¿Qué es para ti la educación?


Me preguntan esto, y me quedo sin las palabras exactas. Muchos momentos del día a día me vienen a la mente, sobre todo de conversaciones con otros profesores y con algunos alumnos sobre esas grandes preguntas que tiene la existencia. Recuerdo de forma especial los diálogos de Sócrates, en Atenas hace siglos, con otros jóvenes interesados, sobre si es posible o no el arte de la educación, de hacer buenas a las personas, de extraer de cada uno de ellos el meollo del ser humano, su bondad máxima, su gran pregunta sobre ellos mismos.

De manera particular encuentro el sentido profundo de la escuela en el trato directo entre personas, unas que saben que han de formarse en la vida tomando decisiones libres y apostando por el Reino, y otras que lo desconoce. Las primeras creo que son los maestros. Desde los más jóvenes a los mayores, sin discriminación de edad. Desde los profesores de Infantil o de las distintas especialidades hasta los que se dedican a cosas tan específicas como el Latín, la Física, el Inglés. Los segundos, creo, son los mismos alumnos, que no saben, porque todavía la vida no les ha dado tiempo suficiente a conocerse a sí mismos, que ser alumnos no depende de la edad que se tenga, sino de las preguntas que uno se hace a sí mismo y que se intentan responder.

¿Qué es la educación? Obtener las propias preguntas y aventurarse en las propias respuestas.

Y todo esto viene a colación de que una persona muy especial para mí acaba de obtener una gran calificación en un momento tan decisivo como el paso a la Universidad, la especialización de las respuestas que se quieren responder en la vida, la propia vocación como aventura existencial. Entiendo que es importante, que esto es más que decisivo.

¿Sacar buenas notas es signo de educación? Por supuesto que no. Esto lo sabe cualquiera, pero más que nadie aquel que es alumno de la vida. ¿Entonces no tienen relación? Pues tampoco creo que sea así. Quienes tienen cierta capacidad también deberían sentirse llamados a responder de forma especial ante la misma Vida que les ha regalado tan preciado don.

Educar para mí es descubrir el Reino, ir construyéndolo poco a poco comenzando por uno mismo.

¿Es posible esto en la escuela hoy? No me cabe la menor duda. Es más, el curriculum no debería ser para el maestro un impedimento, como algunas veces escucho, para desatender esta cuestión máxima.

Es mi propuesta. Soy escolapio, es mi vocación, mi lugar en el mundo, mi misión y ministerio. Es también lo que Jesús hizo con María, con sus discípulos más próximos, con la mujer de Samaría, con el anciano en la noche, con los discípulos de Emaús, con los privados de vista, de fuerzas para caminar, de oído para atender. Creo que es la misión última y más intensa de aquel que «dice al oído para que sea pregonado», del Espíritu de la Verdad, del Defensor de la Verdad y de lo humano.

¿Llamados… ?


Jesús miró al joven y le amó. Le dijo: «Una cosa te falta; anda, vende cuanto tienes y dáselo a los pobres…; luego, ven y sígueme» (Mc 10,21). Pero el joven no tuvo confianza; tuvo miedo porqu ehabía puesto su seguridad en las riquezas. Y por que tenía mucho, se marchó triste.

La llamada es una invitación: «Ven y sígueme.» En principio no es una invitación a la generosidad, sino a un reencuentro con el amor. Luego la persona encuentra a otros que son llamadso también, y comienzan a vivir en comunidad.

He conocido cierto número de personas que, viendo una comunidad, han sentido interiormente y con una gran certeza que su felicidad estaba allí, aun cuando nada les atraía en la comunidad: ni los miembros, ni el modo de vida, ni el lugar. Por tanto, sabían que su lugar era ése.

Este tipo de experiencia es muy a menudo una auténtica llamada de Dios, que deberá ser confirmada, por supuesto, en la comunidad durante un tiempo de prueba.

(Jean Vanier, «La comunidad. Lugar del perdón y de la fiesta.», PPC 1998, p 83)