¿Palabras grandes o pequeñas?


Las palabras pequeñas, de uso común, tienen la gran ventaja de la sencillez y la cercanía. Con comunican con facilidad y nos ayudan, sin duda, a no complicarnos demasiado la vida. Interpretan acertadamente la realidad desdibujando unas complicaciones que nos harían naufragar en mil océanos abismales. Las palabras sencillas también nos acercan a personas sencillas, y esta proximidad nos enriquece en una medida infinita. Sería un pedante terrible el que intente hablar de pendantería a un niño pequeño y se perdería la hermosura del «gugu-tata» el padre que aguarde a que su hijo pronuncie la actual palabra de moda «procrastinación». Sin darle más vueltas, es un estúpido el que no valore la grandeza de las palabras pequeñas.

Las palabras grandes tampoco son desdeñables. Desecharlas y alejarlas de nosotros equivaldría a renunciar al bagaje cultural de una humanidad en sabiduría creciente y que ha respondido a múltiples interrogantes, muchos de los cuales se ciernen inexorablemente sobre cualquier sujeto mínimamente avispado e invaden la existencia de numerosas personas por todo el mundo. Las palabras grandes traen consigo nuevos mundos, inciertos ciertamente para el que comienza, y son potentes antirreductores del misterio que comporta la humanidad, el bien y el mal, la justicia y la injusticia, el amor, la felicidad, la trascendencia, Dios… y tantos otros. Ninguna de las cuestiones anteriores pueden ser resultas en tratados de modo que valga para siempre a la humanidad; son caminos personales, abiertos precisamente por la singularidad y significatividad de la hondura de las mismas.

Propongo recuperar tres o cuatro palabras «gordas» para nuestra vida, de modo que no nos dejen caer en el abismo de la mediocridad, del «sabérselo todo» y de la comodidad de quienes se dejan llevar.

  1. La primera palabra es humanidad. Todos somos personas. Algunos no se comportan como tales, también es verdad, o no son fieles a lo que realmente son. Otros quizá lo desconozcan o nunca antes se lo hayan planteado. Pero no me refiero a eso, sino a incluir la palabra humanidad en nuestras relaciones ordinarias, en nuestro trabajo, en la importancia que tiene en las decisiones internacionales y nacionales y de barrio y del hogar. ¿Cuál es la medida de esa humanidad? ¿Qué lo hace cada día un poco más humano, y alejado por tanto de otro tipo de intereses diferentes al desarrollo de la grandeza de la persona?
  2. La segunda es vocación. No sólo en sentido profesional. En sentido vital. ¿Qué le ocurre a las personas para que piensen, desde jóvenes e incluso niños, que ellos tienen un lugar especial en el mundo, una misión que arrancar y que depende casi exclusivamente de ellos? La vocación tiene un carácter también comunitario, de relación, de búsqueda de un espacio compartido con otros y sentido también por otros. E igualmente, dota de una exigencia y responsabilidad a la mirada que podemos hacer sobre nosotros mismos y sobre nuestra historia. Renunciar a esta palabra, complacernos con hacer cualquier cosa y de cualquier modo, sabemos (se vive y se experimenta) que provoca una insatisfacción radical, honda y permanente en toda persona. Claudicar a la reserva de esta palabra para el ámbito de los curas y de las monjas, sin preguntarse sinceramente sobre la propia vocación, es como cerrar la puerta de algo íntimo y tirar la llave a un pozo sin fondo.
  3. La tercera es Dios. Palabra grande donde las haya, que nada más pronunciarla importa una imagen, unas ideas y una historia de relación previa. Algunas veces positiva, otras negativas. Ante esta palabra planteo la cuestión: ¿Y si Dios es más grande de lo que imagino? ¿Y si Dios está lejos de ser una idea o un concepto e incluso una palabra para ser una realidad viva? ¿Y si Dios está a mi lado, me conoce y me ama?
Las grandes palabras, a diferencia de las pequeñas, no dejan indiferente. El signo pequeño del amor de un niño o el lamento de una persona en soledad pueden pasar desapercibidos. Una gran palabra nunca. Ojalá recuperemos las grandes palabras para nuestra vida cotidiana, para donar de sentido a todo cuanto hacemos y continuar interrogándonos. Ojalá recuperemos la sinceridad con las palabras que utilizamos y trasluzcan nuestra realidad más íntima y la situación actual del mundo.
Roma, 29 de julio de 2011.

¿Olvidaste el cargador?


Paseo por Roma. Vamos caminando tres escolapios, de tres nacionalidades diferentes. Llegamos al centro en autobús. Nos despertamos al ver tanta maravilla, y aparecen las cámaras de fotos. Cada uno a su manera, con sus intereses. Tres, cuatro… hasta veinte fotos. Y uno del grupo, con cara de preocupado, no deja de mirar su cámara de fotos sin comprender por qué no se enciende. Todos vamos en su ayuda. Yo apunté que sería mejor dejarlo para cuando estuviéramos en casa, porque allí no podíamos hacer nada, y cargar la cámara para saber si es problema de batería. El escolapio dueño de la cámara me dice que la cargó en Madrid, que estaba bien, que algo tenía que haberle pasado. Seguimos caminando.

Al llegar a casa descubrimos que no había traído el cargador. Estaba en Madrid. Toca preguntar a otros si alguien tiene un cargador similar y puede dejárnoslo. Efectivamente. Había otra persona. Nos lo deja y comprobamos que, ciertamente, era problema de batería. ¡No estaba cargada!

Lecciones para viandantes:

  1. Si algo «te pone las pilas»no te lo olvides. Nunca sabes cuánto vas a necesitar, ni cuándo puedes llegar a desgastarte. Puede ser que donde menos te lo esperes, se reclame algo de ti que deberías estar dispuesto a dar sin remilgos.
  2. Ante la dificultad, no lo des por perdido todo, y tampoco te agobies por no encontrar solución ya mismo. Probablemente muchas cosas necesiten tiempo y otras circunstancias diferentes. Por cierto, por mucho que te quedes mirando el problema, éste no cambiará, y la Providencia no está relacionada con la magia sino con la acción de las personas y el movimiento del Espíritu en el mundo.
  3. En la medida de lo posible, aprende a no separarte de aquello que te da vida. Es una torpeza enorme por tu parte. Si crees que es portátil, no lo dejes en casa. Y si no es portátil, no te separes. Te quedarás tirado en el camino como un coche sin gasolina. Creo que todo el mundo lo entiende.  Crecer en discernimiento también supone conocer las propias posibilidades y debilidades, no sólo dónde quiero llegar y qué bonito es.
  4. Gana en autonomía, porque las pilas no pueden generar dependencia ni dejarte inmóvil. En cualquier caso aférrate a tus posibilidades. Si lo que te da fuerza te condena a estar quieto, a depender excesivamente de él, a no dejarte salir… sin duda alguna no será bueno para ti. No será de Dios aquello que no te hace libre y no te enseña a «caminar» por ti mismo.
  5. Si no hay más remedio y te has quedado sin pilas, pregunta a otros. Hay muchos más sabios y acompañantes en nuestro mundo de lo que te imaginas. «Olvidarte» algo o «sentirte sin fuerzas» puede ser el inicio de una excelente historia. Recibe lo que tengan que ofrecer. Todo diálogo es hermoso, pero cuando hay necesidad profunda de él, se convierte en el tesoro más preciado. Es un buen momento para hacer comunidad interior.
  6. Si alguien necesita, entrega.

¿Revisas en qué crees? Lecciones de Oslo.


Todos creemos. La diferencia muchas veces está en qué se cree. Como en el amor, al que nadie puede cerrar sus puertas pero puede sin embargo adherirse a lo más destructivo, aferrarse al propio individuo sin permitirle «salir» más allá de sí mismo. Creer es parte de nuestra humanidad más personal e íntima, una de las fuerzas del ser humano y de su conciencia.

Estoy conmocionado, no encuentro otra palabra, ante la brutalidad demostrada en Oslo por un joven de 32 años, que se ha llevado por delante la vida de cien personas, y ha dejado muchos heridos. Desde ayer, no se puede alejar de mi pensamiento ni de mi oración. Dolor, sufrimiento, violencia, matanza, catástrofe, asesinato… Durante el siglo XX el mundo ha contemplado con horror las huellas escondidas por la guerra y la barbarie en su avance, sin por ello ser capaces de encontrar un camino cierto y una voluntad decidida para frenar al menos la posibilidad de que esto ocurra una y otra vez. Después de la SGM se volvió otra vez a retomar el discurso sobre la maldad intrínseca del ser humano, sobre su perversidad e inhumanidad, sobre la existencia que puede ser dirigida hacia casi cualquier manera de barbarie. Y esos interrogantes siguen estando presentes, sin despejarse definitivamente. En definitiva, el discurso se ve abocado a pensar que no son cosas «estructurales» las que pueden dar respuesta a la persona, porque sigue siendo una cuestión personal, que dejada a la indiferencia, siempre termina mostrando su rostro más amargo.

Mi más sincero pésame a las familias de las víctimas de Oslo. La tristeza que deben estar pasando ahora mismo debe ser infinita. La muerte del inocente es incomprensible, y el mayor exponente de la injusticia. No hay respuesta humana que pueda consolarlos, sólo la cercanía en el dolor. Y mi más sincero pésame a la humanidad, a toda la humanidad que muere con estos jóvenes.

Revisemos en qué creemos, y hagámoslo en profundidad. Sin duda, este hombre no creía en el Evangelio. No ha comprendido ni una sola de sus palabras. Ser cristiano está en las antípodas de este tipo de actos. Es más, está absolutamente enfrentado a cualquier forma de violencia, promueve siempre la paz contra el odio, el amor contra la división. Quien no ha acogido en sí mismo la Palabra que le llama a la paz, a la bienaventuranza, no puede hacerse portavoz de una fe que a todos nos supera. Cristo Jesús nos salva, entre otras cosas, de esta violencia desmesurada que puede hacerse fuerte en cualquier corazón humano.

Os invito a revisar vuestra fe, a no permitir que vuestras ideas se puedan convertir, bajo ningún concepto, en una justificación para lo que está diametralmente opuesto a la voluntad salvadora del Padre.

¿Ser materialista en estos tiempos?


Casi imposible no ser materialista en estos tiempos. Muchos jóvenes y mayores están atrapados en sus redes. Porque las cosas secuestran la libertad y la conciencia de quienes no son capaces de dominar su vida y tener un rumbo claro, con fuerza suficiente como para despegarse de lo que le rodea y superar las primeras apariencias.

Cuando conversamos con gente cotidiana el dinero es su objetivo, pensando que con él, el resto de cosas serán posibles. Ayer mismo un camarero me decía que el valía mucho más que para servir en un bar, y no entendía por qué cobraba tan poco. Su vida se mide por lo que cobra, entiendo que para poder gastar más.

Creo que siempre ha sido más o menos así. Que cada generación tenía «sus cosas que superar» para vivir realmente en su dimensión personal y espiritual. «Superar» no es eliminar, sino evitar que se convierta en lo primero. La cuestión preocupante, a mi entender, es que nuestra generación del norte se «asiente» sobre cosas para demostrar su desarrollo. En definitiva, que el norte siga engañando su insatisfacción y vacíos a golpe de «más» cosas en lugar de abrazar el «más del amor» que es lo único capaz de desvelar al ser humano y la sociedad su propia hondura.

En resumen, las «cosas» no son nada malo, no es condenable tener. Lo triste, por la propia persona, es tener sin saber ni por qué ni para qué se tiene; tener desprovisto de sincera humanidad, siendo responsables con nuestros bienes de aquellos que no tienen en nuestro mundo.

¿Cambian la sociedad muy rápido?


Estoy pasando unos días con mis padres en un minúsculo pueblecito de León donde nació mi madre, a unos seis kilómetros del aun más pequeño pueblo donde nació y se crió mi padre.

Hablando ayer con ellos nada más llegar, les comenté que la hija pequeña de unos muy-amigos está en Canadá y que la mayor ha estado tres días en Europa en una conferencia. Mi madre me dijo, primero, que aprovechasen para disfrutar y formarse bien. Y después nos pusimos a hablar de lo que ellos hacían en vacaciones: venir al pueblo y trabajar el campo para ayudar a los padres; porque durante el año estaban estudiando fuera. A decir verdad, sólo mi madre, porque mi padre no fue a la universidad; era el mayor de una sencilla familia de campo.

¿Cambian las cosas? A la fuerza esto ha creado una sociedad diferente a la suya, aunque todo sea gracias a su esfuerzo y disciplina.

Gracias a toda esa gente que, como mis padres, puso los fundamentos de una sociedad moderna a base de mucho sacrificio y ahorro buscando lo mejor para sus hijos.

Espero que se lo agradezcamos y aprendamos de ellos a salir de la crisis que nos domina.

De qué medios dispones


Llevo ya varias semanas sin disponer del ordenador personal que, de una marca u otra, hacía ya tiempo que me acompañaba. Se convirtió de este modo en una herramienta clave en todos lis sentidos. La escuela ya no se reconoce a sí misma sin la red, tampoco se comprende bien una tarea evangelizadora sin estos medios, o sin atender convenientemente las transformaciones de nuestro mundo provocadas por su surgimiento. Ni las relaciones personales, ni el estudio, ni el acceso a la información, ni el ocio…

Un medio, a mi entender fundamental. Pero para las cosas importantes de la vida me temo que ni el ordenador ni la red alcanzan la esencia. El medio principal es y seguirá siendo el trato personal, directo y próximo.

No menosprecio la red. Quienes me conocen lo saben bien. Lo que quiero decir es que la red sigue siendo un medio más.

Un saludo a Javi y Susana, con quienes ayer tuve el placer de compartir una cerveza fresca en el verano caluroso que nos visita, y una excelente conversación con una profunda comunión de inquietudes y de fe. A ellos les dedico esta reflexión, en un día que no ha sido nada fácil.

¿Desarrollo real?


La palabra «desarrollo» la debemos comprender o bien de forma diferente o bien mal, directamente, porque nos vemos obligados a poner continuamente una especie de «adjetivos» que la matizan o limitan. De este modo se escucha con frecuencia hablar sobre «desarrollo urbanístico», «tecnológico», «global», «económico», «educativo», «emocional», «energético», «sanitario»…

Me pregunto si la palabra «real» puede se también un buen apellido, o si en eso no hay tanto interés. Creo que la palabra «real» imprime al sustantivo la necesidad de no engañarse poniendo medios, recursos y esfuerzos en lo que «realmente» no es un verdadero desarrollo personal o humano. Opto, dicho sea de paso, por la palabra «real» porque me parecería del todo absurdo abogar por un tipo de desarrollo que no fuese humano ni humanitario, en el mejor sentido. Y sin embargo, es lo que percibo en la mayor parte de los casos: que el desarrollo urbanístico no está en proporción a las personas y los entornos, sino en proporción al dinero que se gana o las estafas que se producen; que el desarrollo «emocional» implica no pocas veces la exageración intencionada del «corazón» del hombre hacia su propia fragmentación y desintegración como sujeto libre, racional y con voluntad; que el desarrollo «económico» trae detrás y consigo la soledad y el vacío radical del hombre; el desarrollo «educativo», perdón por lo que voy a decir, y acogido sin criterio ni capacidad de crítica, viene de la mano de la empresarización de los centros educativos, de las miras en un futuro incierto y que vamos creando entre todos, en el que los sujetos se preparan, no para vivir, sino para trabajar; … etc… etc…

¿Seremos capaces en algún momento de cuestionarnos, sinceramente, sobre la conjunción «desarrollo» y «real»?  Cuando se habla de la falta de fe, de la falta de espiritualidad, de la carencia de humanidad real en las calles de las ciudades de los países más desarrollados del mundo… ¿a nadie le surge esta misma pregunta? ¿Estamos provocando un verdadero «desarrollo» y legando una sociedad más «desarrollada» a las generaciones futuras? ¿O nos dejamos por el camino «demasiado» en esa carrera imparable por estar a la última y a la que sale?