumno por el que creo que he de rezar. En clase le he llamado para hablar con él, y he charlado un rato. Ha sido relajado y distendido. Poco más. Pero ha sido mi signo. En el fondo, ha sido mi regalo para él: las palabras, y la Palabra de la Eucaristía.

También mi familia se hace presente de forma especial. En un día como el de hoy, con sencillez máxima, llaman. Poco hueco he tenido entre clases, reuniones y demás. Pero ha sido para ellos. Ellos lo han llenado. Entre mensajes, llamadas… los móviles no han parado. Ha sido bonito dejarme felicitar por ellos, que tantas veces viven desde la distancia qué ocurre cada día en mi vida.

Dos detalles del día de hoy: he dado una sorpresa a una persona y familia especial, por la que siento que Dios me cuida y me acoge (su regalo, nada costoso en cuanto al dinero pero sí por lo que supone de dejar salir y aprender a mirar, ha venido a colmar mi cotidianeidad y poner una palabra más, de esas que se dan por añadidura); y dedicar tiempo al acompañamiento personal, al cara a cara que Dios me ha enseñado en la oración, donde Él me llama y se encuentra conmigo (acompañando alumnos cara a cara, acompañando a personas cara a cara… hoy he dialogado con más de 10 personas de esta manera, que llenan mi tiempo y me ayudan a entregar lo que yo antes he recibido como don).

Esta es mi vida, esta es Su vida. Mi vocación un día más, confirmada por su presencia y cercanía. Doy gracias a Dios por la vida.

¿Ya pasó?


Preparamos momentos de nuestra vida con especial intensidad. Esta fiesta, este viaje, este encuentro, este fin de semana… Estamos días y días inquietos, nerviosos, buscando cosas, llamando para tener todo atado… Llega el momento, se disfruta y pasa.

Las cosas importantes de la vida, a mi modo de ver, no se pueden dejar para los momentos pequeños. Lo importante de la vida, aquello que deberíamos cuidar y preparar y mimar con tanta intensidad debería ser aquello que intuyamos que no vaya a morir nunca, que sea eterno, para siempre, que no se pueda terminar.

«Busca lo definitivo«, es una llamada que todos tenemos en el corazón grabada. «No te conformes con lo que pasa y no da la felicidad», es un mero aviso. «Descubre lo que no perece, lo que te hará feliz para siempre, quien no puede abandonarte, quien nunca dejará de amarte», es el sello de nuestra humanidad nueva.

¿Ya estamos todos?


Día 2 de febrero de 2008. Nosotros empezamos este camino el 20 de septiembre de 1998. Es decir, casi diez años hace que nos conocemos. Os hablo de mis hermanos escolapios, de unos hermanos con quienes comencé el noviciado el 20 de septiembre. Lo recuerdo perfectamente: recuerdo sus caras y la mía, recuerdo el primer saludo, la primera oración, el primer encuentro en una de las salas en las que comenzábamos a compartir por qué motivo estábamos allí, recuerdo también el primer momento en el que hablábamos de nuestra historia pasada y también recuerdo el balbuceo de nuestros sueños de futuro.

Diez años en los que, salvo uno, cada uno de nosotros ha vivido distintas cosas. Primero el noviciado, después el juniorato con sus estudios, luego las casas y colegios diferentes en los que hemos pasado momentos de todo tipo, y, cómo no, las escuelas, los niños y jóvenes, los profesores y las familias, las responsabilidades…

Ahora llegó el tiempo del ministerio presbiteral. ¡Vamos, qué nos han hecho curas a los tres! El primero al que se le regaló este don fue a mí, después a otros… y ya hemos concluído. Todos y cada uno de los que profesamos al terminar el noviciado, llenos de sueños y de esperanza, con una vida cargada de Dios pero también ingenua, hemos recibido este don.

Ahora… Ahora pensarán muchos que ya hemos terminado, que hemos alcanzado lo que queríamos. Pero se equivocan. Todos estos años han sido de aprendizaje de herramientas y de una vida que ahora tenemos que ejercitar. Es como si hubiéramos pasado diez años leyendo lo que ahora tenemos que vivir, más o menos; y digo más o menos porque siempre vendrán sorpresas, que de alguna manera conocemos y para las que estamos o deberíamos estar preparados.

Y así sucesivamente, con cada curso que empieza a caminar. Comenzamos a andar en la vida sin saber cuándo nos tocará pero deseando que llegue. Y ya llegó.

Con el último de nosotros se cierra el tiempo de la promesa y nos toca vivir del don recibido. Fue promesa para nosotros, hace diez años, que un día concreto seríamos ordenados presbíteros -curas- y ahora es realidad. ¿Nos podemos conformar con esto? Evidentemente, no. Ahora toca no vivir de sueños, sino hacer realidad; no vivir de esperanza, sino de la confianza en que esto es para siempre.

Un saludo y ánimo, no sólo para quienes son presbíteros o religiosos, sino para todos los que han vivido su vida como un sueño que Dios promete y anuncia hermosamente. Una última palabra, quizá la más importante: Jesucristo nos ha hecho suyos, pero todavía no del todo; rezo para que seamos, nosotros y cualquiera que lea esto, cada día y en lo cotidiano más fieles.