Una familia me pregunta, casi al inicio de mi celebración que por qué motivo soy tan solemne, tan pausado, y hablo con tanta tranquilidad. Parece no ser lo normal. Yo me alegro del detalle, pero me dejó al principio un tanto perplejo la pregunta. Sinceramente, celebro así porque soy así. Supongo que quien celebra tiene un motivo, siempre, por el que hacerlo y en mi caso es muy personal, muy íntimo.
Cuando me revisto para celebrar la Eucaristía diariamente (normalmente en la intimidad y a deshoras, para ser sinceros) me recuerdo a mí mismo de quién quiero vestirme. Hoy está de moda llevar la ropa de los artistas, de las figuras de las revistas, tener los cuerpos de… éste o de ésta… Yo quiero vestirme de unos ciertos sentimientos y ser cuerpo, a otro nivel, de otra persona. Hablo de Jesucristo.
Cuando me revisto antes de celebrar, justo en ese momento, tenemos un detalle bonito. Me llaman romántico porque cuido ciertos signos imperceptibles para el resto, no por «superstición» o manías sino por amor, y uno de ellos es dar un beso sencillo a la ropa que me voy a poner, en concreto a la estola. Soy cura, es cierto, y parece que el momento del día que más recuerdo que lo soy es en ese pequeño detalle.
Con sencillez, pero cuando me revisto sé de quién quiero ser, a quién me quiero parecer, quién me ha cambiado el corazón, quién es mi estrella, quién es Aquel que pasó haciendo el bien. Recuero, insisto que con mucha sencillez, quién es el verdadero maestro, aquel que puede enseñar, aquel que habla con profundidad al corazón, aquel que sabe acoger y servir.
Insisto. Le recuerdo a Él para recordarme que yo no soy Él, que entre Él y yo hay una distancia tan grande, tan enorme, tan exagerada que sólo Su Amor ha podido salvarla y llegar a mí. En el fondo, cuando celebro me recuerdo que Él está cerca y no me abandonará ocurra cuanto ocurra. No es que yo me revista, sino que Él ha querido revestirme de nuevas vestiduras, de nuevos sentimientos, de nuevas ideas, de nuevas preocupaciones, de nuevas palabras, de nuevas preguntas. Por eso beso su obra en mí, por eso beso la estola, signo visible de un proceso que muchos no son capaces de comprender.
Fue él, no yo, quien eligió esa ropa.