7 maravillas de la vida cotidiana


No me entretengo mucho más. Pienso en un día, el más normal de los que pueda vivir mientras trabajo. De esos cotidianos, rutinarios, y que pasan desapercibidos. Pienso, y quiero dedicar este post, a recoger esos instantes a los que habitualmente no les doy el merecido valor, y dejo que caigan sin más en algo que podría haber pasado o no, pensando que todo seguiría igual.

Supongo que tú habrás pensado ya en alguna que otra cosa, antes de leer esto. Te invito a descubrirlas y, si quieres, a compartirlas en algún comentario. No son las únicas 7 cosas grandes que hacemos pequeñas porque pasan desapercibidas.

  1. Despertarme por la mañana. No a cualquier hora, sino a la hora debida. Aunque me levante cansado, tengo que reconocer que tener la oportunidad de empezar algo nuevo en el «hoy» de mi vida es maravilloso. Despertarme sería el símbolo más grande de querer hacer algo grande. Pasar de la noche al día, dejar el reposo y llenarme de acción. Dar los primeros pasos, como si de nuevo fuera un bebé, hasta sentir que estoy «de nuevo» conmigo mismo, en el mundo. Quizá otros no se den cuenta de que he despertado, pero estoy aquí una vez más. Y podría hacer de ese momento el primer momento de un mundo nuevo. Me levanto sin saber qué pasará, a quién encontraré, pero allá voy.
  2. Encontrarme a la primera persona del día. Porque hasta entonces estaba solo en el mundo. Sé que hay otros más allá, y mucho más allá de lo que puedo ver, escuchar y sentir. Sin embargo, el primer encuentro es la constatación real de que no vivo sólo para mí mismo, que hay otros como yo. Es una evidencia, que se regala. Para algunos esa primera persona será siempre la misma. Otros tendrán que dejar la seguridad de su casa y encontrársela en la calle. Da igual, siempre hay una primera persona de cada día. Sea quien sea, es un saludo diferente al de ayer, el saludo de hoy es el de hoy, y el del otro día no me vale. Saludarse, reconocerse, hablar, compartir lo que creemos que hoy puede ser, y planificar una vez más cómo volveremos, en algunos casos, a encontrarnos antes de que termine el día. Junto al ver a alguien está unido también el «dejarme mirar por alguien», y recíprocamente decirle que no está solo en el mundo. Esa primera persona debería ser saludada, y a lo mejor exagero un poco, con tanta efusividad como entusiasmo.
  3. Salir de casa, abrirme al mundo. Un pequeño paso para el hombre, un gran paso para la humanidad. La confianza con la que salimos y dejamos atrás lo que es «nuestro», junto a muchas seguridades y comodidades, para tantas otras cosas como sucederán. Si nos quedásemos en casa la vida sería totalmente distinta, sin la riqueza que aporta lo incontrolable, y la vida de los demás pasando junto a la mía, cruzándose con ella, en diálogo permanente. Expresa el compromiso con el mundo y con los otros. Se sale a la acción. Y salimos por un motivo. No conozco a nadie que salga por salir, que cierre la puerta de su casa y en el rellano se pregunte dónde iba. Al menos, con asiduidad. Alguna vez sí puede pasar, ciertamente. Pero cerrar la puerta de casa también es el interrogante sobre lo que estamos haciendo en el mundo, nos cuestiona y nos deja entrever ligeramente cómo estamos viviendo, si merece la pena lo que llevamos entre manos, si tiene sentido, finalidad… y tantas cosas. Salir de casa, cerrar la puerta, y seguir adelante es una gran pregunta. Por muy dormidos que vayamos, en algún momento de la jornada, las preguntas que no nos hicimos al inicio, volverán sobre nosotros para no dejarnos dar pasos sin más.
  4. Respirar, comer, beber… y tantos verbos ordinarios. ¡Cuánta razón tienen aquellos que dicen que «no se sabe lo que se tiene hasta que se pierde»! Y con estos verbos tan cotidianos, tan desprovistos de sentido y de importancia para la vida ordinaria, sucede lo mismo. Sociedades enlatadas donde todo lo central es algo «fast», consumible y rápido. Gracias a Dios vamos recuperando algunas de estas realidades, y comer también es el placer del encuentro, del descanso. Si nos paramos a pensar, no son trabajos que hay que quitarse de encima, sino momentos clave del día a día, de lo cotidiano. Nos dan horario, nos centran. Es una especie de ritmo general, más allá de las horas. Es nuestro ritmo.
  5. Sentir con otros, pensar dentro de mí. Nada hay que me asombre más bajo las estrellas que la capacidad sentiente que tenemos. Las ideas serán todo lo importante que queramos. Pero ser capaz de sentir, no en soledad, sino con otros. De comunicarlo y recibirlo. Me deja sin palabras. Me provoca tal estupor y vértigo, que es alucinante. No es química (sólo) es comunión. Ver a alguien, saber cómo está. Ver a alguien y querer preguntarle cómo está. Ver a alguien y salir a su encuentro. Escucharle y comprenderle. Acogerle sea lo que sea. Y pensar dentro de mí que esto es maravilloso. Que es tremendo y fascinante. Y agradecer que estemos vivos de esta manera.
  6. Celebrar la Eucaristía y orar. Hacer presente a Dios en medio del mundo, colaborar de modo tan admirable al encuentro de los hombres con Dios, a la construcción del Reino. Recibir una Palabra, siempre exigente e intensa. Y hacer silencio para encontrar al Señor de la Vida. En lo cotidiano se convierte en impresionante. Todo parece callarse para animar desde dentro. Se encuentra consuelo cuando es necesario, se busca fortaleza en la adversidad, se anima aún más la alegría de las buenas noticias, y se bendice lo que hace. En la Eucaristía nada es absurdo, ni está desprovisto de sentido. Todo se acoge, todo se convierte, todo se transforma. El Señor nos llama a través de la celebración y la oración a convertir primero nuestro corazón para acoger cuanto Él desea comunicar, y sobre todo comunicarSe de forma espléndida al mundo en el que vivimos.
  7. Descansar y dejar reposar lo vivido. No se perderá. Sea lo que sea, se va a quedar conmigo y conmigo dormirá a partir de hoy. Es ya historia. Y descansar con la confianza de que nunca más volverá a repetirse el día, que mañana será nuevo, y de nuevo habrá otra oportunidad. Ante el descanso y el final sólo queda agradecer y pedir perdón, porque todo está hecho. La tarea de Dios y del hombre con la historia es la de permitir que todavía tenga latidos suficientes para impulsar el nuevo día, aprender de lo sucedido, descubrir nuestra fragilidad y grandeza.

2 comentarios en “7 maravillas de la vida cotidiana

  1. Me quedo pensando en algunas pequeñas cosas de este día que fueron «grandes» maravillas: empezar a sentirme mejor de alguna dolencia que traía estos últimos días; la larga caminata con mis hijas esta tarde con los preparativos de un viaje esperado…y toda la charla que se dio en la caminata; el abrazo de Delfina (una nena de 4 años de la Casa del Niño en la que trabajo) verla tan feliz hoy después de tantos días en los que todo en ella pedía a gritos por una mamá que se fue.
    Y mis hijas…ellas hacen de cada momento algo maravilloso, y podría describir miles de «cotidianidades», me quedo con alguna: Agustina probándose mi ropa y comprobando que «ya le va» -constatar como va creciendo mi mayorcita-, Candela haciéndome reír con su frescura y sus ocurrencias; interceptar una conversación entre ellas llena de complicidades; poder ser testigo de como van creciendo también por dentro (sus opiniones, sus pequeñas decisiones, sus elecciones…)
    y ahora, a punto de irnos a descansar, un rato de jugar, de acostarnos las tres mirando el techo e imaginarnos los días del viaje…
    siento ahora mismo un enorme deseo de darle gracias Dios por tanto regalo.

  2. Pingback: Post publicados en Octubre 2011 | Preguntarse y buscar

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